Microficción 200: A veces llueve

Fondo negro. Vemos a una mujer negra de mirada fuerte, labios carnosos y nariz ancha mirando a la cámara. La iluminación es oscura y tanto su pelo como el resto de su cuerpo se camuflan con el negro que la rodea. El título del relato es: A veces llueve.
A veces llueve. Imagen libre de licencia: Pexels.
A veces llueve es un relato de fantasía grimdark cómico perteneciente a la sección Microficciones, en ella publico historias de temática libre. Microficciones es la categoría principal de este blog.

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LA NOCHE de verano llegó para refrescar lo que había sido un día tórrido. Olga Dísima abrió los ojos después de lo que le pareció una eternidad y se encontró sola en medio de un bosque. De las ramas gruesas de los árboles colgaban cadáveres, con cuerdas alrededor del cuello. Eran como adornos de un árbol de Navidad que, por unas cosas u otras, nadie se ha dignado a retirar y guardar para el siguiente invierno. Olga estaba atada de pies y manos, con las muñecas a la espalda, tumbada en el suelo húmedo sobre su lado izquierdo. Por primera vez se fijó en unos pies posados en la hierba frente a ella, descalzos, de piel negra y fuertes. Los recorrió, desde las uñas largas hasta los tobillos abultados, siguió por las espinillas, llegó a las rodillas y se detuvo al ver que la piel, a partir de ahí perdía su textura suave, satinada y carnosa para endurecerse con escamas negras que brillaban bajo la luz de la luna.
    —Mírame —dijo la figura de pie con una voz que parecía el fuego crepitante de una hoguera.
    —No es necesario —respondió Olga Dísima—. El suelo no está nada mal, prefiero mirarlo hasta que me aprenda el nombre de cada brizna. A ti, por ejemplo —dijo dirigiéndose al suelo—, te voy a llamar Queco de apellido Ñomiras.
    —¡MÍRAME! —La voz se introdujo en el oído de Olga como si fuera una flecha lanzada por el cabrón que enseñó a disparar al padre del maestro del puto Robin Hood. La hirió y no precisamente los sentimientos. Un hilo de sangre le cayó de la oreja.
    Olga Dísima alzó la mirada justo donde la había bajado, en las rodillas de aquella mujer. Sus muslos parecían una armadura pulida, sus caderas anchas le daban forma de guitarra a su silueta, el vientre firme, pero no delgado, ni musculoso, no tenía ombligo. Tenía los pechos, grandes y firmes, cubiertos de forma conveniente por el pelo rizado y negro, como si el escritor de este relato no tuviera ganas de que le llamaran salido por describir unos pechos turgentes carentes de pezones. Tenía un cuello largo y fuerte, libre de escamas, como los pies y la mitad inferior de sus piernas, era de piel, como su cara ancha, de labios gruesos y mirada penetrante.
    —¿Sabes quién soy? —preguntó la mujer.
    —No… ¿debería?
    Olga Dísima intentó incorporarse, lo hizo de forma torpe y ridícula por no poder ayudarse con las manos. Se giró, flexionó las piernas, unidas por la cuerda a la altura de los tobillos, apoyó la frente en el suelo, lleno de ramitas y piedras que se le clavaban en la piel y, haciendo fuerza, se irguió.
    La otra mujer no habló hasta que Olga Dísima quedó de rodillas, mirándola a los ojos.
    —Mi nombre es Elba.
    —¿Elba? No me suena. ¿Cuál es tu apellido?
    —Lazo.
    —Lo siento, Elba Lazo, no sé quién coño eres.
    —¡SILENCIO!
    Los timpanos de Olga Dísima recibieron esta vez un flechazo del mismísimo Robin Hood después de enterarse de que Netflix había cancelado su serie favorita.
    —Me vas a reventar los oídos, Elba Lazo.
    —Estás aquí porque has sido elegida.
