MUCHITEMAS 2: Una carrerita

En la imagen vemos la superficie calma del agua de un pantano, con nenúfares y flores rosas que emergen del agua. Vemos, además, reflejadas, las copas de los árboles, altos, que casi ocultan el sol. El relato se titula: “Una carrerita”.

Una carrerita. Imagen libre de licencia:Pexels.

Una carrerita es un relato de fantasía cómica perteneciente a la sección Muchitemas. En esta sección escribiré relatos ambientados en el Muchiverso, mi universo literario, basándome en los temas aleatorios que me proponga la aplicación What to Draw? Muchitemas es un ejercicio de escritura que se encuentra dentro de la sección Muchijuegos.

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EL TEMA SOBRE EL QUE ESCRIBIRÉ HOY ES…

Captura de pantalla de la aplicación "What to Draw?", que me propone el tema: Una escudera elfa, con un mapa del tesoro, huyendo de un duende en un pantano.
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UNA HOGUERA ILUMINABA A LOS TRES DUENDES. Uno de ellos, alto para ser un duende, según le decían siempre, con la camiseta de una banda de rock ajustada a una barriga dura y abultada, el otro, de estatura normal, aunque tan encorvado hacia delante que parecía medir la mitad, delgado hasta el extremo y, el otro, tan gordo que su camiseta, con el dibujo de un personaje de cómic, era incapaz de cubrir toda su barriga y dejaba al descubierto el ombligo peludo y sudoroso. Los tres estaban sentados en el suelo, los tres se calentaban las manos con la hoguera, los tres tenían las orejas puntiagudas, narices afiladas y los tres estaban asustados, aunque intentaran ocultarlo.
      —Sus digo que la han visto viniéndose pa’cá —dijo el alto para ser un duende.
      —Pamplinas —protestó el encorvado—. La ama tie escudos mágicos por toas partes. Si una bruja mete el hocico en el pantano… ¡puf! A tomar porculo la bruja y el hocico.
      —¡Ja! Ha dicho culo —dijo el gordo, que muchas luces no tenía.
      —La bruja no ha entrao en el pantano, caranchoa —dijo el alto para ser un duende—. La que ha entrao es la escudera. La elfa esa.
      —¡Pfff! Una elfa. Ya ves tú.
      —Pues sí, ya ves tú, una elfa. Y dicen que corre como si se le hubiera quemao el culo.
      —¡Ja! Ha dicho culo —puntualizó el gordo.
      —Pero por mucho que corra —dijo el encorvado— no tie posibilidades de salir entera. Si de verdá ha entrao en el pantano, esa ya no sale, te lo digo yo. Y a tó esto… ¿pa’ qué coño ha entrao?
      —Por lo que dicen —comentó el alto para ser un duende bajando la voz— ha entrao pa’ mangarle el mapa del tesoro a la ama.
      —¡Ahora sí que te has pasao! —El encorvado lanzó una carcajada—. El mapa del tesoro de la ama está en su cuarto, en una vitrina embrujá. Eso no hay diosa que lo abra. Deja de decir tontás.
      —¡Ni tontás ni tontós! Me lo ha dicho mi cuñao, que ha visto a uno corriendo tras una elfa que llevaba en la zarpa el mapa enrollao.
      —Tu cuñao, claro, el borrachuzo de tu cuñao.
      —Sobrio lleva desde hace tres meses.
      —Pos hale, se siente, pero ya no está sobrio. Ese se ha bebío hasta el agua de fregar el suelo. Te digo que es imposible que una bruja entre en el pantano.
      —¡Que la bruja no ha entrao!
      —Ni la elfa, ni la bruja, ni sus muertos pisaos. Una elfa, sola, en un pantano lleno de los nuestros. Le pateamos el culo.
      —¡Ja! Ha dicho culo.
      El gordo intentó cazar una mosca gorda como una uva, pero se le escapó y, mientras se alejaba volando, la mosca le enseñó ese dedo que nunca se debe usar para hacer autoestop.
      —Tú dirás lo que te dé la gana —continuó el alto para ser un duende—, pero que la elfa ha entrao es verdá y que se viene pa’cá también.
      La mosca ahora revoloteaba alrededor de la cabeza del alto para ser un duende. Este desenfundó un cuchillo con la hoja zigzagueante y, con un movimiento rápido, intentó clavar al insecto en el suelo fangoso. La palabra clave es intentó. La mosca esquivó la puñalada y se alejó de allí, porque ella, donde no la querían, no se quedaba.
      —Una cosa que no tie sentío —dijo el encorvado— es que solo le persiga un duende. No tie sentío.
      —Mi cuñao dice que cuando la elfa mangó el mapa, saltaron toas las alarmas y pa’llá que se fueron, pa’ ver qué había pasao. Me dijo eso y me dijo que se viene pa’cá.
      —¡Pa’cá, pa’cá, pa’cá! Ya lo has dicho tantas veces que, si fuera verdá, ya se habría venío pa’cá. ¿Ánde está? Yo no la veo. ¿Tú la ves, gordinflas?
      El gordo estaba buscando la mosca y hacía rato que no prestaba atención a la conversación aquella.
      Se hizo el silencio. El alto para ser un duende no sabía qué más decir. El encorvado era de esos duendes que siempre quieren tener la razón y, si por lo que sea no la tienen, la fabrican poniéndole el cuchillo en el cuello al otro y diciéndole: «¡Dime que m’hesquivocao si tienes cojones, alégrame el día!».
