
Un caso más. Imagen libre de licencia: Pexels.
Un caso más es un relato de fantasía cómica perteneciente a la sección Muchipalabras. En esta sección escribiré relatos ambientados en el Muchiverso, mi universo literario, en los que tendré que incluir obligatoriamente tres palabras generadas aleatoriamente con la web Palabras aleatorias en español. Muchipalabras es un ejercicio de escritura que se encuentra dentro de la sección Muchijuegos.

PALABRAS QUE TENDRÉ QUE AÑADIR HOY:
DISTOPIA — ORNITORRINCO — SERENIDAD

LA NOCHE SE PRESENTABA TAN FRÍA como el culo de un esquimal, y Jacelm Grimm le daba un sorbo a su café hirviendo de un vaso de papel. Eran las cuatro de la mañana y nadie sabría explicar de dónde cojones había sacado un café para llevar a esas horas, pero ahí lo tenía, con su nombre mal escrito con rotulador y una carita sonriente dibujada. Según el vaso, su nombre era Ya sé, según su madre, su nombre era ¿Cuándo te vas a casar y tener hijos?, según ella… bueno, ella solo quería volver a la cama. Pero no podría hacerlo. No hasta que viera el cadáver.
Pasó por debajo del cordón policial y se acercó a su compañera, Hantian Andersen, que hablaba con un policía. Jacelm esperó y se entretuvo con lo que tenía más cerca: el cuerpo desnudo y sin vida de un tipo gordo, muy peludo, con cuernos, rabo y un pene diminuto.
—Hola, Jaz —dijo Hantian después de despedirse del policía y acercarse a ella—. ¿De dónde has sacado el café?
Jacelm miró el vaso, leyó su nombre falso y en su mente visualizó el móvil sonando, se visualizó sentándose en el borde de la cama, recordó la voz de Hantian diciéndole que tenían otro caso, recordó haberse vestido a toda prisa y recordó haber conducido el coche hasta la escena del crimen, pero no recordaba haber comprado ese café.
Se encogió de hombros, dio un sorbo y suspiró.
—De donde se sacan todos los cafés, supongo —respondió sin más.
Hantian asintió con una mueca de aprobación. Tenía sentido.
—¿Qué sabes de nuestro amigo Pichacorta, Han? —preguntó Jacelm encogiéndose por el frío.
—Quizá sea por el frío —respondió Hantian, ladeando la cabeza para mirar el diminuto pene del difunto. Tenía algo hipnótico.
—No te preocupes, ya no puedes herir su masculinidad frágil. Dios, parece un puto ornitorrinco, mira todo ese pelo marrón.
Hantian suspiró, aquella mujer era jodidamente inteligente. En su mente había una serenidad que le permitía tener aquellos instantes de genialidad. Sí, realmente aquel cadáver parecía un ornitorrinco recién salido del agua.
—Algo no tiene sentido, Han —dijo Jacelm poniéndose en cuclillas y mirando con mucha atención el cadáver.
Su compañera se puso a su altura.
—¿Qué cosa? —preguntó. Cabía la posibilidad de que se hubieran dado cuenta del mismo detalle, pero, por si acaso, prefería dejar que hablara primero Jacelm.
—Fíjate. A este tipo no le han matado aquí.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Alguien lo ha colocado justo encima de esa silueta pintada con tiza…
Hantian miró a su compañera, luego miró al cadáver y al cerco de tiza que lo rodeaba.
—Diría que lo han hecho los de la científica, Jaz —dijo por fin.
—¿Los de la científica han matado a este pobre desgraciado de pene diminuto y lo han colocado encima de esa silueta pintada con tiza? ¡Me cago en mis muertos, Han! Si ya has resuelto el caso, ¡¿por qué me has hecho venir hasta aquí a las cuatro de la puta mañana?!
—Cálmate, Jaz. La silueta la han hecho los de la científica. El cadáver ha muerto aquí. ¿Has dormido bien?
—Qué va, Han —dijo Jacelm con voz lastimera—. Llevo noches sin dormir. El niño… no para de lloriquear.
—Jaz, tú no tienes hijos —Hantian empezaba a temer que su compañera estuviera perdiendo la cabeza, que su mente estuviera creando una realidad paralela, inventándose una distopia en la que tenía familia, aparecían cafés de la nada y donde los cadáveres son depositados en siluetas de tiza y no al revés.
—¿Te crees que no lo sé? Pero ahora parece ser que tengo en casa el espíritu errante de un bebé llorón.
Hantian se relajó. Así que era eso.
—Lo siento, Jaz. Es una putada. Yo hace unos años tuve en casa el espíritu de un tipo que era un fantasma. Y no me refiero a su condición espectral, que también, sino que se pasaba el tiempo diciendo cosas como: «Este fin de semana he echado diez polvos y todos con mujeres más jóvenes que yo» o «Le pegué un puñetazo a un demonio y se volvió bueno».
Al recordar aquella época tan angustiosa, Hantian se puso a llorar. Jaz, al verla, lloró con ella y ambas se abrazaron.
—¡Te comprendo, tía! —dijo Hantian.
—¡Yo a ti también te comprendo!
Los policías que había en la escena del crimen se quedaron mirando a las detectives.
El cadáver abrió los ojos, que parecían de cabra, se incorporó y carraspeó incómodo al ver a las dos mujeres abrazadas, llorando.
Jacelm y Hantian lanzaron un grito y se cayeron de culo al suelo.
—Dizzzculpen —dijo el tipo de los cuernos con una voz que sonaba como un matasuegras soplado por un cantante de Thrash metal—. ¿Ezzztan uzzztedezzz bien?
Las detectives, con los corazones amenazando con salirse de sus pechos e ir a vivir nuevas y más tranquilas aventuras, se miraron, miraron a los policías y luego miraron al del micropene.
