Microficción 197: La llamada

Fotografía de un teléfono antiguo, de rueda para ilustrar el relato de esta semana, titulado "La llamada".
La llamada. Imagen libre de licencia: Pixabay.
La llamada es un relato de fantasía cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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LA HABITACIÓN era grande y estaba vacía, o casi vacía, había una mujer sentada en un sillón con orejeras, solo que el respaldo en el que se encontraban las orejeras estaba en el suelo, desprendido del mueble y, a juzgar por los múltiples animalillos muertos que se veían por el enorme agujero del que asomaba espuma húmeda y enmohecida, hacía ya un tiempo que ambas partes habían decidido tomar caminos distintos. Frente a la mujer, sobre una mesa redonda de cristal llena de polvo telarañas y excrementos de distintas criaturas, había un teléfono negro, antiguo, de esos de rueda que los jóvenes de ahora no sabrían usar porque no tienen pantalla táctil. El aparato estaba nuevo y desentonaba con la vejez general de la estancia.
    La mujer esperaba con las piernas cruzadas. Era joven, de unos treinta, llevaba el pelo largo, liso y negro, la piel marrón estaba salpicada de pecas desde la cara hasta el reverso de las manos. Tenía los ojos castaños con unas motas amarillas en cada iris. Era una mujer gorda, vestía tejanos ajustados y una camiseta negra, ancha, con el logo de un grupo de música heavy metal llamado Púrpura oscuro. Llevaba botas estilo New Rock que parecían pesadas, aunque ella movía de forma inquieta el pie que colgaba por encima de su otra pierna, como si estuviera descalza. Miraba fijamente el teléfono mientras se mordía la uña del pulgar cuyo esmalte negro empezaba a ser un simple recuerdo.
    El teléfono sonó, retumbando en el eco de la habitación. Algún animal se despertó sobresaltado de su siesta y puso en práctica el noble arte de: «Me voy antes de que algún graciosete decida que quiere practicar su puntería conmigo».
    —¿Diga? —preguntó la mujer. Su voz sonaba terriblemente afónica, pero no porque hubiera decidido bailar desnuda bajo una tormenta en invierno o porque hubiera decidido pescar un leviatan en el polo norte (cosas que en realidad sí que hizo), sino porque su voz era así, parecía que alguien le estuviera cogiendo las cuerdas vocales con una mano mientras miraba aburrido el reloj de la muñeca contraria.
    —Veo que has llegado a tiempo —respondió una voz masculina al otro lado de la línea. Era una voz normal y corriente, cuyo único mérito era sonar demasiado común.
    —He hecho lo que me pediste.
    —Bien, bien.
    —He matado al niño, he cambiado el futuro y tu amo no tendrá que preocuparse por el suyo.
    —Estupendo.
    —He robado el amuleto, el castillo está indefenso, su barrera mágica ha desaparecido.
    —Genial.
    —Me he acostado con la reina.
    —Fantásti… espera, ¿qué?
    —Un polvo rápido.
    —¿Y el rey?
    —No, no me van los tíos.
    —Digo que si se enteró.
    —Bueno, digamos que se quedó a mirar.
    —¿Te tiraste a la reina con el rey delante?
    —Me daba pereza arrancar el arpón de su pecho que le mantenía clavado a la pared. A la reina no le importó, creo que se volvió un poco más fogosa a partir de que clavara a su marido. Será por la demostración de fuerza bruta y esas cosas.
    —No se te pidió que te acostaras con la reina.
    —No, eso fue iniciativa propia.
    —Tampoco se te pidió que mataras al rey.
    —Tenía que hacerlo.
    —¿Y eso por qué?
    —Joder, me apetecía un montón.
    —¿Te parece razón suficiente para matar a un monarca?
    —¡Y tanto! Siempre he hecho lo que me ha apetecido y lo que no, pues no. Por ejemplo: ¿me apetece zumbarme a la reina? Pues si ella quiere me la zumbo, ¿me apetece atravesarle el pecho al rey con un arpón de pescar? Pues arpón que te crió. ¿Que de repente considero que me estás hablando con poco respeto y me apetece ir a donde estás y reventarte la cabeza con el auricular del teléfono? Pues bueno, de momento no me apetece, pero si quieres puedes seguir por este camino y descubrimos qué tal va.
    —¿Me estás amenazando?
    —Yo no amenazo, yo hago promesas y soy mujer de palabra.
