
La prueba. Imagen libre de licencia: Pixabay.
La prueba es un relato de fantasía policiaca cómica perteneciente a «Primeras palabras», una subsección dentro de «Juegocuentos», en ella escribiré un relato que tendrá que empezar por la frase que una seguidora o seguidor de mi cuenta de Twitter me propondrá.

La frase a añadir es:
Lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas.
— Dama Gorgon (@Dama_Gorgon) May 27, 2020

«LÁGRIMAS EMPEZARON a resbalar por mis mejillas», eso ponía en la servilleta doblada por la mitad, escrita con tinta roja que la detective privada Yaosi encontró en el suelo de su despacho. Al principio no la recogió, primero se acercó a la cafetera, a oscuras, se sirvió un café que llevaba hecho desde el día anterior, lo tomó sin poner cara de asco y luego se encendió un cigarrillo. Necesitaba esos momentos antes de empezar a trabajar. Desde que había resuelto el caso del vampiro envenenado con pollo al ajillo, todos los engendros le enviaban notas, amenazas y peticiones de mano1.
Cuando hubo apurado el cigarro, suspiró, recogió la servilleta del suelo, abrió la persiana para que la luz del sol entrase en el despacho lleno de columnas de papeles y carpetas de cartulina, abrió la servilleta y leyó: «Lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas». Arqueó las cejas, le dio la vuelta al papel, le aplicó calor por si se trataba de un mensaje oculto y nada, solo eso, siete palabras.
Yaosi descolgó el teléfono, mantuvo pulsado el número uno y en el auricular se escucharon los pitidos de la marcación rápida.
—It’s Joel. —dijo una voz pastosa que sonaba con un acento del sur de Alabama subiendo a mano izquierda.
—Joel, soy Yaosi, ¿dónde cojones estás?
—Oh, sorry boss, yo estoy en coma todavío.
—¿En coma o en cama?
—¿Cómo?
—No, no comas, ven cuanto antes, si quieres comes algo aquí.
—Come on!
—Oye, Joel, ¿te dice algo la frase: «Lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas»?
—¿Tú lloras? ¿Tú estar trista, boss? No estar trista.
—No, no se trata de mí. Da igual, espabila y ven al despacho, son las ocho de la mañana.
—Yes ma’am.
Yaosi suspiró, a veces no sabía por qué seguía pagando a aquel cenutrio. En su país natal era un redneck y en España no iba a ser menos. Era mujeriego, le gustaba la bebida —quizá incluso más que las mujeres— y se diría que tenía problemas con las apuestas, pero lo cierto era que las apuestas y él no podían tener una relación más íntima. El caso era que no podía echar a Joel, era mejor tenerlo controlado, sobretodo las noches de luna llena en la que se convertía en hombre lobo. Puede parecer que que un hombre lobo es muy peligroso, pero en realidad no es nada hasta que ves a un cateto convertido en uno. La última vez que se convirtió se dedicó a aterrorizar a los transeúntes del paseo marítimo. Saltaba frente a ellos, cortándoles el paso, y decía cosas como: «¡Arrea, te vi a comer tontero!» o su equivalente en inglés del sur de Alabama. El acento del americano no hacía que fuera más sencillo entenderle, tenía una musicalidad ascendente y una voz pastosa, parecía un reclamo para patos soplado con ganas.
Yaosi abrió el portátil, era un trasto viejo y la última vez que lo actualizó Steve Jobs aún no había puesto de moda el jersey de cuello de cisne. Revisó el correo, lleno de spam, de e-mails con fotos de gatitos —Yaosi odiaba los gatitos, a no ser que fueran acompañados de unas buenas patatas fritas y una jarra fresquita de cerveza— y un correo le llamó la atención, tenía el asunto: «Lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas…»
—¿Qué coño…?
Abrió el correo y empezó a leer:
«Hola, detective. Te preguntarás quién soy. No trates de rastrear este correo, te será imposible —en defensa de Yaosi hay que decir que no pensaba hacerlo—. Mi nombre es irrelevante, lo único que te interesa saber, detective, es que he secuestrado a diez personas, las he abierto en canal y les he implantado explosivos en sus barriguitas. Esas personas han sido liberadas, no te preocupes. Eso sí, han sido liberadas, pero los sitios en los que han sido liberadas no son el típico sitio donde interese tener a alguien con explosivos en el estómago.
¿Has recibido mi nota? No la pierdas, detective, está escrita con la sangre de las diez personas a las que he secuestrado. Reconoce que ha sido todo un detalle por mi parte.
Tic-tac-tic-tac, detective. Si quieres salvar a unos cuantos inocentes, será mejor que te pongas a trabajar.»
