Microficción 253: El guardián de la espada

En la imagen vemos una mujer joven, rubia, en una cueva oscura iluminada por un único rayo de luz azul que parece provenir de un agujero en el techo. En el suelo, clavada en el punto que ilumina el haz de luz, hay una espada. El relato se titula: El guardián de la espada.

El guardián de la espada. Imagen libre de licencia: Pexels.

El guardián de la espada es un relato de fantasía cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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DESPUÉS DE CINCO CERVEZAS ES NORMAL necesitar ir al baño. Xavia se acercó al oído de Drula para que le escuchara entre la música ensordecedora y los gritos exultantes de la gente que bailaba, saltaba y movía en círculos los vasos de tubo intentando sin éxito ir al ritmo de la música.
      —¡Voy al baño! —dijo Xavia.
      —¡¿Con qué te has hecho daño?! —preguntó alarmada Drula.
      —¡AL BAÑO! ¡VOY A MEAR!
      Lo gritó justo cuando el volumen de la música había bajado. La gente le miró, alguna la vio doble, otra triple y otra simplemente pensó: «Ahora que lo dice, creo que yo me he meado encima». Drula asintió y Xavia fue al baño, abriéndose camino entre la multitud, esquivando pisadas, codazos, vómitos y salpicaduras de alcohol barato vendido a precio de alcohol caro e ingerido como si fuera agua mineral.
      En el baño de mujeres no había cola, lo que no deja de ser una novedad en cualquier rincón del Muchiverso. Entró en la letrina y orinó haciendo equilibrismo para que ni una sola parte de su cuerpo tocara aquella taza de váter que, si había visto tiempos mejores, los había olvidado por completo.
       Tiró de la cadena y, al hacerlo, un viento huracanado invadió el cubículo. Xavia se cubrió la cara con los brazos y gritó pidiendo auxilio. El pelo se le sacudía con fuerza y también el corazón dentro del pecho. Cuando el viento se detuvo, Xavia apartó los brazos de la cara y se dio cuenta de que ya no estaba en la letrina mugrienta de la discoteca sino en una cueva de piedra rojiza.
      Lo primero que se le pasó por la cabeza era que no volvería a probar la cerveza de ese sitio. Lo segundo, que estaba en el baño, inconsciente, y que estaba teniendo un mal sueño —lo que no hacía más que reforzar el primer punto—. Caminó con las manos pegadas a la pared fría y húmeda, tropezando cada dos pasos, resbalando cada cuatro y diciendo: «¡¿Hola?!» cada seis. Había luz, de hecho había más luz que en la discoteca, bastante más que en el lavabo, pero no la suficiente como para ver por dónde pisaba. De vez en cuando se escuchaba un goteo, amplificado como si estuviera cayendo delante de un micrófono, pero sin molestarse en dar primero un par de golpecitos y decir tímidamente: «Sí. Eh. Eh. Va. Va. Probando. Probando. Ssssí. Uno. Dos. Tres. Vvvva. Vvvva». Caía y, al caer, el propio goteo sabía que se escuchaba. Tenía presencia. De hecho, parecía tener omnipresencia. Cada plop resonaba por toda la cueva.
      De algún lugar inconcreto llegaba el sonido del aletear de murciélagos, sonaba como cuando sacudes una prenda de ropa y esta restalla contra el aire.
      En resumen, aquella cueva sonaba como el típico lugar al que no entrarías por voluntad propia.
      Tras unos minutos caminando, Xavia vio un haz de luz colándose por algún agujero en la piedra. A la derecha vio un esqueleto tirado en el suelo, vestido con una armadura polvorienta que había perdido el brillo quizá en la misma época en la que el lavabo de la discoteca había olvidado aquellos días mejores. Xavia reprimió un grito al ver al esqueleto, pero estuvo a puntito de mearse encima.
