Las tres palabras 27: Ascenso divino

En la imagen vemos a una joven estudiante en el aula. Está escribiendo y sus compañeros hacen lo mismo. El relato se titula: Ascenso divino.

Ascenso divino. Imagen libre de licencia: Pixabay.

Ascenso divino es un relato de fantasía cómica perteneciente a «Las tres palabras», una sección dentro de «Juegocuentos». En ella haré relatos incluyendo tres palabras que pediré a las seguidoras/es de mi cuenta de Twitter.


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Palabras a añadir:


(Pulsa en cada palabra para acceder a la cuenta de Twitter de la persona que me la propuso)


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EL DÍA DE LA PRUEBA LLEGÓ y Basil estaba más emocionada que nerviosa. Había estudiado de sobras y, para ella, aquellos exámenes2 estaban chupados. Intentaba disimular, porque sus dos amigas, Tármeric y Chaim, estaban histéricas. No habían estudiado lo suficiente, vieron más urgente ir a la dimensión Dragón a ligar con unas reptilianas que prepararse para uno de los momentos más importantes de sus vidas. La ascensión divina. De ese día dependía que se convirtieran en diosas o no. Basil iba a por todas, quería abandonar su nombre mortal y adoptar el de Osore, diosa del miedo.
      —¿Quién creéis que nos evaluará? —preguntó Basil con voz temblorosa mientras caminaban por los pasillos de la universidad Celestial.
      —¡Pff! A saber, seguro que nos toca una de las diosas más cabronas —sentenció Chaim—, Chetsubo, o alguna de esas.
      Chetsubo era la diosa de la desesperación, una de las diosas de tercera, hija de Zenso, diosa de la guerra y de Kiquín, diosa del hambre, nieta de la grandísima Sacsé, la diosa creadora.
      —A mí me haría mucha ilusión1 que nos evaluara Tanosi, es muy divertida —apuntó Tármeric.
      —No entiendo cómo te hace gracia —dijo Chaim dándole una palmada en el hombro a Tármeric—. Sí, vale, es la diosa de la diversión y todo eso, pero se pasa el día inventando chistes malos.
      —¡Pero si son buenísimos! A ver este: ¿Sabéis qué pasó con el ogro que intentó invadir la ciudad? —Tármeric esperó a que sus amigas le dieran pie para gritar—: ¡que no lo logró! ¿Lo pilláis? No lo l(ogró). ¡Porque es un ogro!
      Tármetic se detuvo, se venció hacia delante y empezó a palmearse el muslo mientras se carcajeaba. Basil y Chaim se la quedaron mirando y no pudieron evitar sonreír. El chiste no les había hecho gracia, pero Tármeric siempre conseguía arrancarles una sonrisa.
      Llegaron a la sala de evaluación, tomaron aire y Basil abrió la puerta. Siempre había sido la más decidida de las tres.
      Cuando entraron se encontraron de frente con una capucha negra cuyo interior era una espesura negra como la noche, sobretodo si esa noche alguien te ha cubierto la cabeza con un saco y ha decidido llevarte a un sitio donde luego pedirá un rescate por ti.
      —Muerte —dijeron las tres al unísono.
      Basil sonreía y se tuvo que contener para no pedirle un autógrafo a la diosa, pero Tármeric y Chaim suspiraron. La cosa se ponía fea para ellas.
      —Basil Letus, Chaim Garrot y Tármeric Lik —dijo la Muerte con una voz que invitaba de forma educada pero imperativa a que te arrancaras los oídos y luego te golpearas la cabeza contra una pared—. Entrad y tomad asiento, el examen está a punto de comenzar.
      Basil hizo una reverencia, luego se sintió estúpida. Es una de esas cosas que haces sin pensar y luego estás una semana reprochándotelo mentalmente, como cuando el camarero te trae la comida, te dice: que aproveche y tú, en vez de agradecérselo, le dices: igualmente.
      —¡Sabe cómo nos llamamos! —susurró Chain tras Basil.
      —Es la Muerte —informó esta—, sabe cómo se llaman todos los seres vivos del muchiverso. Es un poder que comparte con Sacsé, la diosa creadora y con Santa Claus.
      —Ah, claro…
      A Basil le supo un poco mal haber desilusionado a su amiga, pero ahora tenía que concentrarse en las preguntas del examen.
      Se sentaron en sus respectivas mesas, se miraron y se desearon suerte con los dedos pulgares hacia arriba. Bueno, Basil deseó suerte a sus amigas, las otras dos se limitaron a desear no tener mala suerte. Con eso ya se daban con un canto en los dientes.
      —¡SILENCIO! —gritó la Muerte. Las estudiantes, unas veinte, se taparon los oídos y apretaron los dientes—. ¡Hoy os enfrentáis al examen de vuestras vidas! ¡Podréis convertiros en diosas rasas o seguir con vuestras vidas mortales hasta que vaya a veros dentro de… cinco meses seis días diez horas veinte minutos y diez segundos! —Esto último lo dijo mirando a una estudiante muy alta que estaba destinada a morir atragantada por un tentáculo3 de primigenio con mucho pimentón y acompañado de patatas cocidas.
      La Muerte le dio un fajo de folios a una estudiante, ella cogió uno y le dio el fajo a la de su lado, que hizo lo mismo. La cadena se alargó hasta que todas tuvieron el examen sobre la mesa.
      —¡No tenéis permitido mirar el examen hasta que yo lo diga! —Alguna giró el papel de golpe, como si le hubieran dado un latigazo en la espalda y sonrió incómoda—. ¡Os recomiendo que os toméis esto con la máxima seriedad! ¡Miraos! —las estudiantes se miraron. Unas cuantas se giraron en la silla para mirar a las compañeras que tenían a sus espaldas—. ¡Entre vosotras están las futuras diosas del Muchiverso! ¡Podéis girar el examen, tenéis dos horas!
      La Muerte se sentó en una silla cómoda. Demasiado para ella. Puso los pies sobre el gran escritorio de madera verde, colocó las manos descarnadas en la nuca de la capucha y se preparó para una siesta de dos horas.
      Basil miró las preguntas y sonrió. ¡Se las sabía! La primera parte era un examen psicotécnico, con preguntas como: «Si un mortal renegara de tu existencia A. Lo aniquilarías, B. Le perdonarías la vida o C. Ninguna de las anteriores, porque únicamente la Muerte y la diosa Creadora tienen derecho a tomar esas decisiones, yo solo seré una diosa rasa y por debajo mío solo estará el dios invitado Flóser, también conocido como El Último Mono».
      Marcó la C y saltó a la siguiente pregunta. Tuvo tentaciones de alzar la mirada de la hoja para ver cómo le iba a sus amigas, pero le dio miedo que la Muerte se pensara que estaba copiando. Si todo iba bien —y todo apuntaba a que iría bien—, Basil iba a poder cumplir su sueño de convertirse en la diosa del miedo. Osore, antes conocida como Basil Letus, diosa rasa del Muchiverso.

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