Microficciones 220: Fiesta de pijamas

En la foto vemos en primer plano un tablero de la Ouija. De fondo unas velas planas. El relato se titula: Fiesta de pijamas.
Fiesta de pijamas. Imagen libre de licencia: Pixabay.
Fiesta de pijamas es un relato de terror cómico perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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LA PEQUEÑA Shondra llevaba tiempo esperando aquella noche. La fiesta de pijamas en casa, con sus mejores amigas de clase, para celebrar su cambio de sexo. Rose llevó cupcakes hechos por ella y Lluvia Torrencial, hija de hippies, había llevado unos pastelitos hechos por sus padres. Estos últimos iban a hacerles reír bastante, incluso por cosas que no tenían gracia como, por ejemplo, que la ouija se partiera por la mitad. Pero me estoy adelantando a los acontecimientos.
      Los pijamas eran muy diversos: el de Shondra era un dos piezas y tenía elementos de El señor de los anillos, su saga favorita, el de Rose consistía en un camisón blanco que le llegaba hasta los tobillos y el de Lluvia Torrencial era también un dos piezas de lino blanco, que no parecía la opción más cómoda para dormir.
      —Bueno, cuéntanos —dijo Rose—, ¿cómo te encuentras?
      —Eso, cuéntanos.
      —La verdad es que no puedo estar más contenta —respondió Shondra con una sonrisa de oreja a oreja que parecía querer imitar a la del gato de Cheshire—. Ya casi no me duele y la semana que viene me quitan los puntos.
      —¡Eso es maravilloso, Shondra! —comentó Rose visiblemente entusiasmada.
      —¡Gracias!
      —¡Nos alegramos mucho por ti! —dijo Lluvia Torrencial para no quedarse corta.
      Las tres amigas rieron y se abrazaron.
      Empezó el desfile de comida. Shondra había preparado sándwiches sin corteza, de crema de chocolate, pavo con queso de untar, mejillones con nocilla, salmón con aguacate y trozos de cachopo y algunas cosas más. También había preparado un cuenco con frutas y verduras peladas y cortadas, una botella de refresco de naranja bien frío y una tetera con infusión bien caliente. Rose sacó sus cupcackes y Lluvia Torrencial los pastelitos de sus padres.
      —¿Qué vamos a hacer? —preguntó Rose—. ¿Hablaremos de ligues? Shondra, cuando vuelvas a clase, ¿le tirarás la caña a Sophie? Ha preguntado bastante por ti.
      —Puede que lo haga —respondió Shondra intentando sin éxito que no se notase que estaba sonrojada.
      —¡Uuuuuuuuuuuuuh! ¡MÍRALA ELLA!
      —¿Quién es Sophie? —preguntó Lluvia Torrencial—. ¿Es esa chica que se come los mocos en el recreo?
      —No, esa es Sofía. Sophie es esa chica con la cabeza afeitada y un aro en la nariz.
      —¿La de los ojos azules y un lunar en la mejilla?
      —Esa.
      —Gorda, de un metro ochenta, más o menos.
      —La misma.
      —No me suena.
      Rose y Shondra rieron. Lluvia Torrencial llevaba haciendo ese tipo de bromas desde que era pequeña. Más pequeña, quiero decir.
      Shondra cogió un pedazo de pastel del tupper que Lluvia Torrencial le ofrecía, luego Rose hizo lo mismo. Lluvia cogió el último trozo que quedaba. Eran tres porciones gordas y pesadas. Les dieron un bocado y gimieron de placer.
      La cuenta atrás para las risas y el despiporre había comenzado.

