
Primasgenias. Imagen libre de licencia: Pixabay.

LA PUERTA SE ABRIÓ Y ODRI ENTRÓ tambaleándose. Su esposa Yolín corrió hacia ella y la sujetó antes de que se cayera al suelo. En parte por amor y en parte porque el señor de la limpieza acababa de limpiar el apartamento y se ponía un poco impertinente cuando le pisaban lo fregado. Pasó la cabeza bajo la axila de Odri y le ayudó a llegar hasta el sofá.
Odri se tumbó con un quejido más propio de una señora de ochenta años que de una joven de treinta y cinco. Estaba sudando, la camisa adherida al cuerpo y el pelo mojado.
—¡Santa Diosa! ¡¿Qué te ha ocurrido, cariño?! —preguntó Yolín.
—No te lo puedes imaginar, amor mío —respondió Odri.
Yolín le acercó un vaso de agua, pero Odri lo rechazó y le pidió algo más fuerte.
—Ponme un güiscola, por favor. Necesito un trago.
Yolín corrió al mueble bar y le sirvió un pelotazo que Odri casi se bebió de un trago.
—¿Me vas a contar qué ha ocurrido, Odri? Llevas una semana fuera, en esa maldita expedición y ahora llegas… así.
Odri acarició la mejilla de su esposa. Diosa, qué guapa que era, sobre todo comparada con las criaturas que había visto.
—Conseguimos cruzar a la dimensión Mustia, mi amor —empezó a contar Odri—. Esa cabrita de Franchesca lo consiguió. Pudo estabilizar el portal y simplemente cruzamos. Fuimos Ceo, Macsgüel y yo, mientras Franchesca nos esperaba a este lado. Pensábamos que iba a ser ir y volver, pero cuando estábamos en el otro lado, el portal se cerró dejándonos en la dimensión Mustia.
Odri hizo una pausa para terminarse el güiscola y le pidió otro. Yolín cogió el vaso y lo dejó en el suelo. No se movió, se quedó allí, arrodillada, sujetando la mano de su esposa.
—Perdimos el contacto. Esa dimensión tiene problemas serios de cobertura. Había WiFi, pero te pedían acceso a tus redes sociales para conectarte. Ya sabes lo que pienso de eso, cariño. No me gusta aceptar ese tipo de condiciones. Lo siento, me estoy desviando. Hubo un sonido… ¿sabes cuando estás aspirando y el aspirador succiona una cortina? Pues ese mismo sonido, multiplicado por diez. Un centenar de puntos luminosos se dibujaron en la oscuridad. Porque créeme, cariño, si algo hay en la dimensión Mustia es oscuridad. Creo que la crean allí y la exportan al resto de dimensiones. El caso es que nos rodearon esos puntos de luz y Macsgüel preguntó qué cojones eran esas cosas. Ceo se lo quedó mirando, porque Macs le miraba a elle, y le dijo: «¿Cres que soy adivine?». Pero daba igual lo que Ceo fuera, porque una de esas luces empezó a agrandarse. ¿Sabes lo más curioso, mi amor? Que luego nos dimos cuenta que no se estaba agrandando, sino acercando. Se acercó hasta que la tuvimos a poco más de dos metros. Era una criatura espectacular, alta, mucho más alta que Ceo (y ya sabes lo alte que es). Tenía una cabeza redonda de la que brotaban varios apéndices que parecían dildos. En el centro de la cabeza tenía un orificio del que salía esa luz y del que también emergía el sonido de aspiración de cortina.
Yolín cogía con tanta fuerza las manos de Odri que escuchó como sus huesos crujían. Aflojó el amarre y le besó una de las manos. Tenía lágrimas en los ojos.
—¿Qué ocurrió entonces?
Odri bufó con sorna.
—Pasó lo que era de esperar. El idiota de Macsgüel se encaró con la criatura. Le dijo: «¡Eh, tú!», y luego: «¡Sí, tú!», y le añadió: «¡Te estoy hablando a ti!». Ceo le cogió del brazo, pero Macs estaba desatado. Ya sabes cómo es… era ese idiota. El ser abrió el orificio de su cabeza y se venció hacia delante. La mitad superior de Macsgüel desapareció y sus pies se alzaron del suelo cuando la criatura se irguió. Macs gritaba y pataleaba, pero poco a poco fue succionado por aquella cosa. Vimos su forma circulando por el esófago del ser. Luego la criatura eructó y tuve tentaciones de decirle: «Salud».
—¿Qué hiciste entonces? —preguntó Yolín, que había ido al mueble bar a prepararle otro güiscola a Odri y un güis a secas para ella.
—Sé lo importante que es para ti tener buenos modales, mi amor, pero no le dije salud. Cogí la muñeca de Ceo y corrimos. Gritábamos, llamando a Franchesca, pero sabíamos que era inútil. Solo nos quedaba esperar a que abriera de nuevo el portal.
—¿Cuándo fue eso, Odri? —dijo Yolín arrugando la cara al tragar el güis sin cola.
—Hace cinco días exactos. Hemos estado en la dimensión Mustia desde entonces.
