Microficción #104

Desastre

Cenefas

El salón estaba completamente destrozado, las paredes llenas de sangre seca, los cuadros torcidos, a punto de caerse. La alfombra, imitación de persa, estaba arrugada y llena de pliegues. También tenía manchas de sangre. Las ventanas estaban rotas y dejaban entrar el frío de aquella noche de diciembre. Las puertas de los armarios estaban sacadas de sus goznes, algunas tenían agujeros del tamaño de balas de cañón. Las astillas se repartían por el suelo, y la cama de matrimonio de la habitación contigua al salón estaba partida en dos por la mitad. Parecía el Titanic a punto de hundirse.
    En el baño, al final del pasillo cuyas paredes parecían haber sido víctimas de un incendio, había un hombre. No estaba de pie, ni siquiera sentado en el retrete, estaba de rodillas, y su cabeza se introducía en el inodoro. Estaba muerto, sus brazos colgaban flácidos y todo su peso caía sobre la nuez que se apoyaba en el borde de porcelana repleto de mierda seca y sangre en el mismo estado. El espejo estaba resquebrajado, en el centro se dibujaba una telaraña de cristales rotos en cuyo centro se acumulaban restos de sangre y algún pedazo de carne atrapada y despellejada.
    Lo único que parecía estar en buen estado en aquel apartamento era el televisor de tubo. La pantalla encendida era la única iluminación del salón, y su luz iba cambiando a medida que la escena cambiaba de plano y enfocaba uno u otro color. El televisor iluminaba las paredes, la alfombra, los cristales que se clavaban en esta, y a un hombre de unos setenta años que se sentaba cómodamente en una butaca con orejeras mientras sujetaba una cerveza fría con la mano derecha. La pantalla enfocaba a una joven Valeria Golino que interpretaba a Susanna en la película Rain Man. Susanna estaba en un ascensor hablando con Raymond, el personaje al que daba vida Dustin Hoffman. El hombre de la butaca dio un trago a la cerveza mientras seguía mirando impasible la película, era la enésima vez que la reponían en televisión, pero a él le encantaba esa peli, así que no le importaba.
    Hubo una explosión detrás de la butaca, y luego se escuchó una serie de crujidos, como si alguien pisara las astillas del suelo. Era eso exactamente.
    —¿Cómo estás, Gruen? —preguntó el hombre de la butaca mientras tragaba un sorbo de cerveza. Su voz era más áspera y amarga que el propio líquido—. Siéntate donde puedas, están echando Rain Man.
    —¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Gruen mientras daba vueltas sobre sí mismo para contemplar todo lo que le rodeaba—. ¿Dónde está el objetivo?
    El hombre del sofá no le habló, ni siquiera se dignó a girarse, solo levantó la mano izquierda y señaló con desgana hacia el pasillo. Gruen siguió el dedo con la mirada, frunció el ceño y empezó a andar. Las paredes chumascadas le revelaron parte de lo ocurrido, la sangre que salpicaba toda la casa le dejó clara la otra parte. Sabía lo que se iba a encontrar al llegar al baño, lo primero que vio fue el espejo roto. Se asomó, vio al objetivo con la cabeza en el váter, y suspiró. En el lavabo, justo debajo del espejo, habían varios dientes, y la porcelana blanca se había teñido de rojo diluido en agua. Gruen cerró la puerta del lavabo, como si pretendiera respetar la intimidad del muerto, volvió al salón y resopló un par de veces mientras decidía qué decir. En la televisión Susanna y Raymond empezaron a bailar al ritmo del hilo musical del ascensor.
    —Esta es una de las mejores escenas de la película. ¿Has visto lo buena que estaba Valeria en esta peli? ¡Joder quién pudiera bailar con ella!
    —¿Por qué has matado al objetivo?
    —Me atacó.
    Si Gruen no hubiera estado detrás de la butaca habría visto como el hombre de la cerveza se encogía de hombros antes de decir aquello. En aquel momento Sussanna besó suavemente a Raymond en los labios. Dustin Hoffman tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. El beso duró unos segundos, y luego Sussanna con su dulce voz le preguntó a Raymond «¿qué te ha parecido el beso?», el hombre de la butaca, con su voz de cerveza fría respondió a la vez que Dustin Hoffman: «húmedo».
    —¡Húmedo me ha puesto a mí! —añadió dando unos golpes en el brazo de la butaca—. ¡Qué buena está, qué buena está!