      El foco caía sobre un objeto brillante en forma de cruz. Cuando Xavia se acercó se dio cuenta de que se trataba de una espada clavada en el suelo de la cueva. Miró a su alrededor, para asegurarse de que seguía sola, e hizo lo que cualquier humano habría hecho en una situación parecida: cogió la empuñadura de la espada y tiró de ella para intentar desclavarla. En su mente pensó: «A lo mejor si la consigo sacar me convierto en reina de algún sitio». Se habría conformado con ser la reina de su oficina. Ella lo tenía caro: no sería una reina tiránica, solo haría que le cortaran la cabeza a quienes realmente se lo merecieran, como por ejemplo a Danilio, que llevaba una temporada equivocándose de táper a la hora del almuerzo y le dejaba a ella sin comer.
      Tiró con fuerza, tiró hacia un lado, intentó sacarla sacudiendo de un lado a otro, trató de despistar a la espada, dándole la espalda, silbando al aire y luego diciéndo de repente: «¡Mira, es el rey Arturo!»… incluso usó la psicología inversa.
      La espada no se movía.
      La espada no se dejaba engañar.
      La espada no creía en la psicología.
      Tras ella, el esqueleto de la armadura empezó a moverse. Xavia seguía dale que te pego con la espada y el esqueleto se había puesto de pie. Era un par de cabezas más alto que Xavia.
      El esqueleto dio unos toquecitos en el hombro de Xavia.
      Disculpe… —dijo el esqueleto con un acento muy marcado. Nadie podría asegurar de dónde era el acento, pero no había duda de que era marcado.
      —Sí, un segundito que creo que ya la tengo —dijo Xavia.
      El esqueleto volvió a darle con el dedo huesudo.
      —¡Oye, amiga, ve a quedarte inconsciente a otro lavabo, yo estoy ocup…!
      Xavia se giró. Miró primero al frente y se encontró con el pecho de la armadura. Luego levantó la vista y vio el rostro del esqueleto, eternamente sonriente, mirándola fijamente.
      —Disculpe, señora…
      Xavia respondió lo único que se puede responder en una situación como esa:
      —¡Aaaaaaaaaaaaaah!
      El esqueleto se llevó las manos a los oídos o, mejor dicho, a la ausencia de oídos.
      —¡¿Podría no gritar?! ¡Estoy acostumbrado al silencio sepulcral y me provoca jaqueca!
      Xavia pensó en gritar de nuevo, pero se lo pensó dos veces. Sintió que si desobedecía, aquella cosa podría desenroscarle la cabeza. Su voz era amable, incluso servicial, pero por muchos modales que tenga un esqueleto parlante, no deja de ser un esqueleto parlante y, bueno, cualquier cosa que diga un esqueleto parlante suena amenazadora. Si por casualidad un esqueleto parlante te deseara un buen día, tú te esforzarías por tener el mejor día de tu puta vida, solo para no llevarle la contraria y no provocar su ira.
      —Mucho mejor. Esto… ¿quién es, por qué está aquí y qué demonios lleva puesto?
      Xavia se miró de arriba a abajo. Era cierto que un vestido y unos zapatos de tacón desentonaban con aquel escenario, pero viniendo de un monstruo armadureado, no tenía ningún sentido.
      —Mi nombre es Xavia, no tengo ni puta idea de qué hago aquí y ¡este vestido me costó cien euros!
      El esqueleto ladeó la cabeza como un perrillo que le presta mucha atención al humano que le ha sido asignado.
      —¿Qué es un euro? —preguntó por fin.
      —Un euro son ciento sesenta y seis pesetas, aunque ya poca gente hace la conversión.
      A favor de Xavia hay que recordar que un momento antes estaba en el lavabo de una discoteca, imitando a Spider-Man, adherida a las paredes para mear en aquel cúmulo de mugre y, un momento después, estaba en una cueva, con una espada clavada en el suelo y hablando con un esqueleto viviente. Llegado aquel punto tenía que aceptar que no estaba soñando. Nunca había sido una persona con demasiada imaginación y su mente no podría haber creado todo aquello.
