

EL PESO DE LA GUERRA, DE LAURA R. RODRÍGUEZ
LA LLUVIA limpiaba la sangre del campo de batalla y su fino tacto removía el interior de Neruth. El peso de su armadura se había vuelto atroz, el casco más que nunca le molestaba y le costaba respirar. Apretó con fuerza los puños en torno al mango de su maza y los asideros de su escudo.
Los estandartes enemigos se acercaban. Podía ver el color verde apagado y el dragón en ellos dibujados sobresalir por las grandes rocas. Entrecerró sus grisáceos ojos y gruñó por lo bajo.
Notaba que algo no iba bien. Habían trazado el plan la noche anterior y todavía le veía lagunas. Sin embargo, su deber era obedecer y eso haría.
Tragó saliva y le dirigió una mirada a su segundo al mando. El humano levantó el brazo con el puño cerrado. El sonido de las armaduras preparándose para el combate provocó en Neruth un escalofrío.
En toda su carrera como oficial jamás se había sentido tan nerviosa.
Se colocó en posición, esperando para emboscar al enemigo. Trató de respirar hondo para tratar de calmar su acelerado corazón, pero apenas surgió efecto.
Cuando el primer estandarte llegó al punto acordado, Neruth se lanzó a la batalla.
De un gran salto subió a la roca que bordeaba el claro y se quedó petrificada. Todo su ejército continuó la emboscada para descubrir a un grupo de cerdos con los estandartes atados en sus lomos.
—¿Qué demonios? —murmuró Neruth con su suave voz.
Un estallido a su espalda la empujó contra el barro con violencia despojándola de su arma y escudo.
Le pitaban los oídos, sentía la sangre deslizarse por sus fosas nasales y su cuerpo dolorido por la caída. Trató de abrir los ojos, pero todo lo veía borrosos. Sus escuadrón luchaba contra los enemigos en un desesperado intento de repeler la emboscada. Soltó una maldición entre dientes y se llevó una mano al pecho. Se concentró y sintió el calor de la magia manar de ella para curarla. La sensación era embriagadora y mitigó el intenso dolor.
Se levantó a duras penas con su preciosa y plateada armadura embadurnada de barro. Cada paso suponía un suplicio y sentía una horrible quemazón en su espalda. No obstante, Neruth lucharía.
Un enemigo corrió en su dirección con un salvaje grito y la espada desenfundada. Ella sonrió con malicia, recogiendo su escudo del suelo.
Esquivó el ataque con destreza y golpeó a su rival en la pierna adelantada con el borde de metal. Su contrincante lanzó una estocada que rozó su costado, y Neruth golpeó de nuevo contra su brazo. El señor gruñó, pero ella no se detuvo. Acometiendo una y otra vez, sin dejarle tiempo para blandir la espada, esperaba poder aturdirlo lo suficiente para robársela.
Otro estallido de color violeta iluminó el claro y los separó a ambos.
Los magos habían llegado al campo de batalla.
Neruth maldijo por lo bajo, pues sabía que contra ellos nada material funcionaría.
No obstante, una gran bola de fuego explotó entre la formación y una risa conocida llegó a sus oídos.
Seraphine y su escuadrón habían llegado para salvarles.
Su amiga y compañera se había quitado el yelmo y su pelo castaño bailaba en torno de su rostro, enredándose en sus cuernos. Sus ojos dorados se iluminaban con el brillo de la victoria.
Neruth sonrió pues podrían ganar aquella batalla.
Sin embargo, uno de los magos se recompuso del ataque y comenzó a conjurar. Seraphine se giró, dispuesta a contraatacar, pero una estocada atravesó su costado. Neruth chilló y corrió hacia su amiga quien, herida, quemó todo entorno suya. No obstante, el mago terminó de pronunciar las palabras y apuntó sus manos contra la semi-demonio.
Un sutil chispazo amarillo golpeó contra la frente de Seraphine. Sus ojos se quedaron en blanco y cayó de un plumazo contra el suelo.
Neruth se precipitó sobre su amiga, ignorando las llamas que encendían el metal de su armadura. Sujetó el fiero rostro de Seraphine en sus manos para encontrar sus dorados ojos mirando al cielo, con la mirada perdida. Balbuceaba palabras sin sentido y un pequeño hilo de sangre salía de su nariz. Las lágrimas le quemaban en los ojos y la furia llenó su pecho y calentó su cuerpo.
Y, entonces, Neruth enloqueció. Sus ojos se iluminaron y sintió como las alas espectrales rompían su armadura. Liberó sus poderes, arrasando todo a su paso.
Terminaría con la guerra por Seraphine.

Laura R. Rodríguez, nacida en Alicante en mayo del 1994, ha dedicado casi toda su vida al cuidado de personas con autismo y diversidad funcional. Siempre ha amado escribir, imaginar nuevos y fascinantes mundos para plasmarlos en papel. Forma parte de las antologías: «7 Pecados», «Els Petits Valents» y «T.errores II»; además, tiene un relato publicado en la revista «Droids & Druids Criaturas II». |