
La apuesta. Imagen libre de licencia: Pexels.

QUE LOS DIOSES JUEGAN CON nuestras vidas no es ningún secreto. Es algo que lleva ocurriendo desde el inicio del mundo, allá por el gran pedo cósmico. No es que el mundo que conocemos saliera de un pedo, es una forma de hablar, una analogía, para no entrar en cientificismos que solo servirán para perder a los lectores más jóvenes y menos versados en la generación intraespacial del universo. La apuesta favorita de los dioses era jugarse nuestra Navidad en partidas de ajedrez. ¿Lo peor de todo? Que es de sobras conocido que los dioses no tienen ni idea de cómo se juega al ajedrez.
Kadaish, la diosa del destino, llevaba cerca de una hora jugando contra Elanye, diosa de la diversión. Si ganaba Kadaish, la Navidad se celebraría como siempre, pero si ganaba Elanye, la humanidad se quedaría sin fiestas y sufriría hipo durante todo un año.
Kadaish, que llevaba las piezas blancas, movió el rey a D4 y miró con una sonrisa maléfica a Elranye.
—Agua —dijo Elanye con una risotada—. Roba cuatro.
Kadaish se golpeó la cara, fastidiada. Llevó la mano al mazo de cartas y cogió cuatro naipes.
—Te toca —apresuró Kadaish.
Elanye movió su torre a A4 y le devolvió la sonrisa de superioridad a Kadaish.
—Jaque —dijo orgullosa la diosa de la diversión.
Kadaish no se alteró, porque tenía un peón en B2 armado con un subfusil. Lo movió a B3 y el peón le pegó un tiro entre las cejas al arquero sobre la torre, luego le puso una carga de dinamita a la torre y la derribó.
—¡Toooooma! —gritó Kadaish—. Ahora me cuento veinte y tiro porque me da la corriente.
—¡Menuda suerte tienes, Cabrona!
No era un insulto, a Kadaish la llamaban la Cabrona, porque tenía cuernos de cabra y unos ojos inquietantes cuyas pupilas eran rectangulares.
—De suerte nada, Elanye, ganarte es mi destino.
—¡Eso es trampa!
—Eso lo dices porque vas perdiendo y vas a tener que escuchar villancicos otro año más.
Kadaish no había perdido ni una sola partida en mil seiscientos años. Claro que, ser la diosa del destino, ayudaba bastante.
Elanye suspiró. Le tocaba a ella. Si sacaba un seis doble podría comprar hotel.
Cogió los dados y los lanzó. El primer dado marcó seis en su lado superior, el segundo rodó sobre uno de los vértices, como una peonza, y cayó, dejando a la vista un lápiz.
—¡Mierda! —exclamó la diosa de la diversión—. Odio esta prueba.
Chasqueó los dedos y apareció una pizarra y un rotulador rojo.
—¿Preparada? Si no aciertas la palabra gano la partida.
Kadaish sonrió despreocupada.
—Se me da demasiado bien esto, Elanye.
La del rotulador cogió una tarjeta, la leyó, asintió sin estar demasiado convencida y empezó a dibujar. Primero un círculo.
—¿El mundo? —se aventuró Kadaish.
Elanye negó y al círculo le dibujó un rectángulo de esquinas redondeadas. Ahora parecía una seta.
—¡Ya lo sé! Es Trumasher, la venganza de los algoritmos asesinos.
Elanye tiró el rotulador con rabia.
—¡Qué hija de putero! ¡¿Cómo lo has podido adivinar?!
—Fácil. He visto la redonda, que claramente retrata la actividad neuronal de Trumasher, y luego esa cosa que parece un pene hacia abajo, es, por deducción, los apéndices trifásicos de los algoritmos. Muy buena peli, aunque me gustó más la primera. —Kadaish hizo un baile de celebración y rió—. Ahora tienes que ir a la cárcel un turno entero.
La diosa del destino dio un par de palmadas y apareció un calabozo con un guardia. El guardia abrió la puerta de la celda y acompañó a Elanye adentro, donde le esperaba un rubukup, una especie de robot con alma, al que pillaron en la dimensión tiránica, intentando detener a todos los villanos que vivían allí tranquilamente, haciendo el mal sin hacerle daño a nadie que no se lo mereciera.
—¿Tú por qué estash aquí, pava? —le preguntó el rubukup.
—No te molestes, majo, estaré solo un turno.
Kadaish movió su reina a G8 y dio una palmada tan fuerte que asustó a Elanye, al rubukup, al guardia y a una lagartija que estaba haciendo pesas en la celda.
—¡Toma ya! He vuelto a ganar.
Elanye se arrimó mucho a los barrotes y coló la cara entre dos de ellos para ver el tablero, justo a tiempo para contemplar cómo la oca bajaba por la escalera y mataba al rey de negras con un candelabro en la biblioteca.
—¡Noooooo! —gritó Elanye tirándose al suelo de rodillas.
La celda desapareció, junto con el guardia, el rubukup y la lagartija, que ya empezaba a pensar en rajar a la diosa con un pincho improvisado.
—¡Sííííííííííííííí! La Navidad sigue en pie un año más. Se siente, Elanye, quizá el año que viene tengas más suerte que yo. Quién sabe, quizá el destino esté contigo la próxima vez.
Aunque sabía de sobras que eso no era posible. Alguna gente dirá que jugar con el destino de tu lado es trampa, bien, pues según Kadaish, esa gente está completamente en lo cierto, pero no era culpa suya que las demás diosas siguieran retándola año tras año durante dieciséis siglos. ■