Las tres palabras 24: Otro caso

En lo que parece un solar, con tierra y árboles, vemos un grupo de personas dentro de un cerco formado por cordón policial. La escena está iluminada, es de noche, y una lámpara colgada de un árbol y los focos y sirenas de un coche patrulla son las únicas luces que hay.

Otro caso. Imagen libre de licencia: Pexels.

Otro caso es un relato de fantasía cómica perteneciente a «Las tres palabras», una sección dentro de «Juegocuentos». En ella haré relatos incluyendo tres palabras que pediré a las seguidoras/es de mi cuenta de Twitter.


cenefa2

Palabras a añadir:


(Pulsa en cada palabra para acceder a la cuenta de Twitter de la persona que me la propuso)


cenefa2

LA NOCHE SE PRESENTABA TAN FRÍA como el culo de un esquimal, y Nazalia le daba un sorbo a su café hirviendo de un vaso de papel. Eran las cuatro de la mañana y nadie sabría explicar de dónde demonios había sacado un café para llevar a esas horas, pero ahí lo tenía, con su nombre mal escrito con rotulador y una carita sonriente. Según el vaso, su nombre era Noelia, según su madre, su nombre era ¿Cuándo te vas a casar y tener hijos?, según ella solo quería volver a la cama. Pero no podría hacerlo. No hasta que viera el cadáver.
      Pasó por debajo del cordón policial y se acercó a su compañera Adriaria, que hablaba con un policía. Nazalia esperó y se entretuvo con lo que tenía más cerca: el cuerpo desnudo y sin vida de un tipo gordo, muy peludo, con cuernos, rabo y un pene diminuto.
      —Hola, Naz —dijo Adriaria después de despedirse del policía y acercarse a ella—. ¿De dónde has sacado el café?
      Nazalia miró el vaso, leyó su nombre falso y en su mente visualizó el móvil sonando, se visualizó sentándose en el borde de la cama, recordó la voz de Adriaria diciéndole que tenían otro caso, recordó haberse vestido a toda prisa y recordaba haber arrancado el Nissan Juke hasta la escena del crimen, pero no recordaba haber comprado ese maldito café.
      Se encogió de hombros, dio un sorbo y suspiró.
      —De donde se sacan todos los cafés, supongo —respondió sin más.
      Adriaria asintió con una mueca de aprobación. Tenía sentido.
      —¿Qué sabes de nuestro amigo Pichacorta, Ádria? —preguntó Nazalia encogiéndose por el frío.
      —Quizá sea por el frío —respondió Adriaria, ladeando la cabeza para mirar el diminuto pene del difunto. Tenía algo hipnítico.
      —No te preocupes, ya no puedes herir su masculinidad frágil. Dios, parece un maldito ornitorrinco, mira todo ese pelo marrón.
      Adriaria suspiró, aquella mujer era jodidamente inteligente. En su mente había una serenidad que le permitía tener aquellos instantes de genialidad, realmente aquel cadáver parecía un ornitorrinco recién salido del agua.
      —Algo no tiene sentido, Ádria —dijo Nazalia poniéndose en cuclillas y mirando con mucha atención el cadáver.
      Su compañera se puso a su altura.
      —¿Qué cosa? —preguntó. Cabía la posibilidad de que se hubieran dado cuenta del mismo detalle, pero, por si acaso, prefería dejar que hablara primero Nazalia.
      —Fíjate. A este tipo no le han matado aquí.
      —¿Cómo puedes estar segura?
      —Alguien lo ha colocado justo encima de esa silueta pintada con tiza…
      Adriaria miró a su compañera, luego miró al cadáver y al cerco de tiza que lo rodeaba.
      —Diría que eso lo han hecho los de la científica, Naz —dijo por fin.
      —¿Los de la científica han matado a este pobre desgraciado de pene diminuto y lo han colocado encima de esa silueta pintada con tiza? ¡Maldita sea, Ádria! Si ya has resuelto el caso, ¡¿por qué me has hecho venir hasta aquí a las cuatro de la puta mañana?!
      —Cálmate, Naz. La silueta la han hecho los de la científica. El cadáver ha muerto aquí. ¿Has dormido bien?
      —Qué va, Ádria —dijo Nazalia con voz lastimera—. Llevo noches sin dormir. El niño… no para de lloriquear.
      —Naz, tú no tienes hijo —Adriaria empezaba a temer que su compañera estuviera perdiendo la cabeza, que su mente estuviera creando una realidad paralela, inventándose una distopia en la que aparecían de la nada cafés con nombres mal escritos y donde los cadáveres son depositados en siluetas de tiza y no al revés.
      —¿Te crees que no lo sé? Pero ahora parece ser que tengo en casa el espíritu errante de un bebé llorón.
      Adriaria se relajó. Así que era eso.
      —Lo siento, Naz. Es una putada. Yo hace unos años tuve en casa el espíritu de un tipo que era un fantasma. Y no me refiero a su condición espectral, que también, sino que se pasaba el tiempo diciendo cosas como: «Este fin de semana he echado diez polvos» o «Le pegué un puñetazo a Hitler y detuve la guerra».
      Al recordar aquella época, Adriaria se puso a llorar. Naz, al verla, lloró con ella y ambas se abrazaron.
      —¡Te comprendo, tía! —dijo Adriaria.
      —¡Yo a ti también te comprendo!
      Los policías se quedaron mirando a las detectives.
      El cadáver abrió los ojos, que parecían de cabra, se incorporó y carraspeó al ver a las dos mujeres abrazadas, llorando.
      Nazalia y Adriaria lanzaron un grito y se cayeron de culo al suelo.
      —Dizzzculpen —dijo el tipo de los cuernos con una voz que sonaba como un matasuegras soplado por un cantante de Thrash metal—. ¿Ezzztan uzzztedezzz bien?
      Las detectives, con los corazones amenazando con salirse de sus pechos e ir a vivir nuevas y más estimulantes aventuras, se miraron, miraron a los policías y luego miraron al del micropene.
      —Está vivo. —No era una afirmación, pero tampoco una pregunta. Nazalia simplemente dejó las palabras sueltas para que cada quién decidiera cómo interpretarlas.
      Adriaria se levantó, ayudó a su compañera, se sacudió la tierra de los pantalones y luego, con mucha calma y toda la educación que sus padres le habían podido inculcar dijo:
      —¡CASI NOS MATA DE UN INFARTO, PEDAZO DE CACHO DE TROZO DE CABRÓN!
      El de los cuernos se llevó la mano al pecho, ofendido, como si aquellas palabras le hubieran herido en lo más profundo del corazón, o como si le hubieran pateado las pelotas.
      Adriaria sacó la pistola y apuntó al ya no cadáver. Estaba roja de rabia. Nazalia se interpuso, sujetó las manos de su compañera y desvió el cañón de la pistola hacia el cielo.
      —¡Contrólate, Ádria! —dijo Nazalia.
      —¡Suéltame, Naz, que me lo cargo!
      —¡Coño, Ádria, cálmate! ¡Tú no eres una asesina, no eres como esos cabrones de la científica!
      A Adriaria le caía saliva por las comisuras de la boca y se le marcaban las venas del cuello y de las sienes, completamente roja. Miró a su compañera a los ojos y vio por primera vez las ojeras marcadas.
      Se relajó, frunció el ceño y le dedicó a Nazalia una expresión compasiva.
      —Tienes que dormir, Naz.
      Nazalia asintió, casi llorando. Realmente necesitaba dormir. Tenía el cerebro embotado.
      —Pero el niño… —dijo.
      —Cántale una nana, verás como se duerme. —Adriaria le cogía la cara a Nazalia con ambas manos.
      —No me sé ninguna nana para espíritus, Ádria.
      —Creo que una nana normal servirá. ¿Has probado con Miley Cyrus?
      Nazalia sorbió por la nariz y negó con la cabeza.
      —Qué va, nunca le he cantado una nana a Miley Cyrus… ¡soy un desastre!
      Adriaria suspiró.
      —Necesitas dormir, Naz.
      El no cadáver seguía sentado en el suelo. Los policías le miraban, pero él solo contemplaba la escena de las dos compañeras y se sonaba los mocos con un pañuelo que sacó de vete-tú-a-saber-dónde.
      —Dizzzculpen…
      Adriaria resopló. Soltó a Nazalia y se dirigió al no cadáver.
      —¡¿Qué?! —exclamó con un tono que significaba claramente estoy a esto de meterte la porra de ese poli por donde amargan los pepinos.
      —¿Por qué ezzztaban mirándome mientrazzz dormía? —preguntó el ornitorrinco cornudo de pene diminuto.
      Las dos compañeras se miraron.
      Durmiendo.
      Adriaria se pellizcó el tabique nasal.
      Durmiendo…
      Nazalia se secó las lágrimas con la camisa y se dio cuenta de que no tenía el café.
      Durmiendo…
      Tampoco estaba en el suelo. Era como si el café nunca hubiera existido. ¿Lo había imaginado? No… Adriaria también lo había visto. ¿Lo había visto?
      Durmiendo
      Nazalia vio como Adriaria se acercaba al ornitorrinco, mientras lamía su helado de menta.
      Durmiendo.
      Le tendió la mano al no cadáver y este se levantó. Era alto y delgado y vestía un traje con lentejuelas color menta.
      Durmiendo
      Nazalia suspiró y notó el olor a menta en su aliento.
      Qué raro. Si ella nunca había comido menta…
      Durmiendo
      —Dizzzculpe —dijo la voz del tipo apuesto, rubio y musculoso, vestido con abrigo marrón.
      —¿Sí? —dijo Nazalia al darse cuenta de que se había despistado.
      —Le decía que zzzigue durmiendo…
      Durmiendo.
      De lejos escuchó una música. Era Miley Cyrus.
      —Le ezzztán llamando por teléfono.
      Durmiendo.
      Nazalia abrió los ojos y se encontró sola en su dormitorio. El teléfono sonaba, invadiendo toda la habitación con la letra de Jolene.
      Se incorporó y se sentó en el borde de la cama.
      En la pantalla del móvil aparecía el nombre de Adriaria y dos iconos de teléfonos, uno rojo y el otro verde. Deslizó el verde hacia arriba y se acercó el móvil a la oreja. Miley Cyrus dejó de cantar.
      —Dime…
      —¿Estás bien? —preguntó Adriaria desde el otro lado de la línea al escuchar la voz de su compañera.
      —Sí… he tenido un sueño muy raro… ¿qué ocurre?
      —Tenemos otro caso —dijo Ádria.
      Nazalia se apartó el teléfono de la oreja y miró la hora en la esquina superior izquierda de la pantalla. Eran las cuatro.
      —Tendrías que ver a este tipo, Naz… —siguió Adriaria—, tiene una polla diminuta.
      Nazalia colgó el teléfono y lo lanzó sobre la cama, como si le hubiera quemado la mano.
      ¿Era posible? ¿Realmente estaba pasando? Solo tenía que hacer una cosa para averiguar si se estaba volviendo loca.
      Se vistió a toda prisa y, cuando estaba a punto de salir, escuchó al bebé de los vecinos llorando.
      —¡¿CÁNTENLE UNA PUTA NANA A ESE PUÑETERO NIÑO?! —exclamó a través de la pared.
      Salió de casa y se dirigió a su Nissan Juke. ¿Realmente estaba ocurriendo aquello?

Banda sonora del relato:

Si te ha gustado puedes suscribirte al blog:


Únete a 268 seguidores más

• Otros relatos de la sección Las tres palabras:

¡Coméntame o morirá un gaticornio!

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.