Microficción 230: El espejo

Vemos una imagen blanca, es como si hubiera una niebla muy espesa, en el centro aparece una mano que parece dirigirse hacia nosotros. Se marcan especialmente las yemas de los dedos, así que podría ser que esté apoyada en un cristal. La mano no se distingue bien por la niebla, solo es una silueta. La imagen da una sensación de terror. El título del relato es: El espejo.

El espejo. Imagen libre de licencia: Pexels.

El espejo es un relato terror cómico perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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CUANDO RECOGIÓ EL ESPEJO DEL CONTENEDOR no sabía lo que le deparaba el futuro. Era la noche del 21 de enero de 2022 y Àngels Serra regresaba a casa después de una larga jornada de trabajo —llevaba tiempo pensando en cambiar de empleo, lo de sexar dodos iba a acabar con ella—. En los auriculares inalámbricos acomodados en sus menudas orejas sonaba Weil Der Mensch Zählt, del cantante Alf Poier, muy de moda a principios del siglo XXI. En el suelo, apoyado en un contenedor cercano a su casa, Àngels vio un espejo en perfecto estado. Tenía forma ovalada y un marco de acero negro oxidado. Recogió el espejo para llevárselo a casa, miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie mirando, como si estuviera robando un banco o como si fuera una abuela en plena transacción clandestina de dinero a su nieta, a escondidas de la madre de la niña. Cuando llegó a casa volvió a mirar el espejo y sonrió. Era un buen espejo, no deformaba la imagen, la mostraba tal como ella se veía: estupenda de la muerte.

Primera noche.

Àngels estaba en la cama, lista para ver un capítulo de The Circle antes de dormir. Le dio al play y empezó a concentrarse en el programa, respirando profundamente para relajarse hasta que el sueño se apoderara de ella. No le costó demasiado, ese mismo día había tenido que ocuparse de un dodo un poco respondón y estaba cansadísima.
      Cuando estaba teniendo un sueño erótico en el que Blanca Suárez, uno de sus muchos amores platónicos, le preparaba una lasaña mientras cantaba Sinceridad no pedida, de Ojete Calor, una voz aspirada le despertó.
      Àngels…, decía la voz.
      —¿Hola? —respondió Àngels.
      Àngels…, repitió la voz sin modificar su tono, manteniendo ese deje de persona que no puede respirar y necesita que alguien le acerque urgentemente una bolsa de papel.
      Àngels encendió la luz de su mesilla de noche y miró la habitación. Era grande y completamente desordenada: las puertas de los armarios estaban abiertas, como los cajones. Había ropa por el suelo, sobre una silla e incluso un sujetador colgaba del pomo de la puerta. La cama era de matrimonio y ocupaba el centro de la estancia. Una cómoda en la pared que tenía delante estaba llena de papeles, de pinzas y gomas del pelo. El armario empotrado a su derecha estaba abierto y su interior estaba patas arriba. A la izquierda estaba la ventana, con las persianas bajadas y las cortinas tupidas, grises, corridas. Las paredes estaban decoradas con figuras descansando en sus estanterías polvorientas y cuadros con fotos de sus amigas y ella. Sobre la cómoda, además todo lo mencionado y algunas cosas más, estaba el espejo, apoyado en la pared.
      Àngels….
      —¿Mamá?
      Àngels…
      Àngels miró debajo de la cama, o lo intentó, pero tras hacerlo recordó que su cama era un canapé y que no existía el concepto debajo de la cama.
      ¡Àngels!, gritó la voz, sonando por toda la habitación.
      Àngels lanzó un chillido y salió corriendo del dormitorio, se encerró en el lavabo, metiéndose en la bañera, corrió la cortina, se sentó, se abrazó a sus propias piernas y empezó a sollozar. La noche fue larga, a medio camino del sueño y la vigilia.

La mañana siguiente.

Cuando el sol iluminó el lavabo, entrando sin permiso por la ventana de cristal esmerilado, Àngels salió de la bañera, dejó que su espalda crujiera, abrió la puerta del baño y miró desafiante la de su dormitorio, cerrada por el portazo que dio por la noche cuando huía. Caminó hacia ella, de puntillas, con un corazón que parecía hacer más ruido que sus pasos, cogió el pomo de la puerta, lo giró y empujó la madera. Cuando abrió la puerta lanzó un grito de espanto. Entró, se sentó en la cama con la mano en la boca y empezó a llorar asustada. La ropa del suelo estaba en un cesto alto de de mimbre que había en una esquina, pero al que hacía tiempo que no veía porque estaba enterrado bajo la ropa que ahora tenía dentro. Las puertas de los armarios y los cajones estaban cerradas, las estanterías libres de polvo y la cama perfectamente hecha y perfumada. ¡Incluso había una barrita de incienso encendida, perfumando la habitación con un aroma de sándalo! Àngels tenía ganas de vomitar, pensó en hacerlo en la papelera, pero también estaba limpia, tanto que podía verse en el fondo, así que prefirió salir corriendo y hacerlo en el váter.
      Cuando terminó decidió vestirse a toda prisa y salir de allí. Estaba asustada. La voz… la habitación ordenada… ¡tenía un espíritu en casa y, todavía peor, el espíritu estaba obsesionado con la limpieza! Tenía que largarse, sexar dodos se había vuelto apetecible de repente.

Segunda noche.

Introdujo las llaves en la cerradura de casa, con más miedo que otra cosa. En cuanto abrió la puerta le invadió un olor a ropa limpia que le provocó placer y terror a partes iguales. Entró, conteniendo el aliento. La primera puerta a su derecha daba a la cocina, en cuya encimera de mármol, completamente limpia —como el resto de la cocina, que ya no tenía platos sucios, ni esa olla llena de aceite usado. Ahora la olla estaba limpia, sobre un escurridor que ni siquiera recordaba tener, y el aceite en una botella de plástico con la etiqueta Aceite usado para reciclar escrita en bonita letra cursiva. Sobre la encimera limpia había varios tuppers llenos de comidas distintas. «Me ha cocinado para toda la semana», pensó Àngels aterrorizada, «¡es un monstruo!».
      Se dirigió al salón. El polvo que cubría los muebles no estaba, los cristales de la ventana ya no tenían ese velo de suciedad, ahora dejaban entrar la luz de las farolas y la luna, la calle se presentaba enmarcada por las ventanas, como si no hubiera cristal. El sofá no tenía migas, estaba como nuevo y una manta blanca descansaba doblada sobre el respaldo, cogida entre el mueble y la pared. Frente al sofá una mesa que ya no tenía marcas circulares de café, ni trozos de comida, ni montañas de propaganda. Ahora había un cuenco con poupurri, el mando del televisor, limpio y recién plastificado, y un par de revistas que no estaban ahí el día anterior. La tele ya no tenía ni polvo ni gotas secas de varios estornudos. Àngels estaba al borde del ataque de ansiedad.
      Àngels…, sonó la voz.
      Àngels se giró hacia el sonido, provenía del dormitorio. Entró, pero no había nada. Hacía calor, eso sí. No un calor asfixiante, pero sí sobrenatural. Se estaba a gusto y aquello le puso los pelos de punta.
      Àngels…
      Àngels miró el espejo, con los ojos muy abiertos. Todo ese tiempo la voz provenía de ahí. ¡¿Quién se lo iba a imaginar?! El espejo ya no estaba sobre la cómoda, había sido colgado de la pared y parecía que siempre hubiera pertenecido a ese lugar. Àngels se asomó a él y vio una persona mirándole, no era ella y, a la vez, lo era. Era una versión más pulcra de sí misma. Miró su ropa: una camiseta del grupo de rock Caga Tió, arrugada. La del espejo llevaba la misma camiseta pero parecía recién comprada. Mientras las puntas de su pelo estaban abiertas como el infierno en un día de puertas abiertas, el pelo de la del espejo parecía sedoso y brillaba. Ninguna de las dos estaba maquillada, pero el rostro de la del espejo, por alguna razón que desconocía, se veía mucho mejor que el suyo. Àngels lanzó un grito de espanto, pero su reflejo mejorado no hizo nada.
      Àngels…, dijo la voz de la del espejo.
      Àngels se cayó al suelo de culo y su versión del espejo pareció ponerse de puntillas para mirarle, como quien mira por el ojo de buey de un barco.
      Àngels…
      —¡¿Qué quieres de mí?!
      ¿Te gustan las croquetas?, preguntó la del espejo.
      Àngels se levantó del suelo, luchando contra el temblor de sus piernas. Miró fijamente a los ojos de su reflejo y habría jurado que el marrón de los de la del espejo era más bonito que los suyos.
      —¿Qué has dicho?
      ¿Te gustan las croquetas?
      —Sí…
      Te he hecho de pollo.
      Àngels se echó a llorar. Aquella situación era insostenible.
      —¿Qué eres? ¡¿Qué quieres?!
      Yo soy tú. Pero mejor.
      Lo que más molestó a Àngels de aquella afirmación era que parecía cierta.
      —¿Qué quieres?
      Quiero matarte y ocupar tu lugar.
      Àngels volvió a gritar y unos golpes bruscos hicieron que lanzara otro chillido. Eran sus vecinos, que empezaban a estar un poco cansados de tanto grito.
      ¡Tranquila! Es broma.
      —¿Cómo?
      Que era broma. No quiero matarte.
      —¿Ni reemplazarme?
      ¡Pfff! Eres sexadora de dodos, no es como si fueras probadora de colchones. ¿Para qué iba a querer reemplazarte?
      —¿Por qué has dicho eso entonces?
      Por hacer la broma. Es que tendrías que haberte visto la cara.
      —Entonces, ¿qué quieres?
      Yo no quiero nada. Tú me trajiste. Yo estaba ordenando la basura del contenedor (tendrías que haber visto cómo estaba cuando tú llegaste), entonces me recogiste, te miraste en mí (por eso tengo tu apariencia, solo que… bueno… mejor), y me trajiste a tu casa. Soy un demonio limpiador, encerrado en un espejo. Limpio allá donde me llevan.
      Àngels miró a su alrededor. No sabía si sentir miedo, incredulidad o decepción. Pensaba que su casa estaba encantada —cosa que no le gustaba especialmente—, pero ahora no sabía cómo actuar.
      —No sé cómo actuar ahora…
      Eso he leído un par de líneas más arriba… No sé, yo no te puedo decir gran cosa. Si quieres me puedes dejar en el contenedor, no me importa. Siempre habrá alguien que me recoja. Hay mucha suciedad en el mundo, ¿te habías fijado? Bueno, claro que no, solo había que ver tu casa. Por cierto… te he repuesto las toallitas húmedas del váter. Se habían acabado.
      —¿Pero cómo lo has hecho?
      Si te lo dijera tendría que matarte.
      Àngels ahogó un grito y sus vecinos ahogaron un par de porrazos en la pared.
      Es broma. Pedí un Glovo. Por su puesto.
      Àngels suspiró y lanzó un grito cuando aporrearon la pared de nuevo. Luego se escuchó una voz amortiguada por el hormigón que decía: «¡Perdón, me he adelantado!».
      —Esto es de locos, pero, ¿te quieres quedar?
      La verdad es que tu casa me ha quedado bastante bien. He conseguido crear un hogar, ¿no lo crees?
      —La verdad es que no me ha dado tiempo a pensarlo, estaba ocupada intentando no mearme encima.
      Por favor, no lo hagas, he fregado el suelo hace nada.
      Àngels respiró hondo y notó el olor a colonia de bebé. Provenía de la cama. Suspiró y se encogió de hombros. ¿Tan raro sería tener un demonio en casa? Su casera no le permitía tener mascotas, pero eso era algo totalmente distinto, ¿no?

Banda sonora del relato:

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2 comentarios en “Microficción 230: El espejo

  1. He de confesar que hacía mucho tiempo que no me reía tanto leyendo un relato y, encima, de terror. Lo de «¿Te gustan las croquetas? He hecho de pollo», es la mayor ocurrencia que he leído en una conversación entre un ser humano y otro paranormal. Enhorabuena 👏🏻👏🏻👏🏻

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