Microficción #163

cenefa2

s de pocos conocido que el infierno no es tan divertido como cuentan las historias sobre fiestas locas, noches temáticas y orgías en las que suele incluirse una, dos o más personas, uno, dos o varios animales y cinco piezas de fruta al gusto de su consumidor o consumidores. Algunos días el aburrimiento es tan grande que bien podría sacarse el carné de conducir y pedirle prestado el coche a su padre para recoger a Wendy e ir al autocine con la excusa de alimentar su cinefilia. Esos días, que para Satán son los días buenos, porque al infierno no se va a divertirse, son en realidad un tormento para las operarias y operarios del Averno. Obviamente jamás se atreverían a decírselo a la cara al Oscurísimo, pero no se privaban de decirlo en Twitter con perfiles anónimos con nombres de usuario como @DemonEnfurecido o @Averno_Informer. Satanás estaba bastante encabronado, no tenía forma de saber quiénes eran aquellos rebeldes. Hay que decir una cosa del demonio: no se llevaba bien con la informática. De hecho se llevaba tan mal con ella que, de haber sido una persona, la habría condenado a ver Dragon Ball Evolution en bucle por toda la eternidad. El demonio era como esos señores que suspiran por su vieja máquina de escribir y dicen cosas como «eso con Hades no pasaba».
    —¡Ambrosio! —bramó el demonio para que su mayordomo se apareciera ante él.
    Hubo una explosión, seguida de una nube de humo con olor a huevos podridos, ingeridos y vomitados, seguida de un demonio muy viejo, con la piel color cardenal, los ojos color espinilla y los dientes color invisible.
    —¿Shi, mi tenebroshidad?
    —Ambrosio, ¿por qué has tardado tanto? Te he llamado hace un segundo.
    —Mi oshcurantíshimo, mi nombre no esh Ambroshio, mi nombre esh Brian.
    —¡Tu nombre es Miscojones! —dijo Lucifer que empezaba a tener un problema serio: había ya demasiados demonios llamados Miscojones por culpa de sus arrebatos, y cuando llamaba a uno, venían todos—. ¿Por qué has tardado tanto, Miscojones?
    —Verá, mi negrura, eshtaba mirando lash Erre Erre Eshe Eshe.
    —¿Las qué? ¡Habla en satánico, Miscojones, que te entienda yo!
    —Lash redesh shocialesh.
    —¿Algo sobre mí?
    —Eshto…
    —Habla, Ambro… ¡Miscojones!
    —Mejor she lo ensheño, mi terroríshimo.
    Ambro… Miscojones sacó un móvil de su bolsillo que, teniendo en cuenta que el viejo demonio no iba vestido, sino que era un ser cubierto de pelo y en pelota picada, fue toda una proeza. Abrió la aplicación de Twitter, buscó el tuit y se lo enseñó a Lucifer. El Todotenebroso se puso unas gafas de medialuna que le quedaban francamente mal y arrugó la nariz, como si aquello fuera a conseguir que su vista se agudizara.

    —¡Qué cojones!
    —Esh Mishcojonesh, shu bajedad. —Satanás miró furioso al mayordomo, chasqueó sus dedos rojos, como chorizos a punto de revolcarse en la parrilla, y el viejo demonio desapareció en una explosión de carne, músculos, huesos y órganos vitales que se esparcieron por distintas partes de la sala del trono, tan roja que la sangre no resaltaba, lo cuál, según Lucifer, era la única pega de aquel color.


