CALENDARIO DE ADCUENTO 2022: 5. FECHAS COMPARTIDAS

Plano medio de una figura vestida con una sudadera con capucha, la capucha la tiene puesta. No tiene cara humana, en su lugar parece que su cabeza es una calabaza de Halloween, pero solo se ven sus ojos y su sonrisa macabra iluminadas desde el interior. El título del relato es Fechas compartidas.

Fechas compartidas. Imagen libre de licencia: Pexels.

Fechas compartidas es un relato de fantasía cómica navideña perteneciente al reto Calendario de adcuento 2022, dentro de Calendarios de adcuento. En este reto voy a publicar un relato navideño cada día de diciembre.

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POLO NORTE. DOS DÍAS ANTES DE NAVIDAD.

LA NOCHE ESTABA TRANQUILA. El cielo se teñía de los colores de la aurora boreal y el suelo estaba cubierto de nieve y mierda de reno. Las farolas de la avenida Conde Dulzón emitían una luz arcoiris que iluminaba las aceras heladas. Los habitantes norteños iban y venían, aprovechando las últimas horas del día, comprando comida, vendiendo juguetes, intercambiando recetas y guiñando ojos a diestro y siniestro.
      El taller de Mamá Noel*, en plaza Algodón de azúcar, funcionaba a pleno rendimiento. En su interior los elfos de la Navidad trabajaban a destajo, arañando tiempo para cumplir el plazo y tener todos los regalos antes de Nochebuena. Ese estrés no era bueno, desde luego. Aquel año habían ocurrido quinientos cincuenta y dos accidentes laborales y medio —se considera medio accidente al que tuvo Fil, el encargado de la cortadora de lazos para envoltorios cuquis. La manga de su camisa se enganchó en la cinta transportadora y estuvo a punto de perder todo el brazo derecho en la guillotina, pero lo apartaron a tiempo y solo perdió hasta el codo. Cierto que él no estaba de acuerdo en que aquello solo fuera medio accidente, pero teniendo en cuenta que días después Brallan, de Manzanas de caramelo, cayó de cabeza al tanque de caramelo hirviendo y salió con el esqueleto limpio, no podía quejarse—. Mamá Noel no era una mala jefa, desde luego. De vez en cuando permitía a los elfos beber café y darle un mordisquito a una barra energética. El sueldo estaba muy bien, equitativo. Todos los elfos cobraban la misma cantidad: cero monedas de oro. Lo malo era que al cambio en dólares, o euros, o rupias…, se quedaba en nada, además Hacienda le daba un buen pellizco a la nómina.
      —¡Deprisa, deprisa! —gritó Mamá Noel, con un puro acomodado en la comisura de la boca—. ¡Quedan dos noches para la Navidad y este año tenemos más trabajo que ningún oto!
      Mamá Noel era alta, delgada, vestía una casaca roja con ribetes blancos. Llevaba gorro vaquero rojo con cinta de cuero blanca y una pluma de cisne que parecía la antena de un coche. Su pelo cano, rizado, caía salvaje por encima de su hombro. Tenía los pómulos marcados y un cutis perfecto —perfectamente seco por el frío, quiero decir—. Calzaba unas botas militares y bajo la axila siempre llevaba un bastón decorado con una cabeza de reno. No solía usarlo para caminar, simplemente le gustaba el aspecto marcial que le daba. Los elfos parecían respetarla más cuando lo llevaba, a pesar de no haberlo usado jamás para golpearles.
      —¡¿Dónde están esos lazos, Fil?! —rugió la mujer.
      —¡Voy, jefa, voy! ¡Solo tengo un brazo!
      —¡Siempre con excusas, Fil! ¡¿Quieres que te cambie de puesto?! ¡¿QUIERES VIGILAR LAS MANZANAS DE CARAMELO, FIL?!
      —N-no… no… señora. ¡No señora!
      —¡Pues mueve el culo!
