
Cosas de guerra. Imagen libre de licencia: Pixabay.

EL DIECINUEVE DE AGOSTO DEL NONAGÉSIMO VIGÉSIMO TERCER DÍA DESPUÉS DE LOS ABISMOS fue uno de los peores días para dos soldadas. Romt e Ilek eran dos guerreras del Ejército de los Muertos y estaban conversando de esto y de aquello, siendo esto la guerra y aquello las ganas que tenían de irse a casa y olvidarse de todo aquel follón. Romt era una esqueleto con armadura —exactamente igual que Ilek—, nunca le había llamado la atención el ejercito, pero ahora tenía que presumir de ser una soldada, solo porque alguien a quien llamaremos Engendro A le había encasquetado un yelmo, una lanza y le había dicho:
—Oye, Trom.
—Romt —corrigió ella de forma automática, porque ya era habitual que le cambiaran el nombre. En una ocasión confundieron su nombre con Jasmín y, en otra, lo confundieron con Aparta Esqueleto de los Cojones que Tengo que Pasar me Espera la Señora del Mal.
—Lo que sea —respondió Engendro A—. Tu misión, a partir de ahora, es quedarte aquí, en las Puertas del Abismo, y asegurarte de que nadie pasa.
Romt miró las Puertas del Abismo, miró a Engendro A, alzó una ceja —cosa que tiene un mérito notorio para un esqueleto— y dijo:
—¿Pero no es el sitio más peligroso en el que estar? Quiero decir… ¿no debería estar aquí Glutuk la Bárbara Abisal?
—Está de baja, Tmor.
—Romt.
—Eso, eso. Se rompió una uña mientras decapitaba a un elfo.
—Qué faena. ¿Y qué me dice de Makatxa, la Comedora de Vísceras?
—Está en Plutka, en una misión diplomática.
—Oh… ¿entonces estaré sola?
—¡Claro que no! —dijo Engendro A dándole una palmada en el hombro que casi consigue enterrar a Romt en el suelo hasta las rodillas—. Tendrás la compañía de Ilek.
Así empezó aquella relación. Cinco meses después, Ilek y ella eran tuétano y hueso. Habían tenido algún que otro incidente, como cuando dejaron pasar al camión cisterna para limpiar la fosa séptica. ¿Cómo iban ellas a pensar que en la cisterna se había escondido todo un pelotón de las filas enemigas? Habían leído que muchísimos años antes de que ellas fueran engendradas* hubo una guerra en la que uno de los bandos le regaló un caballo de madera al bando contrario. Cuando el rey agasajado le preguntó al otro si había escondido en el interior de aquel caballo un grupo de soldados dispuestos a asesinarle, éste le respondió que no. El rey agasajado se encogió de hombros, ordenó a sus soldados que metieran el caballo y, una vez dentro descubrieron una portezuela en la panza del equino. La abrieron y se encontraron con todo un pelotón muerto. Tenían las armas en la mano, estaban listos para atacar, pero nadie había pensado en ponerles un poco de ventilación y aquel verano estaba siendo especialmente caluroso. «Yo le habría practicado un orificio en el recto a modo de ventanita. Aquí, ¿veis? Justo debajo de la cola», explicó el rey agasajado. TRomt e Ilek recibieron también la visita de un comercial de telefonía y, a pesar del miedo que pasaron, Romt e Ilek se las arreglaron para convencer al hombre de que se fuera con viento fresco antes de que se decidieran por sorberle los sesos por las orejas con ayuda de una pajita.
De pronto Ilek miró a Romt con aquella sonrisa característica de las calaveras. Romt se sintió incómoda, miró tras ella por si había algo y le preguntó a Ilek si tenía un moco colgando, algo que sabía de sobras que no era posible, pero cosas más raras se habían visto. Ilek negó con la cabeza.
—¿Entonces qué ocurre? —preguntó Romt turbada, a pesar de no tener ni idea de lo que significaba—. ¿Por qué me miras así?
—Me he enamorado.
Romt se sonrojó, o hizo el equivalente a sonrojarse de un esqueleto que, básicamente, era quedarse igual.
—Oh… me halagas, pero…
—Es una humana —dijo Ilek muy emocionada.
—Oh… ¿en serio?
—Sí, la conocí el fin de semana. Fui a comprar crema de cacahuete a un supermercado humano, porque en el plano abismal no hay manera de encontrar crema de cacahuete como Belcebú manda.
—Cierto. Aunque la que tiene berberechos no está del todo mal.
—El caso es que solo quedaba un bote y cuando fui a cogerlo, mi mano se posó sobre la de ella, que también lo quería.
—Parece la escena de una de esas cosas que ven los humanos. ¿Cómo se llaman?
—¿Papayas?
—No… diría que son películas.
—Puede…
—¿Y qué pasó entonces? —preguntó Romt, aunque en realidad no quería saberlo.
¿En serio no se había enamorado de ella? Sí, vale, iba a decirle lo típico de: «Es un halago, pero te veo como una amiga», pero solo porque creía que era lo que debía decirse en casos así y porque pensaba que era la forma correcta de flirtear. Para ella era igual que decirle: «Yo también me he enamorado de ti. Amémonos el resto de nuestras no vidas», pero sin decírselo, aunque decírselo habría facilitado mucho las cosas. Es lo que los humanos llamamos marear la perdiz y los abismales pérdida de tiempo.
—Me miró a las cuencas negras —explicó Ilek—. Yo miré sus ojos marrones. Ella abrió mucho la boca, lanzó un grito desgarrador y salió corriendo del súper. No dejó ni que se abrieran las puertas, Romt. Las atravesó. Más mona…
—Todo un primor —dijo entre dientes Romt.
—Este finde iré de nuevo a ver si me la encuentro. ¿Te vienes y te la presento?
Romt miró a Ilek de arriba abajo. ¿Por qué no se daba cuenta de que ella estaba ahí? ¿Por qué tenía que fijarse en una humana carnosa? Entonces tuvo una idea.
—Vale, te acompaño —dijo y deseó poder poner una sonrisa maliciosa.
—¡¿De verdad?! ¡Genial!
Romt empezó a planear cómo lo haría. Todavía tenía por casa el libro Matar a un humano es fácil si sabes cómo hacerlo. Se iba a enterar aquella cachocarne. Pero para eso quedaban cuatro días, ya se preocuparía del futuro cuando llegara. Además, en ese momento, en su presente, Romt e Ilek alzaron la mirada al cielo y vieron una estela roja volando hacia ellas.
—¿Qué es eso? —preguntó Ilek prestando mucha atención al punto cada vez más grande.
—Parece una estrella fugaz —dijo Romt haciéndose visera con la mano.
—¿En serio? Parece que viene hacia nosotras. ¿No será un proyectil? Mi cuñada me ha hablado de ellos. Está en infantería. Tienen unas cosas llamadas cataplumas o algo así…
—¿Catapultas?
—¡Eso! ¿No será un proyectil de catapulta?
—No creo. Juraría que es una estella fugaz. ¿Pedimos un deseo?
—Bueno… Deseo que esa estrella fugaz no sea un proyectil de catapulta y que no me aplaste.
Pero como Ilek cometió la torpeza de pedir el deseo en voz alta, no se le cumplió y la estrella fugaz resultó ser una piedra impregnada en brea prendida y las aplastó. ¿Lo bueno? Ya no tendrían que seguir vigilando las Puertas del Abismo. ¿Lo malo? Que seguro que alguien encontraría la forma de echarles a ellas la culpa. ■