    —¡Hurial! —gritó Gruen girando la butaca para situar al hombre sentado de tal forma que se le viera la cara. La butaca no tenía ruedas, y Hurial era un individuo grande, a pesar de eso la butaca giró con facilidad, como si estuviera sobre hielo resbaladizo—. ¡¿Por qué coño has matado al objetivo?!
    —¡Mira lo que has hecho, imbécil! —dijo Hurial mientras se limpiaba una mancha de cerveza de la camisa negra. Gruen le había dado la vuelta al asiento justo en el momento en el que el hombre se llevaba la lata a la boca—. Ya te lo he dicho, macho, ese idiota me atacó. ¿Qué querías que hiciera?
    —Le has arrancado los dientes, has destrozado la casa, has ahogado a ese capullo. ¿Dices que te atacó? Haberle dado un puto puñetazo.
    —Me atacó varias veces.
    —¿Y el pasillo? —dijo Gruen ignorando lo que Hurial acababa de decirle.
    —¿Qué pasa con él?
    —¡No me jodas, Hurial! —Gruen se enfureció, su rostro se enrojeció y, en aquel preciso momento, la pantalla de la tele reventó. Los cristales salieron disparados y algunos se clavaron en el respaldo del asiento, que ahora quedaba justo delante del aparato—. ¿Has usado la magia para matar a un humano?
    —Ese tío no era humano, macho. Era… era… ¡era un puto mestizo!
    Gruen no respondió, se limitó a golpear el suelo con el pie derecho, intentando tranquilizarse, intentando controlar el instinto de lanzar a Hurial por la ventana de aquel decimoquinto piso.
    Hurial se levantó de la butaca, era alto, y también era ancho. Su barriga hacía que la camisa se tensara, parecía que los botones saltarían en cualquier momento. Su mano derecha seguía sujetando la lata de cerveza, se la llevó a la boca pero, antes de que pudiera dar un trago, Gruen la golpeó con el reverso de su mano, haciendo que la lata saliera disparada hacia la pared y luego quedara en el suelo, derramando el líquido espumoso.
    Hurial miró la cerveza con los ojos muy abiertos, como si fuera el cuerpo sin vida de un compañero caído en el campo de batalla. Sus fosas nasales se abrieron, las venas de su frente se le marcaron y, sin siquiera tocar a Gruen, hizo que volara por los aires, golpeado por una energía invisible que onduló el aire entre los dos hombres. Hurial alzó el brazo apuntando a Gruen, y este se quedó adherido a la pared, como si alguien le hubiera clavado a ella.
    —Eres un puto subnormal, Gruen. No vuelvas a hacer algo as…
    Antes de que Hurial terminara la frase, dos bolas de luz salieron de las manos de Gruen e impactaron en el pecho de Hurial, provocando una explosión que lanzó al hombre a la otra punta del salón. Gruen quedó libre, cayó al suelo de pie y se acercó a toda prisa al otro. Hurial alzó la cabeza justo en el momento en el que Gruen le daba un potente puñetazo en la mandíbula. Esta vez fue Gruen el que apuntó a Hurial con la mano, pero en vez de alzarlo en vilo, con hilos invisibles, le arrebató la capacidad de respirar. Hurial se llevó las manos al cuello, sus ojos empezaron a desorbitarse, sus labios comenzaron a teñirse de morado y todas las venas de su rostro se marcaron peligrosamente. Boqueaba con la esperanza de que en cualquier momento el aire regresaría.
    —No solo matas al objetivo —empezó a decir Gruen con cansancio en la voz—, no solo destrozas su piso, sino que además te revelas contra tu superior, y le atacas —Gruen hizo una pausa y sonrió con malicia—. ¿Cómo era eso que me has dicho? ¿Por qué has matado a tu objetivo? —la pregunta no pretendía encontrar respuesta, Hurial no podía hablar, pero aún así Gruen hizo una pausa—… ¡ah, sí! Porque te ha atacado.
    Los ojos de Hurial se abrieron aún más al entender la intención oculta en las palabras de Gruen. Este cerró el puño, obstruyendo por completo las vías respiratorias de Hurial con su magia, luego hizo un movimiento brusco, un giro de muñeca, y se escuchó un crujido espeluznante. Hurial quedó quieto, como un títere sin titiritero, con el cuello partido y su vida apagada. Gruen escupió en el suelo disgustado. Ahora, además de tener que limpiar todo aquel desaguisado, tendría que encontrar a un nuevo aprendiz. Odiaba aquella parte, casi tanto como usar sus poderes con insectos como aquel.

© 2017 M. Floser.

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