
El examen. Imagen libre de licencia: Pexels.
El examen es un relato de fantasía cómica perteneciente a «Las tres palabras», una sección dentro de «Juegocuentos». En ella haré relatos incluyendo tres palabras que pediré a las seguidoras/es de mi cuenta de Twitter.

Palabras a añadir:

ELESTAN CORRÍA QUE SE LAS PELABA. Había perdido el primer ferri de la mañana y tuvo que esperar una hora hasta que partiera el siguiente. «¿Por qué coño me matriculé en esta maldita academia?» se preguntó intentando ignorar el quejido de sus piernas y su corazón. Correr nunca había sido su fuerte.
Se imaginó la cara que pondría la profesora Tokid cuando la viera aparecer media hora tarde en su examen de necromancia1. Gruñiría, eso seguro, cosa que tampoco no suponía ninguna diferencia con lo que solía hacer en su presencia.
Se chocó con una chica de ojos rasgados, casi cerrados, y le tiró los libros al suelo. Deseó detenerse a ayudarla y protagonizar juntas una de esas escenas a cámara lenta que terminan en boda o en sexo, pero siguió corriendo al tiempo que gritaba:
—¡Lo siento! ¡¿Me das tu teléfono?!
La otra, acuclillada, recogiendo sus pertenencias, le enseñó el dedo medio y le sacó la lengua. «Supongo que eso significa que no», concluyó Elestan, que para esas cosas era muy intuitiva.
Llegó a la puerta del aula, suspiró y se dio unos segundos para que su corazón volviera a su sitio. ¡Diosa, no había corrido tanto en su vida2! Su voz, dentro de la cabeza, le dijo: «Eso, tarda un poco más», a lo que su voz, igualmente dentro de la cabeza, respondió: «Ya no viene de tres jadeos, pava».
Miró el letrero de metal al lado de la puerta.
TOKID RAKIA
Aula 2B, Necromancia
Asió el pomo de la puerta y tiró de él. Entró, sonrojada, esperando encontrarse un montón de caras mirándola: compañeras burlándose de ella y a la profesora Tokid, vieja y ceñuda, relamiéndose los labios, saboreando el suspenso que le iba a poner, tan grande como la estación de Ókugons, el país flotante. Lo que encontró fue algo distinto: en las sillas estaban todas sus compañeras, sí, pero no la miraban. Algunas ni siquiera tenían ojos y las cabezas de otras descansaban tiradas en el suelo, haciendo que sus camisas terminaran en los cuellos almidonados y cubiertos de sangre de sus uniformes. Otras estaban inclinadas hacia delante, con los brazos lánguidos a los lados y las cabezas apoyadas en los pupitres. De las espaldas de unas brotaban empuñaduras de dagas. La profesora Tokid estaba en el suelo, bocarriba, delante de la pizarra. Tenía las manos blancas de tiza, como siempre, y diez flechas clavadas en el pecho, algo que no solía llevar en su día a día.
—¡Diosa! —exclamó Elestan.
Cerró la puerta tras ella, caminó entre los charcos de sangre y pisó algo blando, que sonó como cuando pisas una uva. Levantó la bota y miró, con el estómago descompuesto. Reprimió una arcada al ver un ojo espachurrado.
—¡Oh, Diosa!
Se acercó a Motria, su mejor amiga. Estaba apoyada sobre el respaldo de su silla y la cabeza caía hacia atrás, tensando el cuello, que tenía una herida profunda y horizontal por la que podía verse una amalgama sangre, tendones, músculos y huesos
—¡Diosa santa!
A favor de Elestan hay que decir que por norma general, cuando no estaba rodeada de cadáveres y no tenía que vigilar dónde ponía los pies para no pisar cosas que no le gustaba cómo sonaban, tenía un vocabulario mucho más rico.
—¿Qué os ha pasado?
En cuanto formuló la pregunta le pareció estúpida. No hacía falta ser ninguna genia para deducir lo que les había ocurrido. Habían muerto o, mejor dicho, alguien les había ayudado a morir.
Empezó a sentir náuseas, estaba mareada y notaba el corazón en las sienes. Miró el cadáver de la profesora Tokid y en seguida supo lo que tenía que hacer. Se sentó en su pupitre, que solo tenía unas pocas salpicaduras de sangre y empezó a trabajar: hundió el dedo en el corte horizontal del cuello de Motria, su vecina de pupitre, lo extrajo lleno de sangre y lo pasó por la superficie barnizada de la mesa, haciendo movimientos precisos. Tuvo que introducir el dedo varias veces en su compañera para terminar la serie de runas que cubrían por completo la mesa. Dio una palmada sonora justo encima de las marcas y empezó a recitar un conjuro en una lengua tan antigua como el mundo. Las runas rojas se iluminaron con una luz blanca que alumbró la cara de Elestan desde abajo, convirtiendo su rostro en un conjunto terrorífico de luces y sombras.
—Ilek omni estap usura moyeni Tokid —dijo Elestan muy concentrada y luego repitió lo mismo hasta cinco veces.
La temperatura de la estancia disminuyó varios grados de golpe y de la boca de Elestan brotó su aliento en forma de vaho. Se escucharon una serie de crujidos horribles, provenientes de la parte delantera del aula. Elestan tuvo tentaciones de estirar el cuello para contemplar su obra, pero tenía que seguir concentrada, era la primera vez que lanzaba ese conjuro.
