
Viajeras. Imagen libre de licencia: Pexels.
Viajeras es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a la sección Muchipalabras. En esta sección escribiré relatos ambientados en el Muchiverso, mi universo literario, en los que tendré que incluir obligatoriamente tres palabras generadas aleatoriamente con la web Palabras aleatorias en español. Muchipalabras es un ejercicio de escritura que se encuentra dentro de la sección Muchijuegos.

PALABRAS QUE TENDRÉ QUE AÑADIR HOY:
FLATULENCIA — ALMÁCIGA — FLORENCIA

EL PORTAL SE ABRIÓ DELANTE DE UN EDIFICIO IMPONENTE con varias torres. Parecía un castillo y a la vez parecía cualquier otra cosa. Tres mujeres salieron del portal. Llevaban armaduras doradas que destellaban con la luz del sol que presidía el cielo. Una de ellas, alta y delgada, giró sobre sí misma para mirar todo cuanto le rodeaba. La otra, bajita y gorda, miraba fascinada el edificio y la última, musculosa como pocas, se palpó de cintura a cabeza para asegurarse de que lo tenía todo en su sitio.
—Lo hemos conseguido —dijo la musculosa incrédula.
Las otras dos la miraron con una sonrisa de oreja a oreja y asintieron. La bajita estaba al borde del llanto, pero la alta le abrazó y le besó la coronilla.
—No llores, Rupiana —le dijo—. Ya estamos aquí…
Empezaron a reír nerviosas, carcajadas que hicieron que la gente que paseaba tranquilamente las mirara con desconfianza. Que llevaran ropas tan extrañas no ayudaba. Todo el mundo vestía telas distintas. Estilos dispares, sí, pero todos con telas. No había ni rastro de armaduras, ni rastro de espadas o hachas. ¿Cómo harían aquellas gentes para defenderse de los temibles klutglats voladores?, pensaron las tres en algún momento.
La musculosa dejó de reírse progresivamente y sus cejas se inclinaron dotando a su rostro de una expresión que podía ser o bien que se acercaba una flatulencia o bien que se sentía confusa.
—Pero una cosa, chicas… ¿dónde es aquí exactamente?
Las otras dos la miraron todavía riendo, pero cuando fueron conscientes de todos los matices que tenía la pregunta, se pusieron serias.
—Bueno, Trafasia —dijo la alta y delgada—, aquí es exactamente aquí.
—No, si eso lo entiendo, no te creas, Poshka, pero alguna de vosotras sabe qué dirección introdujimos en el generador trifásico de portales muchivérsicos y ultradimensionales para llegar aquí?
Trafasia tenía toda la razón que se puede tener cuando se habla de coordenadas y desplazamientos entre universos y dimensiones. Sobre todo si es la primera vez que se hacen ese tipo de desplazamientos. Eso eran exactamente ellas, las tres primeras viajeras entre dimensiones y universos. Era una prueba piloto y, como en cualquier prueba piloto, siempre hay ciertos descuidos que luego, en las siguientes, intentan evitarse a toda costa si se sobrevive. Descuidos como por ejemplo no hacer girar el mapamundi cúbico accionador a lo loco y plantar tu dedo al azar en un punto aleatorio del cubo del mundo. Cuando se hacen las cosas a lo loco, como ellas habían hecho, podías acabar en Florencia, en Sord, en Narnia o incluso en la dimensión Mohina, hogar de Muerte, diosa de la muerte (valga la redundancia), pidiéndole perdón por invadir su hogar sin permiso y pisarle las rosas.
Poshka detuvo a un tipo bajito por el brazo, calvo, con los ojos muy grandes —aunque en realidad eran de tamaño normal, pero los tenía muy abiertos por la sorpresa de que una mujer vestida con armadura le cogiera del brazo— y le preguntó dónde estaban.
—¡Iiiiiiiii! —exclamó el hombre, que en ese momento no tenía claro si ya se había meado en los pantalones.
