Story Cubes 11: Sorpresa en el infierno

Vemos un lago lleno de plantas, es inmenso. Le he añadido un filtro rojo que hace que parezca un lago del infierno. En primer plano hay unas plantas altas que emergen del agua. El relato se titula: Sorpresa en el infierno.
Sorpresa en el infierno. Imagen libre de licencia: Pexels.
Sorpresa en el infierno es un relato de fantasía cómica perteneciente a «Story Cubes», una sección dentro de «Ejercicios de escritura». En esta sección haré uso de los dados Story Cubes para componer una historia improvisada.


cenefa2

Resultado de la tirada de los Story Cubes:

En la foto hay cuatro dados, dos arriba y dos abajo. En el primer dado superior aparece un tiburón, en el siguiente un tridente, en el siguiente una llama de fuego y en el último una fuente decorativa de las que lanzan chorros hacia arriba y luego caen en forma de palmera.
Resultado al lanzar los dados Story Cubes.

Numeración de los dados en el texto:

La misma foto que la anterior, la de los dados, solo que esta vez les he añadido un número para identificarlos en el texto. El tiburón es el número uno, el tridente es el número dos, la llama es el número tres y la fuente el número cuatro.
Posición de los dados en el texto.


cenefa2

EN EL ambiente sonaba una canción francesa que Sul conocía bien pero que no terminaba de situar. Le recordaba a una película que vio hacía mucho tiempo, no conseguía recordar el título de la canción o el de la peli y sabía que, si no se le iluminaba la bombilla, se pasaría la eternidad devanándose los sesos. Porque debes saber que Sul, en estos momentos, estaba muerta y, por lo que estaba viendo, la suerte no se había aliado con ella: había acabado en el infierno.
      ♫ Vois sur ton chemin gamins oubliés égarés donne leur la main pour les mener vers d’autres lendemains. ♫
      A su derecha había una enorme fuente4 que lanzaba chorros que caían como palmeras rojas. Más tarde —no demasiado tarde, aunque en el infierno el no demasiado puede equivaler perfectamente a unos mil años— descubriría que lo que brotaba de la fuente no era agua, era en realidad zumo de fresa.
      ♫ Sens au coeur de la nuit l’onde d’espoir ardeur de la vie sentier de gloire. ♫
      El zumo de la fuente caía en un lago inmenso en cuya superficie despuntaban las aletas dorsales de varias decenas de tiburones1 que de vez en cuando sacaban la cabeza para decir: «¡Esto del zumo de fresa es un invento! ¡Y menos mal que le han echado sal!». Sul empezó a caminar bordeando el lago, siguiendo un camino de baldosas rojas.
      —¿Quién eres, hija? —preguntó una voz grave y potente que resonó como aliada con el eco reinante.
      Sul se fijó entonces en un trono enorme, rodeado de antorchas encendidas con un fuego3 verde. Sentado en el trono había un hombre gigante, vestido con túnica blanca y unas zapatillas que parecían conejos de peluche a los que el coloso metía los pies por el lomo. Sul alzó la vista, siguiendo el poderoso pecho de aquel hombre y se encontró con una barba blanca muy larga, una nariz afilada embadurnada con crema y unas gafas de sol. Tenía el pelo largo, blanco, cayendo salvaje por los hombros de la túnica. En la mano izquierda sacudía un abanico muy cerca de la cara y, con la izquierda, sujetaba un tridente2 enorme cuyo palo se posaba en el suelo.
      ♫ Bonheurs enfantins trop vite oubliés effacés une lumière dorée brille sans fin tout au bout du chemin. ♫
      —Habla, hija.
      —Mi nombre es Sul y diría que estoy muerta.
      —Dirías bien. Si estás aquí solo hay esa posibilidad o que seas repartidora de Amazon.
