MICROFICCIÓN 254: GLOBALIZACIÓN

En la imagen vemos un primer plano de unas manos ancianas sujetando un libro abierto. Su mano derecha está posada delicadamente sobra la página y la otra sostiene el libro con firmeza. No vemos nada más, el resto es una mezcla de luces y sombras en las que se vislumbra una falda como de tergal. El relato se titula: Globalización.

Globalización. Imagen libre de licencia: Pixabay.

Goblalización es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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HUBO UNA ÉPOCA EN LA QUE LA GENTE se preguntaba si había vida inteligente en otros planetas, pero gracias a la Globalización galáctica esa pregunta quedó resuelta: sí, hay vida inteligente en otros planetas y, de hecho, nosotros no estamos ni siquiera en el podio de las mayores potencias intelectuales del Muchiverso. De hecho, cuando llegaron los primeros alienígenas de visita a nuestro planeta, provenientes de Nv Zlnd, pensaban que éramos en realidad las mascotas de los verdaderos dueños de la Tierra: los perros. Costó mucho convencerles de que no era así, especialmente porque quien intentaba probar que los humanos éramos la especia dominante, estaba en ese momento recogiendo el zurullo que el pequeño Pulgas había dejado en la acera. Según el alien percibió que el perro le dedicó una mirada que él interpretó como: «Y así todos los días hasta tres veces. ¿Quieres probar a recoger uno?, tengo más de dónde ha venido ese».
      Tiempo después estos alienígenas tuvieron que reconocer que nosotros mandábamos en la Tierra. Observaron, antes de llegar a esa conclusión, cómo los humanos contaminábamos nuestros océanos, destruíamos ciudades con guerras y mancillábamos hectáreas y hectáreas de verde virgen construyendo ciudades para luego iniciar nuevas guerras con las que destruirlas. Dijeron, en su lengua nativa, que solo alguien que se sabe propietario de algo, lo pisaría, retorcería, ensuciaría y escupiría sobre él de una manera tan descarada. Algo que sonó parecido a esto: «Stn lcs sts hmns… Cm pts rgdrs». Esta lengua, la nvzlnds, es muy eficiente por la ausencia total de vocales. Es difícil cometer faltas de ortografía en un alfabeto que, en realidad, es un lfbt. Es cierto que uno puede escribir vrr, cuando claramente va on B, pero lo bueno que tienen los alienígenas, a diferencia de los humanos, es que todavía no han inventado los grammar nazis.
      La globalización galáctica ha traído muchas cosas buenas. Nuevos alimentos que incorporar en nuestras dietas, como por ejemplo el nabo trifalico, proveniente de Crusktanak, muy rico en fibra y muy sabroso si lo calcinas y lo utilizas como condimento, o las doganias, unas frutas ácidas y muy adictivas que brotan de los doganieros, un árbol enormemente alto de los pantanos rojos de Warlañet.
      Pero la globalización no solo trajo comida, también tecnología. Los ingenieros que vinieron del planeta Wadefac nos enseñaron que si dejábamos de hacer las naves con forma de pene, serían mucho más eficientes, por no hablar de que dejarían de dar vergüenza ajena y no sería tan evidente que la humanidad tiene ciertos complejos y problemas sin solucionar. Además nos explicaron que si en vez de hacer una nave gigante hacíamos muchas pequeñas, podríamos venderlas a la población en ciertos comercios y ganar mucho dinero. Con cierta condescendencia nos explicaron que ellos, en Wadefac, llamaban a esos establecimientos concesionarios y que no había que confundirlos nunca con los confesionarios.
      Por desgracia no todo el progreso es positivo. Desde que se inició la globalización galáctica la humanidad puede matarse entre ella con nuevas armas: blásters, desintegradoras, granadas desmoralizantes, granadas euforizantes y granadas de manos cósmicas —inventadas por los topuses, una raza alienígena con ocho brazos— que, básicamente, son un pack de ocho granadas normales, aunque considerablemente más grandes. En general a los alienígenas les entusiasman las granadas. También adoran la horchata, por algún motivo que este escritor de las diosas, calvo y gafapasta, no consigue entender. Cuando los humanos obtuvieron todas esas armas quisieron más. Hubo una lluvia de ideas sobre qué armas nuevas podrían pedir y luego, tras sacar papelitos de un sombrero, alguien que otro alguien consideró competente, llamó a gritos a un tercer alguien y le dijo que llamara a ese alguien alienígena, ya sabes, el alguien ese con los testículos en la frente. El tercer alguien descolgó el teléfono, marcó un número de ochenta y nueve dígitos y le dijo a gritos al primer alguien que el alguien alienígena ese con los testículos en la frente estaba en la línea uno. Aunque el tercer alguien no usó las palabras el alguien alienígena ese con los testículos en la frente está en la línea uno sino que gritó: ¡Jefe, Fil está en la línea uno!
      —¡¿Fil?! —gritó el primer alguien, de nombre Moish—, ¡¿cómo estás, viejo bribón?!
      —¿Quién ser? —preguntó Fil.
      En realidad preguntó: Urk akaor ñiquiñiqui?, pero el traductor simultáneo que los humanos habían adquirido en una transacción con los genios de Icú-150 hizo el resto.
      —¡Soy Moish Densel Traubak! ¡De la Tierra!
      —Ah…
      Moish esperó a que después de ese Ah añadiera: ¡mi humano favorito! ¿Cómo estás? ¡Me encantaron las magdalenas que me enviaste, muchas gracias!, pero en vez de eso hubo silencio. Un silencio espeso, largo y carente de agradecimientos posmagdalenas.
      —Esto… te llamaba porque hemos decidido qué arma queremos compraros.
      —Ah…
      —Sí… bueno… hemos votado y queremos una de esas armas inteligentes.
      —¿Qué ser armas inteligentes?
      —Ya sabes… —dijo Moish haciendo la típica pausa de quien ha sido pillado y necesita unos segundos para encontrar una escapatoria—, un arma inteligente. De las que son… bueno… inteligentes. Ya sabes.
      —Armas no ser inteligentes. No poder ser inteligentes.
      —¿Por qué no? Los humanos tenemos armas inteligentes. Supusimos que las vuestras serían mucho más listas.
      —Armas servir para matar. Mayoría veces matar unos otros, si armas ser inteligentes, cuando usarlas, mirarte y decir: «¿Estar de coña? Yo pasar. Tú deber avergonzar comportamiento. Tú ser vergüenza para especie. ¡Tu ir a rincón de pensar y no volver hasta recapacitar!». No existir armas inteligentes. Ser estupidez. Por eso humanos creer que existir armas inteligentes. Por estupidez. ¡Ja, ja, ja! ¡¿Oir eso, Fila?! —dijo Fil poniendo la mano en el micrófono para dirigirse a alguien cercano—. ¡Humano creer que existir armas inteligentes! ¡Humanos ser estúpidos!
      Y colgó, dejando a Moish Densel Traubak con la boca abierta y un tic en el ojo. No colgó el teléfono a pesar del tu-tu-tu-tu que le martilleaba el oído.
      Como he dicho hace un momento, la humanidad ni siquiera está en el podium intelectual del Muchiverso. No está en el top cinco y, si me apuras, no entraría en la categoría de descartes, pero todos los alienígenas, tarde o temprano, pasan por la Tierra, porque ninguna raza en el Muchiverso es capaz de resistirse a una buena tortilla de patatas con cebolla, aunque suele haber cierto debate sobre si debería o no llevar piña.


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