Yaosi suspiró. ¿Por qué siempre atraía a esa clase de pirados? Ella se conformaba con investigar a matrimonios incestuosos, no necesitaba esas mierdas.
Joel entró en el despacho, vestía camisa de cuadros bajo un mono tejano desgastado en varias zonas. Joel vivía en el mismo edificio en el que Yaosi tenía el despacho.
—Morning boss —dijo el americano.
—Hola, Joel. Mira, échale un vistazo a este mail que acabo de recibir.
Joel se acercó a la jefa, se inclinó hacia delante y empezó a leer. Movía los labios en cada palabra. El problema aquí no era que el correo estuviera escrito en castellano, el problema era que lo último que Joel leyó fue un cartel en el que ponía: High voltage y no debió leerlo muy bien, porque lo siguiente que recordaba era la cama del hospital y un peinado bastante gracioso.
—Es persona eschupida.
—¿Cómo dices?
—Persona dise, no tratas de descubrir who is he, but he dise nombre.
—¡¿Dónde lo ves?!
Yaosi se sintió excitada, ¿era posible que hubiera subestimado a aquel licántropo paleto? Quizá tenía un don para descifrar enigmas.
—Mira, he dise: «Mi nombra esh Irrelevante». See? ya nememous su nombrei, he’s name is Irrelevante.
Después de eso Joel se irguió orgulloso, acababa de demostrar toda su inteligencia.
—Gracias, Joel…
—Sure!
Joel se sirvió una taza de café, dio un sorbo y puso la misma cara que se pone cuando llegas a casa y descubres que alguien está hirviendo coliflor. Cogió un donut de chocolate y le dio un buen bocado, el relleno salió disparado hacia su mono tejano.
Yaosi estaba como al principio. No tenía ni idea de si todo aquello era un simple farol o si debía tomarse en serio ese e-mail. No podía arriesgarse, tenía que investigar la sangre de la serville… Yaosi miró sobre la mesa, en el suelo, en sus bolsillos, se palpó el pecho, se levantó e hizo lo mismo con los bolsillos traseros del pantalón.
—¿Dónde está la servilleta?
—Oh, sorry boss —dijo Joel limpiándose la boca y la ropa con una servilleta que tenía algo de rojo y mucho de marrón—. ¿Era suya? Creo quei hay más in the drawer de la isquierdo.
El ojo derecho de Yaosi empezó a temblar, vio como Joel aprovechaba la servilleta para sonarse la nariz antes de tirarla a la papelera. El corazón de la detective se le aceleró y se preguntó si le quedaba alguna bala de plata en el drawer de la isquierdo para pegarle un tiro a aquel puñetero palurdo. ■
Cuando hubo apurado el cigarro, suspiró, recogió la servilleta del suelo, abrió la persiana para que la luz del sol entrase en el despacho lleno de columnas de papeles y carpetas de cartulina, abrió la servilleta y leyó: «Lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas». Arqueó las cejas, le dio la vuelta al papel, le aplicó calor por si se trataba de un mensaje oculto y nada, solo eso, siete palabras.
Yaosi descolgó el teléfono, mantuvo pulsado el número uno y en el auricular se escucharon los pitidos de la marcación rápida.
—It’s Joel. —dijo una voz pastosa que sonaba con un acento del sur de Alabama subiendo a mano izquierda.
—Joel, soy Yaosi, ¿dónde cojones estás?
—Oh, sorry boss, yo estoy en coma todavío.
—¿En coma o en cama?
—¿Cómo?
—No, no comas, ven cuanto antes, si quieres comes algo aquí.
—Come on!
—Oye, Joel, ¿te dice algo la frase: «Lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas»?
—¿Tú lloras? ¿Tú estar trista, boss? No estar trista.
—No, no se trata de mí. Da igual, espabila y ven al despacho, son las ocho de la mañana.
—Yes ma’am.
Yaosi suspiró, a veces no sabía por qué seguía pagando a aquel cenutrio. En su país natal era un redneck y en España no iba a ser menos. Era mujeriego, le gustaba la bebida —quizá incluso más que las mujeres— y se diría que tenía problemas con las apuestas, pero lo cierto era que las apuestas y él no podían tener una relación más íntima. El caso era que no podía echar a Joel, era mejor tenerlo controlado, sobretodo las noches de luna llena en la que se convertía en hombre lobo. Puede parecer que que un hombre lobo es muy peligroso, pero en realidad no es nada hasta que ves a un cateto convertido en uno. La última vez que se convirtió se dedicó a aterrorizar a los transeúntes del paseo marítimo. Saltaba frente a ellos, cortándoles el paso, y decía cosas como: «¡Arrea, te vi a comer tontero!» o su equivalente en inglés del sur de Alabama. El acento del americano no hacía que fuera más sencillo entenderle, tenía una musicalidad ascendente y una voz pastosa, parecía un reclamo para patos soplado con ganas.