      —¿Esto es el infierno?
      —Claro, ¿no ves el fuego?, ¿no percibes el olor a azufre?
      —No he olido mucho azufre en mi vida como para identificar su olor.
      Hubo un silencio, solo roto por la canción que repetía su estribillo. Sul aprovechó para observar al gigante detenidamente.
      —¿Por qué me observas detenidamente? —preguntó incómodo el barbudo.
      —Perdona, es que… no sé… me imaginaba a Lucifer de otra forma. Con todas las historias de los cuernos, las alas de murciélagos y el bigote que le copió a Hitler…
      —¡Oh! Ya veo, claro, claro. Perdona, qué tonto soy. No, yo no soy Lucifer, soy Dios.
      Sul arqueó una ceja, justo como acabas de hacer tú al leer esa línea.
      —Dios…
      —Dios. El Todopoderoso, padre de todos, bla, bla, bla.
      —¿Qué haces aquí? No entiendo nada.
      —Pues verás, estoy grabando un programa para OtroMundo TV. Se llama Tú al Cielo y yo al Infierno, tiene mucho éxito y, si todo sale bien, firmaremos un contrato con Netflix para un documental. —Dios cruzó los dedos—. Durante una semana mi hijo y yo nos hemos intercambiado los puestos. Él maneja el cotarro allá arriba y yo aquí.
      —Qué curioso.
      —¿Tú crees? La verdad es que me encontré esto hecho un desastre. ¿Ves ese lago de ahí? En vez de zumo de fresa había sangre. Yo lo cambié. Me pareció de muy mal gusto. Mi hijo siempre ha sido un poco… especial con la decoración. Antes de desterrarlo aquí al Infierno, tenía su dormitorio lleno de imágenes grotescas: dinosaurios agonizando, Adán y Eva montándoselo con un ornitorrinco y un poster firmado por Leticia Sabater. Si te soy sincero nada de lo que he visto aquí me ha sorprendido.
      Sul miró a su alrededor.
      —¿Por qué miras a tu alrededor? —preguntó Dios.
      —Estoy buscando las cámaras.
      —Ah, no, ahora no estamos grabando. El equipo ha ido a hacerle una entrevista a un dictador español, se han llevado unos globos de helio e iban gritando: «¡Veréis qué cachondeo!». ¿Qué puedo hacer por ti, hija?
      —Pues… en realidad esperaba que me lo dijeras tú. Bueno… no tú, porque no te esperaba a ti, ¿a usted?, ¿a vos?
      —Puedes hablarme de tú.
      —Vale. Pues eso, que no te esperaba a ti, esperaba a tu hijo, pero vamos, que yo no sé qué puedes hacer por mí.
      —Puedo hacerte un smoothie de fresa.
      —Te gusta mucho la fresa, ¿no?
      —No especialmente, siempre me ha gustado más la manzana. Mi hijo tenía un almacén lleno de fresas y he tenido que aprovecharlas o se acabarían echando a perder.
      —Eso es muy de padre.
      —Soy muy padre y mucho padre.
      —Eso es muy de presidente del gobierno.
      —Calla, calla. Pues veamos… has venido directamente al infierno. ¿Es la primera vez que mueres?
      —¿No suele ser siempre así?
      —Bueno, si te llamas Lázaro la cosa cambia…
      —Ah, claro.
      —Entiendo entonces que es la primera vez que mueres. ¿Por qué estás aquí?
      —Ni idea, la verdad.
      —Veamos… ¿has amado a Dios, es decir, a mí, por encima de todas las cosas?
      —No especialmente, no.
      —¿Has tomado el nombre de Dios, es decir, yo, en vano alguna vez?
      —¿Cuenta lo de «¡Me cago en Dios!» cuando te das un golpe en el dedo gordo del pie contra la mesilla de noche?
      —Cuenta, aunque yo también me cago en mí cuando me pasa eso.
      —Pues sí, lo he tomado.
      —Ya veo… ¿Has santificado las fiestas?
      —Soy muy fiestera, eso sí. Me corro unas juergas que alucinas.
      —No es exactamente eso, pero ok. Siguiente… ¿has honrado a tu padre y a tu madre?
