
Reunión anual. Imagen libre de licencia: Pexels.

RÉHNOMI FUE LA PRIMERA EN LLEGAR. Era de esas villanas que tenía entre sus reglas la puntualidad. Una norma que se posicionaba en lo más alto de la lista, justo por encima de no cagar en la ducha —sobre el hecho de mear en la bañera tenía sentimientos encontrados, excepto si la bañera estaba llena y ella sumergida. Ahí no había debate posible, era un rotundo no—. Aprovechó la soledad de la playa para quitarse la máscara oni roja y respirar aire puro. En cuanto llegaran las demás tendría que volver a ponérsela. Una de las normas básicas del club era no enseñar nunca el rostro —otra, igual de importante, era no enseñar el dedo medio a no ser que estuvieras dispuesta a meterte en una buena pelea—.
El aire marino le acarició la cara repleta de cicatrices y pecas. Su piel blanca como el arroz estaba seca y arrugada a pesar de sus escasos veinte años. Respiró profundamente y luego suspiró con una sonrisa que dejó al descubierto una dentadura incompleta y no particularmente limpia.
—¡Siempre llegas la primera, Réhnomi! —dijo una voz a su espalda.
Réhnomi se colocó la máscara oni y se giró con una media sonrisa que la otra no llegaría a ver.
Ry’Har caminaba torpemente por la arena, a poco más de cinco metros. A diferencia de Réhnomi, que vestía una casaca negra con capucha, Ry’Har llevaba una armadura de bronce sobre lo que parecía un traje de neopreno. En la máscara oni amarilla se proyectaba la sombra del sombrero de ala ancha negro.
—Más vale llegar pronto y esperar, que esperar y llegar tarde, Ry’Har —respondió Réhnomi.
Cuando Ry’Har estuvo a su altura, se saludaron estrechándose el antebrazo la una a la otra.
—Saludos, Ry’Har, Hija de la Noche —dijo Réhnomi con mucha formalidad.
—Saludos, Réhnomi, Hija de la Bruma —respondió Ry’Har con el mismo tono. Luego se concentró en el mar, como si acabara de caer en la cuenta de que se encontraba ahí y le fuera a preguntar a Réhnomi: «¿No me presentas a tu amigo?». Respiró profundamente y lanzó un suspiro de placer—. Definitivamente este punto de reunión me gusta más que el del año pasado, ¿verdad?
—Cualquier cosa es mejor que ese puto volcán.
—O que esa cafetería que siempre se llenaba de familias, ¿recuerdas?
Réhnomi recordaba, pero prefirió no responder. Odiaba las familias casi tanto como odiaba la piña en la tortilla de patatas. Casi.
—Ahí vienen las otras —dijo por fin la de la máscara roja.
Ry’Har se giró y lo primero que vio fue la mole de Orn. Una mujer de dos metros, musculosa, con unos brazos en los que se ajustaban peligrosamente las mangas de la camiseta del grupo de rock Bleeding Cock. Llevaba bermudas con bolsillos anchos en los laterales, deportivas blancas con calcetines blancos subidos hasta las espinillas bronceadas y una máscara de oni púrpura ceñida a la calva con dos cintas elásticas negras. Sus pies se hundían en la arena, cosa que le hacía caminar como un pato borracho con rozaduras en los muslos. Tras ella caminaba la pequeña Ybdob, la más joven del club. Una villana gótica de dieciocho años. Llevaba un vestido negro corto, unos leggins negros con varios agujeros aquí y allá —más aquí que allá— y unas botas de plataforma. El pelo lacio negro le caía en cascada y le ocultaba la mitad de la máscara oni negra. Rodac, por su lado, era la más vieja, ochenta años haciendo el mal y ahí seguía la tía. Era la Mick Jagger de la villanía. Vestía camisa hawaiana de manga corta, pantalones harén y sandalias de esas incómodas con una tira entre el dedo gordo y el segundo. Tenía las muñecas cargadas de pulseras de madera y su máscara oni era verde lima a la que le había pintado varias flores hawaianas en blanco.
—¡Qué puntuales! —dijo la gigantesca Orn con una voz aguda que no quedaba particularmente bien en su físico.
—Más vale llegar pronto y esperar, que esperar y llegar tarde —dijo Ry’Har, robándole la frase a Réhnomi.
—¡Ja! —exclamó la anciana Rodac—. Buena frase, Ry’Har. No sabía que eras filósofa.
Ry’Har miró a Réhnomi y le dedicó un guiñó repelente. Réhnomi puso los ojos en blanco. Todo esto, con las máscaras oni, quedó en un simple duelo de miradas inexpresivas.