—¡Es terrible! ¿Cómo está Ceo?
—Ceo está bien…
—Menos mal…
—Perdió la cabeza, eso sí, pero la chabeta es algo que puedes recuperar, la vida, en cambio…
—¿Cómo sobrevivisteis durante cinco días en ese infierno? ¡Debió ser horrible!
—A decir verdad, cuando te acostumbras no se está tan mal.
Yolín ya bebía directamente de la botella.
—¿Estás de broma?
—No, claro que no. La dimensión Mustia es un sitio espectacular para ir de vacaciones. Sus habitantes, las diosas primasgenias, están deseando recibir más visitas. Una de esas criaturas nos habló. ¡Directamente al cerebro! Impresionante, mi amor. No te haces una idea. Es una sensación extraña que una voz suene en tu cabeza sin pasar primero por tus oídos, pero cuando superas la primera impresión, resulta de lo más funcional. Total que esa criatura nos explicó que se llamaban vidocs y eran hijas de la diosa primagenia Pachuli, a la que conocimos dos días después y nos impresionó. Es alta como un edificio (quizá más), tiene cabeza de sepia, con sus tentáculos donde debería estar la boca, alas de murciélago y cuerpo de mujer muy musculada aunque con barriga cervecera.
Yolín estaba espantada y, sin darse cuenta, se había bebido casi la mitad de la botella de güis sin cola.
—¿Diosas primasgenias? ¿vidocs? ¿Pachuli? ¡¿De qué coño hablas, Odri?!
—¡Hablo de la oportunidad de nuestras vidas, cariño! ¿No lo ves? Podemos ir a vivir a la dimensión Mustia y ser felices. Nos llevaríamos a Ceo, le pobre ha quedado bastante tocade, porque una vidoc le quiso enseñar las diapositivas de sus últimas vacaciones directamente en el cerebro, pero resulta que los cerebros humanos no aceptan el formato de imagen de las vidocs. La diosa Pachuli me prometió que si llevaba bastantes humanos a la dimensión Mustia, me pondría una mansión en la zona alta del mejor barrio. —Odri se incorporó y sujetaba los hombros de su esposa con ambas manos—. ¿Lo has oído, cariño? ¡Nuestra propia mansión! Se acabó vivir de alquiler.
Yolín se sacudió las manos de Odri y se levantó.
—¡¿Te has vuelto loca?! ¡Esa… esa monstruosidad te ha lavado el cerebro!
—¡Eeeeeepa! Cuidado con lo que dices de mi diosa, ¿eh?
—¿Tu diosa? ¡¿Tu diosa?! ¡¿TES ESTÁS ESCUCHANDO?! ¡Antes tu diosa era yo!
—¡No blasfemes! —Odri estaba roja de rabia—. ¡Sabía que iba a pasar esto! ¡Pachuli me lo advirtió! ¡Eres igual que Franchesca y si no tienes cuidado acabarás como ella!
—¿De gué hablash? ¡HIP! —preguntó Yolín. A la botella ya solo le quedaba un cuarto de bebida—. ¿Gué ha pashado gon Fran… gon Fran… gon Francheshga? ¡HIP!
—Cuando consiguió abrir el portal y regresamos de la dimensión Mustia le dije lo mismo que a ti. Le ofrecí venir a vivir al mismo barrio que nosotras, pero se puso tiquismiquis. Empezó a sermonearme, a decirme que la diosa Pachuli se había metido en mi cabeza, a decirme lo horrible que era que Macsgüel hubiera muerto. ¡Dijo que iba a destruir el portal para que nadie más pudiera entrar! ¡Para que nada más pudiera salir! No podía permitirlo, Yolín. Le maté. Le partí la cabeza con una llave inglesa.
—¡Nooooo! ¡HIP! ¿En sherio? ¿La gabesha? —dijo Yolín a sus dos esposas. En realidad era una, pero ya la veía doble.
—¡Sí!
—Gon lo bodita gue denía la gabesha…
—¡Escúchame! No pienso permitir que nadie se interponga en mi camino. Voy a vivir en esa maldita mansión y voy a servir a la diosa Pachuli. Te lo pregunto por última vez, mi amor, ¿vienes conmigo o te quedas en tierra?
Odri estaba muy cerca de Yolín. Le había cogido por los hombros de nuevo, pero ahora apretaba de más. Sus ojos emitían un brillo y se dio cuenta de un detalle, desde hacía rato Odri no estaba moviendo los labios al hablar, la voz desquiciada de su esposa sonaba directamente en su cabeza. Aunque también podía ser porque estaba un pelín borracha.
—¡CONTESTA!
Yolín sintió una punzada de dolor atravesándole de sien a sien. Alzó el brazo y golpeó a Odri en la cabeza con la botella vacía.
Odri cayó al suelo del apartamento y este se llenó de sangre. Yolín rompió a llorar, en parte por amor, en parte porque el güis sin cola le sentó regular y en parte porque el señor de la limpieza iba a ponerse como una furia cuando viera ese charco de sangre oscura y el otro, de vómito, que estaba a punto de aparecer. ■