—Está vivo. —No era una afirmación, pero tampoco una pregunta. Jacelm simplemente dejó las palabras sueltas para que cada quién decidiera cómo interpretarlas.
Hantian se levantó, ayudó a su compañera, se sacudió la tierra de los pantalones y luego, con mucha calma, con toda la educación que sus padres le habían podido inculcar dijo:
—¡CASI NOS MATA DE UN INFARTO, PEDAZO DE CACHO DE TROZO DE CABRÓN!
El de los cuernos se llevó la mano al pecho, ofendido, como si aquellas palabras le hubieran herido en lo más profundo del corazón o como si le hubieran pateado las pelotas.
Hantian sacó la pistola y apuntó al ya no cadáver. Estaba roja de rabia. Jacelm se interpuso, sujetó las manos de su compañera y desvió el cañón de la pistola hacia el cielo.
—¡Contrólate, Han! —dijo Jacelm.
—¡Suéltame, Jaz, que me lo cargo!
—Coño, Han, ¡cálmate! ¡Tú no eres una asesina! ¡No eres como esos cabrones de la científica!
A Hantian le caía saliva por las comisuras de la boca y se le marcaban las venas del cuello y de las sienes, completamente rojas, pero al oír aquello miró a su compañera a los ojos y vio por primera vez las ojeras marcadas.
Se relajó, frunció el ceño y le dedicó a Jacelm una expresión compasiva.
—Tienes que dormir, Jaz.
Jacelm asintió, casi llorando. Realmente necesitaba dormir. Tenía el cerebro embotado.
—Pero el niño… —dijo.
—Cántale una nana, verás como se duerme. —Hantian cogía la cara de Jacelm con ambas manos.
—No me sé ninguna nana para espíritus, Han.
—Creo que una nana normal servirá o cualquier canción. ¿Has probado con Taylor Swift?
Jacelm sorbió por la nariz.
—Qué va, nunca le he cantado una nana a Taylor Swift… ¡Soy un desastre!
Hantian suspiró.
—Necesitas dormir, Jaz.
El no cadáver seguía sentado en el suelo. Los policías le miraban, pero él solo contemplaba la escena de las dos compañeras y se sorbía los mocos con un pañuelo que sacó de vete-tú-a-saber-dónde.
—Dizzzculpen…
Hantian resopló. Soltó a Jacelm y se dirigió al no cadáver.
—¡¿Qué?! —exclamó con un tono que significaba claramente Estoy a esto de meterte la porra de ese poli por donde amargan los pepinos.
—¿Por qué ezzztaban mirándome mientrazzz ezzztaba durmiendo? —preguntó el ornitorrinco cornudo de pene diminuto.
Las dos compañeras se miraron.
Durmiendo…
Hantian se pellizcó el tabique nasal y resopló.
Durmiendo…
Jacelm se secó las lágrimas con la camisa y se dio cuenta de que ya no tenía el café en las manos.
Durmiendo…
El café tampoco estaba en el suelo. Era como si nunca hubiera existido. ¿Lo había imaginado? No… Hantian también lo había visto. ¿Lo había visto? Sí, lo había visto. Había hablado de él. ¿Seguro? Sí, seguro.
Durmiendo…
Jacelm vio como Hantian se acercaba al ornitorrinco, mientras lamía su helado de menta.
Durmiendo…
Le tendió la mano al no cadáver y este se levantó. Era alto y delgado, calvo, y vestía un traje con lentejuelas color menta.
Durmiendo…
Jacelm suspiró y notó el olor a menta en su aliento.
«Qué raro —pensó—, si a mí ni siquiera me gusta la menta».
Durmiendo…
—Dizzzculpe —dijo la voz del tipo apuesto, rubio y musculoso, vestido con abrigo verde, muy peludo.
—¿Sí? —dijo Jacelm al darse cuenta de que se había despistado.
—Le decía que zzzigue durmiendo…
Durmiendo…
De lejos se escuchó una música y todos en la escena del crimen alzaron la cabeza y miraron al cielo. La música era de Taylor Swift.
—Le ezzztán llamando por teléfono.
Durmiendo…
Jacelm abrió los ojos y se encontró sola en su dormitorio. El teléfono sonaba, invadiendo toda la habitación con la letra de Shake it off, de Taylor Swift.
Se incorporó y se sentó en el borde de la cama.
En la pantalla del móvil aparecía el nombre de Hantian y dos iconos de teléfonos, uno rojo y el otro verde. Deslizó el verde hacia arriba y se acercó el móvil a la oreja. Taylor Swift dejó de cantar.
—Dime…
—¿Estás bien? —preguntó Hantian desde el otro lado de la línea.
—Sí… he tenido un sueño muy raro… ¿qué ocurre?
—Tenemos otro caso —dijo Han.
Jacelm se apartó el teléfono de la oreja y miró la hora en la esquina superior izquierda de la pantalla. Eran las cuatro de la madrugada.
—Tendrías que ver a este tipo, Jaz… tiene un pene diminuto.
Jacelm colgó el teléfono y lo lanzó sobre la cama, como si le hubiera quemado la mano.
¿Era posible? ¿Realmente estaba pasando? Solo tenía que hacer una cosa para averiguar si se estaba volviendo loca.
Se vistió a toda prisa y, cuando estaba a punto de salir, escuchó al bebé de los vecinos llorando.
—¡¿CÁNTADLE UNA PUTA NANA A ESE NIÑO, ME CAGONMISMUERTOS?! —exclamó a través de la pared.
Salió de casa y se dirigió a su coche. ¿Realmente estaba ocurriendo aquello? Joder, ahora le apetecía un café para llevar, pero a ver dónde encontraba una cafetería abierta a esas horas de la madrugada. ■