    Mientras tanto, en otra punta del infierno, una joven demonia de unos ochocientos años de edad, miraba con mucha atención los dados que su mejor amigo, Rusty, tenía en la mano amarilla como la mostaza.
    —¡Quieres tirar ya, pesao!
    —¡Cálmate, Loli! ¿Tienes prisa por perder?
    —¡Que tires!
    Loli era hermosa a su manera, una manera retorcida que haría que Lovecraft tuviera pesadillas. Para empezar tenía dos ojos, lo cuál a priori no debería ser algo extraño, lo raro era que los tenía donde cualquier ser diseñado con algo de lógica y buen gusto tendría la lengua. Y, dónde cualquier ser que no hubiera sido dibujado por un mandril con artrosis tendría los ojos, ella tenía un flequillo la mar de mono. No tenía orejas, al menos no unas orejas como tal. De los laterales de su cabeza brotaban unos cuernos que parecían gorritos de papel para fiestas de cumpleaños. Loli no escuchaba, leía los labios, si encontraba a alguien con labios que leer. Su cuerpo era corto, ancho y tenía tantas extremidades como días tiene un febrero de año bisiesto. No eran piernas, ni patas, ni brazos, ni siquiera eran tentáculos, eran simplemente algo distinto, muy distinto. Rusty se sopló la mano con la que agitaba los dados, luego la abrió y dejó que los dados cayeran sobre la roca. Habían dos dados color hueso, con números azules, dos dados color hueso más oscuro con números verdes y dos dados color hueso impregnado en color sangre con números naranjas que emitían una leve luz.
    —¡Toooooooooma! —exclamó Rusty contento. Su cara de alegría, y la cara de asco de Loli dejaban claro que el joven demonio había vuelto a ganar—. Ya sabes lo que te toca, Loli. A pringar.
    —Sí, ya lo sé, ya lo sé, no seas capullo.
    —¡Y tú no seas tan mala perdedora! Si te arriesgas a jugar, te arriesgas a perder. Va, dale caña.
    Loli chasqueó la lengua, pero solo porque no tenía dedos. De la nada, y envuelto en una explosión de humo, apareció un teléfono antiguo, con una rueda para marcar el número de teléfono. Levantó el auricular, metió la punta de una de sus extremidades en el agujero de la rueda correspondiente al número seis y lo giró una vez, sacó la extremidad y la rueda volvió a su posición original, Loli repitió la operación dos veces, marcando el número de teléfono seis, seis, seis. Se llevó el auricular a uno de los cuernos, y esperó.
    —Da tono —dijo ella. Loli no tenía forma de escucharlo, pues como hemos dejado claro, era sorda. Pero se le daba muy bien leer los labios, incluso los labios de los tonos.
    —Sala del trono de su horripilancia, ¿dígame? —la voz recitó las palabras como si fueran parte de él.
    —¿Está el demonio?
    —Está.
    —Que se ponga.
    —¿De parte de quién?
    —Esto… —Loli se quedó en blanco un momento. Tenía que esforzarse mucho por leer los labios de alguien al otro lado de la línea, hay que entenderlo—… llamo de parte del altísimo.
    —¡No me diga! —El diablo al otro lado se puso muy nervioso. Debió poner la mano o lo que fuera que tuviera al final del brazo o lo que fuera que tuviera a partir del hombro en el auricular y apartar la cabeza para gritar, porque se le escuchó más lejos al decir—: ¡Su bajeza! ¡Dios al aparato!
    —¡¿QUÉ APARATO?! —Gritó el demonio desde mucho más lejos.
    —¡El teléfono!
    —¡¿Y TÚ NO LE PUEDES DECIR QUE ESTOY CAGANDO?! ¡TENGO QUE HACERLO TODO YO, JODER! ¡DE VERDAD QUE ME TENÉIS HASTA LAS PEZUÑAS! ¡TRAE AQUÍ ESO, IDIOTA! ¿Sí? ¿Quién es? —La voz de Lucifer se escuchó nítida y había bajado mucho el tono.
    —¿Señor Satanás?
    —Sí, soy yo.
    —Espere un segundo, le paso con el altísimo. —Loli envolvió el auricular con una de sus extremidades y se rió muy bajo. Rusty se tapaba la boca para que no se escuchara su risa. Le encantaba aquel juego en el que perdiera quien perdiera de los dos, al final el perjudicado siempre era el mismo: Lucifer. Arrimó su oreja, larga y puntiaguda, al auricular y prestó atención. Loli respiró hondo, frunció el ceño y puso la boca en forma de O, para que la voz le saliera más grave—: ¡¿Hijo?!
    —Sí, soy yo, padre. ¿Qué pasa?
    —¿Que qué pasa? Dímelo tú. ¿Que tienes ahí armada?
    —No… no sé de qué me hablas, padre.
    —¿Seguro? Dicen que tienes a las almas muertas de asco. Ya no las atormentas como es debido. ¿Qué es eso de tenerlas haciendo puzzles? Y me han llegado rumores de que no estás castigando a los homeópatas como se merecen. ¿Es eso cierto? ¡¿A los homeópatas?!
    —Bueno… es que son muchos años aquí, padre… no sé qué hacer y… bueno… tengo muchas cosas en la cabeza y… bueno… ¿por qué te interesan los homeópatas? Es decir… bueno… quiero decir… ¿cómo los atormentarías tú?
    —¿Yo? ¡Yo no soy el príncipe de las tinieblas!
    —No, claro, claro. Pero… bueno… me vendrían bien ideas. Quiero decir… si te parece bien, padre, quizá… no sé… quiero decir… a ver, padre… si no te sabe mal… una idea desde otra perspectiva… no sé…
    —¡A los homeópatas se les atormenta ignorándoles!
    —Ignorándoles…
    —¡Ignorándoles! Se les hace el vacío. Si vienen y te exigen que quieren ser tratados como el resto de almas, les das caramelos de anís y que se los tomen cada ocho horas. Les dices que con eso seguro que se sienten bien atormentados. Y sobretodo, les dices que tengan paciencia y fe. Mucha fe.
    —Paciencia y fe… claro. Y… bueno… ¿solo me llamas para eso?
    —¡Claro que no! —gritó Loli con su voz más grave, haciendo señas a Rusty para que no se riera o se iría toda la broma al garete—. ¡Te llamo para decirte que voy a ser padre!
    —¡¿Padre?! Tú ya eres padre y… bueno… ¿no eres…? A ver… no quiero que suene mal, padre, pero creo que ya eres muy… bueno… muy mayor.
    —¡MUY MAYOR! ¿Conoces a Julio Iglesias?
    —Todo el mundo conoce a Julio Iglesias.
    —Bien podría ser tu padre. Voy a tener un querubín.
    —Y ¿quién es la… bueno… la madre?
    —Una humana.
    —¿Otra virgen?
    —Quita, quita, eso ya me ha perseguido demasiado. No, esta no es virgen. Vamos… al menos ya no lo es. Pero lo que quería decirte, hijo.
    —Sí, padre.
    —Cuando mi hijo ascienda, el nuevo hijo, como lo hizo Jesusín, necesitará un trabajo. Y había pensado que tú le enseñaras el oficio tenebroso.
    —Pero el oficio tenebroso ya tiene un… bueno… a ver… cómo decir esto sin que suene… yo soy el tenebroso, padre.
    —Pero hay que hacer cambios. Evolucionar. Emprender. Dejar paso a las nuevas generaciones. Tú te jubilarás ya, y mi nuevo hijo te sustituirá. —Loli se quedó callada un momento, para dejar que las palabras calasen. Luego sonrió y carraspeó para continuar—: Bueno, pues ya está decidido. Venga hijo, te dejo que tengo que ir a clases de preparación para el parto. Recuerda, a los homeópatas, vacío y caramelos de anís.
    Loli colgó el teléfono y ella y Rusty se revolcaron por el suelo, riéndose a carcajadas, llorando él, ella no porque al tener los globos oculares donde la lengua, no tenía lagrimales.
    —¡Eso ha sido genial! —exclamó Rusty—. Me encanta que pierdas, porque cuando lo haces tú es mucho más gracioso. Satanás pierde más si pierdes tú.
    —¡¿Has visto como titubeaba?! ¡Le tiene miedo al viejo! «Ya… bueno… esto… oye…»
    —¡Calla, calla, que me voy a cagar!
    Los demonios de la raza de Rusty defecaban por donde los humanos orinamos, y tienen expresiones como «me cago de risa» y «me cago en todo lo que me digas», que significa algo así como «me da exactamente igual lo que tengas que decir sobre este tema en concreto».


