
Conversación

—Esta es una de las mejores cosas que tienen los humanos —dijo el que sostenía una aceituna ensartada en un palillo de dientes—: el aperitivo. Dicen que el sexo no está del todo mal, pero padre ya se encargó de que no pudiéramos follar, ¿no?
—¿Me has citado para hablarme de aperitivos y de nuestra asexualidad?
—Entre otras cosas. ¿Cómo va todo por ahí arriba?
—No mucho peor que por esa pocilga que tú administras. ¿Notas la falta de poder?
—Creo que subestimas a mis feligreses, Gabriel, son mucho más fieles que los del viejo. No cometas el error de creer que yo estoy perdiendo poder. Aún se dibujan pentagramas invertidos con sangre, aún se hacen ritos en mi nombre y se degüellan animales para demostrarme su lealtad. En cambio vosotros, ahí arriba, debéis estar acojonados viendo como la gente empieza a daros la espalda.
—¿Eso crees, Lucifer?
—Llámame Satán, por favor. Y no, no es lo que creo, es lo que sé. Creer en vuestro Dios Todopoderoso es cada vez más difícil, ¿cómo puede haber un Dios cuando el mundo es un nido de barbaridades? Pero en mí… Gabriel, ¿sabes lo fácil que les resulta a esos comemierdas creer en mí? Ven mi rostro en los asesinatos, en las violaciones, en los robos. Escuchan mi nombre en el ensordecedor bramido de los huracanes que asolan pueblos, en el crepitar de llamas que reducen bosques a la nada. Creer en mí es fácil, Gabriel, y eso me da poder.
—¿Qué quieres de mí, Satán? ¿Para qué me has hecho bajar?
—Os doy la oportunidad de uniros a mí antes de que la Humanidad deje de creer en vosotros del todo. El viejo tiene las horas contadas pero yo… mi reinado está empezando y no querrás estar en el bando equivocado cuando la sangre de los humanos empiece a bañar el mundo. ■
© 2017 M. Floser.