      —¡Eso sí! Mi aita y mi ama son lo más.
      —Bien, bien. ¿Has matado?
      —¿Cuentan los malos en los videojuegos?
      —No, obviamente no.
      —¿Insectos?
      —Sí, matar a un insecto es matar. Yo creé a todes las criatures y no quiero que os matéis entre vosotres. ¿Has cometido actos impuros?
      —Ya te digo yo que sí… creo que es lo que más he hecho. Me gusta más un acto impuro que a MacGyver una ferretería.
      —No te preocupes, de este no se libran ni los curas. ¿Has robado?
      —Sí, alguna vez. Una vez le robé el Satisfyer a mi prima Cashin.
      —Entiendo…
      —¿Faltan muchas preguntas?
      —¿Tienes prisa?
      —Touché.
      —Faltan tres mandamientos, porque el noveno es el de No consentirás pensamientos ni deseos impuros y ya has dejado claro que lo tuyo es la impureza. Así bien… ah, no, espera, en realidad queda uno, porque el décimo es el de No codiciarás los bienes ajenos y ya has dicho que le robaste el Satisfyer a tu prima… ¿Has dado falso testimonio o has mentido alguna vez?
      —Hombre… tengo treinta y cinco años, claro que he levantado falso testimonio y he mentido. ¿Y tú? ¿Qué me dices de eso de si te masturbas te quedarás ciego?
      —Jamás he dicho algo parecido.
      —¿Ah, no?
      —Masturbarse es natural.
      —Ah… pues fallo mío. ¿Entonces qué hago?
      —Pues has violado nueve de los diez mandamientos, así que no creo que pueda hacer nada por ti. Creo que arderás en las llamas del infierno.
      —Me parece bien, creo que me lo puedo pasar bomba aquí, dándole collejas a los dictadores y a los negacionistas. Oye, Dios, ya que te tengo delante, ¿puedo preguntarte algo?
      —Claro, hija.
      —¿Tú qué opinas de las personas LGTBI?
      —¿Qué tengo que opinar?
      —No sé, por ahí arriba los que hablan por ti dicen que es pecado y que las personas LGTBI irán al infierno.
      —Bueno… eso depende, si las personas LGTBI que mueran se han pasado por el forro los mandamientos como tú, irán al infierno. Los que dicen que hablan por mí lo hacen en la misma medida que lo hace un dragón de Comodo. Los humanos levantan edificios para los dioses desde que el mundo es mundo, pero eso no significa que los dioses estemos ahí dentro. ¿Tú creías en mí antes de encontrarte conmigo?
      —No…
      —¿Por qué?
      —No me gustan las cosas que he oído de ti.
      —Es decir que como unos tipos con sotana me han pintado como un homófobo, una suerte de monstruo, me tachaste de eso. No te preocupes, hija, no es una acusación. Quiero a todos mis hijos y su futuro depende de sus actos y solo de sus actos. Que amen o no amen a quienes quieran. Y ahora… ¿quieres o no el smoothie de fresa?
      —¿Está fresquito?
      —Claro que no, esto es el infierno, no hay un cubito de hielo en miles de kilómetros a la redonda.
      —Bueno, da igual, a ver ese smoothie.
      Dios chasqueó los dedos y apareció un pequeño diablo que parecía una mezcla entre balón de fútbol americano y una castaña asada. Cargaba un vaso de tubo, se acercó al lago, sumergió el vaso y luego se acercó a Sul de forma sumisa, ofreciéndole la bebida que burbujeaba y estaba llena de escamas de tiburón.
      Sul miró a Dios con la ceja arqueada, miró el vaso y se encogió de hombros. Dio un trago al brebaje y se relamió. Estaba sorprendentemente bueno, la sal que habían añadido para que los tiburones no murieran realzaba el sabor de la fresa y las escamas, aunque molestas, le aportaban ese algo especial que todo el mundo quiere, aunque no lo sepa, en un smoothie de fresa.





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