Al tema 11: My Villain Academia

Vemos un edificio parecido a un castillo. Tiene un césped amplio con rayas de dos tonos distintos de verde. El cielo está despejado y todo el edificio está hecho con piedra que toma un aspecto húmedo y viejo, pero bonito. El relato se titula: My villain academia.
My villain academia. Imagen libre de licencia: Pixabay.

My Villain Academia es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a «Al tema», una subsección dentro de «Juegocuentos», en la que escribiré un relato inspirándome en un tema generado automáticamente por las aplicaciones de Android What to Draw?, que podrás descargar de forma gratuita en Google Play entrando aquí, y la aplicación Art Prompts, que podrás descargar de forma gratuita en Google Play entrando aquí.

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Tema a utilizar:
Captura de pantalla de la aplicación What to Draw en la que propone el tema: Una escuela de supervillanos.
Captura de pantalla de la aplicación What to Draw.
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LA CAMPANA sonó en toda la UMP (Universidad de Mentes Perversas). Los alumnos corrían de un aula a otra, temerosos de saltarse la clase de ADPSCVC (Arte de Desvelar el Plan Secreto al Creerse Vencedores del Combate), impartida por Lady Fart, una supervillana muy famosa en los 90, capaz de influir en las mentes de sus enemigos intoxicándolos con sus ventosidades. Tuvo que dejar su carrera para enseñar en la universidad, debido a que sus pedos le provocaron un desgarro en el ano. Un pedo más y no podría volver a sentarse. Otros cuantos corrían hacia el gimnasio, donde el Doctor Cani les esperaba con su uniforme de supervillano: una capa sujeta al cuello por un cordón de oro en el que podía leerse Love forever, un mono de táctel y unas botas Fuma. Ese día les iba a enseñar a saltar obstáculos y a esquivar comentarios hirientes de la ciudadanía.
      Solo había una alumna que no tenía prisa. Estaba sentada en una silla incómoda llena de cables junto a la puerta de la directora. La secretaria la miraba de vez en cuando por encima de sus gafas de media luna, controlando que no intentara huir, con un mando junto al café —con más coñac que café, concretamente un 99% de coñac contra un 1% de café— para darle una descarga en el culo a esa niñata repelente que no hacía tanto le lanzó una pecera llena de anguilas eléctricas desde la azotea de la universidad. La odiaba, no era ningún secreto.
      La alumna miraba a todas partes, evitando los ojos de la secretaria. No porque le tuviera miedo, sino porque uno de los ojos era de cristal y le ponía nerviosa. El ojo de verdad le saltó de la cara cuando la esquina de la pecera le impactó en la cuenca. Daños colaterales. «Hay que andar con ojo» pensaba ella cada vez que veía a la secretaria, cosa que hacía que empezara a reírse descontroladamente. Había desarrollado una risa maligna, a base de mucho entrenamiento con la profesora Bromista Satánica. La risa maligna es un requisito imprescindible que se aprende en el primer curso de la UMP, ella ya estaba en tercero. Sonó un pitido en la mesa de la secretaria y luego una voz grave dijo simplemente: «Qué pase», a lo que la secretaria respondió: «Sí, señora». No era la forma típica de mostrarle respeto a una superiora, había algo más, había temor en la voz de la secretaria.
      La alumna también sintió una oleada de miedo. Era un cosquilleo que empezó en la planta de los pies y subió hasta el páncreas, luego dio un par de vueltas por la sección de películas para adultos y siguió su camino hasta el pecho, donde se dedicó a hacer un nudo tan gordo que la respiración se atascó y empezó a tocar el claxon y a lanzar improperios.
      —Niña —dijo la secretaria escupiendo con odio cada letra—, ya puedes pasar.
      La cría se levantó, caminó con la cabeza gacha y arrastrando los pies, como el preso que va al cadalso por haber destripado el final de la serie de moda, cogió el pomo de la puerta del despacho y sintió que estaba más frío de lo normal. No era verdad, pero el miedo te hace creer muchas tonterías. Giró la muñeca y empujó.
      —Yomara, pasa y siéntate —dijo la voz incluso antes de que la cría entrara.
      Yomara obedeció como si le hubieran dado un latigazo en la rabadilla del culo. Se sentó con los brazos cruzados en señal de rebeldía, porque era obediente, pero también una futura supervillana. Alzó la cabeza por primera vez y miró a la directora. La mujer tenía la piel azul, los ojos rojos, pero no como esa gente que fuma cosas raras, rojo sangre o sandía o sandía cubierta de sangre de sandía. Vestía una armadura de metal brillante y una capa carmeno, que es un color mucho más negativo que el carmesí.
      —Yomara, Yomara, Yomara…
      —Sí, señora.
      —¿Llevas la cuenta de las veces que te has sentado en esa silla?
      —No, señora.
      —Cuarenta y cinco.
      —Por el culo se la…
      —No acabes esa frase.
      Yomara bajó la cabeza.
      —Sí, señora.
      —Me ha llamado la Condesa Zancadilla, desde su casa.
      —¿Sí, señora?
      —Me ha dicho que le recordaste que tenía derecho a unas vacaciones.
      —Sí, señora.
      —Le diste un abrazo antes de irse.
