
Tres días siguiendo la misma estrella, tal y como el mago les había indicado. El drakkar se enfrentaba al oleaje que lo alzaba en vilo, mientras los pocos hombres que quedaban se reunían en el centro, espalda con espalda, formando un círculo que miraba en todas direcciones, intentando mantenerse en pie a pesar de la brusquedad de aquel temporal. Las nubes habían oscurecido un día al que aún le quedaban muchas horas para anochecer y en el mar, bajo la embarcación, se dibujaba la silueta inmensa de la criatura que había asesinado a varios de los poderosos guerreros. La tortuga gigante, diez veces más grande que el tamaño de diez casas, se preparaba para una nueva embestida. Hasta ahora habían conseguido mantenerla a raya con las hachas y las lanzas, pero las armas estaban en el fondo del mar, junto a los compañeros caídos, ascendidos al vallhalla, acompañados por las valquirias. Incluso aquella idea parecía más apetecible que seguir luchando contra aquella bestia.
Recordaban casi con nostalgia el combate contra Fenrrir, el lobo gigante. Había supuesto un tormento más llevadero. El líder de aquel grupo de hombres había fallecido en el bosque, su cuerpo inerte en el lodo, había sido destrozado por las zarpas del hijo de Loki. Las ranas croaban sobre su cadáver, mientras el resto de guerreros se encargaban de vengarle dando muerte al lobo.
El más joven de los pocos hombres que quedaban con vida, empezó a temblar cuando casi cae al suelo de la embarcación por un movimiento brusco del agua. Muerto de miedo, mareado y perturbado por la quietud de la silueta bajo ellos. Una sombra inmensa que oscurecía el mar y lo convertía en un pozo de negror. Se orinó encima, y supo que estaba a punto de llegar su hora, se reuniría con odín, se arrodillaría ante su trono y, cuando le mirase al rostro severo, sabría que todo habría acabado.
Ese pensamiento no era exclusivo del novato, todos sabían que aquel drakkar sería su ataúd, y aquellas aguas saladas serían su tumba.