Microficción #174

En la imagen vemos un caballero medieval vestido con armadura negra. En el pecho luce una cruz blanca de cuatro astas. Tiene la mano posada sobre su espada y se apoya en un escudo de madera. Está en un bosque.

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¿Ven ustedes a ese gallardo caballero, erguido en medio del bosque, apoyado en su escudo de madera? Pues permítanme que les dé un pequeño consejo relacionado con el sujeto: no se encariñen mucho porque, justo en este momento, el viento está siendo cortado por una flecha que vuela a toda velocidad hacia él. ¡Escuchen!, ¡escuchen!
    —¡Ay!
    ¿No es un sonido maravilloso? El quejido mortal al recibir la saeta en el pecho. Una vez en el suelo, y por si acaso, una segunda flecha surca el húmedo aire del bosque y va a parar al centro de la cruz blanca que el gallardo caballero luce orgulloso en su atuendo. Qué puntería, ¡justo en la diana! ¡Bravo!
    Pero no crean ustedes que eso ha sido todo, que aquí termina la historia y que ahora pasaré el sombrero por delante de sus delicadas narices, para pedirles unas monedas por el relato. No. Eso no sería propio de un bardo de mi categoría. Aún quedan unas cuantas líneas hasta que atranquemos las puertas para que no puedan salir sin vaciarse los bolsillos.
    —¡¿Kraus?!
    Esa vocecilla que ustedes han escuchado pertenece a Borider. Borider es rubio, excepto sus raíces que, por motivos que no mencionaremos en este relato, son completamente negras. Podríamos decir que los rasgos de Borider son duros, de mentón pronunciado y mandíbula marcada, de ojos seguros y pómulos poderosos, pero sería mentir, así que no lo diremos. Borider es el mejor amigo de Kraus, ¿y quién es Kraus? Se preguntarán ustedes… pues Kraus es el caballero que ha hecho ese fantástico trabajo como diana humana. Cuando Borider encuentra a Kraus tirado en el suelo, con dos flechas clavadas en el torso, y una mancha de sangre expandiéndose a su alrededor, se tira al suelo de rodillas, mira al cielo, taponado por las copas de los árboles que los rodean, y lanza un sentido grito de rabia.
    —¡Me cago en mi puta penaaaaaaaaaaaa! ¡Que me han matao al Krauuuuuuuuuuuuus!
    Muy sentido.
    Borider, completamente hundido por la pérdida, se abalanza sobre el cadáver de su amigo, y empieza a llorar desconsoladamente. Un sonido que habría sido fuerte de no haber sido por la alfombra de hojas secas que lo han amortiguado, suena justo delante de Borider y el cadáver de Kraus. El rubio de bote, quiero decir… el caballero rubio de raíces incomprensiblemente negras levanta la cabeza y mira delante de él. Tiene los ojos rojos, la cara llena de lágrimas y la zona del bigote, que está libre de vello, cubierta de mocos que salen de su nariz enrojecida por el disgusto.
    —¿Tú quién eres? ¡Snif! —pregunta Borider sorbiéndose los mocos, a una figura oscura, vestida con prendas que imitan la piel de oso, con el pelo muy largo y negro, y los ojos brillantes de un color púrpura que centellea. Es alta, o quizá lo parece por la posición baja de Borider.
    —Mi nombre es irrelevante —responde la figura que, por la voz, sabemos que es una mujer y que no le gusta mucho presentarse.
    —¿Y qué haces aquí, Irrelevante? ¡Snif, snif! —pregunta Borider, al que se le han debido de escapar un par de cosas.
    —Cazo.
    —¿Quieres un cazo?
    —No… yo cazo.
    —¿Pero no eras Irrelevante? ¡Snif! ¿Es tu apellido? Mira, Irrelevante Cazo, ¡snif!, me encantaría seguir charlando contigo, pero mira, alguien ha matado a mi amigo Kraus, ¿ves? ¡Snif! Lo siento, si quieres otro día quedamos, Irrelevante Cazo, yo soy Borider Ponrier. ¡Snif!
    La joven extiende el brazo apuntando hacia abajo, un poco en diagonal, si me permiten la aclaración, y de la manga de lo que sea que lleve puesto bajo la falsa piel de oso —nunca he sido muy entendido en moda—, sale un machete de hoja oxidada y mellada. La joven cierra la mano sobre la empuñadura del machete, lo alza y corta el aire en horizontal. Una pena que la cabeza de Borider estuviera en medio del aire. La parte superior del cráneo sale disparada, con una porción significativa de cerebro. Borider tiene ahora los ojos muy abiertos, mira hacia arriba vizqueando, como si pretendiera ver qué ha ocurrido en la azotea de su ser, y luego simplemente dice:
    —Irrelevante Cazo…
    La joven vuelve a levantar el arma y la descarga, esta vez en vertical, clavándola en la base del cráneo y hundiéndola hasta la nariz de Borider. Cuando desclava el machete, Borider cae al suelo. Pero no se preocupen, si una cosa he aprendido en mis años de Bardo, es a encontrarle el lado positivo a las cosas. Por ejemplo: ya nadie podrá comparar el rubio de Borider con sus raíces negras. La joven y su machete corren hacia un árbol y empiezan a escalarlo como si nada. Se escuchan otras voces, pertenecientes a una docena de gallardos caballeros portadores orgullosos de cruces blancas en el pecho.
    —¿Esos son Borider y Kraus? —pregunta uno de ellos, aunque su voz, desde dentro del yelmo, se entiendo poco.
    —¿Cómo dices?
    —Que si esos son Borider y Kraus.
    —¡No te endiendo!
    —¡¿Qué?!
    —¡No sé qué dices!
    Y, en el tiempo que los gallardos caballeros llegan a la conclusión de que quitándose los cascos pueden entenderse mejor, una joven y su machete, contemplando la escena desde una rama alta, llegan a la conclusión de que el día de caza aún no ha terminado.
    ¿Les ha gustado la historia? Bien, ahora ignoren a mi compañero, detrás suyo, atrancando las puertas, y presten atención a mi sombrero. El pobre tiene hambre, y solo puede comer monedas de plata y oro. Gracias por su atención y su generosidad. Que Dios les bendiga.

¡Coméntame o morirá un gaticornio!

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