

AHÍ ESTÁIS, como borregues, alzando las copas en un brindis que dentro de unos días no recordaréis, con un grupo de personas a las que el resto del año no soportáis. Así sois les humanes. Os ciegan las tradiciones y se os escapan los pequeños detalles, no os fijáis en ellos o, simplemente, creéis que son como los haters enamorados de las nuevas películas de Star Wars: mitológicos.
Los pequeños detalles existen y pueden salvar vidas.
Celebrad el fin de este año, reíd y haced una lista mental de vuestros propósitos, creed que esta vez, por fin, vais a poder empezar de cero. Creedlo con toda la fuerza que podáis, porque eso es lo que más me alimenta. Hacedlo de la mejor forma que sabéis: ciegamente y obviando cualquier otra cosa. Tan ciegamente que descuidáis ese cuchillo irresponsablemente olvidado cerca de vuestro sobrino de seis años. Tan ciegamente que no podéis daros cuenta de que la abuela, sentada en un rincón del salón, se lleva las manos a la garganta y boquea intentando llamar vuestra atención para que la salvéis, tan ciegamente que no os paráis a pensar en que esos pasos que escucháis en el piso de arriba desde hace un rato son demasiado violentos y pesados como para pertenecer a la pareja de jubilados delgaduchos que siempre os saluda en el ascensor. Ignorad los pasos y los ruidos provocados por el forcejeo de los dos ancianos que intentan evitar que los enmascarados se lleven sus pertenencias. Solo pensad en empezar de cero, porque esos descuidos me mantienen ocupada y me alimentan. Hacedlo para que otro 31 de diciembre más, como cada año, me ponga las botas.
Soy esa a la que todes teméis y, curiosamente, todes ignoráis, a la que todes llamáis constantemente y desafiáis en un juego en el que, francamente, tenéis mucho más que perder vosotres que yo.
Soy la Muerte. ■
