Microficciones 216: Si estás, responde

En la imagen vemos a una anciana frente a un espejo, pero no se está mirando, mira hacia la derecha de la imagen, algo fuera de plano. La mujer tiene el pelo cardado y debe tener unos ochenta años. El título del relato es "Si estás, responde".
Si estás responde. Imagen libre de licencia: Pexels.
Si estás, responde es un relato de terror cómico perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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TODAS LAS noches escuchaba el mismo ruido dentro de las paredes, sonidos de rasguños, lamentos y conversaciones que solo fueron comprensibles cuando llegó el equipo de Cazadores de lo paranormal, el programa de televisión. Pusieron micrófonos por toda la casa, algunos adheridos con cinta adhesiva a las paredes donde doña Eufrasia decía escuchar mayor actividad.
      Doña Eufrasia era una mujer de unos ochenta años, con la piel tersa para su edad, el pelo encrespado y gris, y unos ojillos que casi parecían cerrados. Llevaba pendientes de perlas sintéticas y un colgante en el cuello con una medalla de la virgen del Rosario. Vestía de negro por la muerte de su esposa cinco años antes. Era un mujer despierta, curiosa y nunca daba bastonazos a nadie que no se lo mereciera.
      El líder del equipo de Cazadores de lo paranormal se acercó a ella. Era un tipo nervioso, con modales fingidos. En sus ojos azules podía verse la codicia y, si te fijabas mucho, incluso podías ver que se le dibujaba el símbolo del euro en las pupilas.
      —¡Pues ya está todo listo, señora! —dijo el presentador alzando la voz.
      —Soy vieja, no sorda. ¿Ahora qué ocurrirá?
      —Tenemos que esperar a que la o las presencias se pongan en contacto con nosotros.
      —¿Y luego?
      —Depende.
      El tipo se alejó para atender a uno de los técnicos.
      Doña Eufrasia se lo quedó mirando y suspiró, no conseguía entender como aquel hombre había conseguido hacerse tan famoso.

      La noche llegó y doña Eufrasia, que se había quedado dormida en su butaca, se despertó al escuchar el ruido de las paredes. Se levantó del asiento y fue hacia el presentador.
      —Oiga. —El tipo estaba sentado en el suelo, dormido, con la cabeza apoyada en sus antebrazos, sobre las rodillas flexionadas—. Joven… ¡JOVEN!
      —¡NO SOY UN TIMADOR! —gritó él como el alumno que responde al azar a una pregunta que el profesor le ha formulado mientras echaba una cabezadita.
      —Joven, han empezado los ruidos —dijo doña Eufrasia ignorando al presentador.
      Él se levantó y se acercó a la pared. Realmente se escuchaban arañazos. Parecía que alguien intentara salir del hormigón. Pegó la oreja a la superficie estucada y esperó. Se apartó, cogió una grabadora con micrófono y se acercó de nuevo a la pared mientras se colocaba los auriculares.
      —¡¿Hay alguien ahí?! —preguntó. Doña Eufrasia se lo quedó mirando con desconfianza—. Me dirijo a la presencia o presencias que habitan en esta casa. Si estás, responde.
      El presentador acercó el micrófono a la pared y esperó. Se escuchó algo parecido a una voz.
      —No tengas miedo. Estamos aquí para ayudarte a cruzar al otro lado. Comunícate conmigo.
      En la sala empezó a hacer frío y en las paredes los arañazos dieron paso a golpes. La voz gritó algo que nadie consiguió entender. Acto seguido todo terminó: la temperatura se reguló, los golpes en las paredes desaparecieron, junto con los arañazos y la voz. Solo se escuchaba el castañeo de los dientes del presentador y su equipo.
      El tipo corrió a la mesa, se sentó y rebobinó la grabación. Le dio al play y la voz empezó a sonar de nuevo.
      —¡Ajeiv al! —decía—. Ajeiv al noc odadiuc —continuó—. ¡ajeiv atup al!
      El equipo se miró, no para buscar apoyo sino para ver si alguien había entendido una sola palabra.
      —¿Alguien habla espirités? —preguntó el presentador.
      —Ni siquiera creo que eso sea un idioma —respondió el cámara.
      —Pon la grabación al revés —añadió el técnico de sonido, que se sentía cómodo en ese terreno—. Lo he visto en algunas pelis.
      El presentador asintió con gesto aprobador y obedeció. Cuando reprodujo la cinta la voz empezó a hablar en español.
      —¡La puta vieja! —decía—. Cuidado con la vieja —continuó—. ¡La vieja!
      El equipo de Cazadores de lo paranormal se miró, luego el técnico de sonido echó la vista hacia su espalda y preguntó:
      —¿Dónde está la vieja?
      Los otros dos se giraron y el presentador empezó a sentirse incómodo.
      —¡¿Viej… señora?!
      Se escuchó el sonido de una cerradura y luego una risa de esas que nadie quiere escuchar después de una sesión de psicofonías. A ambos sonidos le siguió el de algo pesado y metálico siendo arrastrado por el suelo. En el salón entró doña Eufrasia con un hacha que no parecía diseñada para cortar un trozo de tarta de queso para acompañar el café.
      —¡Señora! —dijo el presentador con una voz demasiado aguda como para intentar disimular el miedo—. Eso parece muy pesado… suéltelo antes de que se haga daño.
      El hombre se acercó a la anciana y en menos de lo que se tarda en decir Ouija, ésta alzó el hacha y le rebanó la cabeza a la altura de la nariz. Un chorro de sangre salió despedido, dejándolo todo perdido: el techo, las paredes llenas de micrófonos y el pelo cardado de la mujer. Los otros dos hombres lanzaron un grito y salieron corriendo hacia la puerta. Una de esas cosas instintivas que hacen las personas bajo la presión del miedo a que una vieja psicópata te confunda con el tronco de un abedul. Doña Eufrasia se relamió, sonrió y se acercó al cámara y al técnico de sonido, arrastrando el hacha por el suelo encharcado. Después solo tendría que esperar a que sus espíritus se manifestaran para llamar a los siguientes cazafantasmas estafadores.

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