Las tres palabras 17: Al carajo

Vemos una montaña muy estrecha, como un pilar rocoso y con vegetación, brotando de la niebla espesa. El título del relato es: Al carajo.
Al carajo. Imagen libre de licencia: Pixabay.

Al carajo es un relato ciencia ficción cómica perteneciente a «Las tres palabras», una sección dentro de «Ejercicios de escritura». En ella haré relatos incluyendo tres palabras generadas automáticamente con esta web.

cenefa2

Palabras a añadir:

NUCLEAR 1
URGENTE 2
DINOSAURIO 3

cenefa2

UNA DE las cosas buenas que tiene el apocalipsis es que no debes preocuparte de dónde has aparcado el coche. Es verdad que hay otros elementos compitiendo por subir al podio de las preocupaciones, pero si nos ponemos en plan negativo esto va a ser un sindiós importante. No hay que pararse a pensar en los mutantes —humanos o animales—, de nada sirve ir por la vida mirando al cielo por si desciende una perdizebra y te descuartiza con sus tentáculos para comerte poco a poco, sabroreándote como si fueras uno de esos platos de alta cocina que consisten en un garbanzo en medio de un plato americano y al que alguien ha tenido las narices de llamar: Pretensión de callos con garbanzos. Hay que ver el lado bueno de las cosas, aunque en la situación actual para ver ese lado debas hacerte visera con la mano y otear el horizonte, por si acaso se ha escondido por allí.
      Vale, es cierto que todo ese tema de los esqueletos de dinosaurio3 danzando y comiéndose al personal entraría en el apartado de: «Vamos a considerar esto unos segundos, ¿podemos cagarnos de miedo ya?», pero si lo piensas desde el lado positivo… ¡son esqueletos! Si te comen, te digieren y vuelves a caer por entre sus huesos. Te sacudes un poco el polvo, miras a tu alrededor por si alguien ha visto algo y sigues tu camino. Solo tienes que evitar que te mastiquen, debes conseguir que te traguen de una pieza. Si te mastican saldrás igualmente, pero puedes ir olvidándote de lo de levantarte, sacudirte el polvo y mirar a tu alrededor por si alguien ha visto algo. Ah, y por descontado, no podrás seguir tu camino, a no ser que se te aparezca la Muerte y te lleve de la manita al otro barrio.
      Pobre Muerte, desde que estalló la bomba nuclear1 está quemadísima. Es normal, estamos cayendo como moscas y en ambos bandos, humanos y mutantes. Ella no puede escoger un lado, tiene que llevarse a los de un bando y a los del otro. Eso sí, parece encantada con los esqueletos vivientes de dinosaurio. «Ya era hora de que un esqueleto os las hiciera pasar canutas de verdad», ha dicho en más de una ocasión. Luego asegura que sigue sin posicionarse a favor de nadie. Te lo puedes creer o no.
      El planeta dejó de llamarse Tierra por votación popular. Todos los habitantes alzamos la mano a favor del cambio de nombre. Bueno, los habitantes cuyos brazos no se desencajaban de su cuerpo cuando intentaban levantarlos. Tierra formaba parte del pasado, de cuando las cosas iban bien, cuando los fósiles daban alegrías a quienes los encontraban y los mutantes eran personajes de cómic. Ahora el planeta se llama Al Carajo. Mucho más apropiado porque, bueno… todo se fue al carajo con la bomba. Fue de las pocas veces en las que tanta gente estaba de acuerdo en algo.
      La niebla se instaló hace años en todo Al Carajo. Una niebla espesa y pestilente que obliga a la humanidad a llevar máscaras de gas. Una niebla que huele tan mal que ya nadie necesita preocuparse de cuándo fue la última vez que se duchó. Es una suerte, porque el agua de las cañerías es ácida y cuando te limpias con ella no solo se lleva por delante la roña, también se lleva piel, músculos y, dependiendo de la duración de la ducha, incluso huesos. La de agua que estamos ahorrando desde que todo esto empezó. Hay que ver el lado positivo, nunca me cansaré de repetirlo.