Una hora después de haberse zampado el bizcocho de los padres de Lluvia Torrencial, y tras haber saltado de tema en tema y tiro porque me toca, Shondra encontró especialmente divertido que Rose dijera: «Son las doce». La propia Rose se quedó quieta un momento, analizando lo que había dicho y, como pillando con retraso un chiste bastante sencillo, se empezó a reír también. Lluvia Torrencial se unió a ellas, pero no por presión de grupo, sino porque… ¡eran las doce! ¿Lo pillas?
      —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Rose aprovechando el respiro que le daban los últimos coletazos de la carcajada.
      —¿Nos enrollamos? —dijo Lluvia Torrencial, que siempre lo intentaba.
      —¡Podemos jugar a la ouija! —respondió Shondra ignorando a la hippie.
      —¡Uuuuh! Vale, me encanta ese juego. Tú preguntas algo y un espíritu te puede responder: «¡Tomaaaa, cómete cuatro!».
      —Eso es el Uno, Lluvia —dijo Rose.
      —¿Sí?
      —Sí.
      —¿El Uno no es ese que te comes una y cuentas veinte?
      —No, eso son los tíos —respondió muy deprisa Shondra.
      La carcajada a tres voces invadió la habitación. Fue más fuerte que la primera, pero es que el chascarrillo era mucho más gracioso.
      Shondra se quejaba de que sus amigas le hicieran reír, porque le tibaban los puntos. Sus amigas le replicaban entre risas que había sido ella, so cabrona. Las carcajadas se intensificaban porque: «¡Anda, coño, es verdad!».
      Tras unos minutos de dolor de tripa, de puntos, y de mandíbula, Shondra se levantó y buscó el tablero de la ouija en su armario. ¿Quién no tiene uno? Éste, concretamente, era marca Hasbro.
      Shondra se sentó en el suelo, dejó el tablero frente a ella y esperó a que sus amigas se colocaran sentaran. Colocó el puntero sobre la Ouija y sonrió.
      —¿Qué preguntamos primero? —dijo Shondra con la voz pastosa y una pronunciación torpe.
      —¿No se suele preguntar si hay alguien ahí? —respondió Rose.
      —¡Eso! ¡¿Quién anda ahí?! —preguntó enfadada Lluvia Torrencial—. ¡Sal si tienes huevos! ¡Que estamos muy locas!
      —Tranquila, Lluvia. —dijo Rose muy solemnemente—. Tenemos que preguntar si hay algún espíritu.
      —Claro, porque pueden estar de vacaciones. Tiene sentido. ¿Hay algún espectro? Es… pectro… ¿Quién es Pectro?
      Las tres amigas empezaron a reír.
      El puntero se movió hacia el «Sí».
      —¡¿Eres tú, Pectro?! —gritó Lluvia Torrencial entre risas y lágrimas.
      «No».
      —Creo que Pectro se pensaba que le preguntabas en serio, Lluvia.
      —¡Claro que le preguntaba en serio, Rose! Todo lo en serio que puedo preguntar algo ahora mismo. Pero no se llama Pectro, ¿verdad, Pectro?
      «Sí».
      —¿Sí que es verdad que no te llamas Pectro o sí que te llamas Pectro, Pectro?
      «…».
      A Shondra le dolían las costillas de reírse.
      —¿Cómo te llamas? —preguntó.
      —Lluvia Torrencial, Shondra, hace años que nos conocemos.
      —¡Tú no! El espíritu.
      —¡Se llama Pectro!
      —Ha dicho que no.
      —Eso no está claro.
      El puntero empezó a moverse. Primero la S, luego la O, siguió con la L, se deslizó hacia la E, después se detuvo en la D, para luego enfilar la A, que estaba en la misma línea y, por último, señaló la D.
      —S-O-L-E-D-A-D —deletreó Shondra.
      —Qué forma más rara de deletrear «Pectro».
      —Creo que se llama Soledad. ¿Es así?
      Soledad, antes conocida como Pectro, llevó el puntero hacia el «SÍ».
      —Qué nombre tan triste y solitario, Pectro —dijo Lluvia Torrencial. Rose, que llevaba un rato llorando de risa porque se había dado cuenta de que Rose al revés era Esor y que no significaba nada, se aclaró la garganta, se masajeó la mandíbula y dijo.
      —¿Sabíais que Soledad al revés es Dadelos?
      Shondra y Lluvia Torrencial la miraron muy serias y acto seguido estallaron en una carcajada que las dejó panzarriba.
      Soledad se enfadó, la habitación se empezó a enfriar, la Ouija tembló y, de repente, se partió por la mitad.
      —¿Qué ha sido eso? —preguntó Shondra.
      —Rose se ha tirado un pedo —acusó Lluvia Torrencial.
      —¡Eso es mentira! Yo no he sido. Creo que ha sido Soledad.
      —¡Qué fuerte y que ruin me parece echarle la culpa a un espectro de tus ventosidades! ¿Verdad, Shondra?
      —¡Que no! Que creo que Soledad se ha enfadado. ¡Mirad el tablero, se ha roto!
      Shondra y Lluvia Torrencial miraron el tablero. Estaba partido por la mitad, un corte limpio.
      —¿Se ha enfadado? —preguntó Shondra con lágrimas de risa en los ojos.
      —Creo que sí.
      —¿Y ahora qué?
      —Creo que hemos desatado la ira de un espectro.
      Shondra y Lluvia se miraron y luego miraron a Rose, intentando aguantar la risa por respeto.
      En la pared del cabecero de la cama empezó a dibujarse un círculo con llamas azules y, dentro de éste, una estrella de cinco puntas.
      —¡Es un pentaculo! —exclamó Rose aterrorizada.
      Shondra y Lluvia Torrencial se miraron muy serias, luego miraron a Rose, hincharon los carrillos y lanzaron una carcajada.
      —¡¿De qué os reís, locas?!
      —¡Has dicho «culo»! —exclamaron Shondra y Lluvia Torrencial al unisono.
      Rose se las quedó mirando y acabó reconociendo que era jodidamente gracioso. Daba igual que un espectro estuviera a punto de convertir sus vidas en una pesadilla, el pastel de los padres de Lluvia Torrencial ayudaba a que todo fuera más… llevadero. Eso y que realmente había dicho “culo”.

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