
Noche y sangre es un relato de fantasía cómica perteneciente a «Primeras palabras», una subsección dentro de «Juegocuentos», en ella escribiré un relato que tendrá que empezar por la frase que una seguidora o seguidor de mi cuenta de Twitter me propondrá.

• LA FRASE A AÑADIR ES:
Cerró la puerta, sin mirar atrás, con el pulso acelerado y los ojos vidriosos.
— Annabel Navarro 📝 (@annabelnac) November 18, 2020

CERRÓ LA puerta, sin mirar atrás, con el pulso acelerado y los ojos vidriosos. Acababa de convertirse en lo que más odiaba, por encima incluso de los comerciales de telefonía que llaman a la hora de la siesta para ofrecerte esa oferta que ya has rechazado doscientas veces, se había convertido en una vampira. Con los colmillos, la alergia al sol, la intolerancia al ajo y el desreflejo que eso conlleva.
Vampira, a los treinta años, en la flor de la vida.
Desde ese momento y hasta que se muriera tendría que tener cuidado con las astillas, con los palillos de dientes y con el alioli. También con los cazadores de vampiros, pero no creía que fueran a ser peores que el típico pesado que te persigue en la discoteca. Estaba acostumbrada a que los hombres la vieran como una presa a la que cazar y había desarrollado una habilidad especial para patearles las pelotas y dejarlos tirados en el suelo, bizqueando y gimoteando. Le preocupaba mucho más todo lo demás. Lo que a cualquier otra persona le parecerían preocupaciones frívolas, a ella le suponían un mundo: ¿iba a envejecer?, ¿vería morir a sus seres queridos?, ¿se quedarían a su lado hasta entonces?, ¿cómo iba a justificar su perpetua apariencia juvenil? ¿Operaciones?, ¿buena alimentación y ejercicio? ¿o mejor ser sincera? «No, verás, hay una razón por la que tú pareces una uva pasa y yo sigo con la piel tersa: hace sesenta años me mordió un vampiro y así me he quedado». Le resultaba ridículo. Nadie le creería, pero ¡tenían que creerle! ¿Qué otra cosa explicaría aquello? ¿Un pacto con el demonio? ¿Qué sería más fácil de creer?
Caminó bajo la luna y se dio cuenta de que no podría volver a ver el sol. «Mierda», pensó, «con lo que me gusta una playa en agosto». No era lo mismo tomar el sol que tomar la luna, lo primero sonaba a vacaciones, lo segundo a poeta hasta arriba de LSD.
¿Y lo de beber sangre? Se imaginaba con un vaso de tubo lleno de ella, con una sombrilla de papel, un tronco de ápio y una pajita, «Es un Bloody Mary» diría para despistar a la gente. ¿La morcilla estaba considerada sangre sólida? ¿Un bocadillo de morcilla de Burgos le ayudaría a sobrellevar aquel marrón en el que se había visto? ¿Las vampiras engordaban? Su cerebro no dejaba de funcionar y se imaginó enorme, sentada en su ataúd —porque tenía que ir olvidándose de las camas mullidas—, comiéndose el enésimo bocadillo de morcilla del día, con el aliento cantándole por bulerías y sabiendo que nadie se querría acercar a ella. «¿Qué más da que se me acerquen o no? Seguramente mataría a cualquiera que tuviera cerca».
Supuso, desde su ignorancia, que a partir de aquel momento solo se juntaría con vampiros. Serían los únicos con los que tendría temas de conversación, como cuando un amigo tiene un hijo y poco a poco va dejando de quedar contigo porque prefiere juntarse con otros padres para hablar de sus churumbeles. En eso se había convertido ella y ya no había marcha atrás. Podía seguir viviendo, dejarse matar o suicidarse comiendo pollo al ajillo. A eso se había reducido todo. Putos vampiros. ■