    —Voy a pasar por alto esta insolencia, pero solo porque el amo cree que eres útil.
    —Puedes hacer con mi insolencia lo que te salga de las pelotas, pero la promesa sigue en pie, no me toques mucho el higo, no vaya a ser que se me antoje cortarte las manos y abofetearte con ellas mientras te digo: «¡No te pegues a ti mismo!». Pero como iba diciendo… niño muerto, amuleto robado, casquete real, rey muerto… me dejo algo… ¡ah, sí! Me he apuntado a un club de lectura.
    —¿Y eso qué tiene que ver?
    —Nada, pero me pillaba de paso. Unos chavales, jovenzuelos ellos, dicen que se reúnen el primer domingo de cada mes y comentan una lectura. ¡Este mes toca el Necronomicón! Me lo he leído unas chorrocientas veces, pero joder, me enganchan las comedias.
    —Bien por ti. Ahora voy a encomendarte otra misión.
    —Dale caña, soy toda oídos.
    —Hay un tipo que ha robado al amo.
    —Secuestrado.
    —¿Eh?
    —A las personas no se las roba, se las secuestra. Créeme, sé de lo que hablo.
    —No me refiero a que haya robado al amo, sino que le ha robado.
    —Ay, chico, como no te expliques mejor…
    —¡Que le ha robado, cojones!
    —¿Para qué querría alguien robar cojones?
    —¿Te estás quedando conmigo?
    —Ya te he dicho que no me van los tíos.
    —A ver… hay un tío, ¿sí?
    —No lo sé, tú sabrás.
    —¡Lo hay!
    —Vale.
    —Pues ese tío, que conoce al amo, ha entrado en su casa.
    —¿En la casa del tío o en la de tu amo?
    —¡Si fuera en la casa del tío no tendría sentido que te lo contara! ¡Ha entrado en casa del amo! ¿Hasta ahí me entiendes?
    —Dale, estoy en racha.
    —Vale. Pues después de entrar en la casa (la del amo), se ha llevado algo muy valioso.
    —A tu amo.
    —¡No! Se ha llevado una joya, bueno, es más que una joya, es un orbe mágico.
    —¡Aaaaaaaah! Vale, vale, entonces el tío le ha mangado algo a tu amo.
    —¡Premio!
    —Haber empezado por ahí. Y ese orbe mágico, ¿es muy mágico?
    —No sé cómo se cuantifica eso.
    —Pues a ver, ¿es mágico nivel: «¡Ooooooh, me ha sacado una moneda de la oreja!» o es mágico nivel: «¡Ooooooh, me ha sacado el corazón por la oreja! ¡Y todavía late!»?
    —Mágico nivel: «¿Esa luz que se hace cada vez más grande es una explosión que va a arrasar la Tierra? Mierda, parece que sí lo es».
    —Tan mágico, ¿eh? Joder, ¿y dónde tenía ese orbe tu amo?
    —En el cajón de los calzoncillos.
    —Pues a no ser que fuera el cajón de los calzoncillos usados, no creo yo que sea el mejor sitio para guardar un orbe mágico de ese nivel.
    —¿Quién se iba a imaginar que alguien iba a ser tan idiota de intentar entrar a robar en casa del amo?
    —No sé si es idiota, lo que sí sé es que no ha intentado robar en casa de tu amo, lo ha conseguido. Un orbe mágico nivel: «¿Esa luz que se hace cada vez más grande es una explosión que va a arrasar la Tierra? Mierda, parece que sí lo es», ¿recuerdas? Lo has dicho tú, no yo.
    —Lo que sea. Tu misión es buscar al tío, encontrarlo y matarlo.
    —Vale, Liam Neeson.
    —¿Eh?
    —Nada, cosas mías. Yo me encargo del tío del orbe. ¿Alguna recomendación?
    —Sí. Si ves que el orbe brilla y se vuelve rojo, corre. Corre y no mires atrás y cuando creas que has corrido lo suficiente, corre más. Si llegas al borde del mundo, salta, no te lo pienses. Es posible que mueras, pero será una muerte menos dolorosa que la que te espera si te alcanza la explosión.
    —Luz roja. Salir cagando leches. Borde del mundo, saltar. Lo tengo. ¿Algo más?
    —Sí, tengo una pregunta.
    —Dispara.
    —¿Qué tal el sexo con la reina?


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