
Lotería de Navidad. Imagen libre de licencia: Pixabay.

YA ERA UNA TRADICIÓN EN CASA, daba igual si no había comprado ningún número de lotería. Cada 22 de diciembre, el día se iniciaba sintonizando el sorteo. Tampoco era necesario estar delante de la tele, prestando atención, la Lotería de Navidad se había convertido en el hilo musical de muchas casas. Se escuchaba de fondo mientras se hacían otras cosas. Por ejemplo, Madelein oía a los niños de san Ildefonso, entre los que había una cría elfa por primera vez, mientras le extraía los ojos con una cuchara para hacer bolas de helado a un hombre de mediana edad, medio desnudo. A su lado, una mujer en ropa interior, arrodillada con las manos atadas a la espalda y amordazada con lo que parecía la funda de una almohada lloraba desconsolada.
—No llores querida —dijo Madelein dejando que el hombre se desplomara en el suelo. Tenía su propio pene ensangrentado en la boca—. Tampoco es que le vayas a echar de menos. En cambio al sexador de dodos…
La mujer amordazada abrió mucho los ojos. Llevaba dos años engañando a su marido con un apuesto y salvaje hombre que se dedicaba a la sexación de dodos. Era cariñoso, era amable y follaba como pocos. ¿Le había matado o era solo una amenaza?
Una niña negra alzó una bola con el número veinte mil tres y la elfa gritó el premio: sesenta mil euros. Hubo aplausos y silbidos. Una alegría que chocaba con el horror que se vivía en el salón de aquella casa.
—¿Me vas a decir dónde está? —preguntó Madelein.
La mujer amordazada negó entre lágrimas.
—Entiendo. ¿Cómo se llama ese entrenador personal tan guapo al que ves los lunes?
La mujer amordazada gritó: «¡Deja a Eduar tranquilo!», pero por la mordaza solo se entendió: «¡Ngefng ga Eua knquio!».
—Es muy sencillo, tú me dices las coordenadas del taller de Santa y yo dejo de matar a tíos a los que te follas. ¿No quieres decírmelo? Puedo estar toda una semana cortando pollas y sacando ojos. Tienes una vida sexual muy activa. No es una crítica, yo la tendría, pero este trabajo es muy esclavo. ¿Quieres ver una cosa?
Madelein se sacó un papel del bolsillo trasero de sus pantalones, lo desdobló tres veces y le puso el folio delante de la cara a la mujer amordazada. Dejó que leyera. Cuando lo hizo lloró desconsolada.
—Es una lista de personas a las que voy a visitar cuando te mate a ti. Es como mi lista personal de niños y niñas malas. ¿Ves todas las que he tachado ya? Ninguna quiso decirme dónde está lo que busco. ¿Por qué no rompes la cadena? Dímelo, mataré al viejo y acabaré con la Navidad. A ti no te afectará en nada, excepto que salvarás tu vida y la de la gente que va después de ti en la lista. Hazles un último regalo de Navidad, háztelo tú misma.
La mujer amordazada miraba a Madelein y miraba la lista. Miró a su marido e imaginó al sexador de dodos en la misma posición que su esposo: tirado de lado, con los tobillos y las manos atadas, sin ojos y con su propio pene en la boca. El maravilloso pene de su querido sexador de dodos. No quería que le ocurriera lo mismo al entrenador personal, ni al acomodador de cine, ni al piloto de barcos voladores, ni al medio demonio que le traía el periódico…
—¡De nmo bliblie! —gritó.
Madelein se acercó a ella y le bajó la mordaza.
—¿Perdón?
—¡Te lo diré, hija de putero!
Madelein sonrió. No hacía mucho leyó en una taza de porcelana la frase: «Si persistes lo conseguiste». En ese momento le pareció una gilipollez como un templo, pero ahora, tras quince muertos a sus espaldas, parecía que iba a conseguir lo que buscaba. Le dio la vuelta al folio, se palpó el cuerpo en busca de un bolígrafo y al no encontrarlo, se arrodilló junto al cadáver, le metió el dedo en la cuenca del ojo vacío y lo sacó lleno de sangre.
—Canta.
La amordazada reprimió una arcada, miró con odio a Madelein y, con toda la rabia que pudo ponerle a su voz, respondió:
—84°03′N…
—¡Sííííí…!
—… 174°¡Muerete, cabrona!
La mujer se echó a reír histérica al ver la cara de decepción de Madelein.
—¡¿En serio te pensabas que iba a delatar a Santa?! ¡Eres tan tonta como psicópata! —Madelein se levantó y se colocó a la espalda de la mujer—. ¡No vas a poder hacer nada contra él! ¡Aunque lo encontraras no podrías hacerle ni un rasguño! ¡Él es un dios y tú solo una pobre perded…!
Madelein le partió el cuello con un movimiento rápido y la mujer no pudo terminar la frase.
En ese momento las niñas anunciaban el premio gordo de la lotería. El Teatro Real estalló en aplausos, en silbidos y vítores. Todo el público se puso en pie y las crías gritaban con todas sus fuerzas. Madelein sacó un cupón del bolsillo delantero del tejano, lo miró y sonrió. Otro año que no le tocaba. Arrugó el cupón y lo tiró al lado de los cadáveres. Miró la lista, tachó los nombres de aquellos dos imbéciles con el dedo ensangrentado y comprobó a quién tenía que visitar ahora. Su cara se iluminó, Jeims del sindicato. El primer elfo que se reveló contra el gordo. Tenía buena pinta. ■