    —Elegida… Que yo sepa no me he presentado a ningún concurso, ni ningún casting. Bueno, de cría quería salir en la Banda del patio, pero porque no sabía que eran dibujos animados y que no existían…
    —¡HE DICHO QUE TE CALLES!
    —¡Me cago en tus mue… las! ¡Deja de gritar, hija de tu señora madre!
    —Has sido elegida por los astros. Te convertirás en mi vínculo en la Tierra y por fin podré hacerme con el control del mundo.
    —Mira, Elba Lon.
    —Elba Lazo.
    —Lo que sea. A mí todas esas chorradas de los astros, de que nos eligen y nos definen, de que nos hacen compatibles y todo eso, no me interesan.
    —No te burles de los dioses astros.
    —¡Qué va! Eh, yo soy muy respetuosa, tú puedes creer en tus dioses castos…
    —Astros.
    —Eso. Puedes creer en eso o puedes creer en que David el Gnomo es tu amigo. Por mí bien. Pero vas a perdonarme si no me uno a tu rollo, ¿vale? Ahora, si no te importa, necesitaría que me desates para poder irme a mi casa.
    —¿Has terminado? —preguntó Elba Lazo con un tono de voz que sonaba mucho más amenazador que la frase: «Te voy a dar una hostia que no va a haber palmero que toque lo que tú estás bailando».
    Olga Dísima percibió la amenaza y se calló. Iba a decir algo como: «Sí, señora», pero de repente sintió miedo de decir una sola palabra más.
    —Creo que me has confundido con tu amigo Diego Loso, ese que no protesta cuando le devuelves los libros manchados, subrayados y con las páginas dobladas.
    —¿Cómo conoces a Diego? ¡Espera! Lo de las páginas dobladas no es cosa mía.
    —O con Felipe Dazo, que hace la vista gorda cuando te comes el último pedazo de pizza.
    —¡Siempre le pregunto si lo quiere!
    —Has confundido esto con un debate, con una democracia. Como si realmente creyeras que tu vida sigue perteneciéndote. En el momento que has aparecido en este bosque, tu vida le pertenece a Elba Lazo.
    —¿Eres de esas que hablan en tercera persona?
    —¡QUE TE CALLES!
    El flechazo en el tímpano lo había disparado el increíble Hulk, que le había robado el arco a Robin Hood para echarse unas risas.
    —Cuando salgas de este bosque, tú y yo seremos una. Tu cuerpo y el mío se fusionarán. Tu piel se endurecerá y nada podrá atravesarla, tu fuerza se multiplicará por… mucho, —en defensa de Elba, hay que decir que cuando se es una demonia milenaria como ella, las matemáticas pasan a un segundo o tercer plano o incluso quizá, si me apuras mucho, a un milésimo noningentésimo quincuagésimo primer plano—, obtendrás poderes con los que pocos mortales consiguen soñar, en parte debido a vuestra falta de imaginación para el caos y la destrucción.
    —Entonces me quieres poseer, darme poderes divinos y hacerme casi indestructible. ¿Es eso, más o menos?
    —Es eso exactamente, exepto por el casi, serías indestructible. Solo un hechizo lanzado por Merlín, ese viejo verde idiota, podría destruirte.
    —Eso suena a casi.
    —Merlín murió intoxicado por unas ostras en mal estado justo antes de que tuviera tiempo de tomarse la copa de vino con veneno caducado. Una suerte, si se lo hubiera llegado a tomar, se habría vuelto inmortal. Cuidado con los venenos caducados. El caso es que no existe nadie capaz de acabar contigo.
    Olga Dísima se quedó mirando a Elba Lazo, hacía rato que ignoraba el dolor que sentía en las rodillas por culpa del suelo.
    —Debo decirte, Elba Boso…
    —Elba Lazo.
    —Eso mismo. Debo decirte que no se te da especialmente bien el márquetin. Quiero decir… haces que aparezca en medio del bosque, de noche, que ya hablaremos de cómo narices he llegado hasta aquí, me amenazas, me gritas con esa voz tuya que parecen flechazos lanzados por el gemelo malvado de Robin Hood y todo para decirme que me quieres convertir en poco menos que una diosa. Deberías haber empezado por ahí, nos habríamos ahorrado mucho tiempo, Elba Zuca.