—¿Iiiiiiiii? —repitió confusa Poshka—. ¿Qué clase de nombre es ese para un sitio? Le faltan consonantes y que termine en heim…
—¡Poshka! —gritó Rupiana corriendo hacia su compañera y obligándola a soltar el brazo del hombre—. Le estás asustando, mujer. —Cogió al hombre por los hombros y le arregló la camisa—. Buen caballero, ¿podéis decirnos el nombre de este lugar, por favor?
Rupiana se giró hacia sus amigas y les guiñó un ojo como diciendo: «¿Veis? Aprended de mí».
—¡Aaaaaaaaaaaaah! —dijo el hombre antes de salir corriendo.
—Bravo —dijo Trafasia, aplaudiendo—. Te ha salido genial. ¿Quieres asustar a alguien más?
—Bueno, al menos lo he intentado por las buenas —se defendió Rupiana.
—Si me hubieras dejado a mí, le habría sacado la información a golpes —protestó Poshka cruzada de brazos.
—Tú lo arreglas todo a golpes, Poshka. Estamos en un lugar extraño, no podemos ir por ahí repartiendo mamporros. Mira a toda esa gente… nadie va armada y no parece que estén en guardia. Se diría que en este mundo no hay dragones, orcos, ogros, vampiros o cualquier otro tipo de abismal…
Poshka no entendió todo lo que dijo Rupiana, pero solo porque en cuanto dijo que no podía ir por ahí repartiendo mamporros dejó de escucharla y empezó a preguntarse mentalmente por qué no iba a poder hacer algo que nueve de cada diez veces funciona y que incluso la décima, a la larga, acababa funcionando, aunque fuera a golpes.
Rupiana empezó a andar hacia una pareja que se estaba haciendo una foto delante del edificio. Caminaba muy despacio y con las manos a la vista, como cuando te acercas a un werxen de cola amarilla diciendo: «Tranquilo, amiguito, solo quiero acariciarte, no despliegues tus tentáculos y me descuartices como hiciste con mi marido…».
—¡Saludos, nativas! —dijo muy despacio.
La pareja se la quedó mirando de arriba a abajo
—¡Buah, tu cosplay está guapísimo! —dijo una de las chicas—. ¿De qué personaje vas?
Rupiana estaba confusa, primero porque se había preparado mentalmente para que la pareja gritara y saliera corriendo también y segundo porque no sabía qué narices era un cosplei de esos.
Las jóvenes pusieron cara de desprecio al ver que Rupiana no respondía y se alejaron mientras decían cosas extrañas como boomer, creepy, cringe y red flag.
Rupiana suspiró, regresó con sus amigas y dijo que se daba por vencida.
—Dejadme probar a mí —dijo Trafasia.
Se acercó a dos ancianos sentados en un banco. Uno de ellos miraba con mucha serenidad el edificio y el otro estaba haciendo un crucigrama —fuera lo que Sacsé, la diosa creadora, quisiera que fuera eso—.
—Hola, señores —dijo Trafasia.
El anciano que estaba haciendo el crucigrama la miró sin levantar la cabeza, el otro no la miró, como si apartar la vista de aquel edificio fuera un pecado.
—Disculpen. ¿Podrían decirme dónde estamos?
El del crucigrama bajó la vista y volvió a concentrarse en el pasatiempo, el otro seguía inmutable y Trafasia empezaba a preguntarse si estaba vivo.
—Sitio donde se siembran y crían los vegetales que después han de trasplantarse —dijo el del crucigrama.
Trafasia miró a su alrededor y no vio a nadie sembrando ningún vegetal.
—¿En serio? —dijo incrédula—. ¿Aquí?
El del crucigrama suspiró. Miró a su amigo y dijo:
—«Sitio donde se siembran y crían los vegetales que después han de trasplantarse», vuit lletres.
El otro emitió un gruñido meditativo.
—Tens cap altra lletra? —preguntó con una voz afónica.
—Sí, acaba en «GA» —respondió el del crucigrama.
—Almáciga—respondió el otro como si nada.