      Perdí a toda mi familia por culpa de la lluvia ácida. Fue al principio del apocalipsis, aún no sabíamos gran cosa. Un día empezó a llover y mi marido y mis hijos decidieron ir a por provisiones. «No vayáis, está lloviendo», les dije yo. «Venga, mi amor, nadie se ha muerto por un poco de lluvia». Quizá fuera verdad, quizá nadie se había muerto por la lluvia… aún. De ser así podría decirse que mi familia fue una adelantada a su tiempo. El apocalipsis me ha vuelto una cínica y solo puedo pensar en que ahora, desde que sobrevivo sola, la comida me dura mucho más. No te conozco, no puedo verte, pero sé que te acabas de llevar las manos a la cabeza. Seguro que piensas que soy una persona horrible, que cómo puedo decir algo así de mi marido y de mis hijos. Me juzgas, te crees superior a mí, moralmente por encima mío. Lo bueno del cinismo que he desarrollado y de mi forma actual de ver el mundo, es que tu opinión me importa una mierda. Podría decirte por dónde me paso lo que piensas sobre mí, pero te llevarías las manos a la cabeza de nuevo y tendríamos que volver a empezar todo este proceso de me suda el chichi tu opinión. ¿Sabes lo que come un crío durante el apocalipsis? «¡Mami, teno hambe!», gritaba casi llorando a cada momento. ¿La de veces que tuvimos que escondernos y taparle la boca a mi hija para que los mutantes no nos descubrieran? «¿Hemos llegado ya?» decían todos como un mantra absurdo. «¡¿Si hemos llegado a dónde exactamente, hijos míos?!, ¿al fin del mundo? ¡Sí, aquí lo tenéis, gozadlo fuertemente!». ¿Me juzgas por mi forma de ver las cosas? ¡Que te jodan a ti y a tu superioridad moral! ¿Te parezco despreciable? Yo eso lo veo como una bendición: nunca tendré que preocuparme de que parásitos como tú vengan a molestarme. Hay que ver el lado positivo de la vida, ya te lo he dicho. Lo único que puedo beber desde que empezó todo esto son refrescos. Echo de menos el agua, cosa que antes del apocalipsis no probaba. «¿Quieres un vaso de agua?», me preguntaba alguien, a lo que yo contestaba: «¿Agua? ¿Es que te parezco un pez? Ponme una birra». Ahora la cerveza me da asco y los refrescos me saben a azúcar. Agua… tengo la necesidad urgente2 de beber un buen trago de agua. Tanta agua que acabe vomitando, pero el color verde de los lagos y ríos y el color amarillento del agua corriente dejan claro que es mejor no hacerlo. Quizá un día, cuando esté harta de este mundo y de gente como tú que me desea la muerte por no lamentar el hecho de perder a mi familia, me lance al lago más próximo y empiece a tragar agua como si no hubiera un mañana. Mi último placer. El culmen de mi cinismo: muerta por ingesta de agua radioactiva. Sería una buena historia para contar en el otro barrio. Alguien me diría que ha muerto por un ataque de mutante y yo le diría: «Pues yo he muerto porque me he puesto hasta el culo de agua. ¡Hacía años que no bebía hasta saciar la sed por completo! No estaba buena, de hecho sabía un poco como cuando de pequeños poníamos la punta de la lengua en una pila. Pero no importa, no sabía a azúcar ni a cerveza y con eso me basta». Esa será la historia de mi muerte, si sobrevivo a los mutantes y a los esqueletos de dinosaurio me lanzaré a un lago e intentaré drenarlo a tragos. Hay que ver el lado positivo. ¿Tú lo haces? ¿O sigues juzgándome por saborear cada bocado sin tener que preocuparme de que el gorrón de mi hijo me lo pida? ¿Alguna vez te has comido el último trozo de pizza? ¿Reconoces esa sensación?, ¿recuerdas cómo la disfrutaste? Pues ódiame todo lo que quieras, pero eso es lo que siento cada vez que me pongo a comer. Disfruto del último trozo de lo que sea que esté comiendo, lo contemplo, sonrío y luego lo saboreo como si fuera lo más exquisito que he comido en mi vida. Así soy yo y así seguiré hasta que me muera, devorada, masticada o irradiada. Con una sonrisa en la boca y viéndole el lado positivo a mi muerte: ya no tendré que aguantar toda esta mierda.


¡Coméntame o morirá un gaticornio!

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