

LA PRUEBA, DE LUCY VALIENTE
LAS TRES mujeres llevaban horas caminando. Por fin, vislumbraron entre los árboles la radiante luz que delataba su objetivo. Frente a ellas, sentado sobre un trono de roca y musgo, se alzaba una criatura inmensa mitad hombre mitad venado, con los ojos negros y brillantes como la obsidiana pulida. Sintieron todas un profundo miedo, tan profundo como la mirada que aquel ser les asestaba, pues ninguna de ellas estaba a salvo en realidad. No allí, no en el reino más salvaje, donde los ríos fluyen libres y los arbustos se entrelazan, donde corren las ninfas y mueren los inocentes. La intrusa sería juzgada con idéntica crueldad, pues al final, solo el rey conocía el destino de cuantos se adentraban en sus dominios. Solo él decidía si eran dignos o no del aire que respiraban, del agua que bebían y de la tierra que pisaban. Solo él podía decidir si seguían mereciendo la vida, después de haberla despreciado al penetrar en tan peligroso lugar.
Pero si superaban la prueba, si el rey veía suficiente valor en el corazón de quienes se presentaban ante él, un deseo era concedido. El afortunado podía pedir lo que quisiera para quien quisiera, y eso era precisamente lo que había atraído a la intrusa y lo que sus captoras pretendían conseguir al entregarla. La mujer se limitó a clavar sus ojos en la criatura con desafío, mientras trataba de aplacar con voluntad un interior que bullía anhelante por considerar que el ruego la disgustaría, y sus captoras, convencidas de que sus actos merecían retribución, solo aguardaron en silencio el veredicto. El rey mantuvo la quietud y su mirada un poco más, y entonces levantó su cayado un par de palmos y golpeó el suelo con él.
Durante varios segundos, eternos, nada pasó, hasta que cada una de las mujeres se dio cuenta de que estaba sola. Las otras dos habían desaparecido y, al fijarse un poco más, tampoco se hallaba su juez. Ni siquiera había bosque que los rodease ni cielo que cubriera sus cabezas, solo una superficie tan negra y brillante como los ojos que las habían observado. En ella, a gran velocidad, empezaron a sucederse imágenes familiares que les provocaron dicha y sufrimiento, hasta arrebatarles las lágrimas que recorrieron sus rostros y cayeron sobre todos aquellos recuerdos, contándoles sin palabras cuál sería su destino. Aun así, se resistieron, ansiaron oírlo de la criatura, pero esta no les hablaría hasta que hubieran concluido la prueba, no hasta que se hubieran enfrentado a sí mismas y hubieran aceptado que su pregunta, en realidad, solo podían responderla ellas.
Al final, dos enloquecieron antes de asumir la verdad. La tercera, absolutamente tranquila y clara su vista, miró al rey y el rey la miró a ella, a la intrusa, a quien estaba allí no por su persona sino por alguien a quien amaba. Una hija que no llegó a nacer y se llevó consigo a su madre, arrancando también parte de ella, una parte tan grande que la intrusa había llegado a pensar que también se había ido. Al menos, lo había deseado con todas sus fuerzas. Lo había hecho. Porque en esos momentos, lo único que quería hacer era abandonar aquel lugar para no volver. Entonces, escuchó un nombre que conocía pero que no podía recordar. ¿Era su nombre? Lo escuchó de nuevo, y lo siguió incansablemente hasta que volvió a ver la luz. Y tras ella, aparecieron los lechos eternos de su familia, la tierra de su hogar, la razón por la que, precisamente, seguiría viviendo.

Devorando las historias de los demás, me di cuenta de que quería escribir las mías propias. Había cosas que quería decir y cosas que me habría gustado leer. Historias que nadie contaba, no al menos como a mí me habría gustado que lo hicieran. He estudiado Historia del Arte y me estoy preparando las oposiciones para ser profesora de Geografía e Historia, y lo compagino como puedo con mi pasión por la escritura, en especial la Romántica y la Fantasía. |