Microficción 250: Noche de aquelarre

En la imagen vemos a una mujer joven con los ojos cerrados y la cabeza apuntando hacia arriba. Tiene letras minúsculas pintadas en la cara que le cruzan los ojos desde la frente hasta las mejillas en tres columnas verticales en cada lado. Tiene las manos alzadas a la altura de la mandíbula formando dos garras de uñas afiladas. De fondo se ve el bosque difuminado. El relato se titula: Noche de aquelarre.

Noche de aquelarre. Imagen libre de licencia: Pexels.

Noche de aquelarre es un relato de fantasía cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

cenefa2

LOS AQUELARRES SON UNA OPORTUNIDAD ESTUPENDA para conocer a compañeras del oficio. Estos eventos tienen un no-sé-qué-que-qué-sé-yo que hace que más que reuniones de trabajo, sean una escapada. Para Garda Sempiterna era el primer aquelarre al que asistía y estaba de los nervios. Era la bruja más joven de la edición y había escuchado cosas que no le ayudaban a tranquilizarse. Algunas cosas buenas, claro está, pero otras, las que más le inquietaban, muy malas. Se decía que Pétrila Sindedosgordos, una de las brujas más poderosas del Muchiverso, no llevaba bien que brujas jóvenes —y con todos los dedos en ambas manos— se unieran a los aquelarres. Hay que aclarar que Garda no era miedosa, pero sí era de ese tipo de personas que intentan por todos los medios evitar los conflictos, porque suelen dar mucho trabajo y a ella, eso de trabajar, le gustaba regular.
      La reunión se celebraba todos los años en el claro del bosque de la Madretierra. Habían acudido decenas de brujas y todas llevaban sus pociones, para exponerlas y hablar de sus beneficios.
      Una bruja alta, muy delgada y con el pelo largo, rizado y gris, se le acercó y le puso una tarjeta de visita delante de los morros. En la tarjeta ponía únicamente:

DRÚBIDA LAULTIMAYMEVOY
Especialista en pociones de amor

—Drúbida Laultimaymevoy —dijo la bruja—, especialista en pociones de amor. ¿Hay alguien que te haga tilín? —Garda abrió la boca para responder que no necesitaba a nadie, pero Drúbida Laultimaymevoy no le dejó—. Seguro que sí. Eres joven, guapa y tienes pinta de ser inteligente. Envíame un emilio y mi secretaria te dará día y hora.
      Y tal como vino se fue, dejando a Garda con la tarjeta en la mano y la boca abierta.
      Al cabo de una hora, Garda Sempiterna tenía tarjetas suficientes como para reforestar el bosque Desierto. La que más le llamó la atención —y no en el mejor sentido— fue una bruja que vestía una túnica desteñida en vez de la clásica negra y llevaba una margarita acomodada entre la oreja y la sien, gafas redondas de sol con el cristal amarillo y fumaba esos cigarros que a la gente le hacen plantearse cosas como: «Buah… ¿te has dao cuenta de que tragaldabas viene de “tragar” “aldabas”?», a lo que otra persona que fume lo mismo le responderá: «¡Mooooola!». Esta bruja se llamaba Verde Coloresperanza y, según ella, había encontrado la fórmula para conseguir la paz: una poción que hacía que la gente no tuviera ganas de pelearse e iniciar guerras —en realidad era solo una tila doble—. Cuando se le acercó lo hizo con el dedo índice y el medio alzados y una sonrisa de oreja a oreja:
      —¡Paz y amor, colega! —le dijo Verde Coloresperanza—. ¿Quieres una caladita? —le preguntó ofreciéndole un cigarro de la risa que estaba casi consumido.
      —No, gracias, no fumo —respondió Garda Sempiterna.
      —Más para mí entonces. ¿Qué te cuentas?
      —No sé, ¿qué tengo que contarme?
      —No sé, tú sabrás, colega.
      Garda se dio cuenta de una cosa: no se sentía cómoda con Verde Coloresperanza.
      —Bueno, voy a ver si empieza ya esto —dijo Garda empezando a caminar.
      Verde Coloresperanza, que entre sus dones no estaba el de entender cuándo sobraba, anduvo a su lado.
      —Te acompaño, colega.
      —Ah… pues… ah…
      En situaciones normales, el léxico de Garda Sempiterna era más elaborado, más rico, pero en situaciones normales no tenía delante a Verde Coloresperanza.
      —¿Y de dónde eres? —preguntó Verde.
      —De Bibidibabidibú, en el continente Extraviado.
      Verde Coloresperanza bajó las gafas hasta la punta de la nariz y se quedó mirando a Garda Sempiterna con una mezcla de sorpresa y desconfianza. Tenía la boca abierta y el cigarro de la risa pegado al labio inferior.
      —Buah, colega, ese sitio es pura magia.
      —Eso dicen.
      —Yo soy de aquí y de allá.
      Garda se dio cuenta de que no le preguntó, pero no se sintió mal. En situaciones normales, la educación y los modales de Garda Sempiterna eran más cuidados, más considerados, pero en situaciones normales no tenía delante a Verde Coloresperanza.
      —¿Vienes mucho por aquí? —preguntó Verde.
      —Es mi primera vez.
      —¡Uuuuh! La niña prodigio se desvirga.
      —Si tú lo dices.
      —Yo he venido ya ocho veces.
      Garda se fijó en que tenía ganas de mandar a aquella bruja a cagar y se sintió mal por no hacerlo. En situaciones normales, Garda Sempiterna no era tan violenta y borde, pero en situaciones normales no tenía delante a Verde Coloresperanza.
      Llegaron a un caldero enorme donde solo había una mujer delgada, con el pelo blanco apretado en un moño que le tensaba la piel de la cara. Tenía los pómulos muy marcados, una nariz aguileña con una verruga peluda y dientes casi negros. Garda recorrió a aquella bruja desde la cabeza a los pies, pero se detuvo en las manos entrelazadas a la altura del vientre. Giraba los pulgares alrededor del contrario o lo habría hecho si hubiera tenido pulgares que girar alrededor del contrario. «Pétrila Sindedosgordos», pensó Garda y, al hacerlo, tragó saliva.
      —¡Pétrila! —exclamó Verde Coloresperanza, alzando la mano con el dedo índice y el medio levantados—. ¡Paz y amor, coleg…!
      —Piérdete, jipi —respondió Pétrila con una voz que parecía papel de aluminio arrugado hasta hacer una bola.
      Verde Coloresperanza bajó la mano y sin decir nada más se fue. Garda no lo reconocería, pero aquello le había puesto un poco.
      Pétrila Sindedosgordos examinó a Garda de arriba abajo con cara de asco. Aunque Garda no habría sabido decir si era su cara normal o no. Había consenso en en el mundo mágico sobre que un día, cuando era pequeña, Pétrila Sindedosgordos cayó en una marmita llena de pedos y, cuando salió, se quedó con esa cara.
      —Tú eres nueva —dijo Pétrila.
      Garda se sintió decepcionada, porque aunque aquellas tres palabras tenían un desprecio palpable, no era una observación demasiado inteligente.
      —Qué va, ya hace muchos años que nací —respondió.
      —¿Me estás vacilando?
      —No sé ni quién eres —mintió—. ¿Para qué iba a querer vacilarte?
      En la ceja derecha de Pétrila apareció un tic. Separó las manos, se planchó la túnica y sonrió de medio lado.
      —Supongo que no nos han presentado.
      Segunda observación obvia y poco inteligente.
      —Supongo que no…
      —Mi nombre es Pétrila Sargento.
      —Creía que era…
      Pétrila alzó las cejas y su sonrisa se amplió.
      —¿Creías que era…? Pensaba que no sabías quién soy. Dime, Nueva, ¿qué creías que era? —Garda abrió la boca—. ¿Has escuchado algo de Sindedosgordos por ahí? —Garda cerró la boca. Total, lo que dijera tampoco iba a ayudar—. ¿Has pensado en usarlo para referirte a mí? Alzar la mano para saludarme y gritar: «¡Eh, Sindedosgordos!». ¿Eso has pensado? —En realidad Garda quería decirle que no había pensado tan a largo plazo—. No te recomiendo hacerlo, Nueva. Verás, mientras todas estas vienen a enseñar sus pociones de amor, sus infusiones y sus pastillitas para que a un hombre se le levante la… esa, yo vengo para encargarme de cualquier demonio o criatura de la dimensión Mohina que quiera cruzar a este lado aprovechándose de la concentración mágica. ¿Sabes lo que eso significa? —Garda iba a decirle exactamente lo que eso significaba, también iba a preguntarle para qué narices iba a querer alguien en su sano juicio que a un hombre se le levantase la… esa—. Significa que soy una Excelsior y, como tal, tengo poder suficiente para hacer que cada vez que abras la boca vomites una cascada de gusanos. ¿Me he explicado con claridad?
      Pétrila Sindedosgordos giró sobre sus talones como haría un soldado bien instruido y se alejó sin dejar que Garda Sempiterna le dijera que había sido cristalina como el agua de la playa de la isla Incontaminada. Garda se dio cuenta de que le temblaban las piernas, que tenía la garganta seca y los ojos le estaban pidiendo permiso para llorar.
      Permiso concedido.
      Miró a su alrededor, a todas aquellas brujas y suspiró. Así que eso era una noche de aquelarre, ¿eh? Pues tenía pinta de que iba a ser una velada muuuuy larga.


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