

EL AEROBÚS está parado en un aeroatasco, miro por la ventanilla y veo una cortina de lluvia, las gotas caen por el cristal. Hay dos que parecen liderar la carrera, si tuviera que apostar mi sueldo de un mes por una de ellas, lo haría por la de la derecha: más gruesa y pesada. A mi izquierda, en el asiento de pasillo, una señora rivendiana, con sus escamas brillantes por el sudor y sus ojos de camaleón, teclea un mensaje en su teléfono móvil con sus dedazos, separados por membranas traslúcidas en las que se ven las venillas rosáceas. No le ha quitado el sonido al teclado y cada letra suena como si dos huesos chocaran entre sí, lo que hace que me den ganas de cogerle por la nuca y estamparle la cara en el reposacabezas del asiento de delante.
Fuera se escuchan cláxones. Alguien debe creer que los demás no nos hemos percatado de que no avanzamos. A mí me da igual, no tengo prisa por llegar.
Esta línea llega hasta la playa, pero yo me bajaré antes, en la penitenciaría Glokta, donde empiezo a trabajar hoy mismo. Voy con tiempo, por eso no me preocupa el atasco.
A la señora rivendiana parece incomodarle estar tanto rato parada, no deja de resoplar y de mirar el reloj de su muñeca, con la correa tan ajustada que su mano y su antebrazo se separan como un par de salchichas. Nunca entenderé a la gente que todavía lleva reloj de muñeca. Hoy en día puedes encontrar relojes por todas partes: en el móvil, en la pantalla del aerobús donde aparece la próxima parada y en los de bolsillo que algunos ladrones del barrio Bayaz utilizan para hipnotizarte y quitarte tanto la cartera como las ganas de fumar.
Me distraigo, quizá porque no me apetece hablar de mi trabajo, porque no es un trabajo que yo buscara. Ha surgido y lo agradezco, porque me ayudará a pagar las facturas y la deuda de la universidad, pero eso no significa que esté deseosa de empezar. Una cárcel interplanetaria, con sus presos interplanetarios y sus delitos interplanetarios. Yo solo soy una reptiliana de Cadaqués, humilde y estudiosa. Temerosa de Cthulhu. Pero un trabajo es un trabajo, ¿no?
He investigado un poco sobre la penitenciaria Glokta y han habido ciento cincuenta motines en el último año. ¡Ciento cincuenta! No es un dato alentador, las cosas como son. Mi tío, el que me consiguió el trabajo, me dijo que si había un motín me escondiera debajo de una mesa. Tras una hora intentando sin éxito que viera que eso solo sirve para los terremotos, le di las gracias y le prometí hacerle caso. Espero que si ocurre quede alguna mesa sin quemar.
El aerobús ya se mueve, pero los cláxones siguen sonando. La gente no está contenta con nada. Eso me hace pensar en que no he parado de quejarme de este trabajo en todo el mes. Todo irá bien, solo tengo que vigilar que no me apuñalen por la espalda con un punzón interplanetario improvisado con un hierro interplanetario y empuñado por un cabronazo interplanetario. Chupado, ¿verdad? ■