Yaosi abrió el portátil, era un trasto viejo y la última vez que lo actualizó Steve Jobs aún no había puesto de moda el jersey de cuello de cisne. Revisó el correo, lleno de spam, de e-mails con fotos de gatitos —Yaosi odiaba los gatitos, a no ser que fueran acompañados de unas buenas patatas fritas y una jarra fresquita de cerveza— y un correo le llamó la atención, tenía el asunto: «Lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas…»
—¿Qué coño…?
Abrió el correo y empezó a leer:
«Hola, detective. Te preguntarás quién soy. No trates de rastrear este correo, te será imposible —en defensa de Yaosi hay que decir que no pensaba hacerlo—. Mi nombre es irrelevante, lo único que te interesa saber, detective, es que he secuestrado a diez personas, las he abierto en canal y les he implantado explosivos en sus barriguitas. Esas personas han sido liberadas, no te preocupes. Eso sí, han sido liberadas, pero los sitios en los que han sido liberadas no son el típico sitio donde interese tener a alguien con explosivos en el estómago.
¿Has recibido mi nota? No la pierdas, detective, está escrita con la sangre de las diez personas a las que he secuestrado. Reconoce que ha sido todo un detalle por mi parte.
Tic-tac-tic-tac, detective. Si quieres salvar a unos cuantos inocentes, será mejor que te pongas a trabajar.»
Yaosi suspiró. ¿Por qué siempre atraía a esa clase de pirados? Ella se conformaba con investigar a matrimonios incestuosos, no necesitaba esas mierdas.
Joel entró en el despacho, vestía camisa de cuadros bajo un mono tejano desgastado en varias zonas. Joel vivía en el mismo edificio en el que Yaosi tenía el despacho.
—Morning boss —dijo el americano.
—Hola, Joel. Mira, échale un vistazo a este mail que acabo de recibir.
Joel se acercó a la jefa, se inclinó hacia delante y empezó a leer. Movía los labios en cada palabra. El problema aquí no era que el correo estuviera escrito en castellano, el problema era que lo último que Joel leyó fue un cartel en el que ponía: High voltage y no debió leerlo muy bien, porque lo siguiente que recordaba era la cama del hospital y un peinado bastante gracioso.
—Es persona eschupida.
—¿Cómo dices?
—Persona dise, no tratas de descubrir who is he, but he dise nombre.
—¡¿Dónde lo ves?!
Yaosi se sintió excitada, ¿era posible que hubiera subestimado a aquel licántropo paleto? Quizá tenía un don para descifrar enigmas.
—Mira, he dise: «Mi nombra esh Irrelevante». See? ya nememous su nombrei, he’s name is Irrelevante.
Después de eso Joel se irguió orgulloso, acababa de demostrar toda su inteligencia.
—Gracias, Joel…
—Sure!
Joel se sirvió una taza de café, dio un sorbo y puso la misma cara que se pone cuando llegas a casa y descubres que alguien está hirviendo coliflor. Cogió un donut de chocolate y le dio un buen bocado, el relleno salió disparado hacia su mono tejano.
Yaosi estaba como al principio. No tenía ni idea de si todo aquello era un simple farol o si debía tomarse en serio ese e-mail. No podía arriesgarse, tenía que investigar la sangre de la serville… Yaosi miró sobre la mesa, en el suelo, en sus bolsillos, se palpó el pecho, se levantó e hizo lo mismo con los bolsillos traseros del pantalón.
—¿Dónde está la servilleta?
—Oh, sorry boss —dijo Joel limpiándose la boca y la ropa con una servilleta que tenía algo de rojo y mucho de marrón—. ¿Era suya? Creo quei hay más in the drawer de la isquierdo.
El ojo derecho de Yaosi empezó a temblar, vio como Joel aprovechaba la servilleta para sonarse la nariz antes de tirarla a la papelera. El corazón de la detective se le aceleró y se preguntó si le quedaba alguna bala de plata en el drawer de la isquierdo para pegarle un tiro a aquel puñetero palurdo. ■
N. del A.
► Pulsa en los números para regresar al texto.
1. Las peticiones de mano se las solía enviar el monstruo de Frankenstein, que perdía las suyas constantemente. |
Más relatos de la sección Primeras palabras:
Jajaja Propongo que lo conviertas en una serie policiaca!!