Microficciones 215: Vanpiro esiten

Vemos lo que parece un camino por un parque urbano con árboles frondosos. Hay niebla y está oscuro. A lo lejos hay una mujer caminando, alejándose de nosotros y mirando hacia atrás por encima del hombro. El relato se titula: Vanpiro esiten.
Vanpiro esiten. Imagen libre de licencia: Pexels.
Vanpiro esiten es un relato de terror cómico perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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LA NOCHE de luna llena cayó sobre la ciudad tras un día de calor sofocante. Los árboles del parque flanqueaban un camino asfaltado, formando un túnel tétrico que una persona en su sano juicio no atravesaría nunca a altas horas de la noche. Por suerte para esta historia Arrate no era una de estas personas. Digo por suerte porque este relato sería excesivamente corto si nuestra protagonista se hubiera plantado delante de la entrada del parque, se hubiera tomado unos segundos en fijarse en que las farolas estaban apagadas, y simplemente hubiera dicho: «¡Ahí va la hostia, yo por aquí no paso, joder!», pero no fue así. Arrate decidió acortar camino y cruzó el parque.
      Los talones de sus botas resonaban en cada paso y lo único que se escuchaba era el canto de los grillos, un camión de basura lejano, el autobús nocturno y los estornudos constantes de un escritor con alergia. De vez en cuando Arrate miraba hacia arriba al escuchar el estornudo, a lo que el escritor le pedía disculpas y le invitaba a que siguiera caminando. Arrate anduvo, con la espalda encorvada hacia delante y las manos en los bolsillos de la cazadora que llevaba porque su abuela le había dicho que cogiera una rebequita o algo, que por la noche aún refresca.
      Tras su espalda, Arrate escuchó una voz siseante y grave, como la de una serpiente con anginas. La voz decía:
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Arrate hizo lo que cualquier persona haría, en su sano juicio o fuera de éste, mirar a su alrededor y preguntar:
      —¿Quién anda ahí?
      La voz pareció pensarse un poco la respuesta, pero al final se decidió.
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Arrate caminó más deprisa, mirando de vez en cuando hacia atrás e incluso hacia arriba, preguntándole con la mirada a un escritor con alergia si aquello era cosa suya.
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Se detuvo en medio del parque, como suelen hacer en las películas de miedo y, como también acostumbran a hacer en ese tipo de producciones, preguntó:
      —¿Eres tú, Sabiñe? ¡Deja de hacer la tonta, no tiene gracia!
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Su corazón se aceleró y salió corriendo. Arrate, no su corazón. En menos de lo que se tarda en decir: «Disculpe, le había pedido el café descafeinado», Arrate ya estaba fuera del parque. Se detuvo, se inclinó hacia delante, apoyando las manos en las rodillas y empezó a jadear. Justo delante de ella había un muro con una pintada en tinta negra en la que se podía leer: Vanpiro Esiten. Arrate lanzó un grito y volvió a correr. Estaba llegando a su portal cuando volvió a escucharlo.
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Intentó abrir la puerta, pero se le cayeron las llaves para darle un par de minutos más a esta historia. Consiguió abrir y subió las escaleras de dos en dos hasta que llegó al cuarto piso.
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      —¡Déjame ya!
      Buscó la llave de su piso en el manojo, miró hacia arriba, como preguntándole a un escritor con alergia si necesitaba que se le volvieran a caer las llaves. El autor negó con la cabeza y Arrate abrió la puerta de su piso. Encendió la luz y echó un vistazo por la mirilla. No había nadie.
      Se dirigió a su dormitorio, vació los bolsillos en la mesilla de noche y se tumbó en la cama. El corazón amenazaba con salirséle por la boca, saludarla y preguntarle cómo le había ido el día, pero Arrate respiró hondo y su corazón decidió quedarse en su sitio. Cerró los ojos, agotada y se preguntó qué narices había ocurrido.
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Arrate se incorporó en la cama y empezó a llorar.
      —¡¿Qué quieres de mí?!
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Sollozando, mareada y con ganas de vomitar, Arrate se levantó de la cama. Giró, mirando a su alrededor, y sus ojos se posaron en la mesilla de noche, donde el teléfono móvil se iluminaba y se apagaba.
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      Se acercó al aparato y miró la pantalla. En ella podía ver el nombre de Arrate. Su nombre.
      —¡Vanpiro esiteeeeeeeeeen! —gritaba el móvil cada vez que se iluminaba.
      Arrate cogió el teléfono y deslizó hacia la derecha el icono verde.
      —¿Sí?
      —¡Arrate! Llevo toda la noche llamándote.
      —¿Kaia?
      —¡Que te has llevado mi móvil! Joder, estábamos tan borrachas que ni nos hemos dado cuenta.
      —¡Joder, qué susto me has dado!
      —¿Y eso?
      —¡Alguien iba detrás mío gritando Vanpiro esiteeeeeeeeeen!
      —¡Es mi tono de llamada, boba! Me lo grabó Naroa un día que pasábamos por delante del graffiti ese que hay delante del parque. Nos partimos el culo. ¡Oye, solo era para decirte que tienes mi móvil! Mañana tráelo a clase, ¿vale? ¡Agur!
      Kaia colgó y Arrate se quedó sola en su habitación, mirando el teléfono móvil. Se tiró en la cama y le dio un ataque de risa. Su corazón no parecía verle la gracia a la situación, pero si Arrate era feliz así… cosa suya.
      Se escuchó un estornudo. Arrate miró hacia arriba y un escritor con alergia le pidió disculpas antes de escribir el punto y final.

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