CALENDARIO DE ADCUENTO 2022: 2. Regalo especial

Vemos a una joven sentada en su sofá. Nos situamos en la mesilla de centro y en primer plano tenemos las plantas de los pies de la joven, posados en la mesa y enfundados en calcetines rojos con la cara caricaturizada del reno Rudolph bordada. La cara la vemos borrosa, porque está más lejos. Está bebiendo de una taza de porcelana blanca y está tapada con una manta. El título del relato es: Regalo especial.

Regalo especial. Imagen libre de licencia: Pixabay.

Regalo especial es un relato de fantasía cómica navideña perteneciente al reto Calendario de adcuento 2022, dentro de Calendarios de adcuento. En este reto voy a publicar un relato navideño cada día de diciembre.

cenefa2

LA NOCHE DEL 24 DE DICIEMBRE siempre es una noche especial, o al menos lo es para aquellas personas que tienen ilusión. No era el caso de Vadid Dosmeñiques, una de las mayores guerreras que ha parido madre —aunque en realidad a Vadid la encontraron cerca de un contenedor de basura, siendo solo un bebé, abrazada a una rata como si fuera un peluche. Sobra decir que el roedor lanzó una mirada suplicante a los nuevos padres de la niña, para que la liberasen de aquel amarre o para que acabasen con su sufrimiento, lo que mejor les viniera—. Esa noche, la del 24, no la que fue denominada como la del incidente de la rata, Vadid estaba en lo que los jóvenes llaman mood perezoso. No tenía ganas de salir, solo quería estar en casa viendo películas navideñas con una taza de cacao caliente con malvaviscos. Sus amigas bárbaras la habían invitado a ir por ahí a descuartizar personas, quizá a ofrecer algún sacrificio a los dioses. Ya sabes, las cosas típicas que hacen las bárbaras en noches especiales. Pero cualquier plan que requiriera salir de debajo de la manta con estampado de las Tortugas Ninja, no le interesaba.
      La película que estaba viendo, titulada Una navidad para dos y medio, era la típica cinta ñoña de esas fechas. Trataba sobre una mujer, Saga, que se había enamorado de dos hombres y había pedido a una estrella fugaz que le permitiera estar con ambos. La noche del 24 se va a dormir justo cuando escucha unos cascabeles alejarse por encima de su tejado. Al día siguiente, bajo el árbol de Navidad, la protagonista encuentra a Ruber, el apuesto científico loco del que está enamorado, durmiendo en el suelo en posición fetal y, a su lado, tumbado de cualquier manera, la parte superior del torso de Yon, el atractivo sexador de dragones. Ruber despierta, cubierto de sangre y descubre que tiene un serrucho en la mano, también ensangrentado, entonces mira el medio cadáver de Yon, luego mira a Saga, ambos se encogen de hombros, ríen a carcajadas y se besan, incluyendo en aquella alegría besuquil al pobre Yon. La película termina con Saga mirando a las alturas y susurrando: «Es un milagro navideño».
      Pero Vadid todavía no había llegado a esa parte, así que no le hagamos ningún spoiler. En ese momento en el que Vadid se encontraba, Saga discutía con Yon, que ya había descubierto que la mujer estaba jugando a dos bandas. Vadid escuchó un ruido en su piso, puso la pausa a la película, se destapó y se levantó del sofá. No estaba calzada, llevaba solo unos calcetines rojos con el rostro caricaturizado de Rudolph, el reno de nariz roja de Papá Noel. Caminó de puntillas cuando un segundo ruido hizo que se detuviera. Se acercó a un paragüero que tenía cerca de la entrada principal del piso y cogió la espada que descansaba en él. Vadid sintió cómo el peso de Laminacuerpos le reconfortaba. Se dirigió entonces al ruido, que sonó por tercera vez. Era un golpe, como si alguien quisiera entrar al domicilio desde alguna habitación.
      Entró en la cocina. Despejada.
      Entró en el lavabo. Despejado, pero debería haber abierto la ventana la última vez que ha entrado.
      Entró en el estudio. Despejado, salvo por los esqueletos que adornaban las paredes.
