
Duende y pez. Imagen libre de licencia: Pixabay.
Duende y pez es un relato de fantasía cómica perteneciente a «Al tema», una subsección dentro de «Juegocuentos», en la que escribiré un relato inspirándome en un tema generado automáticamente por la aplicación de Android What to Draw? Que podrás descargar de forma gratuita en Google Play entrando aquí.

Tema a utilizar:

Captura de pantalla de la aplicación What to Draw.

¿SABÍAS QUE los duendes existen? De verdad, no es un reclamo, no intento que muerdas el anzuelo, de hecho te agradecería que no lo muerdas, he pinchado en él mi cena de esta noche. Ah, por cierto, estoy aquí abajo, un poco más a la derecha… ¡ahí me tienes! Sí, como lo ves, soy una pez. Ya, ya lo sé, ¿cómo va a hablarme una pez?, bla, bla bla, bla, asúmelo, soy una pez, ¿ves las escamas?, ¿las aletas?, ¿mi cara de besugo? Creo que eso te puede dar una pista, aunque te informo de que no todos los peces nos parecemos, pero bueno, para que nos entendamos he usado esa expresión, qué más dará… Como sea, ya sabes lo que dicen: «Si huele como un pato, suena como un pato y anda como un pato, posiblemente sea un pato o un cosplayer con mucho talento». El caso es que, heme aquí, hablándote mientras nos miramos a los ojos —aunque para ello tenga que ladear un poco la cabeza—, ¡no, no te muevas! Ya lo hago yo, si en realidad me viene bien hacer ejercicio, piensa que antes en estas aguas habían todo tipo de depredadores, pero ahora, con el cambio climático este que tan amablemente nos habéis regalado, todos han ido a visitar a sus familiares a zonas más… cómodas y una apenas se mueve, antes huías, te escondías, pero ahora nada de nada. En fin, a lo que íbamos: los duendes existen. ¿Que cómo lo sé? Porque conocí a una, ¿si no por qué crees que puedo hablarte? De hecho, que una pez pueda hablarte debería abrirte un poco la mente, ¿no crees? Quiero decir… ¿qué es más raro, que una pez hable o que existan los duendes? Pero ahora que lo pienso, te he dicho que puedo hablarte porque conocí a una duende y me doy cuenta de que eso tampoco simplifica las cosas. Bueno, es que la duende en cuestión era aprendiz de bruja. ¡Borra esa expresión de idiota de tu cara! Sí, tú, cierra la boca y baja esa ceja arqueada. ¿Qué pasa, que solo los humanos podéis ser brujos? Claro, supongo que es normal en una especie invasora como la tuya, os creéis la repanocha. En fin, ¿puedo seguir con mi historia? Gracias.
Cuando conocí a Helimenas… ¡¿De qué te ríes?! Es un nombre como otro cualquiera. En fin… cuando conocí a Helimenas, ¿en serio? ¿Te sigues riendo? ¡Madura! Estaba yo nadando en círculos, no porque sea algo común en los peces, sino porque estaba agobiada, nerviosa, intranquila —que es un sinónimo pero bueno, para añadirle enjundia al asunto—. No, no te voy a explicar por qué estaba nerviosa, no nos conocemos tanto como para contarte mi vida. Pues ahí estaba yo, nadando a mi bola, pensando en mis cosas personales que no te importan en absoluto, cuando unos pies largos como un día sin Netflix se zambullen en el agua y empiezan a menearse. Tenía dedos regordetes y unos pelos que podrían usarse para cepillar a Rapunzel. Me asomé a la superficie y me encontré con un ser con la piel de un color distinto al de la tuya, no te sé decir cuál, porque no distingo los colores. No, no es porque sea una pez, listillo, es porque soy daltónica. El caso es que tenía una nariz de patata de la que pendían pelos gruesos que debían ser como un parque de diversiones con lianas para los mocos, los labios muy carnosos, el pelo largo, lacio, oscuro y un cuerpo que… bueno… no se me ocurre cómo describir. La duende estaba enfadada, lo sé porque tenía el ceño fruncido y porque estaba maldiciendo a alguien.