      —No he podido evitar observar que estaba tratando de sacar la espada —dijo el esqueleto con mucha paciencia.
      —Oh… sí, bueno, la he visto ahí y no he podido evitarlo.
      —Lo comprendo. Aquí viene gente, de vez en cuando, creyendo que puede coger lo que le dé la gana y marcharse. Esa espada es muy milenaria, ¿sabe?
      —¿Cómo puede algo ser muy milenario?
      —Siéndolo. Alguien clava una espada en una cueva, pasan los días, luego los días forman semanas, las semanas se convierten en meses, que acaban por volverse años y de repente, varios milenios después, se ha convertido en una espada muy milenaria. O simplemente porque lo digo yo.
      Aquello no sonó amable.
      —Yo… esto… —empezó Xavia. Luego se dijo a sí misma que podía hacerlo mucho mejor y probó de nuevo—: Yo estaba en el lavabo de la discoteca, un lavabo muy sucio, ¿vale? Cuando tiré de la cadena yo… bueno… aparecí aquí… No era mi intención…
      —Nunca es la intención, pero siempre acaba pasando lo mismo. ¿Sabe qué le digo? Que esta vez no pienso tolerarlo. ¿Sabe lo que cuesta limpiar la espada cada vez que alguien la toca? Hace siglos que se me acabó el gel hidroalcohólico y no puedo salir de la cueva. Créame, he intentado tener paciencia. Siempre me quedo ahí tirado y no digo ni pío, dejo que lo intenten y luego permito que se marchen. ¡Pues ya no puedo más! Usted ha sido la gota que ha colmado el vaso. ¡Prepárse para morir!
      El esqueleto abrió la boca todo lo que pudo y su cara, aunque inexpresiva, tenía cierto atisbo de expresión y no era un buen atisbo, las cosas como son.
      Xavia se cubrió la cabeza para protegerse, pero su cerebro le dijo lo mismo que le habría dicho si al escuchar un ruido en casa por la noche se hubiera tapado hasta arriba con la sábana: «Sabes que eso no sirve para nada, ¿verdad?».
      Pero de algo debió servir, porque no solo no estaba muerta, sino que había regresado a la letrina mugrienta. Lloró y rió. Estuvo tentada de besar el suelo que pisaba, pero el hecho de que la suela de los zapatos se quedara pegada, le sirvió para desechar la idea.
      Alguien estaba golpeando la puerta con rabia y diciendo cosas como: «¡Es para hoy!» o «¿Qué narices estás haciendo ahí dentro?».
      Abrió la puerta y la joven al otro lado entró a la letrina casi sin dejarla salir.
      Xavia se lavó la cara, se miró al espejo y rió. Definitivamente había sido una alucinación. No era buena idea mezclar alcohol barato con comida barata. La reacción acababa saliendo cara.
      Tras ella, en la letrina, sonó la cisterna, la puerta cerrada desde dentro empezó a sacudirse violentamente y la joven gritó para luego quedar completamente en silencio.
      El corazón de Xavia se aceleró y ella, lejos de preguntar si andaba todo en orden, salió corriendo. Chocó con varios hombros, derramó varios vasos y estuvo a punto de caer varias veces antes de salir al frescor de la noche. Vomitó en una papelera y hubo varias miradas reprobatorias. Alguien le dio unos golpecitos en el hombro y ella lanzó un puñetazo instintivo que impactó en los morros de Drula, haciendo que cayera noqueada al suelo. Xavia se llevó las manos a la boca y corrió a socorrer a su amiga.
      En otro plano del Muchiverso, una joven se encontró con una espada clavada en el suelo, cerca de un esqueleto tirado de cualquier manera. «Quizá si la consigo sacar puedo convertirme en la reina del baile», pensó con una sonrisa maliciosa. «¡Se iba a enterar esa idiota de Queili!».
      Cogió la empuñadura del arma.
      —Disculpe… —dijo tras ella una voz con acento marcado.


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