Al tema 8: Vuelta al trabajo

Una anciana viaja en bus o en tren (no se distingue) y mira por la ventana, sonriendo. La mirada está dirigida hacia arriba, quizá hacia el cielo. El relato se titula: "Vuelta al trabajo".
Vuelta al trabajo. Imagen libre de licencia: Pexels.

Vuelta al trabajo es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a «Al tema», una subsección dentro de «Juegocuentos», en la que escribiré un relato inspirándome en un tema generado automáticamente por las aplicaciones de Android What to Draw?, que podrás descargar de forma gratuita en Google Play entrando aquí, y la aplicación Art Prompts, que podrás descargar de forma gratuita en Google Play entrando aquí.

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Tema a utilizar:


Captura de pantalla de la aplicación What to Draw en la que me sugiere el siguiente tema para mi relato: "Una superheroina retirada necesita volver a la acción para salvar la ciudad".
Captura de pantalla de la aplicación What to Draw.
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SI ESTO fuera una película y me vieras volando, con mis ochenta años, esquivando lásers salidos de los ojos de un tipo de piel púrpura, bajito y cabezón, que también vuela, podría decirte la frase: «Quizá te preguntes cómo he llegado a esta situación».
      Mi nombre es Leovigilda Rubio Morales, aunque en otro tiempo fui conocida como Damágica, una superheroína perteneciente a la ya disuelta A.P.A., Asociación de Poderes Acojonantes. Mis superpoderes provienen de una dimensión paralela a la nuestra, una dimensión llamada Kat’aluj nek mah yokata, que en castellano significa Dimensión paralela a otras dimensiones.
      Como te he comentado tengo la friolera de ochenta años, hace veinte que estoy jubilada, me gusta viajar en aerotrén y ver el paisaje por las ventanillas. Quizá si no me gustara no estaría metida en esta persecución de locas, quizá si no hubiera mirado a través de la ventanilla del aerotrén no habría visto a este psicópata púrpura atravesarle el pecho a Calvoman, el superhéroe más querido por la gente, con sus láseres. Cuando lo vi no tuve tiempo de reaccionar, me levanté del asiento, pedí a quien estaba a mi lado que me dejara pasar, él se movió unos milímetros, me miró con mala cara y pasé como pude entre él y el asiento delantero. No me siento orgullosa, pero mientras pasaba, casi restregándole mi culo por la cara, dejé caer un gas, luego le miré y le dije: «Ay, lo siento, hijo, a estas edades una ya no retiene» y me fui. Le pedí a la conductora que abriese la puerta y me dijo que no podía hacerlo, que tenía que esperar a llegar a la estación. «Señora, siéntese», me soltó la muy cabrona. Podría haberla desintegrado, podría haberle convertido el corazón en una rana, pero con los años he aprendido a no matar a los idiotas. Le pasé una mano por la cara y lancé el conjuro: Ábreme la puerta o saco el páncreas por las fosas nasales, sus ojos emitieron un impulso de luz, pulsó un botón y las puertas se abrieron. Salté y lancé el conjuro: Espero acordarme de cómo se vuela, porque no quiero acabar hecha papilla contra el suelo y eché a volar hacia donde había caído Calvoman. Aterricé, me arrodillé, ignorando los múltiples crujidos de mis extremidades y miré si estaba vivo. Calvoman abrió los ojos y me miró a través de sus gafas de pasta negra. Tenía perilla y vestía un traje ajustado a un cuerpo fofo, a la altura del pecho le colgaba la Gema de la Calvicie, su fuente de poder, normalmente brillante, pero ahora opaca.
      —Tú eres Damágica —me dijo con un hilo de voz.
      —Sí, soy.
      —Eres mi fan. Digo… yo soy tu fan.
      —Intenta no hablar, Calvoman.
      —Llámame Chorrilla —dijo él entre toses sanguinolentas—, siempre he querido que alguien me llame Chorrilla.
      —Estás delirando, Calvoman.
      —Chorrilla…
      —No pienso llamarte así. ¿Qué puedo hacer por ti?
      —¿Podrías curarme?
      —No… has contraído una enfermedad mortal llamada pecho agujereado por dos láseres letales.
      Era verdad. Entre mis habilidades no estaba la de curar enfermedades como esa.
      —Qué faena. Pues me da que voy a morir. Y yo con estos pelos. ¿Te puedo pedir un favor?
      —No pienso llamarte Chorrilla.
      —No… he perdido toda esperanza. Quiero pedirte que me vengues. Mata al Doctor Joputa.
      —¿De verdad se llama así?
      —No, creo que me dijo que se llama Borjamari, pero hay que ser muy Joputa para atravesarle el pecho a una persona.
      Calvoman tosió, me miró, con lágrimas en los ojos y murió mientras decía sus últimas palabras: «Ay que me da un parraque».
      Grité al cielo un ¡NO!, que seguramente se escuchó en varios metros a la redonda. Si mi vida fuera un cómic, la palabra se habría salido de los márgenes de la viñeta para darle más énfasis. Eché a volar tras el Doctor Joputa, AKA Borjamari y le di un zambombazo. ¡Bimba!, sonó, y el Joputa cayó de bruces al suelo. Cuando se puso en pie me buscó, como John Travolta busca la voz de Uma Thurman en Pulp Fiction y, cuando me encontró, me persiguió lanzando sus láseres por esos ojos chiquitines, de botón viejo, que tiene. El resto ya lo sabes. De momento sigo esquivándole, porque estoy hablando contigo, pero si me das un momento…

Damágica se detiene en seco, dejando de hablar con la gente que le lee, apunta sus dos manos hacia el Doctor Joputa, que se precipita contra ella, y lanza el conjuro: Te vas a cagar, cara ciruela. Un fogonazo de luz sale de las palmas de las manos de Damágica y un milisegundo después, lo único que queda de Borjamari es un ligero olor a chuletón quemado.

Ya está, perdona. Ha sido bastante fácil y la verdad es que no era consciente de lo mucho que echaba de menos esta mierda. Ahora que el mundo se ha quedado sin Calvoman, quizá es un buen momento para mi vuelta al trabajo.

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