Microficción #175

En la imagen puede verse un lago enorme, rodeado de montañas que se reflejan en el agua, como si fuera un espejo. El cielo está muy nublado, parece que vaya a llover de un momento a otro.

cenefa2

—Unidad 2 informando a Nido desde la Tierra. Veo nubes de tormenta formándose en el sector 4-G. Espero instrucciones. Cambio —dijo una voz a medio camino entre lo mecánico y lo humano. Sonaba exactamente como si una persona, en este caso una mujer, hablara acercando mucho la boca a una lata de conservas vacía.
    Era, en efecto, una mujer rubia, aunque no podía decirse que fuera humana, tampoco que no lo fuera. Su cara era fina, con la nariz respingona y los ojos de un color rojo cereza. El blanco de ambos ojos no era blanco, era negro, con lo que el rojo del iris resaltaba como si fulgurase. Sus orejas, menudas, estaban cubiertas por aros de plata. El cuello, fino y largo, no tenía ni rastro de piel, en vez de eso estaba compuesto por una aleación metálica y muy pulida que brillaba con la escasa luz del sol. Vestía un uniforme que consistía en un chaleco negro que dejaba al descubierto unos brazos robóticos, largos y finos. Llevaba guantes con tachuelas puntiagudas en los nudillos. La parte inferior de su cuerpo estaba enfundada en unos pantalones anchos y negros, militares, con bolsillos en los muslos. En la cadera izquierda llevaba una pistola enfundada en una cartuchera. No era una pistola de las que se ven en las películas policíacas, o al menos no en las películas policíacas del siglo XXI.
    —Recibido, Unidad 2, aquí Nido. Manténgase a la espera. Cambio.
    —Recibido, Nido. Cambio.
    Hubo un chasquido y la Unidad 2 se quedó plantada al borde de un acantilado, con el viento espeso y húmedo, con olor a tormenta, meciéndole el cabello. Delante de ella, aunque a unos cuantos metros más abajo, se extendía un lago colosal completamente en calma, en cuya superficie se reflejaban las montañas llenas de árboles que lo rodeaban, y el cielo gris.
    Un nuevo chasquido.
    —Unidad 2, aquí Nido. Cambio.
    —Les escucho, Nido. Cambio.
    —En nuestros radares no figuran nubes de tormenta, Unidad 2. Puede ser una formación sobrenatural. Manténgase alerta. Cambio.
    —Recibido, Nido. ¿Cómo procedo? Cambio.
    —Siga con su misión, Unidad 2, necesitamos encontrar al sujeto. Cambio.
    —Recibido, Nido. Cambio y corto.
    El chasquido volvió a sonar y dejó a la Unidad 2 completamente sola, desentonando con sus mecanismos en aquel paisaje natural.
    —Me he vuelto a quedar sola —dijo ella reprimiendo un suspiro—. Lulu, muéstrame el cartel de búsqueda.
    La Unidad 2 alzó el antebrazo, plegando su codo y, en su superficie posterior, entre la muñeca y la flexura del codo, se abrió un orificio con un movimiento de obturador, del que salió una luz azul que proyectó en el aire un cartel holográfico en el que podía verse el rostro de un ser color turquesa, pero solo porque el color verde real de su piel mezclado con el azul del holograma, daba ese efecto. La cabeza giraba independientemente en el cartel. Tenía unos colmillos inferiores largos, sobresaliendo por encima del labio superior, amenazando con introducirse en los orificios de una nariz ancha parecida a un tubérculo. Era delgado, tenía orejas puntiagudas, con un hueso afilado atravesando el lóbulo carnoso de la oreja izquierda. Tenía pelo solo en la parte superior, repeinado hacia atrás y recogido en un pequeño moño. Las sienes y la nuca estaban perfectamente afeitadas.
    —¿Lulu, detectas al sujeto en las inmediaciones?
    DETECTO VARIOS SUJETOS EN LAS INMEDIACIONES, VIRIEL.
    La voz sonó como salida de un altavoz situado en cada milímetro del cuerpo de la Unidad 2.
