MUCHIFICCIONES 3: Prioridades

En la imagen vemos el primer plano de una chica joven. Está agobiada, con los ojos y los dientes muy apretados y se lleva las manos a la cabeza. Lleva un jersey de punto gris y parece querer tirarse de los pelos. El relato se titula: “Prioridades”.

Prioridades. Imagen libre de licencia: Pexels..

Prioridades es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a la sección Muchificciones. En esta sección escribiré relatos de temática libre que ocurren en el Muchiverso, mi universo literario. Muchificciones es la sección principal de este blog.

TÍTULO IMAGEN

LA GENTE TENÍA QUE APARTARSE DE SU CAMINO para no ser arrollada. Virllinia corría por los pasillos, desesperada. Una desesperación que iba mucho más allá de cuando tienes que ir al baño con urgencia y hay cola para entrar. Esta desesperación era de ese tipo del que depende tu trabajo. Estaba roja, sudando y le faltaba la respiración, porque Virllinia era de esas personas que no corren ni siquiera cuando van a perder el bus. Su pelo, sujeto en una coleta, botaba y le golpeaba un hombro y luego el otro. Por suerte esa mañana se había puesto las zapatillas deportivas, las que no le apretaban, las que no le hacían ampollas y por suerte lo de llevar zapatos de tacón no iba con ella.
      Se abrazaba a una tablet como si fuera un gatito que acabara de sacar de un incendio. Era el objeto más valioso de Virllinia y eso siempre le había parecido muy triste. Si un atracador le apuntara con una pistola y le hiciera elegir entre entregarle la tablet o su vida, ella dudaría unos minutos y finalmente decidiría quedarse con la tablet. No, no era un simple objeto, no era solo tecnología, era toda su vida y eso, cuando vives en un mundo apocalíptico infestado de zombis, significa mucho.
      Derribó a un hombre y el café hirviendo cayó en su corbata. Virllinia se disculpó por encima del hombro y siguió corriendo, ignorando los insultos que le dedicaba el tipo trajeado. No tenía tiempo ni de enseñarle el dedo que no se debe usar nunca para hacer autoestop. Lo que tenía en esa tablet era urgente, era cuestión de vida o muerte.
      A su derecha había un ventanal enorme y de vez en cuando miraba, contemplaba el mundo en decadencia, veía la horda de muertos vivientes corriendo tras sus víctimas. ¿De quién fue la idea de que los zombis corrieran? Le parecía una putada.
      Giró a la izquierda por un pasillo más estrecho que el anterior, pero igual de abarrotado. La gente se detenía a hablar en los sitios menos recomendados. Mandaba cojones. Volvió a girar, esta vez a la derecha. A la izquierda había otro ventanal, pero este daba a un hangar, con tanques y otros vehículos blindados y gente vestida con uniforme militar, chalecos antibalas, cascos y armada hasta los dientes. Abrió la puerta y pasó de la calefacción del interior al frío de la inmensidad del hangar. Un frío que le hacía sentir incómoda. Bajó unas escaleras metálicas. Joder, cómo odiaba el sonido de sus pasos en aquellos escalones. Y siguió corriendo.
      Varios soldados estaban cargando las furgonetas blindadas con cajas de armas de fuego y munición, con explosivos, con armas blancas y con lo que parecían —y en realidad eran— chocolatinas, porque matar zombis no estaba reñido con poder disfrutar de un dulce entre comidas.
      En el organizado ajetreo del hangar había una mujer alta, musculosa, trajeada, que daba órdenes a todo el mundo. Tenía el pelo, castaño, suelto a la altura de los hombros. Los soldados escuchaban lo que tenía que decirles, luego se cuadraban, daban un giro de ciento ochenta grados sobre sus talones e iban a cumplir la orden que la mujer hubiera dado.
      Virllinia corrió hacia ella. Cuando hubo llegado a su altura se dio cuenta de que le era imposible hablar. Estaba en una forma terrible, a no ser que se la juzgara por no hacer nada de ejercicio, que entonces era una triunfadora nata. Sudaba a mares y le ardía el pecho. Se había doblado hacia delante, con las manos apoyadas en las rodillas. Notaba el corazón en las sienes y la garganta completamente seca. Le faltaba el aliento y sus estúpidos pulmones no parecían dispuestos a arreglar eso.
      La mujer trajeada se la quedó mirando con una ceja levantada. La miraba como suelen mirar las personas musculosas a quienes se cansan solo con abrir el tarro de pepinillos, con una mezcla odiosa de vergüenza ajena y lástima.
      —¿Sí, Llulia? —preguntó con desprecio la mujer.
      —Es… Vir… llinia… —corrigió como pudo Virllinia.
      —Ahá… ¿qué querías? Estoy terriblemente ocupada.
      Virllinia consiguió incorporarse, la miró, aunque la vio borrosa porque se le estaba metiendo el sudor en los ojos. ¿No se supone que las cejas y las pestañas deberían evitar eso?
      —Lo tenemos, señora Geitful —dijo, obligándose a soltar las palabras de golpe, sin jadeos. Le costó muchísimo, pero lo consiguió.
      Los ojos de la mujer trajeada se abrieron mucho.
      —No…
      Virllinia asintió. No solo porque pensara que era una respuesta más que aceptable, sino porque no sabía si podía decir una palabra más sin vomitar.
      —¿De verdad lo tenemos?
      Virllinia asintió más enérgicamente, porque le pareció que repetir el mismo asentimiento era redundante, necesitaba usar sinónimos.
      —Después de tanto tiempo probando y probando por fin lo tenemos —dijo la señora Geitful con ensoñación. Pensaba en todo lo que habían sufrido desde que empezó aquello. De lo que suponía salir ahí fuera a luchar contra esos monstruos sin una solución para el problema—. Todo este apocalipsis va a cambiar a partir de hoy.
      —Así es, señora Geitful —Virllinia ya podía hablar, pero prefería usar frases cortas, porque sus pulmones todavía estaban trabajando en volver a la normalidad.
      —Enséñamelo, Llulia.
      —Es Virlli…
      La mirada de la señora Geitful hizo que no acabara la frase. Cogió la tablet, desbloqueó la pantalla, la tocó un par de veces y se la entregó. Cuando la mujer trajeada lo cogió, Virllinia se llevó las manos a la espalda y empezó a pellizcarse la palma, nerviosa. Necesitaba que aquella cabrona déspota estuviera contenta, que le gustara lo que le estaba ofreciendo.
      La señora Geitful miraba la tablet, asintiendo ligeramente, pero sin ninguna emoción en la cara. Virllinia no sabía cómo interpretar eso. Odiaba cuando la gente hacía cosas que no sabía cómo interpretar. ¿Tan difícil era hablar y tranquilizar a los demás? No se lo parecía. Estaba allí plantada, mostrándole los resultados de un trabajo durísimo, el más importante de cualquier apocalipsis zombi y ella simplemente asentía. A veces le daban ganas de abrir la compuerta del hangar y lanzar a aquella imbécil al exterior. Pero claro, si hiciera eso todavía sería ella la mala, ¿no?
      —Hum… —dijo por fin la señora Geitful.
      —¿Qué, qué ocurre?
      Virllinia se permitió la libertad de acercarse a ella y mirar la pantalla por encima de su hombro. Había una cabeza de oso dibujada, de frente, con el hocico abierto en un rugido amenazador, sobresaliendo de un círculo y alrededor de este el mensaje curvado:


• FURIOSOS OSOS • EQUIPO DE LIBERACIÓN • ¡RESISTE! • O NO… TÚ ELIGES •


Virllinia miraba la pantalla y a su jefa y a la pantalla y a su jefa y luego una mosca que pasó por delante de su cara y a la pantalla y a su jefa.
      —No sé —dijo la señora Geitful—, hay algo que no termina de convencerme.
      Virllinia llevaba semanas trabajando en ese diseño. Le habían dicho claramente que en un apocalipsis zombi el diseño del logotipo de las distintas bandas era indispensable. Era de primero de apocalipsis zombi, por lo que le habían explicado. Había un orden a seguir: primero despertarte y encontrarte con tu pareja en la ducha, haciendo ruidos extraños. Segundo acercarte a la ducha y pronunciar el apelativo cariñoso que proceda, seguido de la pregunta: «¿Estás bien?». Tercero atizarle en la cabeza a tu pareja cuando esta intente arrancarte la yugular de un bocado. Cuarto salir corriendo de casa y descubrir que el mundo se ha ido a la mierda. Quinto huir. Sexto unirte a un grupo. Séptimo armarte hasta los dientes. Séptimo diseñar un logo molón para tu grupo. Octavo sobrevivir como puedas, pero siempre dejando claro que esa es tu imagen de marca. Lo sabía todo el mundo y Virllinia formaba parte de ese todo el mundo. Había trabajado mucho en el diseño y ¿había algo que no terminaba de convencerle?
      —Quizá si le metieras más diseño —dijo la mujer trajeada.
      —Más diseño.
      —Sí, eso es. Más diseño.
      —Más diseño…
      La señora Geitful asintió y le devolvió la tablet.
      —Eso sí, date prisa, no podemos salir a matar zombis hasta que no tengamos el logotipo. No querrás que vayamos por ahí y la gente al vernos diga: «¿Y esos quiénes son?». Pero oye, buen trabajo con el boceto, como primera idea está bien.
      «¿El boceto?», pensó Virllinia al mirar el diseño terminado. Quería matarla, quería descuartizarla ella misma, ni siquiera lanzársela a los zombis. Le parecía incluso cruel que esas criaturas, que no habían elegido ser así, tuvieran que comerse algo tan asqueroso. Pero no pensaba hacerlo, llevaba muchos años siendo diseñadora gráfica y sabía cómo controlar sus emociones, sabía cómo sobrellevar la estupidez de sus clientes.
      —Alegra esa cara —dijo la señora Geitful—. Si eso a ti no te cuesta nada, Llulia…
      No sé si hay niños y niñas leyendo este relato, pero por el bien de su salud mental y la tranquilidad de sus sueños nocturnos, diremos que esta historia tiene un final abierto, muy abierto, tanto como la cabeza de la mujer trajeada, que quedó partida en dos cuando Virllinia le hundió hasta la barbilla un machete que un soldado llevaba dentro de una caja de madera. Es mejor que se quede así, sin detalles macabros, sin ceder a la escatología. No quisiera que pesara sobre mis hombros el trauma infantil de imaginar unos ojos bizqueando, como si intentaran mirar el machete, que ahora formaba parte de su anatomía. No es necesario. Siempre he pensado que el gore gratuito es de mal gusto, así que ¿para qué mencionar el momento en el que Virllinia extrajo el machete y lo volvió a clavar una y otra y otra y otra vez al grito de: «¡Me llamo Virllinia, hija de putero!», haciendo que aquella cabeza, que en otro momento fue incluso hermosa, ahora estuviera cerca de servir para hacer albóndigas? No… Es mejor poner aquí y ahora el punto y final a esta historia, hay un diseño que retocar y sin él, no hay apocalipsis zombi que valga.

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