CALENDARIO DE ADCUENTO 2022: 9. EL ÁRBOL DE NAVIDAD ASESINO

En la foto vemos el primer plano de las ramas de un abeto. No se ve el fondo, porque estamos muy cerca del árbol, pero sí vemos caer nieve. El relato se titula: El árbol de Navidad asesino.

El árbol de Navidad asesino. Imagen libre de licencia: Pixabay.

El árbol de Navidad asesino es un relato de terror cómico navideño perteneciente al reto Calendario de adcuento 2022, dentro de Calendarios de adcuento. En este reto voy a publicar un relato navideño cada día de diciembre.

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QUERIDA ARIANA, SI LEES ESTO PROBABLEMENTE te estés haciendo varias preguntas, como qué coño ha pasado en nuestro salón, qué es toda esa sangre, por qué hay un agujero en forma de persona en la pared y qué es ese olor a hierba quemada. Es perfectamente normal que tengas todas estas dudas y, aunque no tengo mucho tiempo, voy a contarte lo que ha ocurrido esta noche. Lee con atención y, por favor, no pienses bajo ninguna circunstancia que me he vuelto loca.

Mi madre me ha llamado a la hora de la comida y me ha dicho que fuera yo a por el árbol de Navidad cuando saliera de trabajar. Mi padre no se encontraba bien, volvía a tener una de esas dichosas jaquecas que tiene siempre que se bebe una botella de litro de cerveza. Le dije que haría lo que pudiera, pero que era imposible que saliera a mi hora. Hoy mi jefe estaba especialmente tocapelotas y quería que cerráramos el proyecto en el que estamos trabajando antes de irnos a casa. Claro, como a él no le quiere ni la Muerte, tiene que jodernos a las demás. Mamá colgó, pero no sin antes decirme que hiciera lo que quisiera. Ya sabes cómo es mi madre. Sé que acabas de poner los ojos en blanco, pero por favor, sigue leyendo, mi amor.
      Como esperaba, no salí del trabajo hasta las once de la noche. Cogí el coche y fui a por el maldito árbol. Le mandé un WhatsApp a mi madre diciéndole que ya había salido y que iba a por eso, y ella me respondió con el emoji del bazo marcando bíceps.
      Hacía un frío del carajo, nevaba y tenía miedo de que la carretera se congelase. Ya sabes que no me gusta conducir con las cadenas. Por suerte no había mucho tráfico, sobre todo hacia las afueras. ¿Quién coño iba a conducir por esas carreteras desiertas a esas horas? La gilipollas de turno, como siempre.
      Me dirigí a la granja de abetos de los Arbayans. Aunque esos dos viejos cascarrabias no me caen especialmente bien, eran los que me pillaban más cerca. Llegué una hora después y, como me temía, no había ni un solo árbol disponible. Bajé del coche y les pregunté si les quedaba alguno, aunque no fuera el más lustroso del mundo. Me dijeron que no.
      —Lo sentimos, muchacha. ¿Cómo vienes a estas horas? —me dijeron.
      —Tenía que venir mi padre, pero tiene una de sus jaquecas —les respondí.
      Dreic Arbayan chistó y negó con la cabeza.
      —Maldita cerveza —dijo por fin—. Uno no puede fiarse ni de las cosas naturales.
      —Supongo que no. ¿Entonces no les queda nada?
      —Ni una rama, muchacha —respondió esta vez Yeison Arbayan—. Y no encontrarás ni un árbol en las otras granjas. De eso puedes estar tan segura como que pienso sobrevivir a este cabronazo —dijo señalando con el dedo pulgar a su hermano.
      Miré al cielo y suspiré. Al menos había dejado de nevar.
      —Tengo que probarlo, si vuelvo sin árbol de Navidad, mi madre me desheredará o peor todavía, me calentará la cabeza.
      —Como veas —dijo Yeison—. Prueba en la granja de los Obrayan. Son los que menos venden de la zona —a aquello último le añadió un punto de orgullo, de burla.
      Puto viejo chismoso.
      Me despedí de los hermanos Arbayans, me subí al coche y enfilé la carretera que llevaba a la granja de los Obrayan.
      Cuando llegué, la escena se repitió. No había ni un solo árbol.
      —Lo siento mucho, cariño —me dijo Barbra Obrayan cuando le pregunté si les quedaba algo—. Si lo llego a saber te habría guardado uno. Ya sabes que en esta casa apreciamos mucho a tu padre.
      No dijo a tus padres, y cuando mencionó a mi padre se ruborizó.
      —Ya. No se me ha ocurrido que podía llamar —le respondí ignorando su lascivia.
      Ya sabes que no soy de esas hijas que sienten rechazo ante la idea de que sus padres despierten pasiones en otras personas, pero soy particularmente reacia a que la despierten en personas como Barbra Obrayan.
      —Los jóvenes de hoy tenéis tanta prisa que no os dais tiempo ni para pensar en las cosas más básicas.
      —Sí, supongo que sí. Bueno, voy a ver si tengo suerte en alguna otra granja.
      No esperé a que me respondiera. Subí al coche, resoplé y pensé en la noche que llevaba. Mi madre siempre me mete en esos líos, ya sabes cómo es.
      Pensé en eso, pensé en que mi madre podría haber llamado a los Obrayan para que le guardasen un árbol, pensé en la jaqueca de mi padre, en el gilipollas de mi jefe y no pude evitar ponerme a gritar y a aporrear el volante.
      Cuando me tranquilicé me fui de allí. No pensaba seguir dando vueltas como una idiota, Ariana. Además tenía pinta de que iba a caer una buena nevada. Regresé a casa y me mentalicé para aguantar las tonterías de mi madre. Estaba furiosa, notaba el corazón en las sienes.
      De camino a casa se me cruzó algo. Un animal, grande y rápido. Supongo que un ciervo. Tuve que dar un volantazo, el coche patinó en la nieve y dio un par de giros completos antes de quedarse cruzado en la carretera. El corazón se me iba a salir. Me puse a llorar de los nervios, también reí… Si me hubieras visto, mi amor, parecía una de esas locas de las películas. Cualquiera habría podido jurar que estaba poseída.
      Respiré hondo, con la frente en el volante y, cuando alcé la vista, vi en el arcén, iluminado por los faros del coche, un árbol de Navidad tirado en la nieve. Primero pensé que sería un abeto al que le aticé al girar, pero no estaba arrancado, era un árbol de granja. Seguramente alguien lo ató mal al techo de su coche y lo perdió por el camino, al menos eso pensé.
      Bajé del coche, me acerqué al árbol, miré a mi alrededor y luego lo cargué encima del coche. Me aseguré de atarlo bien, no fuera a pasarme lo mismo que a sus anteriores y despistados dueños. Me subí al coche y conduje hasta casa, contenta, aliviada. Necesitaba que la suerte me sonriera, joder. Lo necesitaba de verdad. Pero no lo hizo, ni de coña, mi amor. No me esperaba ni por asomo todo lo que ocurrió después.

¿Continuará?


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