    —¿Qué detectas, Lulu?
    HAY UN POBLADO A UNOS CIEN METROS HACIA EL SUR.
    —¿Tipo de población?
    MAGOS CLIMÁTICOS, VIRIEL.
    —¿Cuánta gente vive ahí?
    VEINTE PERSONAS. ESTÁN DESNUDAS EN LA PLAZA Y BAILAN AL REDEDOR DE UNA HOGUERA.
    —Eso explica lo de las nubes. ¿Qué más hay, Lulu?
    UNA ALDEA DE CIEN HABITANTES EN EL ESTE.
    —¿Humanos?
    TROLS.
    —¿Está el sujeto en esa aldea?
    VIVE EN ELLA, SÍ, PERO AHORA NO ESTÁ AHÍ. LO DETECTO A CUARENTA METROS AL NORTE DE NUESTRA SITUACIÓN, CAMINANDO POR EL BOSQUE. ESTÁ SOLO.
    —Perfecto, Lulu. Prepara la orden de arresto, voy a por él.
    SÍ, VIRIEL. VIRIEL, TEN CUIDADO, EL SUJETO SE DIRIGE HACIA EL POBLADO DE LOS MAGOS. ES PELIGROSO.
    —¿Por qué?
    LOS MAGOS SE PUEDEN PONER AGRESIVOS SI SE LES INTERRUMPE DURANTE EL RITUAL DE LLUVIA. POR NO HABLAR DE LO PUDOROSOS QUE SON CON LOS FORASTEROS. NO CREO QUE LES GUSTE ENSEÑAR SUS PARTES A UN TROL ENTROMETIDO.
    —Entonces me daré prisa. No puedo permitir que lo maten unos magos idiotas. Prepara la orden.

    En el bosque, cortando con un machete de piedra afilada las ramas secas que amenazaban con golpearle la cara verde, caminaba un trol delgado y alto, vestido con ropas de algodón que, seguramente, heredó de un hermano mayor, que a su vez heredó de un hermano mayor, que a su vez heredó de su padre, que a su vez le robó a un trol más débil que él después de matarlo. Pateaba las piedras que encontraba en el suelo, a su paso, y gruñía como lo hace un niño trol al que alguien ha reñido de forma injusta.
    —«Y si los demás trols se van a vivir debajo de un puente, ¿tú también te irás?» —recitó con una voz aguda fingida, haciendo muecas con la cara—… menuda tontería, madre, somos trols, claro que me iré a vivir debajo de un puente. —Por supuesto el trol estaba solo, no hablaba con su madre, pero como no podía decirle eso a la cara sin que ella le cruzara la suya con la suela de la zapatilla, se lo decía al aire, que era mucho más tolerante en materia de desafíos—. Estoy harto de que me trate como a un niño, ¡tengo cien años! Todos mis amigos van a ver la lucha de duendes, ¿pero entiende ella que eso es importante para mí? ¡No señora trol!
    Se escuchó un ruido, como si alguien cogiera un arbusto y lo zarandeara para que le devolviera el dinero del almuerzo.
    —¡¿Quién hay ahí?! —gritó intentando fingir seguridad—. ¡Advierto que tengo un machete recién afilado y sé usarlo! ¡Puedo cortar zanahorias y manos con la misma facilidad! ¡Y puedo usar ambas cosas para un guiso bastante resultón! ¡Muéstrate o prepárate para acabar a rodajas finas!
    Del arbusto salió un conejo dando saltos, miró al trol y este juraría que el animalillo lo hizo con una ceja levantada, como diciendo: «ya, claro, y yo soy el primo pobre de Bugs Bunny, no te jode». El conejo se alejó del trol y se perdió de nuevo entre los arbustos.
    El trol suspiró y cuando hubo expulsado todo el aire de sus pulmones, notó como alguien le cubría la boca y la nariz desde su espalda con un paño húmedo que olía francamente mal. El mundo se oscureció a su alrededor y él quedó inconsciente.

