Microficción 201: La reunión

Exterior, noche. Vemos desde fuera un local, es una cafetería, el nombre del negocio está escrito en neones iluminados de rojo. El local se llama "Killer Coffee". El título de este relato es: La reunión.
La reunión. Imagen libre de licencia: Pexels.
La reunión es un relato de ciencia ficción cómica perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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ASTEROIDE PRATCHETT. 25 DE SEPTIEMBRE DE 3020


LAS PUERTAS automáticas de la cafetería Killer se abrieron y dejaron entrar el aire artificial de la bóveda que cubría el hemisferio sur del asteroide. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el de los cadáveres que una mujer grande, de piel verde llena de ventosas carnosas como las de un pulpo, amontonaba en una carretilla cerca de una compuerta sobre la que ponía «Desperdicios». La tipa vestía una camiseta de tirantes blanca llena de manchas de grasa, sangre y posos de café pegados y resecos, la prenda se ajustaba en una barriga abultada pero dura y a unos pechos grandes. Llevaba un mandil negro que no por ser más oscuro disimulaba mejor la mugre. Los brazos gruesos se tensaban con cada cuerpo que levantaban. Cerca de ella, sentados en taburetes dispuestos a lo largo de una barra de cobre encharcada de distintos fluidos entre los que se encontraba el café, el té verde, el té rojo, el té negro, el té blanco, el té con sangre, el té con orina, el té con vómitos y el té con algún órgano vital encima, había toda suerte de tipos aún más extraños que la mujer de los cadáveres. Uno de ellos, el que estaba sentado más al borde, miraba embobado lo que hacía la del mandil.
      —¿Cuándo me vas a servir el café y el croissant, Sanu.
      La del mandil lanzó el cadáver de alguien muy alto con la piel plateada, muy brillante, con la particularidad de que le faltaba la cabeza, se giró, suspiró y miró al que le había hablado. Tenía la piel dorada, parecía el opuesto al cadáver recién amontonado, cuatro ojos dispuestos como los de la cuarta cara de un dado y vestía un traje espacial que parecía de neopreno.
      —Cuando termine de esto, Estlan. Hoy la gente está muy activa. Mira todo esto —dijo señalando la montaña de cuerpos—, y solo son las diez. Encima mi hija hoy no puede venir a ayudarme porque tiene un examen importante de Invasión.
      —Yo lo entiendo, Sanu, pero tengo que irme a trabajar.
      Sanu resopló, se limpió las manos llenas de sudor y sangre en el mandil y la camiseta, y se acercó a una cafetera marca Glokta.
      —De verdad, Estlan, no sé qué está pasando esta semana.
      —¿A qué te refieres?
      Sanu cargó la cafetera y apretó un botón que hizo que la máquina ronroneara, colocó una taza de porcelana con el logotipo de la marca Glokta impreso y dejó que un chorro de café cayera dentro.
      —Ayer mismo hubo nada menos que cuarenta y cinco asesinatos y medio.
      —¿Y medio?
      —Sí, uno de ellos fue apuñalado pero se ve que se lo tomó muy mal, se abalanzó sobre su atacante y se clavó el cuchillo en la nuez. Técnicamente no fue un asesinato del todo. No sabemos si habría sobrevivido a la puñalada, pero lo de la nuez resultó ser irreversible.
      —Vaya faena.
      —Total que eso fue ayer, anteayer fueron veinticuatro asesinatos y así un día tras otro. ¿La leche caliente? —Estlan asintió. Sanu echó leche en una jarrita de aluminio, metió un pitorro que sobresalía de la cafetera, giró una rueda y el vapor empezó a aullar y a gorgotear en la leche—. Hoy he perdido la cuenta. La gente se está volviendo loca.
      —Abriste una cafetería para asesinos y lo hiciste en un asteroide comercial. Es normal que hayan estos incidentes, ¿no? Yo mismo maté a veinte personas el fin de semana pasado. Tú no debes andar muy lejos de esa cifra, todos conocemos tu pasado, Sanu.