—Hijo de mil lamias —dijo la duende—, ¿pues no dice que soy una inútil? ¡¿Te lo puedes creer?! —En ese momento me miró a mí, pero creo que era porque necesitaba explicarle sus mierdas a alguien, no porque creyera que le podía entender. Nadie piensa en que los peces podemos entenderos, os creéis toda una serie de idioteces como que tenemos mala memoria, pero no creéis que podemos entender las tonterías que decís cuando estáis a solas. Cosas como: «Pues yo creo que no la tengo tan pequeña» o «¿Por dónde mean los peces?», perdona que te lo diga, pero es una pregunta de muy mal gusto—. Ese viejo cabrón y alcohólico dice que yo no sirvo como aprendiz de bruja. ¡Pff! Que no podría hacer un conjuro decente aunque me dieran el báculo de Merlín. Le tienen tanta devoción a ese mago porque vivió hace siglos, es como lo que tiene todo el mundo con el Cervantes ese, como escribió hace tantísimos años todo el mundo a lamerle el culo. «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…», ¡pues si tú no te quieres acordar no aburras a los demás, cansino! Si quisiera podría hacer un conjuro, lo que pasa es que soy más lenta que el resto de aprendices, pero eso no significa nada. Parece que no conocen la fábula de la liebre y la tortuga, esa en la que la liebre va de chula, vacilando a la tortuga porque es lenta y todas esas mierdas y entonces la tortuga llama a una gente que le debe unos favores y le pide que le partan las patas a la liebre pero haciendo que parezca un accidente, ¿sabes? Y entonces la tortuga gana porque la liebre no puede presentarse a la carrera. —En ese punto pensé: «Yo no quiero llevarle la contraria a nadie porque soy una pez y no sé gran cosa de la superficie, pero juraría que ese cuento no es así»—. Por ejemplo, si yo quisiera podría convertirte en un hermoso príncipe —¿Cómo le iba a corregir y decirle que sería una hermosa princesa si aún no sabía hablar?
De repente la duende se levanta, se sacude los pies y me mira con esa cara que los de la superficie ponéis cuando se os ocurre un nuevo reto en el que jugaros la vida para que un par de idiotas os sigan en las redes sociales. En serio, nunca os entenderé, yo tengo 30K seguidores en Instagram y solo porque publico fotos bonitas del fondo marino, con textos que las describen bien: «Aquí el nuevo miembro de la familia, el pez bolsa de plástico, no habla mucho ¡PORQUE NO ES UN SER VIVO, HIJOS DE LA GRANDÍSIMA MIERDA!». Total que se levanta, pone esa cara rara vuestra que da igual de qué especie seáis, en eso os parecéis todos, se remanga la camisa de franela de cuadros, sacude las manos, la cabeza y empieza a hacer ruidos raros con la boca, algo parecido a ¡brrrrr!, me señala con las palmas de las manos y suelta: «¡Que la magia me dé poder como partícipe y que este pescao asqueroso se convierta en príncipe!». ¡Asqueroso! Mira, cada vez que me acuerdo se me llevan los demonios. La cosa es que hubo un fogonazo de luz y luego nada. Nada, como lo oyes. Bueno, nada… la duende estaba en el suelo, muerta, chumascada por su propia magia, yo la vi, me asomé lo máximo que pude y le dije:
—Perdona, ¿estás bien?
¡Menudo susto! Miré a mi alrededor, pensé: «¡¿Quién va?!», pero no iba nadie, la voz era mía. No me lo creía.
—¿Hola? Sí. Eh. Eh. Va. Va —dije—. Probando. Probando. Uno, dos, tres. Sssssssssí. Vvvvvvvva. ¡Mierda!