—Saludos, Ry’Har, Hija de la Noche —dijo Orn cuando llegó a ellas—. Saludos, Réhnomi, Hija de la Bruma.
—Saludos, Orn, Hija de la Perdición —respondieron Ry’Har y Réhnomi al unísono.
—Saludos, Réhnomi, Hija de la Bruma. Saludos, Ry’Har, Hija de la Noche —comentó la gótica Ybdob.
—Saludos, Ybdob, Hija de la Oscuridad —respondieron al unísono Réhnomi y Ry’Har, dándose cuenta de que aquello se extendía demasiado. Miraron a la vieja, que alzó la mano de forma desenfadada y se prepararon.
—Saludos, Réhnomi, Hija de la Bruma. Saludos, Ry’Har, Hija de la Noche. Saludos, Orn, Hija de la Perdición. Saludos Ybdob, Hija de la Oscuridad —dijo la vieja Rodac, intentando recuperar el aliento.
—Saludos, Rodac, Hija de tu Madre —respondieron las demás a la vez.
Las recién llegadas se colocaron de cara al mar y exhalaron.
—Sin duda es mucho mejor que aquel chikipark —dijo Rodac.
—Y que aquella sala de cine —añadió Orn—. No paraban de chistarnos. Así es muy difícil mantener una conversación.
—En su defensa hay que decir que era el estreno de Mental contra la legión maldita —aclaró Réhnomi.
—¿Empezamos la reunión? —dijo Ybdub tajante—. Tengo cosas que hacer.
—¿Has quedado con tu novia? —preguntó con sorna la anciana.
—¿Quién tiene tiempo para novias, vieja? La villanación me tiene ocupada 24/7. ¿Empezamos?
Rodac suspiró y asintió y, con muchas florituras, anunció:
—¡Se da por iniciada la reunión anual del club de villanas del Muchiverso!
—¡Salve, Diosa de la Villanía! —gritó el resto.
La Diosa de la Villanía, a decenas de cientos de miles de millones de kilómetros de distancia, estornudó, se metió el dedo meñique en uno de sus doscientos oídos y empezó a sacudirlo para intentar que parase el pitido. «Ya están hablando de mí», pensó mientras le daba otro bocado a su helado de atún en escabeche.
—¿Cuál es el primer punto de la reunión? —preguntó Orn.
—Podríamos revisar la norma de las máscaras —sugirió Ry’Har—. Se me está cociendo la cara.
—No es una opción, Hija de la Noche —respondió Rodac—. No podemos arriesgarnos a mostrar nuestro rostro, ni siquiera entre hermanas villanas.
—Pero si el otro día publicaste un selfie con tu archienemiga en Fotogram. —Ry’Har miró al resto, buscando cómplices, pero no encontró ninguna—. ¿En serio no os molestan estas mierdas? Yo voto por que nos deshagamos de las máscaras. ¿Alguien más? —dijo alzando la mano e invitando a las demás a hacer lo mismo.
Réhnomi, Orn e Ybdob se miraron entre ellas y luego miraron a Rodac. La vieja negó con la cabeza, dejando claro que no pensaba quitarse la máscara. La gótica dijo que le daba igual, aunque usó las palabras: «Me suda el coño lo que hagáis». Orn dijo que le parecía bien y Réhnomi se posicionó del lado de Rodac. No le apetecía enseñar el rostro.
—¡Que os den morcilla! —exclamó Ry’Har—. Yo me la quito.
Cogió la barbilla de oni y tiró hacia arriba. Su cara quedó al descubierto. Tenía los ojos grandes, redondos y de color avellana bañada en chocolate blanco. La nariz estaba torcida por los golpes, pero en algún momento había sido mona y respingona. Tenía un corte diagonal que le cruzaba la boca y le deformaba los labios.
—¡Qué gusto! —dijo después de respirar todo el aire que pudo, como si quisiera apropiarse del oxígeno.
Orn la imitó, con cierta timidez. Tenía los ojos muy cerrados por culpa de los párpados caídos, una nariz aguileña que seguramente había estado aplastada bajo la máscara, unos labios muy finos y unos dientes amarillentos. No tenía cicatrices, pero solo porque habría sido muy cruel por parte del destino desfigurarle todavía más la cara.
—Oye, pues sí que da gustito. ¡Quítatela, Ybdob!
—Paso. ¿Siguiente punto? Tengo…
—¡Prisa! Ya lo sabemos, hostias —cortó Rodac, que no estaba de muy buen humor después del desenmascaramiento—. Vamos a lo importante. Informes de villanía. ¿Qué habéis aportado este año? Tú, Ry’Har, deja de respirar como si acabaras de superar un catarro. ¿Qué has hecho?