    Un chorro de agua muy fría le despertó al caerle con violencia en la cara. Estaba completamente desnudo, sentado en el suelo, con las hormigas y la arena metiéndosele por zonas que hasta entonces había considerado íntimas. Sus brazos, atados por las muñecas, abrazaban un poste alto de madera a su espalda. Frente a él había un hombre de piel pálida, calvo, con una barba gris muy larga y despeinada. Se le habría podido considerar delgado de no ser por el vientre redondo y abultado que parecía encerrar un niño con ganas de venir al mundo. Era un vientre duro y repleto de cerveza. El viejo estaba desnudo y, de su barrigón esférico, parecían brotar las piernas, delgadas y con las rodillas muy marcadas, y un pene moreno, no demasiado grande y rodeado por una mata de pelo rizado con mechones blancos. Sus pies eran huesudos y sus dedos largos, con unas uñas sucias que parecían pedir a gritos un corte y lavado. El viejo sujetaba un cubo de madera que goteaba.
    —¡Pabila, zagal! ¡¿Tú d’ande has venio?! —dijo el hombre con voz estridente. Tenía dientes, muy amarillos y torcidos. Su boca emitía un olor dulzón pero muy fuerte, un olor de licor y de otras sustancias que sirven para viajar sin salir de casa y sin tener que preocuparse de facturar maletas.
    —¿Quién es usted? ¿Dónde estoy?
    El trol se inclinó a la izquierda todo lo que las ligaduras le permitían, y vio, tras el viejo, un grupo de ancianos, desnudos, rodeando una hoguera enorme. Habían hombres y mujeres, todas ellas con pieles flácidas y arrugadas, con pechos caídos ellas —y alguno de ellos— que parecían estar a un par de años de tocar el suelo con los pezones.
    —¡Arrea, que se nos ha quedao chirueco! —dijo el viejo girándose hacia sus amigos al borde de la extinción.
    —Tu preguntale más, Brunildo —dijo una mujer con el pelo muy rizado y gris—, no seas agonías. Pregúntale quién cojones es y qué cojones hace aquí, cojones.
    —¡Vale, Casilda! A ver, zagal, ¿quién cojones eres y d’ande cojones eres? Cojones.
    —¡No, de ande es no, que qué hace aquí!
    —Eso, eso. Zagal, no d’ande eres, aunque m’interesa muncho, que qué cojones haces aquí. Cojones.
    —Me llamo Furun, soy un trol de la Aldea de los puentes de piedra. Estoy aquí… ¡no sé por qué estoy aquí! Yo estaba en el bosque, paseando.
    —Ah, güeno, es que t’he traio yo.
    —¡Pues entonces ya sabes qué hago aquí! ¿Dónde estoy?
    —Pueblo de los magos climáticos, zagal. Te vamos a sacrificar.
    —¡¿Sacrificarme?!
    —A las nubes, aro. Pa que llueva un poco, zagal. Ahora tate quietecico, que no tengo güen pulso y si no t’atino en el corazón, hay que repetir el sacrificio. Quieto parao, ¿eh?
    El viejo tenía un cuchillo en la mano, pero me niego a pensar dónde lo llevaba guardado. Alzó el arma, sacó la lengua para concentrarse, y lo descargó a toda prisa. Antes de que llegara al corazón del trol, que había cerrado los ojos y gritaba histéricamente, el cuchillo desapareció, desintegrado.
    —Quieto todo el mundo —dijo la voz de la Unidad 2. La mujer robótica salía de entre los árboles, sosteniendo en la mano izquierda la pistola. El cañón emitía una columna de humo muy fina—. No pueden matar a ese trol.
    —¡Arrea! ¡¿Y tú quién carajos eres, zagala?! —dijo el hombre que había intentado atravesar al trol.
    —Viriel Jenx, Unidad 2 de la Federación Intergaláctica.
    —¿Lo qué? ¿Tú t’has enterao d’algo, Casilda?
    —Pos yo creo que es una robota, de esas.
    —¿Una robota d’esas? ¡Eh, tú, zagala! ¿Eres una robota d’esas?