      —Sí, señora.
      —Y le has mandado flores.
      —Sí, señora.
      —¿Eran venenosas?
      —No, señora.
      —¿Carnívoras?
      —No, señora.
      La directora suspiró, se levantó de su butaca y se acercó al ventanal, dándole la espalda a la alumna.
      —¿Recuerdas el lema de esta universidad, Yomara?
      —Sí, señora.
      —Dilo.
      —Al mal le debo lealtad y lucharé contra los héroes para derrocar su bondad —recitó Yomara intentando saltarse la versión que algunos alumnos habían compuesto, mucho más divertida pero incluía prácticas sexuales con el fundador de la universidad y una serie de palabras que solo podría repetir en presencia de mi abogado o en una bar una tarde de domingo con algunas copas de más.
      —«Al mal le debo lealtad» —repitió la directora—. ¿Las vacaciones te parecen un acto de maldad, Yomara?
      —No, señora.
      —¿Enviar flores te parece un acto de maldad, Yomara?
      —No, señora.
      —En esta situación que nos ocupa, ¿qué consideras que habría sido un buen acto de maldad, Yomara?
      La alumna se removió en la silla y empezó a jugar con sus pulgares, girando uno alrededor del otro, como dos ruedas dentadas.
      —No recordarle a las vacaciones a la Condesa Zancadilla.
      —«No recordarle las vacaciones a la Condesa Zancadilla», muy bien. ¿Qué más?
      —No enviarle flores o enviarle flores venenosas. Quizá una caja sorpresa que al abrirla saliera disparado con un muelle un guante de boxeo y le atizara en la cara saltándole los dientes y rompiéndole la nariz.
      —Nada mal, Yomara. Veo que cuando te esfuerzas tienes talento.
      La directora se giró hacia la alumna, se inclinó hacia delante y se apoyó en el respaldo de su butaca.
      —¿Te gusta estudiar en esta universidad, Yomara?
      La muchacha se lo pensó. ¿Era una pregunta trampa? Y si lo era, ¿qué tipo de trampa? ¿Dardos venenosos? ¿Un tío con gabardina y nada de ropa debajo?
      —Sí, señora.
      —¿No preferirías ir a la Universidad de Buenos Samaritanos?
      —No, señora.
      —Entonces dime una cosa, Yomara. ¿Por qué te empeñas en hacer buenas obras? ¿Qué clase de villana quieres ser?
      —¿Una que despiste?
      —¿Perdona?
      —Nadie se espera que una supervillana haga el bien.
      La directora arqueó una ceja que, en el lenguaje universal, significaba: «Sigue hablando».
      —Imagínese que una supervillana, pongamos que soy yo, empieza a hacer buenas acciones: ayuda a las viejas a cruzar la carretera, baja a los gatos de los árboles, impide impactos de meteorito, etc.
      —Continúa.
      Yomara miró a la directora para asegurarse de que la ceja seguía alzada. Seguía.
      —Pues de repente los superhéroes no podrían ayudar a los ciudadanos. No serían útiles, porque esa supervillana, pongamos que soy yo, les quita el trabajo. ¿No es ése el objetivo principal de esta universidad, señora? —Yomara estaba envalentonada—. Queremos derrotar a los superhéroes mientras dominamos el mundo. Si anulamos a los superhéroes es más fácil dominar el mundo. Los gobiernos de todo el planeta recibirían a esa supervillana, pongamos que soy yo, con los brazos abiertos. Nos darían acceso a cosas que hasta ahora nos han sido prohibidas: al Pentágono, a la Casa Blanca, a la última porción de pizza. ¡Imagínese ese mundo, señora!
      La directora estaba sorprendida y se había sonrojado, haciendo que la piel de sus mejillas tomara un tono violeta.
      —Debo reconocerlo, Yomara, eres sorprendentemente lista. No tengo ni idea de si lo que me acabas de contar es una mentira improvisada, lo que haría que te felicitada por tu maldad, o un plan real, lo que haría que te felicitara por tu genialidad. Anular a los superhéroes. ¿Cuál sería tu nombre?
      —Salvadora M.
      —¿Y esa eme?
      —De Malévola, pero no se lo diría a nadie.
      —Salvadora Malévola… O eres una genia o tienes mucho morro.
      —¿Una cosa anularía la otra, señora?
      —No tientes a la suerte, Yomara.
      —Sí, señora.
      La directora miró a la alumna con un semblante más relajado. En realidad no le gustaba enfadarse con ella, le caía bien, quizá era la alumna que mejor le caía en aquella universidad de lameculos y enchufados.
      —No voy a expulsarte, Yomara.
      —Gracias, señora.
      —Pero, de ahora en adelante, intenta que tu plan no interfiera con mi plantilla. No puedo estar dándole vacaciones a todo el profesorado. La gente empezaría a pensar que esto es una universidad para buenas personas, los inversores se pensarían las cosas y los padres buscarían otros centros para sus hijos.
      —Sí, señora.
      —Puedes irte, Yomara. Pórtate mal.
      —Lo haré, señora.
      La alumna se levantó de la silla y enfiló la puerta sin girarse, por si la directora cambiaba de opinión y decidía expulsarla.
      Cuando estuvo fuera guiñó un ojo a la secretaria y se fue silbando una canción de esas que una vez escuchas no puedes sacarte de la cabeza, como si fuera un parásito intentando devorarte el cerebro. Lo hizo adrede y funcionó, ahora la secretaria solo podía pensar en dos cosas: «Cómo odio a esa niña» y: «El Chikichiki se baila así: uno el brikindans…».

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