Titulados 4: La mirada perdida

La foto muestra un charco en el que siguen cayendo gotas de lluvia. Vemos reflejadas las formas difusas de varios edificios que nos rodean. El título del relato es «La mirada perdida».

La mirada perdida. Imagen libre de licencia: Pexels.

La mirada perdida es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a «Titulados», una sección dentro de «Juegocuentos». En ella haré relatos partiendo de títulos que me propongan las seguidoras/es de mi cuenta de Twitter.


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TÍTULO PROPUESTO:


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LA ESTELA CRUZÓ EL CIELO LLUVIOSO CUBIERTA EN LLAMAS y se estrelló en la calle principal de Rokmorp, la ciudad en ruinas, dejando un cráter que, aunque no empeoraba el paisaje general, sí que lo hacía un poco menos transitable —si es que eso era posible—. Los edificios agujereados como cuñas de queso emmental temblaron un poco por el impacto, pero todo quedó en un notable respingo arquitectónico.
      En el fondo del cráter había una nave con forma de supositorio. Desprendía humo blanco, como un turista tras cinco horas tomando el sol en la playa de Otagea, conocida por tener un sol particularmente fuerte.
      Arriba, en el borde del cráter, asomaron dos cabezas menudas, si las comparas con cabezas que ya han llegado a la mayoría de edad o incluso a la vejez. Dos niñas miraban boquiabiertas la nave y de vez en cuando reían nerviosamente.
      —¡Te dije que era una nave! —exclamó una de ellas, dándole un codazo a la otra.
      La golpeada se frotó la zona del codazo, miró a su amiga y, con una elocuencia digna de una catedrática, dijo:
      —¡Ay, eso duele, Mid Mus!
      Mid Mus rio a carcajadas, no porque le hiciera particular gracia hacerle daño a su amiga, aunque un poco sí. Se puso en pie. Vestía ropa raída y cubierta de parches de colores dispares. Antes de que la otra tuviera tiempo de decirle que no se le ocurriera bajar ahí, ya se estaba deslizando sobre las suelas de las botas por la pared del cráter.
      —¡Vamos, Afo Nor, mueve el puto culo!
      Normalmente ni Mid Mus ni Afo Nor acostumbraban a decir palabrotas, pero cuando se separaban de sus padres —o en general de cualquier adulto que les pudiera dar un capón y amenazarlas con lavarles la boca con agua y lejía— se permitían ciertas libertades.
      Afo Nor suspiró y se levantó a regañadientes. Vestía igual que su amiga, solo que su ropa parecía tener un par de décadas menos. Luego se sentó en el borde del cráter, con las piernas colgando, y se dejó caer, patinando sobre su trasero.
      Cuando llegaron a la altura de la nave, frenaron. En realidad la única que frenó fue Afo Nor que usó los talones para aminorar. Mid Mus, en cambio, usó un método más rudimentario, consistente en el uso de la física elemental de los cuerpos, concretamente de su cuerpo contra la nave humeante. El suelo empezaba a encharcarse por la lluvia.
      —¡Ay, eso duele! —exclamó Mid Mus, a lo que Afo Nor estuvo a puntito de responderle, no sin cierta educación, que se jodiera.
      Lo único que impidió a Afo Nor hacer alarde de su capacidad de réplica, fue que la compuerta de la nave se estaba abriendo. No se abría sola, ni se abría desde dentro. Esto se sabía básicamente porque el dedo de Mid Mus estaba apretando hasta el fondo un botón rojo junto a la cabina.
      —¡Qué guay, se abre!
      La parte frontal de la nave se alzó hacia arriba, como suele ocurrir con casi todos los alzamientos, ayudada con una serie de pistones, poleas y bilirrubinas estrelladas. En el interior había un volante en forma de u, con muchos botones de colores, palancas, ruedas, dados de peluche colgando sobre retrovisores y un asiento de cuero con su correspondiente cubreasiento de bolas de madera. Sobre este había una criatura gris, excesivamente delgada, con los pómulos muy marcados y nada de pelo a excepción de un bigotillo ridículo sobre su labio, tan fino que podría haberse dicho que era inexistente. Estaba desnudo, pero solo porque tenía calor y no tenía pensado que nadie le viera en los próximos cinco años luz. Tenía los ojos muy dorados y muy abiertos, pero la mirada perdida. Tan perdida que, para encontrarla, se debería mirar en el último sitio donde la posó o, en su defecto, entre los cojines del sofá.
      —¿Eso qué es? —preguntó Afo Nor señalando al ser.
      —He oído hablar de estas cosas —respondió Mid Mus tirándose el moco, como dirían los jóvenes—. Creo que se llaman drogodependientes.