      Al decir aquello Mamá Noel se tapó la boca y miró al pobre Deibid, que se había fracturado el trasero por varios puntos probando todas las sillas de niñas y niños de entre uno y cuatro años.
      —Lo siento, Deibid, es una forma de hablar.
      Deibid la miró y resopló. «Malditas formas de hablar», pensó. Pero no lo dijo, porque… bueno, porque no era un elfo suicida.
      Los elfos dejaron de trabajar a la vez. No era una revolución contra la tiranía, contra la esclavitud o contra las escasas veces que tenían permitido ir a mear. Incluso Jeims, del sindicato, se hizo ilusiones por un momento, pero al ver que incluso Santa se callaba y dejaba de dar órdenes, tuvo que aceptar que ese año tampoco habría huelga. Toda la actividad del taller se había detenido por unos gritos terribles en el exterior. Es de dominio popular que hay tres tipos de gritos: los de júbilo, los de placer y los terribles. Los dos primeros los conoce todo el mundo, aunque solo sea en la teoría, pero el último es el peor, porque tiene muchas aplicaciones —desde el grito de quien ha encontrado una cucaracha rondando por su cocina, hasta el de la persona que va a hacer puenting y a la que su instructor suelta antes de llegar al tres—.
      —¡¿Qué narices pasa ahí fuera?! —preguntó Santa Claus, sin buscar una respuesta.
      Se acercó a la puerta principal del taller, la abrió y salió a la calle.
      La gente corría despavorida. Algunas casas estaban en llamas y otras derruidas, convertidas en escombros.
      Mamá Noel cogió a una norteña por el brazo.
      —¿Qué está ocurriendo? —preguntó.
      A lo que la mujer respondió, de forma muy elocuente:
      —¡AAAAAAAAAAAAAAH!
      Se sacudió la mano de Santa y siguió corriendo.
      De entre las llamas de un edificio Mamá Noel vio una figura horrible. El ser cruzó la plaza hacia el taller. Vestía una sudadera roja con la capucha puesta, pantalones naranjas y botas negras. Lo que había dentro de la capucha no era una cara normal, al menos no era el tipo de normalidad a la que Mamá Noel estuviera acostumbrada. En lugar de cabeza tenía una calabaza con ojos, nariz y sonrisa talladas, como si fuera una calavera iluminada desde el interior.
      La criatura se detuvo a pocos metros de Santa y ladeó la cabeza.
      ERES SANTA CLAUS dijo la calabaza con una voz terrible. Sonaba como el crepitar del fuego y como palomitas explotando dentro de una olla de hierro con tapa.
      —La misma que viste y calza. Y tú eres…
      TENGO MUCHOS NOMBRES. SOY LA PERDICIÓN, EL TERROR, EL YUYU.
      —Resumiendo…
      LAKAWITI.
      —Salud. Pero en serio, ¿quién eres?
      ¡MI NOMBRE ES LAKAWITI!»
      —Como nombre de la perdición, el terror y el yuyu deja mucho que desear. Pero bueno. ¿Qué puedo hacer por ti, Cacahuete?
      ¡LAKAWITI!
      —Eso, eso.
      VENGO A ACABAR CONTIGO Y CON TODO TU IMPERIO NAVIDEÑO.
      —¿Todo eso? ¿Puedo preguntar por qué?
      Lakawiti meditó un segundo.
      PUEDES.
      —Gracias. ¿Por qué?
      DESDE HACE AÑOS, TU FESTIVIDAD SE HA SOLAPADO CON LA MÍA. HALLOWEEN DE REPENTE SE VE SALPICADO DE TURRONES, NEULAS Y OTRAS MIERDAS POR EL ESTILO. LA GENTE DECORA SUS CASAS CON CALABAZAS COLGADAS DE LAS RAMAS DE ÁRBOLES DE NAVIDAD. ¡ES INTOLERABLE! SI TE MATO AQUÍ Y AHORA, LIBERARÉ AL MUNDO DE TU MALDITA FIESTA.
      Algunos elfos reprimieron un grito de ánimo dedicado a Lakawiti. Especialmente Jeims, del sindicato, que estuvo de gritarle: «¡Acabe con esa explotadora, señor Cacahuete!», pero prefirió ser prudente y simplemente apretó mucho el puño, celebrando lo más íntimamente posible que alguien estuviera a punto de hacer justicia.
