MICROFICCIÓN 271: Ojo por ojo

En la imagen vemos una pagoda (un edificio japonés). Vemos su fachada y unas escaleras que se pierden en la parte baja de la imagen. No se ve nada más que eso y cielo, lo que da la impresión de que la pagoda sea muy alta. El título del relato es “Ojo por ojo”.

Ojo por ojo. Imagen libre de licencia: Pexels.

Ojo por ojo es un relato de fantasía cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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ESTA VEZ LOS HABÍA CONTADO. Diez mil escalones. Acababa de subir diez mil escalones. Garga llevaba cien años como sirvienta de villanos y todavía era incapaz de entender por qué montaban su guarida en sitios tan inaccesibles. Sí, vale, era para que sus enemigos no pudieran llegar fácilmente, pero eso era absurdo e inútil. Recordaba, por ejemplo, a la Profesora Malfario, una de las villanas más brillantes para las que había trabajado. Tenía su guarida en una cueva submarina. Murió a manos de su archienemiga, Supercutre, que había dado clases de apnea.
      Su actual jefa no le caía especialmente bien, pero es muy difícil que una villana te caiga bien. Solo le ocurrió con una joven llamada Putochunga, que soñaba con ser la peor villana de la historia, pero era incapaz de hacerle daño ni a una mosca. Murió de un infarto a los noventa y nueve años y en su trayectoria malvada había fundado diez refugios infantiles, había llevado comida a países desfavorecidos y había apadrinado a varios niños repartidos por todo el mundo. Siempre será recordada como una de las villanas más productivas, pero solo porque ella, Garga, había tomado la decisión de cometer varias atrocidades en su nombre. Un día, por ejemplo, le escondió el mando a distancia a un ciego. En otra ocasión entró en una pizzería con un pasamontañas y una lata de piña y… bueno, sé que hay personas muy sensibles con este tema, así que lo dejaremos en eso.
      No, su jefa actual no le gustaba. Era una psicópata de tomo y lomo. Justo ahora, Garga volvía de una misión que se le había hecho más cuesta arriba que subir todos esos escalones. Le había enviado en busca de ojos de bebés. Su jefa leyó en un libro de conjuros que si reunía los ojos de cien personas vírgenes, los mezclaba con orégano y un poco de mostaza Dijon y se los comía, prolongaría su vida. En su lógica enfermiza, la jefa dedujo que en esta sociedad en la que todo el mundo folla con todo el mundo, la única manera de ir sobre seguro con el tema de los vírgenes, era yendo a por bebés.
      Garga cargaba con un saco no demasiado grande y se arrodilló ante el trono de su jefa. Era una mujer hermosa: alta, de ojos color miel, nariz aguileña, labios carnosos y el pelo blanco en una melena salvaje.
      —Veo que has vuelto —dijo la mujer, vestida con una capa negra con forro rojo y una armadura medieval negra sobre un traje de neopreno.
      Garga suspiró y contó hasta diez para no responderle algo como: «No, soy mi holograma, mi verdadera yo está viniendo. No te jode…». En vez de eso dijo:
      —Sí, mi señora.
      —Has tardado demasiado.
      —Volví hace un día, mi señora.
      —¡¿Y osas no venir directamente?!
      —He venido directamente, mi señora. Son estas escaleras… tuve que pernoctar a medio tramo y casi me caigo rodando.
      La villana miró a Garga con fastidio. Ella subía siempre volando y no tenía manera de entender lo que significaba esforzarse por llegar hasta allí, así que la criticó. Es algo que hacen todos los jefes, criticar lo que seguramente no serían capaces de hacer ni aunque les fuera la vida en ello. Por ejemplo: «No entiendo que tarde tanto en rellenar todos esos informes, Martínez. ¡Y no me venga con que se ha roto la máquina de escribir y tiene que hacerlos a mano!» o «¡¿Y que tenga que coger cinco transportes porque vive en la otra punta de la ciudad es motivo para llegar un minuto tarde todos los días?!».
      —¿Los has traído? —preguntó por fin.
      —Sí, mi señora —dijo Garga acercándole el saco.
      No había arrancado los ojos a ningún bebé. No se vio capaz de hacerlo. En vez de eso había buscado a hombres que decían cosas como: «Es que ya no se le puede decir “Guapa” a una mujer sin que te llame acosador» y les había extirpado los ojos con una cucharilla de postre.
      —¿Seguro que son ojos de bebé?
      —Claro, mi señora —mintió Garga.
      La jefa se la quedó mirando y luego miró los ojos. Sacó uno y lo apretó un poco con el dedo índice y el pulgar.
      —¿No son demasiado grandes para ser de bebés?
      Garga tenía más que pensada la respuesta a eso.
      —Eso es porque nunca hemos visto el ojo de un bebé fuera de un bebé, mi señora. El globo ocular es como el de un adulto, pero sus ojillos y su pequeña cabeza hacen que parezca más pequeño.
      La villana miró a Garga interrogativamente, intentando descifrar si le estaba mintiendo. Si lo pensaba objetivamente, aquello tenía todo el sentido del mundo. A nadie antes que a ella se le había ocurrido sacarle los ojos a un recién nacido.
      Como si Garga hubiera adivinado los pensamientos de su jefa, dijo:
      —Es usted una visionaria, mi señora.
      El pecho de la villana de hinchó de orgullo. Garga sabía que, en general, las personas que se dedicaban a la villanía, tenían un ego exagerado que había que regar de vez en cuando y a ella se le daba muy bien, tenía muchos años de experiencia.
      —Entiendo —dijo por fin la villana—. Lleva esto a la cocina y ordena que me preparen la poción.
      Garga miró a su espalda, a los diez mil escalones que le separaban de la planta baja de aquella fortaleza.
      —Mi señora, ¿podría usar el ascensor esta vez?
      La villana la miró como si le hubiera azotado en la cara con un calcetín sudado.
      —¿Quieres usar mi ascensor?
      —Esto… bueno… ¿Sí? Quiero decir… sí, por favor. Usted no lo usa y… bueno… creo que podría llevar a cabo su orden con mucha más eficacia.
      —¡Pero claro que sí, mujer! —dijo la villana con una amplia sonrisa.
      Garga abrió mucho los ojos y sonrió de oreja a oreja. Pero de repente el rostro de su jefa se ensombreció.
      —¿Quieres algo más? ¿Que te dé un masajito en los pies? ¿Que te abanique?
      Garga también cambió su expresión.
      —¡Largo de aquí antes de que te haga bajar las escaleras de una patada en el culo!
      Garga salió disparada hacia las escaleras sin pensárselo. Sus cien años de experiencia en el sector le habían enseñado que no hay nada peor que la explosión de ira de una villana. Corrió mientras pensaba en lo mucho que se alegraba de no haber hecho lo que aquella hija de putero le había pedido y se le ocurrió que, cuando la cocinera no mirase, a lo mejor le echaba a la poción un chorrito de esa botellita con una calavera pintada que había comprado en los bajos fondos. No era la primera vez que lo hacía, en cien años hay que aprender cuándo hacer que una villana se jubile anticipadamente.



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