

EL CIELO nublado amenazaba con descargar una cortina de lluvia sobre la anciana concentrada en el jarrón de arcilla que giraba sobre el torno. Frente a ella dos mujeres trajeadas, con gafas de sol y pistolas en la cadera le enseñaban su documentación. La anciana no levantó la vista, sabía quiénes eran, no eran las primeras en acudir a ella, siguió prestándole atención al barro, presionando delicadamente para darle forma, intentando que aquellas dos extranjeras no le distrajeran y su jarrón se convirtiera en ese cenicero que tu hije te regala y que cuando lo miras debes esperar a que elle te diga qué es para no meter la pata al decir: «¡Qué tortuga tan bonita, cariño!».
—Somos las agentes Gan y Bach, queremos hacerle unas preguntas, señora…
—Clei —dijo la anciana—. Pregunten lo que quieran, pero la respuesta no les gustará.
—Nos arriesgaremos, señora Clei.
—Como quieran.
—¿Conoce a esta persona?
La agente Gan sacó una fotografía del interior de su americana y se la mostró a la mujer. En la foto se veía una chica joven, negra, con las sienes afeitadas y el pelo peinado en una cresta muy rizada.
—Sí —respondió la señora Clei sin apartar la mirada del jarrón.
—¿Podría mirar la foto antes de responder, señora Clei?
—Ya lo hice, las otras diez veces que me la han enseñado, agente. La primera vez fue el ejército, la segunda unos mafiosos, la tercera una novia despechada, la cuarta…
—Vale, entendido. ¿De qué la conoce, señora Clei?
—Vino a hacerme un encargo.
—Un encargo…
—Un encargo.
—¿Qué clase de encargo?
—La clase de encargo que suelo rechazar. Me pidió un gólem de arcilla.
—Un gólem…
—¿Es una nueva técnica de interrogatorio del FBI eso de repetir lo que dice la otra?
—Esto no es un interrogatorio, señora Clei. Solo seguimos un rastro de migas de pan, como Hansel y Gretel.
—Hansel y Gretel no siguieron ningún rastro, agente, asesinaron a una mujer porque creyeron que era una bruja. No se crea todo lo que escribieron Wilhem y Jacob Grimm.
—¿Por qué esta persona quería que usted le hiciera un gólem?
—Para atentar contra la presidenta de los Estados Unidos.
—Entiendo… y rechazó el encargo porque los gólems no existen, ¿no?
—Si usted lo dice…
La agente Gan miró a la agente Bach, que parecía no tener intención de intervenir.
—Señora Clei, ¿si le pregunto algo será sincera conmigo?
—Ya lo estoy siendo.
—Bien… ¿cree usted que los gólems existen?
—Sé que existen y sé que yo creé muchos. Antes hacía ese tipo de trabajos. Arcilla y un sello mágico hacen maravillas. ¿Cómo llaman ahora a los que venden armas en la guerra? Los que trafican con ellas, quiero decir.
—Señores de la guerra.
—Pues podría decirse que eso era yo, una señora de la guerra mágica. Pero me harté de esa vida.
—¿Pasó de hacer gólems a jarrones?
—Es el mismo principio: arcilla, un sello mágico, y las flores que ponga en este jarrón no se marchitarán nunca. Aunque hay gente que los usa de formas muy curiosas. Un día me contaron que un adolescente, por uno de esos retos de Internet, se cortó la chorra y su madre, que por suerte era algo más inteligente que su hijo, la metió en uno de mis jarrones y se llevó al crío al hospital. Cuando llegaron el pene estaba intacto, más eficaz que meterlo en hielo. Desconozco si le pudieron volver a coser la polla, pero bueno, la historia me pareció divertida. Supongo que lo que realmente he hecho ha sido pasar de hacer gólems para matar gente a hacer jarrones para preservar la vida. No intento redimirme, no se equivoque, cuando muera iré al infierno y me enfrentaré a todas esas brujas y magos que murieron por mi culpa. Ahora lo llaman karma en mi época lo llamábamos justicia divina.
—Ok…, ¿qué pasó cuando se negó a hacerle el gólem?
—No hable con cursivas, agente, es como si dibujara comillas con los dedos, suena a que se está burlando de mí, y no me gusta que se burlen de mí.
—Disculpe, señora Clei, no pretendía ofenderla. ¿Qué pasó cuando rechazó el encargo? ¿Cómo reaccionó ella?
—Como reacciona la gente de hoy día cuando alguien le dice que no: se enfadó, rompió alguno de mis jarrones y me insultó.
—¿Y usted qué hizo?
—Hice que se fuera.
—Hizo que se fuera…
—Exacto. Puedo ser muy persuasiva cuando alguien me molesta.
—Claro… no lo dudo. Disculpe, señora Clei, ¿pero en serio pretende que nos creamos toda esa historia?
—Alguien dijo: «Soy responsable de lo que digo, no de lo que tú entiendas» o en este caso “creas”. Pueden creer lo que consideren necesario. Yo no hablo para que los demás me crean, solo hablo. Ustedes preguntan, yo respondo. ¿Ustedes no me creen? A mí me suda el coño.
—No debería sudarle el coño, señora Clei, porque si sospechamos que está usted ocultándole información al FBI podría tener problemas. No quiere tener problemas con el FBI, ¿verdad, señora Clei?
—Me vuelve a sudar el coño, agente Gan.
—Siento oír eso. Se viene con nosotras.
La anciana no se levantó, simplemente miró a la agente Gan, con una sonrisa cansada, y suspiró. Luego miró a su compañaera, y sus ojos rasgados con arrugas en la comisura, pasaron de un bonito color castaño a un amarillo luminoso. Los de la agente Bach, verdes, sufrieron la misma metamorfosis. La agente sacó el arma a una velocidad sorprendente, se giró hacia su la agente Gan y le apuntó a la cabeza.
—¡¿Qué coño haces, Bach?! ¡Baja ese arma!
—No le escucha, agente Gan —dijo la señora Clei tranquilamente—, solo me obedece a mí. No me gusta que vengan a mi casa a molestarme, mucho menos a amenazarme. ¿Sabe cómo convencí a esa niñata para que se fuera? Le hice coger todos los jarrones que había roto y tragarse los trozos uno a uno. Vomitó y en el vómito había mucha sangre. En ese momento la liberé del embrujo, el mismo bajo el que está su compañera ahora mismo. Es un embrujo sencillo, nada destacable, pero muy útil. Desconozco dónde está esa cría ahora, se fue en esa dirección así que seguramente la encontrarán por allí, muerta. ¿La causa? Creo que lo llaman hemorragia interna. Ahora dígame una cosa, agente Gan. ¿Sigue pensando que tengo que ir con ustedes dos? —La agente Gan negó con la cabeza, sudando y llorando—. Bien. Siguiente pregunta. ¿Van a irse ustedes dos por donde han venido o tengo que hacer que su amiga apriete el gatillo?
—No-no-nos i-ire… iremos.
—¡Bien! Dos respuestas correctas. La última: ¿quieren ustedes comprarme un jarrón? Se los dejo a precio de amigas. ■