      Entró en el cuarto de invitados. El calvo al que tenía secuestrado a la espera de recibir el rescate, seguía atado a la cama de brazos y piernas, como si fuera una equis horizontal.
      Entró en su dormitorio. Un culo grande, seguido de unas piernas, estaba atascado en la ventana de estilo guillotina. El intruso —o la mitad del mismo— pataleaba enfundado en unos pantalones rojos y unas botas negras que parecían pesadas.
      Vadid le dio un azote con la parte plana de la espada.
      —¡¿Quién coño eres y qué haces en mi dormitorio?! —exclamó roja de rabia.
      —¡Ay!
      —¡Tienes diez mississippis para responderme!
      Otro azote.
      —¡Ay! ¡Deja de pegarme!
      —¡Un mississippi!
      Azote.
      —¡Auchi! ¡Deja de golpearme, salvaje!
      —¡Dos mississippis!
      Intentó golpear de nuevo, pero el culo consiguió desatorarse y cayó rodando al interior del dormitorio. Estaba adherido, por la parte superior, a un cuerpo enorme, de panza descomunal. Vestía todo de rojo, con una especie de abrigo con ribetes blancos como de borrego. Tenía barba espesa, blanca y melena a juego. La cara sonrojada en mejillas y nariz y unas gafas de media luna sin montura que, por algún milagro de la narrativa, seguían en su sitio. El tipo se golpeó la espalda contra la mesita de noche de Vadid y se retorció de dolor.
      La guerrera alzó la espada por encima de su cabeza.
      —¡QUIETA, NO ME MATES! —exclamó el hombre extendiendo los brazos, con las manos muy abiertas, delante de él—. ¡Soy yo, Santa!
      Vadid no bajó la espada, pero miró con curiosidad al intruso.
      —¿Santa Claus?
      —¡No, Santa Teresa de Jesús! ¡Pues claro!
      Vadid miró de arriba abajo al hombre. Había que decir que, como mínimo, era uno de los mejores cosplays que Vadid había visto nunca.
      —Mira, payaso, te has equivocado de piso. De hecho no podrías haber elegido un piso peor para entrar a robar. Tengo un hueco en la pared del salón en el que quedará muy bien tu cabezón. ¿Últimas palabras?
      Vadid se preparó para descargar la espada.
      —¡HO, HO, HO! —exclamó el gordo.
      Los ojos de Vadid se abrieron de par en par. Bajó la espada, la acomodó en un rincón, con la punta en la moqueta y el pomo en la pared. Se acercó al hombre y le tendió una mano.
      —¡Señor, Claus! ¡Siento muchísimo el malentendido!
      Papá Noel dejó que Vadid le ayudase a levantarse.
      —¿Qué hace entrando en mi dormitorio por la ventana?
      —¡Pues que no tienes chimenea, demonio de joven! Malditos pisos… Cada vez es más difícil hacer mi trabajo. —Santa se limpió el polvo de la ropa y se arregló el traje—. Vengo a entregar un regalo especial.
      Los ojos de Vadid brillaron con furia. Nunca le habían hecho un regalo de Navidad y, de hecho, su terapeuta decía que aquella era una de esas cosas que la habían llevado al saqueo y el genocidio.
      —¿Un regalo para mí? ¡Me siento honrada, Santa Claus! ¿Qué es? ¿Una espada nueva? ¿Un frasco de veneno? ¿Las escrituras del mundo? ¡¿Qué es?!
      Santa, que se había colocado tras Vadid, cogió la espada de la pared.
      —No, no es un regalo para ti, Vadid. Tú estás en la lista de personas malas. Es un regalo para ese pobre idiota que tienes atado a la cama. Lleva días pidiendo, como único deseo, que alguien le salve.
      Vadid se giró justo en el momento en el que la hoja de su propia espada caía con fuerza sobre su cabeza. El rostro de Santa Claus se salpicó de sangre y los ojos de la guerrera bizquearon.
      Vadid cayó de rodillas al suelo enmoquetado. Santa soltó la espada y el torso de la guerrera se venció hacia delante, cayendo sobre el pomo de la espada, clavada en su cabeza.
      Papá Noel miró a Vadid, que formaba un triángulo, suspiró y negó con la cabeza.
      —Prefiero cuando me piden videoconsolas. Es más divertido cuando abren la caja y se encuentran calcetines. A ver adónde está ese desgraciado. Me cago en mis muelas… soy demasiado viejo para esta mierda.


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