    En la sala del trono, Lucifer estaba sentado en su gran trono de hierro siempre al rojo vivo. Tenía el codo apoyado en el brazo del trono y la cabeza sobre su mano roja.
   —¿Todo en orden, su tenebrosísmo? —dijo el demonio que sustituía a Ambro… Miscojones. Había empezado llamándose Gary, pero una torpeza suya había hecho que Satanás le rebautizara con el sorprendente nombre de Miscojones. Era un demonio algo más joven que su antecesor, lo cuál no era difícil. Era alto, delgado y se mantenía muy erguido. Tenía la piel negra, pero no un negro total y absoluto, sino un negro con demasiada saturación, lo cuál lo convertía en gris.
   —Nada va bien, Miscojones. Es una catástrofe, una hecatombe, el fin de los días, lo peor del mundo.
   —¿Qué ha pasado? ¿Se le ha terminado el papel del váter? No se preocupe, su negrosidad, podemos reponerlo, con rollos de doble capa.
   —¡Cállate, Miscojones! No se trata de eso. El viejo, mi viejo, va a ser el viejo de otro humano. Otro mocoso al que los de su especie matarán por ser un poco raro y decir cosas un poco raras. Ascenderá al reino de los cielos, y luego el viejo, mi viejo, su viejo, me lo enviará para que le enseñe el oficio de príncipe de las tinieblas, y me sustituirá.
   —¡No me joda! ¿Habrá cambios? —Gar… Miscojones dijo aquello quizá con demasiado entusiasmo. Por suerte para él, Lucifer estaba tan deprimido que ni se enteró.
   —Muchos cambios, Miscojones. A no ser… —Satanás levantó la cara, tenía los ojos muy abiertos, y una sonrisa amplia dibujada en la boca.
   —¿A no ser que qué?
   —A no ser que me adelante al viejo, a mi viejo, al viejo del nuevo retoño.
   —Que se adelante al Todopoderoso. ¿En qué, si se puede saber, su perversidad?
   —¡Llama a todos los demonios capaces de empuñar un tridente, una espada, un cuchillo o…! Bueno… ¡llama a todos los demonios del ejército de las tinieblas! ¡Vamos a atacar y a invadir el reino celestial!
   —¡¿Qué me está contando?!
   —¡Lo que oyes, Miscojones! Es hora de jubilar al viejo, mi viejo, el viejo del retoño, bueno… el viejo de todos.

© M. Floser.

2 comentarios en “Microficción #163

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