Y así, sin comerlo ni beberlo, me puse a hablar. Lo jodido es que solo lo puedo hacer cuando salgo a la superficie. No sé cuántas veces he contado esta historia, la verdad es que cuando la explico la gente desaparece y no vuelve, eso hace que siempre que viene alguien tenga que empezar de cero. Estaría bien que, por una vez, alguien volviera y así le podría contar algo nuevo, algo que me haya pasado, no sé. ¿Quién, tú? ¡Ja! No te ofendas pero no me interesa mucho ser tu amiga, quiero decir… no digo que seas mala gente, no te conozco, pero me parece un poco inquietante que lleves todo este rato sin decir ni pío, ¿sabes? Te has sentado ahí, has dejado que una pez desconocida te cuente todo esto y no has dicho nada de nada. Lo siento pero mi experiencia me ha enseñado dos cosas sobre la gente que no habla, a) son mudos, ¿lo eres? Eso pensaba yo… o b) son psicópatas. No, me da igual que niegues con la cabeza, si fueras mudo lo dirías —bueno, ya me entiendes—, pero si fueras psicópata no lo harías. Lo siento, pero no soy amiga de cualquiera, prefiero seguir buscando, aunque eso signifique que tengo que contar toda esta historia de cero. Ahora, si no te importa, se ha hecho la hora de cenar y como te he dicho antes tengo la comida en el anzuelo. Que vaya bien. ■
Cuando conocí a Helimenas… ¡¿De qué te ríes?! Es un nombre como otro cualquiera. En fin… cuando conocí a Helimenas, ¿en serio? ¿Te sigues riendo? ¡Madura! Estaba yo nadando en círculos, no porque sea algo común en los peces, sino porque estaba agobiada, nerviosa, intranquila —que es un sinónimo pero bueno, para añadirle enjundia al asunto—. No, no te voy a explicar por qué estaba nerviosa, no nos conocemos tanto como para contarte mi vida. Pues ahí estaba yo, nadando a mi bola, pensando en mis cosas personales que no te importan en absoluto, cuando unos pies largos como un día sin Netflix se zambullen en el agua y empiezan a menearse. Tenía dedos regordetes y unos pelos que podrían usarse para cepillar a Rapunzel. Me asomé a la superficie y me encontré con un ser con la piel de un color distinto al de la tuya, no te sé decir cuál, porque no distingo los colores. No, no es porque sea una pez, listillo, es porque soy daltónica. El caso es que tenía una nariz de patata de la que pendían pelos gruesos que debían ser como un parque de diversiones con lianas para los mocos, los labios muy carnosos, el pelo largo, lacio, oscuro y un cuerpo que… bueno… no se me ocurre cómo describir. La duende estaba enfadada, lo sé porque tenía el ceño fruncido y porque estaba maldiciendo a alguien.
—Hijo de mil lamias —dijo la duende—, ¿pues no dice que soy una inútil? ¡¿Te lo puedes creer?! —En ese momento me miró a mí, pero creo que era porque necesitaba explicarle sus mierdas a alguien, no porque creyera que le podía entender. Nadie piensa en que los peces podemos entenderos, os creéis toda una serie de idioteces como que tenemos mala memoria, pero no creéis que podemos entender las tonterías que decís cuando estáis a solas. Cosas como: «Pues yo creo que no la tengo tan pequeña» o «¿Por dónde mean los peces?», perdona que te lo diga, pero es una pregunta de muy mal gusto—. Ese viejo cabrón y alcohólico dice que yo no sirvo como aprendiz de bruja. ¡Pff! Que no podría hacer un conjuro decente aunque me dieran el báculo de Merlín. Le tienen tanta devoción a ese mago porque vivió hace siglos, es como lo que tiene todo el mundo con el Cervantes ese, como escribió hace tantísimos años todo el mundo a lamerle el culo. «En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…», ¡pues si tú no te quieres acordar no aburras a los demás, cansino! Si quisiera podría hacer un conjuro, lo que pasa es que soy más lenta que el resto de aprendices, pero eso no significa nada. Parece que no conocen la fábula de la liebre y la tortuga, esa en la que la liebre va de chula, vacilando a la tortuga porque es lenta y todas esas mierdas y entonces la tortuga llama a una gente que le debe unos favores y le pide que le partan las patas a la liebre pero haciendo que parezca un accidente, ¿sabes? Y entonces la tortuga gana porque la liebre no puede presentarse a la carrera. —En ese punto pensé: «Yo no quiero llevarle la contraria a nadie porque soy una pez y no sé gran cosa de la superficie, pero juraría que ese cuento no es así»—. Por ejemplo, si yo quisiera podría convertirte en un hermoso príncipe —¿Cómo le iba a corregir y decirle que sería una hermosa princesa si aún no sabía hablar?