    —¡ES ELBA LAZO!
    —¡Que sí! Coño con los putos gritos. Elba Lazo, Elba Bero… ¡me importa una mierda! Lo que vengo a decirte es que me parece de puta madre la idea. Dale caña.
    Elba Calao, digo… Elba Lazo, miró con curiosidad a la mujer.
    —Debo reconocer que me sorprendes. No me esperaba que estuvieras tan predispuesta a aceptar mi petición. Normalmente, en estos casos, suele haber una sesión larguísima de torturas hasta que la huésped acepta, la mayoría de veces porque las torturas la llevan al borde de la muerte y no le queda más remedio que aceptar los dones. La verdad es que ahora no sé cómo voy a invertir el resto de la noche. No me malinterpretes, ¿eh? Me alegra tu postura. Cuanto más aceptes los dones, más poderosas seremos. —Elba hizo una pausa—. ¿Estás segura de que no quieres probar el repertorio de torturas? Van desde retorcerte los pezones con alicates hasta embadurnarte con sangre de virgen y lanzarte a una manada de licántropos.
    —Estoy bien, gracias. ¿Cómo lo hacemos? ¿Me tienes que tocar?
    —No solo tocar, vamos a practicar sexo salvaje aquí, en medio del bosque.
    —¡¿Cómo dices?! —preguntó Olga más interesada que escandalizada.
    —Qué va, es coña. Con darnos la mano será suficiente.
    —Oye, que si tengo que sacrificarme y dejarme llevar por la lujuria, yo me sacrifico, ¿eh? Que nadie pueda decir que Olga Dísima no ha puesto todo de su parte.
    —No, de verdad, con la mano es suficiente.
    —Pero que si luego con la mano quieres hacer algo…
    —¡SUFICIENTE!
    —¡Auch! Vale, vale.
    Elba Lazo chasqueó los dedos e hizo que las cuerdas que sujetaban a Olga desaparecieran. Olga se limpió la sangre que le salía de las orejas y luego se acarició las muñecas, rojas por la fuerza de las cuerdas.
    —¿Preparada para empezar una nueva y eterna vida?
    —Sí. Espera, ¿eterna?
    Pero ya era demasiado tarde. El cuerpo de Elba Lazo se iluminó, la luz engulló el bosque, y envolvió a Olga Dísima. Unos segundos después el brillo desapareció y en el bosque solo estaba Elba, aunque ya no era Elba Lazo y a la vez sí que lo era, pero también era Olga Dísima, era una mezcla de ambas. Era un ser de otro mundo, un mundo en el que las leyes de la lógica no dejan de quebrantarse y la policía del raciocinio lleva años corrupta y hace la vista gorda. Un mundo en el que las montañas pueden desaparecer con un solo chasquido, si se tiene el poder suficiente y se sabe chasquear los dedos. Un mundo en el que la magia se ha convertido en algo tan normal, que ahora lo raro era no saber ni cómo hacer que un lápiz parezca de goma al moverlo rápidamente. Elba Lazo Olga Dísima respiró profundamente y sonrió. El mundo, aquel mundo un poco más simple y menos predispuesto a la locura, iba a cambiar para siempre y ella tenía asientos en primera fila para ver el espectáculo. Ojalá pusieran muchos trailers. La gente iba a descubrir el verdadero terror, ella se encargaría de que entendieran que a veces llueve, aunque nunca lo hace al gusto de todos.


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4 comentarios en “Microficción 200: A veces llueve

  1. Imagino que Olga Dísima se divirtió muchísimo con sus nuevos poderes demoníacos y quizás en algun punto el ente que la poseyó quedó un poco de lado. Quizás puedas hacer una 2da parte igual de divertida.

    • Pues es muy buena continuación. A la ente se le va de las manos la posesión y se siente excluida. «¡Si lo sé no te poseo!», le dice mientras Olga Dísima se encoge de hombros y sigue a lo suyo.

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