MICROFICCIÓN 270: Enviando mensajes

En la imagen vemos la fachada de un castillo medieval bajo un cielo nublado. El relato se titula: Enviando mensajes.

Enviando mensajes. Relato libre de licencia: Pexels.

Enviando mensajes es un relato de fantasía cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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LA REINA RÚBINA XVIII HABÍA REUNIDO a sus ocho consejeros en la sala del trono. Era una mujer bajita en extremo, con la cara empolvada y el pelo rojo, cardado en un peinado que le hacía ganar unos centímetros. Se sentaba en el trono y sus pies se apoyaban en la espalda de un sirviente vestido de bufón. Era imposible que los pies de la reina tocaran el suelo a no ser que alguien se los cortase y los dejara ahí, como quien deja las pantuflas cuando se tumba en la cama. Más de una persona de las congregadas en la sala se habría ofrecido voluntaria para la amputación y habría pedido que no le pusieran anestesia y que le dieran el serrucho más oxidado y menos afilado que hubiera en el reino. A ambos lados del trono había dos hombres con armadura. Parecían gigantes, sobre todo comparados con la monarca. Los dos sujetaban hachas enormes.
      Los consejeros se miraban incómodos mientras la reina se afanaba por pescar con el dedo índice ese moco viscoso que había decidido ponerle las cosas difíciles. Todos sabían por qué estaban allí, aunque con esa tirana siempre podía haber sorpresas.
      —A ver, tú… —dijo la reina señalando a un anciano de barba larguísima con el dedo índice, de cuya punta colgaba el moco que por fin había perdido la batalla—. ¿Habéis encontrado a esos mocosos?
      El anciano dio un paso al frente, miró a sus compañeros, que asintieron como diciendo: «Tranquilo, bro, te apoyamos», carraspeó y dijo:
      —No, su majestad.
      —¿Cómo es posible que dos niños roñosos estén dando esquinazo a todo el ejército de la reina más poderosa del mundo?
      Alguien levantó la mano para corregir a la monarca, pero recibió un codazo. Rúbina XVIII no era la reina más poderosa del mundo, pero era la más poderosa de esa sala y tenía una fijación enfermiza con la decapitación. El que levantó la mano era nuevo en aquel trabajo y le habían dicho que era un puesto con muchas posibilidades —aunque quien se lo dijo decidió omitir que era un puesto con muchas posibilidades de acabar muerto—.
      —Su majestad… el problema es que esos dos niños roñosos son mucho más listos que la mayoría de los soldados de vuestro ejército —dijo el anciano de la barba larga intentando analizar bien cada palabra que decía.
      —¿Me estás llamando tonta?
      —¿Eh? ¡No…! No a vos, su majestad, a vuestro ejército.
      —Mi ejército me representa a mí, viejo. ¿Estás diciendo que soy tan tonta como para no saber escoger a mis soldados?
      El viejo miró a sus compañeros, a su espalda, buscando ese apoyo que le había sido prometido, pero todos habían decidido que de repente el suelo de la sala del trono era la cosa más interesante del universo. Empezó a temblar, a sudar y le habría gustado tener una ventana cerca para lanzarse por ella.
      La reina alzó la mano y la bajó de golpe señalando al viejo. Los soldados a ambos lados del trono se acercaron al viejo y le obligaron a arrodillarse. El hombre pidió ayuda. Suplicó que alguien le salvase, pero joder qué interesante era aquel suelo. De los más fascinantes que nadie hubiera visto jamás. El hacha de uno de los soldados descendió en picado sobre la nuca del viejo y su cabeza cayó y rodó por la sala, hasta que quedó a los pies de uno de los consejeros. «Incluso así, el suelo sigue pareciendo muy interesante, voy a seguir mirándolo un ratito», se dijo. Los soldados volvieron a sus puestos y clavaron su vista al frente. Uno se preguntaba si habría canelones para cenar, el otro tenía unas ganas locas de rascarse la entrepierna, pero con la armadura era complicado.
