Microficción 202: El hombre sombra

Vemos la silueta de una persona frente a una niebla muy espesa, puede que sea humo. Está oscuro y la bruma está iluminada. El título de la imagen es: El hombre sombra.
El hombre sombra. Imagen libre de licencia: Pexels.
El hombre sombra es un relato de terror cómico perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

cenefa2

HACÍA UNA hora que Elva se había sentado en el pupitre del aula de castigo. A su derecha, dos mesas más allá, había un chico dibujando con la punta de una navaja en la mesa. No sabía qué narices hacía aquel chico allí, pero a decir verdad le importaba una mierda. Ella estaba castigada y solo porque le había roto la nariz a una chica dos cursos mayor que ella. Lo había hecho, no pensaba negarlo, ¿volvería a hacerlo? Si le hubieran dado día y hora se habría presentado allí lista para la acción. Lo único que cambiaría sería el hecho de que el profesor de educación física la viera atizarle en los morros a Gunda. Se merecía el puñetazo y si dárselo significaba cumplir con el castigo, lo haría encantada.
      —¡Pss!
      Elva se giró hacia el sonido. El chico de la navaja se inclinaba en su dirección y seguía haciendo ruido para llamar su atención. Ella miró instintivamente al profesor de educación física. No quería que le añadieran dos horas más por culpa de ese capullo. No había peligro, el profesor roncaba tanto que parecía haberse tragado un aserradero en su hora más productiva. Tenía los pies sobre la mesa, uno encima del otro, y en su estómago descansaba una revista erótica, con un hombre musculoso y vestido únicamente con slips blancos en la portada. En el suelo, abierto por la mitad, estaba el libro que había usado para ocultar la revista antes de quedarse dormido.
      —¡Pss!
      —¿Qué quieres? —dijo Elva con una voz a medio camino del susurro y el grito.
      —¿A ti por qué te han trincado?
      Elva enarcó las cejas. Aquel chaval había visto demasiadas películas de presidiarios.
      —Le he roto la nariz a Gunda.
      —¡No jodas! —exclamó él y en seguida se tapó la boca con ambas manos. Miró al profesor con los ojos muy abiertos, pero éste seguía roncando como si el jefe del aserradero les hubiera dicho a sus empleados que si no se daban un poco de vida ese año no habría cesta de Navidad.
      Elva, por su parte, se llevó el dedo índice a los labios para ordenar a su compañero que se callara.
      El chico se levantó de su silla y se acercó a Elva, vigilando en cada paso al profesor. Parecía que cualquier baldosa del suelo pudiera accionar una trampa que hiciera que el hombre se le viniera encima.
      —¿Zurraste a Gunda? —dijo sentándose en el pupitre contiguo al de Elva.
      —Sí —dijo ella sin susurrar al ver que no había nada en el mundo capaz de despertar al profesor.
      Su voz era aún un poco grave por culpa de la pubertad, pero según avanzaban sus sesiones con el logopeda iba consiguiendo una voz más femenina. Algún día se sometería a la cirugía laríngea, como ya lo había hecho con la cirugía de cambio de sexo.
      —Bien hecho. Aunque no tengo ni idea de quién es esa Gunda.
      —¿Tú qué haces aquí? No te había visto nunca.
      —Es mi primer día. Me llamo Albin. Me pillaron cuando iba a escaparme. Tenéis unos muros muy altos en este colegio, debe ser para que no se los salte ni Dios. ¿Lo pillas?
      —¿Intentas escaparte en tu primer día en la escuela? —dijo Elva ignorando el chiste de Albin.
      —Me gustan las emociones fuertes. ¿Cómo te llamas?
      —Me llamo Elva.
      —¿Conoces la historia del Hombre Sombra? Por eso quería largarme de aquí. Mi viejo me obliga a venir, pero no es necesario que me quede. Este sitio me pone la piel de gallina.
      —¿El Hombre Sombra? No la he escuchado en mi vida.
      —Dicen que este colegio está construido justo donde antiguamente había un…
      —No me lo digas. Un cementerio indio.
      —No… un Starbucks.
      La decepción en la cara de Elva fue más que evidente.