      —¿Qué culpa tengo yo de que los humanos sean unos ansias? —preguntó Santa con toda la razón del mundo. Incluso Jeims, del sindicato, tuvo que estar de acuerdo.
      ¿CULPA? DA IGUAL LA CULPA, SANTA CLAUS. SOLO IMPORTA A QUIÉN RINDEN CULTO. SI LOS HUMANOS SIGUEN CELEBRANDO LA NAVIDAD EN HALLOWEEN DESAPARECERÉ. ¿ES LO QUE QUIERES?
      Santa estuvo a punto de responderle que a ella, sinceramente, le daba un poco igual, porque hasta hacía unos segundos no sabía ni que existía. Pero hubo algo, llámalo sexto sentido, que le dijo que no era buena idea.
      —¡¿Yooooo?! —respondió de forma exagerada, clavándose el dedo en el esternón—. ¡¿Querer que desaparezcas?! ¡Me ofendes!
      EN ESE CASO SOLO HAY UNA SOLUCIÓN. TENGO QUE MATARTE dijo Lakawiti, que no se le daba bien pillar el sarcasmo.
      Cacahuete, digo… Lakawiti caminó hacia Santa, decidido a matarla. Los elfos contuvieron el aire. Jeims, del sindicato, cruzó los dedos y rezó a la Diosa suprema para que su jefa se fuera a criar malvas.
      Lakawiti abrió una mano, de dedos largos y puntiagudos, y en su palma se formó una espada de fuego.
      PREPÁRATE PARA MORIR, SANTA CLA…
      Los elfos habían cerrado los ojos, pero al no escuchar el final de la frase, interrumpida por un golpe y con ausencia total de gritos agónicos por parte de Santa Claus, abrieron mucho los ojos y vieron a Lakawiti encorvado hacia delante, sin espada, frotándose enérgicamente la nuca por encima de la capucha.
      ¡ME HAS DADO UNA COLLEJA! exclamó el espíritu de Halloween.
      —Y como sigas diciendo tontás, me quito la bota y te corro a botazos.
      ¡PERO SOY EL APOCALIPSIS!
      —¡Ni apocalipsis ni apocalipsas! —Santa se acercó a Lakawiti y le cogió por una oreja, se la retorció y le obligó a encogerse, lo que fue todo un prodigio, ya que el ser carecía de lóbulos y, dicho sea de paso, de orejas.
      Mamá Noel empezó a caminar hacia el taller, seguida forzosamente por Lakawiti.
      —Nos van a venir muy bien un par de manos extra. —Mamá Noel se dirigió entonces a los elfos decepcionados—: ¡¿A qué esperáis?! ¡Vamos a trabajar! Jeims, del sindicato, te vas a encargar de enseñarle a Cacahuete todo lo que necesita saber. Lo vamos a poner en Manzanas de caramelo.
      MI NOMBRE ES LAKAWITI…
      —Claro que sí, querido. Verás qué bien te lo pasas en mi taller, no vas a tener tiempo de aburrirte.
      «Ni de ninguna otra cosa», pensó Jeims, del sindicato, fastidiado. Le dio unas palmaditas de ánimo en la espalda a Lakawiti.
      —Vamos, Cacahuete… —dijo el elfo.
      ¡QUE ME LLAMO…!
      —Que sí, que sí. ¿Te interesa entrar en el sindicato? No sirve de gran cosa, pero bueno, salimos de vez en cuando a fumar un poco de algodón de azúcar. ¿No? Bueno, piénsatelo, si vas a tener tiempo de sobras…

NOTA DEL AUTOR (QUE POR LO QUE SEA SOY YO)

(Pulsa en el asterisco para regresar al texto)

* Mucha gente cree que el taller de Santa es de un tal Papá Noel. Eso es un ejemplo claro de inclusión forzada y de querer negar la realidad de forma sistemática. Si el taller fuera de un señor gordo y barbudo, no sería el taller de Santa, sería el de San, San Claus, pero no es el caso, ¿verdad? Desde que el mundo es mundo, la encargada de traernos los regalos la noche de Navidad ha sido, es y será ella, Mamá Noel, Santa Claus.

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