      —¡Quiero que encontréis a esos mocosos, les cortéis la cabeza y las clavéis en una pica! ¡Quiero que su muerte sirva como mensaje! ¡Quien roba a la reina más grande del mundo lo paga con su muerte!
      El mismo tipo de antes alzó la mano para corregir a la reina, pero volvió a recibir un codazo.
      Hubo otro alzamiento de mano.
      —¿Y a ti qué te pica? —preguntó la reina.
      —Sí… esto… su majestad… sobre el tema de las picas… esto… el caso es que… bueno… el tema es que… las picas… bueno, que no nos quedan picas.
      —Que no nos quedan picas —repitió la reina.
      —No, su majestad…
      —¡Pues haced nuevas!
      —Ya… verá, su majestad… el problema de eso es que… bueno… que no nos quedan árboles que talar para hacer picas nuevas.
      La reina, que estaba a punto de alzar su mano para que ejecutasen a ese cretino, se quedó pensando.
      —¿No hay árboles en mi reino?
      —Esto… no, su majestad.
      —¿Y los ents?
      —Se mudaron a un reino menos… bueno… más… esto… a un reino distinto.
      —¡Traidores! ¡Que les corten la cabeza!
      —Bueno, es que… no tienen cabeza como tal, su majestad. El caso es que… bueno… no se pueden hacer picas nuevas, su majestad.
      La reina estaba tan roja de rabia que su cara se mimetizaba con su pelo a pesar del polvo blanco.
      —¡Esto es intolerable! ¡Un reino sin picas es como un reino sin picas, que no tiene picas! ¡¿Cómo voy a mandar mensajes sin picas en las que clavar las cabezas de quienes me hinchan el coño?!
      El tipo con propensión a levantar la mano dio unos pasos adelante con la mano alzada.
      —Su majestad, si me permite una propuesta —dijo.
      —¿Tú qué quieres?
      —Es sobre los mensajes. ¿Ha pensado usted en enviarlos por correo? Un pergamino, una paloma y santas pascuas.
      Varios miembros del consejo se dieron una palmada en la frente, otros estaban demasiado estupefactos como para hacerlo y, en un caso concreto, demasiado muerto.
      —Correo, ¿eh? —dijo la reina y el consejo entero abrió los ojos sorprendido—. No es mala idea… A falta de picas, buenas son cartas, ¿no dice eso el refrán?
      Nadie supo qué contestar.
      —Sí, creo que es buena idea esa del correo. Vamos a empezar contigo, ¿te parece?
      —¿Su majestad?
      La reina alzó el brazo y lo bajó de golpe señalando al tipo. Los dos soldados se acercaron a él, le pusieron de rodillas y se jugaron a Piedra, papel, tijera, cuál de los dos le iba a cortar la cabeza. Ganó el de la derecha, así que levantó el hacha y la descargó sobre el cuello del consejero.
      —Coged su cabeza, metedla en un saco y añadid la nota: «Esto es lo que pasa cuando se le toca mucho el higo a la reina más inteligente del mundo». Avisad de que si no aparecen los dos mocosos seguiré mandando cabezas. Haced copias y enviadlas a distintas casas del reino.
      —¿Copias, su majestad? —dijo el soldado—. Nuestro reino no tiene fotocopiadora.
      —Bueno… aquí veo todavía seis miembros del consejo. A mí eso me da seis cabezas, siete con la del viejo de antes. En total ocho copias, ¿no te parece? Creo que me va a gustar esta nueva manera de enviar mensajes.
      Los soldados se pusieron manos a la obra. Los miembros del consejo intentaron huir, pero en muchos casos se chocaban entre ellos y en otros se resbalaban con la sangre que ya empapaba el suelo de la sala del trono. Empezaba una nueva época que duraría al menos hasta que los árboles del reino volvieran a crecer o hasta que esos traidores ents volvieran con las ramas entre las raíces.



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