      El gordo estaba ahora tumbado panzarriba, en el sentido más amplio de la palabra panza. Estaba silbando una cancioncilla que habría podido ser pegadiza o irritante si hubiera sabido silbar. Solo soplaba y escupía en el proceso y la poca baba que no se llevaba la leve brisa, caía y le rociaba la cara, dejándosela perlada de unas gotas de saliva con olor a culo. «¡Ja! Ha dicho culo», pensó el gordo mirando a la cámara.
      El alto para ser un duende decidió que le estaba entrando hambre. Se levantó y se acercó a las sombras, en el borde del círculo de luz que daba la hoguera, se agachó, cogió una mochila roja muy vieja y agujereada en varias zonas y de su interior sacó un táper de plástico. Volvió a la hoguera, se sentó, abrió el táper y sacó un bocadillo de salamandra al que su marido se empeñaba en llamar vegetal de salamandra porque tenía tomate en rodajas y lechuga.
      —¿Y la mayonesa? —le preguntó en una ocasión—. ¿Y el huevo duro? ¿Y la salamandra? Na d’eso es vegetal, cipote.
      A lo que su marido le decía simplemente que comiera y callase.
      Antes de que preguntara al encorvado y al gordo si querían un cachito, el gordo se incorporó, con las fosas nasales muy abiertas y salivando.
      —¿Es hora de zampar? —preguntó.
      —Sí… ¿quieres?
      El gordo asintió enérgicamente. El alto para ser un duende partió un trozo y se lo dio. El gordo lo cogió, lo olió y se relamió. El alto para ser un duende miró al encorvado y le señaló con el resto del bocadillo. El encorvado se encogió de hombros, dejándole claro que aceptaba un cacho, pero por hacerle un favor. El alto para ser un duende partió otro trozo y estiró el brazo en dirección al encorvado. Cuando este estiró el suyo para coger la comida se escuchó un grito:
      —¡Pararlaaaaaaaaaaaa!
      Los tres duendes miraron hacia donde venía la voz y de la espesura de los árboles, emergiendo de la oscuridad que había más allá del roal de luz de la hoguera, apareció una elfa alta, de piel gris, con los ojos completamente negros, sin iris ni pupilas, y el pelo rubio, lacio y revuelto por la carrera. En la mano llevaba un papel enrollado. Vestía una sudadera negra y vaqueros.
      La elfa no tuvo tiempo de esquivar nada. Se chocó con los brazos extendidos del alto para ser un duende y del encorvado, tirando el bocadillo al suelo, saltó, para no caer al fuego de la hoguera y se estrelló contra el duende gordo que estaba llevándose el bocadillo a la boca. Los ojos del duende gordo se abrieron como platos. La elfa rodó por el suelo. El bocadillo del duende cayó al suelo, también el mapa enrollado. La elfa lo recogió rápido, se puso en pie y echó a correr.
      Tras ella iba un duende ni muy alto ni muy bajo, ni muy delgado ni muy gordo. Un duende normativo, por así decirlo. Jadeaba y sudaba a mares.
      —¡Sus muertos pisaos! —exclamó—. ¡¿Por qué no la habéis parao?!
      Pero no se molestó en esperar a que sus compañeros le respondieran. Seguía corriendo, ignorando que su corazón no entendía qué estaba pasando ahí fuera, por qué corrían, de quién huían, ¿les perseguía algo? ¿Un dragón? ¿Un dinosaurio? ¿Un cobrador de impuestos?
      Los tres duendes volvieron a quedarse solos. El alto para ser un duende miró al encorvado con una sonrisa de suficiencia.
      —Pos al final sí que era verdá, ¿eh? —dijo, saboreando el momento. Seguramente el encorvado le pondría el cuchillo en el cuello por eso, pero daba igual, pensaba disfrutarlo.
      —¡Oye! —dijo la voz del gordo—. ¡Esto no es mi bocata!
      Los otros dos lo miraron. El gordo, de nuevo sentado, miraba a su alrededor, mientras sujetaba algo en alto. El alto para ser un duende miró al encorvado. El encorvado miró al alto para ser un duende.
      —¡Me pinchas y no me sale sangre, gordinflas! —dijo el encorvado.
      —¡¿De dónde has sacao eso, cipote?! —preguntó el alto para ser un duende.
      —¿Lo qué? —quiso saber el gordo. Miró lo que tenía en la mano: un papel enrollado—. ¿Esto? Se le ha caío a esa moza tan salá…
      La elfa corría y corría. Le ardían los músculos de las piernas y el pecho. No sabía cuánto más iba a poder seguir así. Correr en aquel terreno enfangado era una tortura y encima ese puto duende no le dejaba en paz. Esperaba que su jefa le compensara por el esfuerzo. Ojalá que compartiera con ella el tesoro…
      Miró su mano, al mapa del tesoro que sujetaba con fuerza y sintió como la temperatura de su cuerpo descendía en picado. Lo que tenía en la mano, espachurrado, con la mayonesa escurriéndose entre sus dedos, era un trozo de bocadillo que ni siquiera tenía buena pinta.
      En la hoguera el alto para ser un duende y el encorvado saltaban alrededor del gordo y le palmeaban la espalda.
      —¡D’esta nos coronamos! —dijo el encorvado—. ¡Esa elfa! ¡Esa elfa de mierda! ¡Es tonta, es tontísima!
      El alto para ser un duende reía a carcajadas.
      —¡Lo es! ¡Es tonta del culo!
      —¡Ja! Ha dicho culo…

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