Al tema 12: La informante

Vemos una mujer sintecho, rumana, está sentada en la acera y tiene en la mano un vaso de papel, de los de café para llevar. A su lado hay un carrito de la compra y hay dos palomas cerca. El relato se titula: La informante.

La informante. Fotografía de: M. Flóser.

La informante es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a «Al tema», una subsección dentro de «Juegocuentos», en la que escribiré un relato inspirándome en un tema generado automáticamente por las aplicaciones de Android What to Draw?, que podrás descargar de forma gratuita en Google Play entrando aquí, y la aplicación Art Prompts, que podrás descargar de forma gratuita en Google Play entrando aquí.

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Tema a utilizar:
Captura de pantalla de la aplicación What to Draw. El tema que propone es "Una superheroína... noir".

Tema propuesto por la APP What to Draw.

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LA SEÑORA Ruxandra estaba sentada en la acera, contemplando a la gente que iba y venía. De vez en cuando le lanzaban una moneda en el vaso de papel que tenía en el suelo frente a ella, cosa que le irritaba profundamente porque cada vez que alguien hacía esa estupidez, tenía que meter los dedos en su caramel machiatto, sacudir la maldita moneda y lanzársela a la cabeza a quien hubiera sido tan idiota como para confundirla con una sintecho.
      Dio un sorbo al café y suspiró de placer. Estaba calentito y hacía frío, era una buena combinación.
      Cerca de ella pasó un perro, éste la miró, alzó la pata trasera y la señora Ruxandra le dijo, no sin cierta amabilidad, que si se le ocurría mearle encima le iba a cortar la polla y se la iba a mezclar con el pienso. El perro no meó, no porque entendiera el contenido de la amenaza, sino porque percibió el tono y el peligro inminente de la misma. Es lo que tienen los perros: un instinto de supervivencia de la leche.
      Un tipo trajeado, con aires de grandeza, estuvo a punto de pisarla, pero la señora Ruxandra le hizo la zancadilla y evitó el pisotón provocando que el hombre se diera de bruces contra una moto que estaba aparcada. El vehículo cayó al suelo justo en el momento en el que su dueño salía de la cafetería, con el casco puesto y enfundándose unos guantes de piel.
      —¡Mi moto! —dijo el tipo del casco.
      —¡Lo siento, ha sido esa hija de…!
      —¡Te mato!
      Ambos echaron a correr y la señora Ruxandra empezó a entonar mentalmente la canción del show de Benny Hill.
      —¿Te diviertes, Ruxandra? —dijo una voz femenina, grave, con marcado acento de Lleida.
      La señora Ruxandra miró a la mujer. La conocía de sobras, así que no le sorprendió encontrarse con una joven alta, musculosa, vestida con lycra amarilla, un culotte rojo por fuera de la lycra y un conjunto de guantes, botas, barretina y antifaz a juego con el culotte. A su espalda se mecía una capa amarilla con cuatro franjas rojas verticales. En el pecho lucía un emblema: era un rombo negro, con las letras VS en rojo.
      —Hola, Vigilante Sardana —dijo sin ninguna emoción la señora Ruxandra—. ¿Cómo estás esta mañana?
      —Rodolí!1 —respondió la vigilante poniendo una voz aguda.
      —Odio cuando haces eso.
      —¡Venga, Ruxandra! Es algo de la infancia, no seas torracollons2, hija.
      —De la infancia dice. Tu infancia y la mía no ocurrieron en el mismo lapso de tiempo. ¿Qué quieres, Vigilante Sardana?
      —Estoy buscando a un galifardeu3 llamado Vicenç Rovell i Llobarro.
      —No me suena —dijo la señora Ruxandra antes de darle un trago a su café.
      —No fotis!4 Conoces a todo el mundo, Ruxandra. Ese tío es muy chungo, trabaja para el Barón Dandi.
      —¿Quién os pone los nombres? De verdad creo que debéis trabajar más en eso.
      —¡¿Lo conoces o no?!
      —¿A Rovell i Llobarro o a Barón Dandi?
      —A tots dos, collons!5
      La señora Ruxandra sonrió, le gustaba sacar de quicio a la gente y se le daba francamente bien. Si sacar de quicio a los demás fuera un arte marcial, la señora Ruxandra le daría capones a Chuck Norris.
      —Claro, niña, yo conozco a todo el mundo.