      —Curioso. Yo solo conozco a los dependientes de los supermercados.
      —Te falta calle.
      Mid Mus acercó un dedo a la mejilla de la criatura y la tocó, porque nunca había sido de las que dejan las cosas a medias. La piel del ser era fría.
      —No se mueve —dijo Mid Mus.
      —¡¿Para qué lo tocas?! ¡Y si te pega algo!
      —¿Qué me va a pegar?
      —No sé. El sarampión, la peste espongiforme o un moco.
      —¡Puags, es verdad! —Mid Mus miró la criatura y reparó por primera vez en sus ojos, en aquella mirada perdida que parecía posarse en un punto tan lejano en el cielo que para verlo se habrían necesitado varias cosas: un telescopio potente, ganas de ponerse a buscar en el infinito del cielo y que alguien les dijera qué narices estaban buscando—. Tiene la mirada perdida.
      —Yo creo que está muerto.
      —¿Y la mirada?
      —¿Qué le pasa?
      —Que sigue perdida.
      —Creo que es algo normal entre los muertos. —Afo Nor se asomó a la cabina para tener un mejor punto de vista del ser—. Tienen la mirada perdida porque ya no necesitan prestar atención a nada en particular.
      —¡Te lo estás inventando!
      —No, no es verdad, me lo dijo mi abuela.
      Una nube se apartó del camino del sol y la luz se reflejó en aquellos ojos dorados, haciendo que emitieran un brillo fuerte.
      —Oye, Afo Nor, mira eso.
      Afo Nor se fijó en lo que señalaba su amiga. Los ojos no solo eran dorados sino que parecían de oro puro. Las dos amigas se miraron con la boca abierta en una amplia sonrisa.
      —¡Es oro! —dijeron a la vez.
      Se les hizo la boca agua y se les erizó la piel. Con aquellas dos esferas doradas podrían comprar varias botas de cuero y algo de sal para condimentarlas. Quizá un poco de mayonesa. El límite era el cielo.
      —¡Podemos sacárselos y empeñarlos! —dijo Mid Mus.
      Afo Nor se limpió la baba que le caía por la barbilla. No podía dejar de pensar en las botas, especialmente en los cordones, su parte favorita por ser la menos fibrosa.
      —Vale, yo le sujeto y tú se los sacas —dijo Afo Nor tragando el exceso de saliva.
      —Vale.
      —Disculpen —dijo una voz pastosa que, en el estado de excitación en el que las niñas se encontraban, fue fácil de ignorar—. ¿Dónde estoy?
      El alienígena miró a su alrededor atontado. Aquello no tenía pinta de ser Atck-LH. Al cielo le faltaba espesor, a las nubes les sobraba esponjosidad y el suelo era demasiado firme. No parecía que uno pudiera desplazarse rebotando en la elasticidad del terreno.
      —¿Tienes por ahí algo para sacarle los ojos, Afo Nor?
      —Qué va, tía. Iba a traerme una cuchara, pero al final no me la he traído.
      —¿Disculpen? —dijo el alien.
      —¿Por qué no te la has traído? Ahora podríamos sacarle los ojos de oro.
      —Porque no quedaban yogures en casa para traerme y si hubiera traído solo la cuchara habría sido raro.
      —Pues ya me dirás tú cómo le sacamos los ojos al cadáver.
      —¿Es a mí? —preguntó el ser, poniéndose la mano, de dedos largos, en el pecho y mirando a todas partes por si alguien más se daba por aludido.
      Mid Mus se alejó de la nave y miró el borde del cráter.
      —Tampoco podemos subir el cadáver por ahí nosotras solas.
      —Si tuviéramos una cuerda —sugirió Afo Nor.
      —Pero no la tenemos. —Mid Mus suspiró—. No queda más remedio que ir a por una adulta. Vamos. —Mid Mus y Afo Nor empezaron a caminar hacia la pared del cráter, seguidas por la mirada atónita y dorada del alienígena, que había levantado la mano como el alumno que le pide la palabra a la profesora de inglés para preguntarle cómo se dice: «¡¿Un cuatro en el examen de vocabulario?!»—. Espero que cuando volvamos el muerto siga aquí. Además no parece que vaya a llover, si tardamos mucho esto se va a convertir en una piscina.
      Mid Mus y Afo Nor escalaron por la pared y en menos de lo que se tarda en decir: «Creo que este es el verano más caluroso que he vivido nunca» se perdieron por el borde del cráter y desaparecieron. El alienígena empezó a pensar que había cruzado algún portal variodimensional y se había vuelto invisible por una serie de coincidencias astronumismáticas que no era capaz de entender. Miró una vez más a su alrededor y, con una elocuencia que podría haberse recogido en cualquier libro de citas filosóficas, dijo:
      —¿Hola?

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