      —Si no se trata de eso. Está claro que abrí esta cafetería pensando en las necesidades de los asesinos de todo el universo. Y no me quejaré de que venga tanta gente, Cthulhu me libre. Pero te digo que en mis tiempos la gente mataba con más cabeza. Se estudiaba a la víctima y luego ¡zas!, cadáver que te crió. Pero esto es un no parar, se mata sin sentido y sin sensibilidad. ¿Me has mirado mal?, cuello abierto. ¿Me has mirado bien?, tiro entre ceja y ceja. Te digo yo que no son formas, Estlan. Has dicho croissant, ¿verdad?
      Sanu le sirvió un croissant a Estlan en un platito blanco y se lo colocó delante, junto al café. El trozo de barra que le había tocado a Estlan no estaba mojada, pero solo porque todos los fluidos se habían secado y convertido en una costra de suciedad y restos de gente.
      —Gracias.
      —De nada. Voy a seguir amontonando los cadáveres. Mira ese —dijo Sanu señalando a un tipo sentado junto a Estlan. Estaba vencido hacia delante, sobre la barra, y de su espalda brotaba un palo de billar—. Y ni siquiera tenemos billar, Estlan. Alguien ha venido con un taco y se lo ha clavado a ese pobre desgraciado. No le ha dado tiempo de pedirme.
      —Aunque te hubiera pedido habrías tardado una hora en servirle —dijo Estlan riéndose.
      —Tú ríete lo que quieras, pero te digo yo que esto se está yendo de madre.
      —¿Y gué vaj a hajeg? —dijo Estlan con la boca llena de croissan empapado en café con leche.
      —Empiezo a pensarme seriamente si debería cerrar esto. No sé, creo que dormiría mejor por las noches si no contribuyera tanto a la matanza indiscriminada de gente.
      —Ejo ej una tonteguía. —Estlan tragó y siguió hablando—. Si tú cierras esto, alguien lo abrirá. Tienes un negocio jodidamente lucrativo, Sanu. ¿Cuántas ofertas de compra has recibido?
      —He perdido la cuenta. Algunas de ellas me venían con amenazas de muerte. Nunca me las he tomado en serio porque eran cartas anónimas (con letras recortadas de revistas) pero todas ellas firmadas.
      —¿Lo ves? Cierra esto y será cuestión de tiempo que alguien reabra el negocio y la rueda vuelva a girar. Das un servicio a la sociedad intergaláctica Sanu.
      —¿Qué servicio es ese?
      —En los últimos años ha bajado el número de asesinatos en los planetas vecinos. ¿No lo sabías?
      —No.
      —Pues así es. Has conseguido que nos matemos entre nosotros en vez de ir a matar a gente al azar. Te diría que quizá un día consigas que nos matemos hasta que no quede ni un asesino, si no fuera porque creo que eso es imposible, siempre va a haber tarados como nosotros en el universo. El caso es que si cierras esto pueden pasar dos cosas: 1) que alguien reabra y tu epifanía no sirva para nada o 2) que los asesinos no tengamos dónde ir a matar y decidamos que es hora de volver a los viejos hábitos.
      —Visto así…
      —Deberían darte el Nobel Universal de la Paz, Sanu.
      —Va, cállate —dijo ella sonrojada— y tómate el café, que decías que llegabas tarde al trabajo.
      Estlan le guiñó los dos ojos derechos y mojó el segundo cuerno del croissant en el café ahora templado.
      Sanu dio la vuelta a la barra, le desclavó el palo de billar al tipo junto a Estlan, lo cogió por las axilas y tiró de él. El cadáver pesaba, pero Sanu tenía fuerza de sobra para alzarlo y arrastrarlo de tal forma que lo único que tocaba el suelo eran sus talones. Lo lanzó al montón de cadáveres, pulsó un botón rojo junto a la puerta de «Desperdicios», volcó la carretilla como si no pesara nada a pesar de la cantidad de cuerpos que había en ella, y dejó que los muertos se deslizaran por el conducto.
      Fuera de la cafetería, más allá de la cúpula, una nave en la que viajaba una familia entera tuvo que esquivar el aluvión de cadáveres que salió despedido por un tubo largo que descendía del lateral de la cafetería y atravesaba la bóveda de cristal. Nada raro, ni siquiera se quejaron, todo el mundo sabía que cuando pasabas cerca de la cafetería Killer, tenías que reducir la velocidad si no querías que te cayera un cadáver en el parabrisas de cabina.



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