    —El término correcto es androide. Sí, lo soy. He venido a buscar y a detener a Furun Ironbridge. No puedo permitirles que lo sacrifiquen.
    —¡Pos el ritual ya ha empezao, zagala robota!
    El viejo sacó otro cuchillo, ahora sí que he podido ver de dónde lo ha sacado y me niego a explicarlo, dejémoslo en que tenía un cuchillo y que lo levantó, amenazando de nuevo al trol.
    —Si no suelta el arma, señor, tendré que reducirlo.
    —¡Ja! No me pues reducir, zagala robota, soy un mago l’hostia de podero…
    El dedo de Viriel apretó el gatillo, y un proyectil de luz voló desde el cañón del arma hasta la frente del viejo, abriéndole un agujero del tamaño de una naranja, a través del cual podían verse, a parte de sangre y trozos de cráneo y cerebro, las caras desencajadas de los ancianos tras él, que veían como el viejo del cuchillo caía al suelo, muerto para siempre.
    —Furun Ironbridge, quedas detenido por orden de la Federación Intergaláctica.
    —¡¿Cómo?! ¡¿Detenido por qué?! ¡¿De qué se me acusa?!
    —La Federación Intergaláctica ha sido contratada por la red universal de bibliotecas. Has sido denunciado por no devolver diez documentos entre los que se encuentran —Viriel alzó el antebrazo y dejó que se abriera el orificio con movimiento de obturador, y que el láser holográfico mostrara una lista con diez títulos de libros—: «Historia de dos puentes», «Cómo ser un trol líder y confiado», «Dejar de cazar es fácil si sabes cómo hacerlo», y «Teo va a por tabaco y no regresa». Tienes derecho a guardar silencio, todo lo que digas será utilizado en tu contra ante un tribunal intergaláctico. Tienes derecho a consultar a un abogado y/o a tener a uno presente cuando seas interrogado por la federación. Si no puedes contratar a un abogado, te será designado uno para representarte. ¿Has entendido tus derechos?
    —¡No me puede detener por no devolver unos libros!
    —Lo estoy haciendo. Y ustedes —dijo Viriel mirando a los ancianos—, dejen de sacrificar jóvenes. Si no llueve en la Tierra no es por cuestiones mágicas, sino porque los terrícolas han destruido el planeta durante siglos. Y vístanse, debería darles vergüenza.
    Los viejos se miraron de arriba a abajo, como si acabaran de darse cuenta de su propia desnudez.
    —Nido, aquí la Unidad 2. Cambio.
    Un chasquido.
    —Unidad 2, aquí Nido, le recibimos. Cambio.
    —El sujeto ha sido capturado. Repito: el sujeto ha sido capturado. Vuelvo a la base. Deben enviar una unidad de limpieza, hay un mago climático muerto. Cambio.
    —Repita, Unidad 2. Cambio.
    —Sujeto capturado. Vuelvo a base. Envíen unidad de limpieza, hay un mago climático muerto. Cambio.
    —Recibido, Unidad 2. Enviamos unidad de limpieza. No abandone el planeta hasta que la unidad de limpieza llegue. Debe prestar declaración. Cambio.
    —Recibido, Nido. Solicito teletransportación del sujeto. Cambio.
    —Solicitud denegada, Unidad 2. Cambio.
    —Recibido, Nido. Procedo a la ejecución del sujeto. Repito: ejecución del sujeto en tres, —Viriel apuntó al trol con la pistola—, dos, uno…
    Antes de que terminara la cuenta atrás, un cañón de luz descendió de las alturas e iluminó al trol. Su piel se volvió transparente de forma gradual hasta que desapareció por completo. Las cuerdas que le mantenían las muñecas atadas cayeron al suelo.
    —Teletransportación exitosa, Unidad 2. Cambio.
    —Gracias, Nido. Me mantengo a la espera de la unidad de limpieza. Cambio y corto. —Viriel suspiró, luego miró a los ancianos y les sonrió de forma incómoda—. No tendrán una taza de té mientras espero, ¿verdad?

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