—Al-máááá-ci…-ga —escribió el del crucigrama—. Gràcies.
—De res…
Trafasia miró a sus amigas y se encogió de hombros. Las otras dos la animaron para que insistiera.
Carraspeó.
—Disculpen… ¿podrían decirme dónde estamos, por favor? Mis amigas y yo nos hemos perdido.
Los dos ancianos la miraron.
—Ets de Madrid tu? —dijo el fan del edificio.
—No sé qué es un Madrid…
—Aaaaaara! Ben dit, collons!
Hay que aclarar que si Trafasia entendía esa lengua tan enrevesada e indescifrable, era por el traduccionador instantáneo intracerebral que tenía instalado.
—Entonces… ¿pueden decirme dónde estamos?
—Es clar, noia… això es Barcelona.
—Barcelona… —Trafasia alzó un brazo. Llevaba un brazalete de unos quince centímetros, cilíndrico de metal blanco. En el centro había una pantalla. Pulsó la pantalla y apareció un holomapa del cubo del mundo que se quedó girando en el aire. Los ancianos dieron un bote y se quedaron mirando aquello como si fuera brujería. La joven tecleó B-A-R-C-E-L-O-N-A en el teclado táctil de la pantalla y el cubo del mundo dio un giro brusco y se situó con uno de los lados mirando hacia ella—. Aquí está… Sexto lado del cubo del mundo. Barcelona, España…
—Eeeeeepa! Barcelona, Catalunya, maca… res d’Espanya… —corrigió el del crucigrama.
—Aquí me pone eso.
—Aqui pot posar “Cipote volador no identificado» si vol, però Catalunya és Catalunya. Visca Catalunya, collons!
—Bueno, Nil —intervino el otro—, això és discutible, eh? No fotem… Catalunya és Espanya…
—Mira, Ramón, no em toquis el collons, eh? Que encara pendrem mal…
Trafasia vio como los dos ancianos empezaban a discutir y se alejó caminando hacia atrás con grandes zancadas. Se reunió con sus amigas, que le hacían gestos interrogatorios —básicamente se encogían de hombros y sacudían la cabeza mientras con la boca, sin voz, decían: «¿Qué? ¿Qué?»—.
—Estamos en Barcelona. Según esto está en España, según él no. El caso es que estamos en el sexto lado del cubo del mundo.
Rupiana y Poshka sonrieron de oreja a oreja.
—¿Hemos viajado desde el segundo lado del cubo hasta el sexto? —dijo entusiasmada Rupiana.
—Eso parece.
—¡Lo hemos conseguido!
Rupiana y Poshka se abrazaron y empezaron a saltar con los brazos en alto. Las armaduras hacían clon-clon.
—Solo hay un problema, chicas —dijo Trafasia, que era conocida por su capacidad de aguar cualquier fiesta—. No hemos pensado en que quizá en este lado del mundo no haya ningún generador trifásico de portales muchivérsicos y ultradimensionales…
Las otras dos dejaron de saltar inmediatamente, pero continuaron con los brazos en alto y las bocas abiertas en una sonrisa congelada e incómoda. Se miraron, miraron a Trafasia y luego el edificio gigante.
—Mierda —dijeron al unisono. Luego Poshka añadió—: ¿Estamos atrapadas en Barcelona, España?
—Que és Catalunya, collons! —gritó el viejo desde el banco.
—Això es discutible, Nil. —apostilló el otro.
Rupiana se echó a llorar. No por la discusión de los ancianos, sino por la perspectiva de no volver a ver nunca a su familia. Quieras que no, es un motivo tan bueno como cualquier otro para llorar y, además, un motivo perfectamente aceptado en los seis lados del cubo del mundo. Ahora tendrían que vivir en Barcelona, esperar a que alguien del segundo lado del cubo del mundo fuera a por ellas o buscar materiales para crear su propio generador trifásico de portales muchivérsicos y ultradimensionales. ¿Podrían encontrar en aquel lado del mundo un núcleo lacónico de larga emisión? ■