      —La cosa es que antes del Starbucks había una casa y, en esa casa, querida Elva, murieron más de cincuenta personas en distintas épocas.
      —Parece una película cutre de terror.
      —Lo parece. Pero ahí no acaba la cosa. Por lo visto todas esas personas han muerto asesinadas por el Hombre Sombra. Leí que en este colegio también ha habido muertes que coinciden con los asesinatos de la antigua casa.
      —¿Y en el Starbucks?
      —Nada. ¿Quién va a matar a nadie en un Starbucks? Vas, te tomas un café y luego te vas a casa. No, no. En una casa o en un colegio es distinto porque pasas mucho rato dentro.
      —Hay gente que se lleva el ordenador al Starbucks y se tira ahí horas.
      —No es lo mismo.
      —Y repite día tras día.
      —Ya, pero no es lo mismo.
      —Mi tío iba mucho a una cafetería y estaba horas con un café.
      —Eso está bien, pero no es lo mismo. ¿Qué te parece lo del Hombre Sombra?
      —Una tontería como una casa. ¿Y tú cómo sabes todo eso?
      —Cada vez que mi padre y yo nos mudamos investigo el sitio al que vamos. Me gusta ir preparado. Hemos vivido en la ciudad de la Niña de la Curva.
      —¿La has visto?
      —Solo la ven los conductores, yo no tengo coche.
      —Tiene sentido.
      —También he vivido en un sitio donde habían vampiros que brillaban al entrar en contacto con la luz solar.
      —Seguro que no eran vampiros. Puede que fueran gogós de discoteca embadurnados de purpurina. Mi tío iba mucho a una discoteca en la que habían gogós de estos. Él lo negaba, porque estaba casado y esas cosas, pero la purpurina lo delataba.
      —Tu tío iba a muchos sitios, ¿no?
      —Le gustaba apoyar a los negocios de la zona. Bueno, ¿qué pasa con el Hombre Sombra ese?
      —Pues nada, que mata cuando el reloj marca las doce de la noche.
      —¿Por qué las leyendas siempre ocurren cuando el reloj marca las doce? ¿No pueden ocurrir a una hora más normal? Por otro lado pobre Hombre Sombra, ¿no? Quiero decir… cuando esto era una casa era fácil matar a la gente a las doce de la noche. Vas a su cama y te lías a cuchillazos. ¿Pero en un colegio? ¿Cómo narices matas en un colegio a las doce de la noche?
      —Lo que yo he leído es que unos chavales se colaron por la noche en el colegio para echarse unas risas. Al día siguiente el conserje se los encontró esparcidos en el suelo. Literalmente. El Hombre Sombra te mata, te desmiembra y te deja por ahí tirado como si fueras migas para las palomas del parque. Eso fue en 1995.
      —Nunca entenderé eso de colarse en el colegio por las noches. ¿No tienes suficiente con estar aquí durante el día?
      El profesor dio un ronquido más fuerte que el resto. Albin levantó el culo de la silla para volver a su sitio, pero se quedó quieto, viendo como el profesor solo tragaba un poco de saliva y seguía durmiendo.
      —No sé. La cosa es que este sitio me da muy mal rollo y no me seduce mucho la idea de quedarme aquí.
      —¿Qué más da? Mientras no estés aquí a las doce de la noche…
      —¿Tú te tumbarías en una cama en la que sabes que alguien ha estado follando?
      —No…
      —¿Qué más da? Mientras no te tumbes mientras están follando…
      —Vale, vale, lo pillo.
      Elva se quedó callada, pensando en toda aquella historia del Hombre Sombra. Nunca había escuchado esa leyenda y le parecía absurda. Demasiado absurda para no comprobar si era cierta.
      —Tengo una idea, Albin.
      Albin miró a Elva y la expresión de la chica daba a entender que la idea podía ser cualquier cosa menos buena. Lo que Albin no sabía era que iba a lamentar mucho haberse acercado a Elva en esa aula de castigo. Podría haber seguido dibujando penes en la mesa con la punta de la navaja, pero había elegido levantarse y acercarse a la chica.

¿FIN?


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2 comentarios en “Microficción 202: El hombre sombra

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