—¿Yo? Muchas cosas. Le di la dirección mal a un ciego.
—¡Uuuuh! —exclamó Orn, que siempre había admirado a la Hija de la Noche.
—También dibujé un pene en un grafiti. Pero lo hice con spray negro sobre spray negro, así que mucho no se veía.
—No está mal. ¿Tú, Orn? ¿Qué has aportado este curso a la causa?
—¡Bueno, bueno, bueno! Yo no he parado quieta. ¿Sabéis esos chismes que son un juego en el que tienes una mascota que tienes que cuidar?
—¿La monarquía? —preguntó Rodac.
—¡No! Es así, como un huevo pequeño. Con una pantallita.
—¡Ah, sí! Ya sé, tuve uno hace mil años. ¿Qué miráis, cabronas? ¡No tengo mil años, es una forma de hablar! Sigue, Orn.
—Bueno, pues me compré uno de esos y… buah, vais a flipar… ¡lo dejé morir de hambre!
Alguna se llevó la mano a la boca. A Ry’Har se le puso la piel de gallina. «Así que la alumna supera a la maestra, ¿no? Muy bien, Hija de la Perdición», pensó.
—Muy bien, Orn. Es tu turno, Réhnomi.
—Gracias, Rodac. —Réhnomi carraspeó—. Yo me pasé por una reunión de obsesivo-compulsivos, empecé a cantar canciones y no terminé ninguna.
—¡Diooooooooos! ¡Eres la puta ama, Réhnomi! —dijo Orn fangirleando.
—Gracias, gracias.
Rodac pidió calma. La proeza de Réhnomi había excitado mucho a Orn y a Ry’Har. Ybdob no parecía impresionada, claro que todavía llevaba la máscara oni y no es que fuera muy expresiva.
—Es tu turno, Hija de la Oscuridad. Sé que el listón está muy alto. Tus hermanas han hecho verdaderas atrocidades, pero no te preocupes, somos conscientes de que eres joven e inexperta. ¿Cuáles han sido tus aportaciones a la villanía?
—Pues a ver —comenzó Ybdob, mirando hacia el cielo para pensar—. Me comí todo el fuet que había en casa.
—Nada mal, ciertamente.
—Luego le quité las pilas al despertador de mi padre y llegó tarde al curro.
—Un clásico, sin duda, pero siempre efectivo.
—Luego mi padre me empezó a gritar y le rebané el cuello.
—Eso está bi… Espera, ¿qué?
—Y mi madre, por lo que sea, no lo vio con buenos ojos. Me lo dijo tal cual: «Ybdob, querida, no veo con buenos ojos lo que le acabas de hacer a tu padre».
—Normal.
—Así que se los saqué con una cucharilla para el café. Sangran mucho las cuencas de los ojos una vez las vacías. Luego me di cuenta de que mis huellas estaban por toda la casa, así que la quemé. Hubo una explosión bastante fuerte, mi madre se había dejado el gas abierto, porque fue a socorrer a mi padre y, claro, con las prisas, pues se dejó el gas encendido. Todo el edificio voló por los aires y, bueno, como estaba situado entre un orfanato y una residencia de ancianos, también se llevó por delante a los viejos y a los huérfanos. Ah, y había un refugio de animales delante de casa, pero creo que solo mató a los cuidadores. Los perretes y el resto de bichos creo que se salvaron, aunque ahora no tienen a nadie para cuidarlos.
Las demás miraban a la gótica con las mandíbulas desencajadas y, aunque solo Ry’Har y Orn tenían el rostro al descubierto, la expresión de Réhnomi y Rodac era más que visible bajo las máscaras.
—¿Algo más? —preguntó Rodac temerosa.
—Bueno, tengo en mi guarida a la detective que investigaba el caso, porque parece ser que los cadáveres de mis padres no reventaron como esperaba y la cabrona esa se dio cuenta de que habían sido asesinados. Así que, como os he dicho, tengo prisa. Le estoy arrancando las uñas, ya llevo doce de veinte. A ver si para cuando acabe se le quitan las ganas de investigarme.
Se hizo un silencio incómodo y las cuatro que observaban a Ybdob se apartaron de ella sutilmente —en realidad dieron un paso hacia atrás que tenía poco de sutileza y mucho de una sensación que los científicos, años más tarde, llamarían coloquialmente acojone—.
Sin ella saberlo, Ybdob iba a marcar un antes y un después en eso de hacer el mal. Los libros de historia hablarían de ella y no muy bien. Algún día tendría que decirle a sus seres queridos —si es que tenía tal cosa—: «Ahora resulta que cuando una villana comete varios asesinatos, quizá incluso genocidio, se le cuelga la etiqueta de psicópata peligrosa». ■