De repente la duende se levanta, se sacude los pies y me mira con esa cara que los de la superficie ponéis cuando se os ocurre un nuevo reto en el que jugaros la vida para que un par de idiotas os sigan en las redes sociales. En serio, nunca os entenderé, yo tengo 30K seguidores en Instagram y solo porque publico fotos bonitas del fondo marino, con textos que las describen bien: «Aquí el nuevo miembro de la familia, el pez bolsa de plástico, no habla mucho ¡PORQUE NO ES UN SER VIVO, HIJOS DE LA GRANDÍSIMA MIERDA!». Total que se levanta, pone esa cara rara vuestra que da igual de qué especie seáis, en eso os parecéis todos, se remanga la camisa de franela de cuadros, sacude las manos, la cabeza y empieza a hacer ruidos raros con la boca, algo parecido a ¡brrrrr!, me señala con las palmas de las manos y suelta: «¡Que la magia me dé poder como partícipe y que este pescao asqueroso se convierta en príncipe!». ¡Asqueroso! Mira, cada vez que me acuerdo se me llevan los demonios. La cosa es que hubo un fogonazo de luz y luego nada. Nada, como lo oyes. Bueno, nada… la duende estaba en el suelo, muerta, chumascada por su propia magia, yo la vi, me asomé lo máximo que pude y le dije:
—Perdona, ¿estás bien?
¡Menudo susto! Miré a mi alrededor, pensé: «¡¿Quién va?!», pero no iba nadie, la voz era mía. No me lo creía.
—¿Hola? Sí. Eh. Eh. Va. Va —dije—. Probando. Probando. Uno, dos, tres. Sssssssssí. Vvvvvvvva. ¡Mierda!
Y así, sin comerlo ni beberlo, me puse a hablar. Lo jodido es que solo lo puedo hacer cuando salgo a la superficie. No sé cuántas veces he contado esta historia, la verdad es que cuando la explico la gente desaparece y no vuelve, eso hace que siempre que viene alguien tenga que empezar de cero. Estaría bien que, por una vez, alguien volviera y así le podría contar algo nuevo, algo que me haya pasado, no sé. ¿Quién, tú? ¡Ja! No te ofendas pero no me interesa mucho ser tu amiga, quiero decir… no digo que seas mala gente, no te conozco, pero me parece un poco inquietante que lleves todo este rato sin decir ni pío, ¿sabes? Te has sentado ahí, has dejado que una pez desconocida te cuente todo esto y no has dicho nada de nada. Lo siento pero mi experiencia me ha enseñado dos cosas sobre la gente que no habla, a) son mudos, ¿lo eres? Eso pensaba yo… o b) son psicópatas. No, me da igual que niegues con la cabeza, si fueras mudo lo dirías —bueno, ya me entiendes—, pero si fueras psicópata no lo harías. Lo siento, pero no soy amiga de cualquiera, prefiero seguir buscando, aunque eso signifique que tengo que contar toda esta historia de cero. Ahora, si no te importa, se ha hecho la hora de cenar y como te he dicho antes tengo la comida en el anzuelo. Que vaya bien. ■
Otros relatos de la sección Al tema: