Microficciones 224: Alturas

Tenemos una vista panorámica de la ciudad de Barcelona, con sus edificios bajos, algunos altos de fondo y las montañas en el horizonte. En el centro de la foto vemos un teleférico colgado de sus cables, bajo éste hay árboles. El cielo está despejado. El relato se titula: Alturas.
Alturas. Fotografía de M. Flóser.
Alturas es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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VIAJAR EN teleférico con casi cuarenta de fiebre, la nariz congestionada y un dolor de cabeza que parece que me la estén atravesando de sien a sien con una flecha, quizá no es la mejor idea, pero es la forma más rápida de llegar a Cha’Rorak, la dimensión Maligna, un mundo que deja en ridículo el imaginario de Lovecraft, el de un tal Flóser, que muy bien de la cabeza no está, y en la que hay monstruos tan grandes y peligrosos como el ego de ciertos escritores independientes.
      Estoy a no-sé-cuántos metros del suelo y el mundo me da vueltas. Poso mi mano en un punto concreto del techo del teleférico y una luz roja repasa su silueta. Delante mío, flotando en el aire, aparece un holograma con un teclado táctil y un círculo verde. Tecleo mi contraseña: C0N7R4S3Ñ4, y pulso el círculo verde.
      Una voz femenina que suena metálica y sin emociones me recibe.
      Bienvenida, agente Marsó. Por favor, para poder abrir el portal, demuestre que no es un robot marcando en la imagen todas las bicicletas.
      La voz mecánica se calla y en el holograma aparece una cuadrícula de seis celdas por seis, en algunas hay bicicletas y en otras criaturas que podrían hacerse pasar por animales, pero solo si tomas la firme decisión de olvidar todo lo que has aprendido sobre la fauna.
      —Banda daricez que un dobot be pdegudte ci zoy ud dobot —dije haciendo mi mejor intento para pronunciar todas las letras correctamente. Mi resfriado y los mocos de mi nariz hicieron que se quedara en un simple intento y no de los mejores, ni siquiera estaba en el top cinco.
      Disculpe, pero no la he entendido. Por favor, para poder abrir el portal, demuestre que no es un robot marcando en la imagen todas…
      —Ya lo cé, ya lo cé. Laz bicicletaz…
      Disculpe, pero no la he entendido. Por favor, para poder abrir el portal, demuestre que no es un robot marcando en la imagen todas las bicicletas.
      —¡QUE YA LO CÉ, BALDITO DOBOT!
      Disculpe, pero no la he entendido. Por favor, para poder abrir el portal, demuestre que no es un robot marcando en la imagen todas las bicicletas.
      Estuve tentada de cagarme en toda la estirpe de aquella máquina, pero pensé en dos cosas: cosa 1) su estirpe se reducía a les operaries de una fábrica de montaje situada en Santa Margarida i els Monjos, y les programadores y diseñadores que la concibieron, y cosa 2) seguramente no me entendería, por favor, para poder abrir el portal, demuestre que no es un robot marcando en la imagen todas las bicicletas.
      Marqué una de las cuatro bicicletas, luego la segunda y la tercera y, cuando iba a marcar la cuarta, estornudé tan fuerte que sin querer pulsé varias cosas a la vez, entre ellas una criatura que quería parecerse a un pavo real, pero que era el claro ejemplo de que a veces querer no lo es todo, marqué también la casilla de no soy un bot y le di a enviar.
      Hubo un silencio de esos que solo saben generar los ordenadores, un silencio incómodo que dura el tiempo que la computadora decide tu destino y que termina con un clinc si lo has hecho bien, y con un clonc si has metido la pata. Una sola vocal y tanto poder.
      Evidentemente sonó un ruidoso clonc que inundó toda la cabina.
      Ha habido un error. Usted ha marcado un Llepa’Mugrons de cola azul como bicicleta. Por favor, para poder abrir el portal, demuestre que no es un robot marcando en la imagen todas las bicicletas.
      —¡Buto oddedadod! ¡Butaz biciz! ¡Buto dezfdiado! ¡BUTO TODO!
      Disculpe, pero no la he entendido. Por favor, espere, le paso con une de nuestres operadores.
      —¡No be bazez a dadie, baldito dobo…!
      El altavoz se conectó a la línea telefónica y empezó a dar tono. Yo golpeaba el suelo con mi zapato. Estaba lo que suele decirse hasta el coño.
      Sonó un chasquido y me preparé para hablar, pero una locución me dijo que todos sus operadores estaban ocupados y que, por favor, me mantuviera a la espera. El teleférico se vio inundado por la versión politono de Jean-Luc de Els Amics de les Arts
      El teleférico estaba llegando a la cima de Montjuic y hacía rato que había pasado el punto en el que se abría el portal para llegar a Cha’Rorak. Miré por la ventana y el suelo, aunque más cerca que antes, se me antojó lejano y peligroso, me mareé, la montaña empezó a dar vueltas, la cabina también y yo me senté e hice fuerza con mis piernas y brazos, como si intentara detenerla. En realidad el único movimiento lo provocaba yo, meciendo la cesta roja con mi histeria febril.
      Suspiré, empecé a toser y me salió un moco grueso y viscoso, de un color verde que no identificaba, pero que era parecido al de algunas criaturas que moraban en aquella dimensión a la que pretendía viajar. Me levanté, posé la mano en el mismo punto del techo que antes, para colgar la llamada y dije:
      —Fidalizad ceción…
      Sonó un clonc acusador e hiriente, y una voz mecánica, distinta a todas las anteriores, una voz que parecía la de un robot que mascaba chicle, me dijo:
      Perdone, pero no la he entendido. Por favor, diga brevemente el motivo de su llamada.
      No soy tan orgullosa como para no reconocer que me puse a llorar de la frustración, me tiré en el suelo de aquella cesta que ya llegaba a su destino, me coloqué en posición fetal y lloré desconsolada, aunque eso significara que el simple acto de respirar se convirtiera en un reto. Yo solo quería estar en la cama, con un cuenco de sopa y un capítulo de El juego de la sepia, un remake español de una serie coreana de moda.

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