      La Vigilante Sardana puso una cara que podía significar o bien que estaba hasta la figa o que necesitaba unas gafas con urgencia. Posiblemente lo primero.
      —Ruxana, ¿me puedes decir dónde puedo encontrar a esos dos, si us plau?
      —Pues depende. ¿Vas a comportarte? Es que la última vez que te di un soplo, cinco personas aparecieron muertas, flotando en el río Besòs.
      —Se lo merecían.
      —Les metiste un Espetec tirando a duro por el culo a cada uno.
      —Lo que tenía a mano.
      —¡CINCO FUETS POR SUS CINCO RESPECTIVOS CULOS!
      La gente que caminaba cerca de ellas se giraba para mirarlas. Algunas personas hacían fotos y otras simplemente negaban con la cabeza y seguían su camino. Esa era la diferencia entre quienes iban a Barcelona de turismo y quienes vivían allí. Es triste cómo la gente deja de prestarle atención a las cosas que tiene cerca. Gente caminando por delante de la Sagrada Familia, por ejemplo, sin levantar la vista del móvil, mirando Instagram, posiblemente dándole like a la publicación de una influencer que se ha hecho un selfie frente a la Sagrada Familia.
      —Es lo que hay. Cuando accediste a ser mi informante sabías qué clase de superheroína era.
      —Sí, sí. Siempre dices lo mismo. Mira, Meritxell.
      —¡No digas mi nombre!
      —Mira, Meritxell —repitió la señora Ruxandra ignorando a la Vigilante Sardana—. Todo esto empezó porque alguien mató a tus padres en un callejón de avenida Paral·lel, justo cuando salíais de un teatro, de ver el musical de Dragon Ball Evolution. Pero de eso ya han pasado más de veinte años.
      —La venganza no prescribe.
      —¡¿Pero qué venganza ni qué ocho cuartos?! Esos a los que mataron en realidad no eran tus padres, te habían raptado siendo un bebé.
      —Los quería. Quizá sea ese síndrome de la Seu d’Urgell del que hablan los especialistas.
      —El síndrome es de Estocolmo…
      —De dónde sea…
      Hubo un momento de silencio. Ruxandra se limitaba a mirar a la Vigilante Sardana como una madre que te pregunta qué has hecho, a la que le respondes que no has hecho nada y te dice, esta vez con los ojos: «¿Seguro…?».
      —¡Maldita sea, Ruxandra, dime dónde puedo encontrar a esos capsigranys!6
      Ruxandra suspiró.
      —Como quieras. Están en la antigua fábrica de la Estrella Damm. Intenta no defenestrar a nadie, si es posible.
      —No te prometo nada —lo siguiente lo dijo con una voz exageradamente grave—: soc la Vigilant Sardana!
      Flexionó las rodillas y se impulsó, saliendo disparada hacia el cielo. A Ruxandra, cada vez que aquella condenada maníaca hacía eso, le venía el himno de Els Segadors a la cabeza. Ruxandra negó con la cabeza, suspiró una vez más y se preparó mentalmente para la montaña de cadáveres que iban a aparecer al día siguiente. Cada día le costaba más que la escoria confiara en ella.
      Se escuchó un glop!, Ruxandra miró el vaso de papel con poco menos de la mitad de café, metió los dedos en él, pescó una moneda, la miró y se la tiró a la sien al idiota que se la había lanzado a ella.
      —¡AL MENOS CÚRRATELO UN POCO, CABRÓN! ¡ENCIMA DE QUE ME CONFUNDES CON UNA MENDIGA, ME TIRAS CINCO CÉNTIMOS!
      El tipo no entendió ni una sola palabra. Se acarició la sien, sacó el móvil, lo desbloqueó y empezó a tuitear: «Barcelona is a dangerous place».

Nota del autor, uséase yo:
      1. En los años 90, en el programa infantil Club Super3, había un personaje llamado Petri, cada vez que alguien hacía una rima, gritaba “rodolí” (prounuciado rudulí). Rodolí es un conjunto de dos versos pareados.
      2. Torracollons es un insulto catalán, es el tocapelotas de toda la vida. En Twitter hay mucho torracollons.
      3. Galifardeu es alguien capaz de hacer cualquier cosa, alguien malo.
      4. No fotis es el equivalente a no fastidies o no jodas.
      5. ¿En serio tengo que traducir esto?, ¿en serio, Jorge?
      6. Un capsigrany es alguien muy tonto, pero tonto con avaricia, ¿sabes? De esos que ponen carteles en las paredes en los que escriben: «Prohibido colgar carteles en las paredes».


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