—Ilek omni estap usura moyeni Tokid.
Por encima de los pupitres vio algo moverse. «¡Funciona!» pensó, intentando mantener el control. El cadáver de la profesora Tokid se levantó, con el cuerpo encorvado hacia atrás de una forma terrible. En vida nadie habría dicho que aquella vieja arpía tenía tanta elasticidad. «¿Quizá practica yoga?», se preguntó Elestan. Con otra combinación de crujidos, la parte superior de la mujer empezó a enderezarse, hasta que quedó erguida —al menos todo lo erguida que puede estar una persona en tales condiciones—.
La profesora Tokid se giró hacia Elestan. Sus ojos estaban abiertos de par en par, pero apuntaban hacia arriba tanto que solo se veía blanco, parecía que estuvieran a punto de dar una vuelta y mirar hacia el interior de su cabeza. La boca estaba muy abierta, demasiado, innecesaria y grotescamente abierta.
—Gaaaaah… —dijo la profesora Tokid, no sin cierta razón.
—Alma perdida, soy tu invocadora —salmodió Elestan—. Alma perdida, soy tu señora.
—Gaaaah…
—Responde a mis dudas, alma perdida. Te lo ordeno.
—¡GAAAAAH!
—¡OBEDÉCEME, TOKID RAKIA, SOY TU AMA!
El rostro de la profesora se sacudió, como si una mano invisible y acostumbrada a sacudir a los demás, le hubiera dado un bofetón.
El cadáver respiró con dificultad, como si fuera el cuerpo de una asmática que ha tenido que correr para no perder el bus —aunque nunca ha quedado claro por qué los cadáveres respiran al ser invocados—. Miró a Elestan sin mirarla, pues sus ojos no habían descendido de las profundidades de sus cuencas y movió los labios como si intentaran articular alguna palabra.
—Habla, alma torturada. ¿Reconoces a tu ama?
—E… le… sss… ta… n… Tro… m… ia… Eles… tan… Tro… mia… Elestan… Tromia… ¡Elestan Tromia! —Los ojos de la profesora descendieron de repente y miraron a la cría del pupitre—. ¡Elestan Tromia, llegas tarde al examen! —dijo con una voz extraña que parecía dos cubitos de hielo chocando en un vaso de cristal vacío.
—¡Profesora Tokid! ¡Está usted muerta!
—¡Muerto está tu expediente, Elestan Tromia! ¡Muerto está tu futuro! —Mientras la profesora Tokid vociferaba, Elestan cogió la mochila de Motria y rebuscó en él hasta que sacó un objeto redondo y plano, de metal—. ¡Muerta está tu carrera, Elestan Tromia! —Elestan sujetó el objeto con ambas manos y, haciendo fuerza con ambos pulgares, lo abrió por la mitad, le dio la vuelta y se lo mostró a la profesora Tokid. Era un espejo—. ¡Muerta está tu…! —La profesora se miró en el espejo. Vio su piel pálida, la sangre seca que descendía de la comisura de sus labios morados. Entonces bajó la vista y vio las flechas—. ¡Estoy muerta!
—Alguien la ha matado, profesora Tokid, y a mis compañeras —dijo Elestan sin mucho tacto. No es que pudiera herir los sentimientos de la mujer, ¿no?
—¡Me han matado! ¡¿Pero qué clase de persona mata a una profesora antes de poder suspender a toda su clase?! ¡Hoy era un examen importantísimo y muy difícil!
—¡Profesora Tokid! —Al escuchar la voz de Elestan, la profesora se puso firme. Ahora era su ama, al menos mientras durase el conjuro—. Necesito preguntarle algo.
El cadáver sonrió, lo que a todas luces era incluso más aterrador que si se hubiera quedado seria.
—¿Quieres saber si sé quién lo hizo para vengarnos? Sabía que no eras tan cabrona después de to…
—¡Silencio!
La profesora Tokid se cogió los labios con los dedos índice y pulgar de ambas manos, para obligarse a dejar de hablar. De repente parecía un pato muerto, revivido con un conjuro superraro.
—Me importa una mierda eso. Yo lo que quiero saber es si se suspende el examen de necromancia o vendrá una sustituta a examinarnos… —Elestan miró a su alrededor y se corrigió—: a examinarme.
La profesora abrió la boca de par en par y los ojos de impar en impar. Si hubiera estado viva aquello le habría roto el corazón.
—¿Solo piensas en eso? ¿A pesar de que tu profesora favorita haya sido asesinada?
—¡¿También han matado a la profesora Noaglim?!
La profesora Tokid sintió una punzada en su corazón muerto, así que, después de todo, si que le puedes herir los sentimientos a un cadáver. Si no hubiera sido porque ahora aquella mocosa la controlaba, le habría arrancado las tripas por la boca y se habría hecho una bufanda con ellas. ¿No podrían haber dejado con vida a Lirmel, la pelota de la clase? ¿Tenía que sobrevivir la sociópata aquella? La vida es injusta y, la mayoría de veces, también lo es la muerte y el regreso de entre los muertos. Cómo odiaba a aquellas mocosas. Después de todo, no iba a estar tan mal eso de morirse y librarse de ellas. No era la idea de jubilación que tenía, pero la muerte tiene sus cosas buenas, por ejemplo ya no te tienes que preocupar de encontrar aparcamiento. ■