Cuentacuentos #2

En la imagen estamos en un paseo a orillas del río Támesis, vemos a la izquierda el Big Ben. Es de noche, el cielo está nublado y las luces amarillas de las farolas están encendidas.

El título del relato es: "Neverland".

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[Nota fija]→ Cuentacuentos es una subsección dentro de Juegocuentos, en ella escribiré una reinterpretación personal de cuentos e historias más que conocidas. Es un recurso llamado plagio creativo. ¡Espero que disfrutes!

• Historia original: Peter Pan.
    Puedes leer el cuento clásico en este enlace.

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MI NOMBRE es Wendy, Wendy Darling y de joven era detective. En ocasiones ayudaba a Scotland Yard a investigar algún caso, al más puro estilo Sherlock Holmes, solo que menos repelente y menos dopada que él. No me gustan las novelas de detectives donde todo se resuelve en las veinte últimas páginas. ¡Joder! Si resolver casos fuera tan fácil, no habría ni un criminal en el mundo, todos estarían acojonados, pensando: «¿Para qué voy a intentar robar ese furgón blindado si me van a pillar en las últimas veinte páginas?». No, resolver casos es más complicado que eso. Mucho más complicado que eso.
    La noche del seis de marzo de 2020 caminaba por la orilla del Támesis, me relajaba, me ayudaba a pensar —de hecho sigue haciéndolo—. Había quedado con el capitán Bread en Westminster Bridge para que me informase sobre el caso que estábamos investigando. Desde el Queen’s Walk ya podía ver su pelo rojo, revoltoso, impeinable, resaltando en la oscuridad como si brillase cada vez que el faro de un coche o un autobús le alumbraba. Enfilé el puente en el momento en el que se giró y me vio. Alzó la mano y me saludó con efusividad. Mi hermano John solía decirme que el capitán Bread estaba enamorado de mí. A mí eso me daba igual, solo me interesaba el trabajo.
    —¡Buenas noches, Wendy! —dijo cuando estuve a unos cuatro metros de distancia, se acercó a mí y su intención de besarme la mejilla quedó interrumpida cuando le ofrecí mi mano para que la estrechase. Lo hizo, pero de forma torpe, no estaba acostumbrado a estrecharle la mano a una mujer, se notaba.
    El capitán tenía la nariz muy respingona, como un cerdito, y roja por el frío, aunque si soy sincera no recuerdo haber visto que cambiase de color en temporadas o ambientes más calurosos. Tenía los ojos ligeramente rasgados y castaños y el rostro minado de pecas. Aquella noche vestía un traje de tweed verde pistacho sobre una camisa color menta con corbata negra y, cuando se movía, podía verse la culata de la pistola reglamentaria que lleva en la cartuchera de hombro que queda bajo la axila izquierda.
    —Buenas noches, Peter. ¿Qué novedades tienes?
    —Cinco niños más.
    Desde hacía cinco meses estaban desapareciendo niños en Londres. Los periódicos bautizaron aquello como: «El caso de los niños perdidos», muy originales.
    —¿El mismo modus operandi?
    —Así es, Wendy.
    Los niños eran secuestrados en sus propias casas, por las noches. Alguien estaba entrando en los hogares londinenses, estaba matando a los familiares de los niños y llevándose a estos. En las camas de los críos desaparecidos el secuestrador o la secuestradora dejaba un garfio, como si fuera un puto pirata sin mano.
    —¿Cuántos van ya, Peter? He perdido la cuenta.
    —Treinta niños perdidos.
    —No los llames así.
    —Todo el mundo lo hace, Wendy.
    —Me importa una mierda lo que hace todo el mundo. No quiero darles alas a esos cabrones de la prensa.
    —¡Que te den! No sabía que ahora trabajaba para ti.
    —No, no lo haces, si lo hicieras no me hablarías así, porque te mandaría a casa suspendido de empleo y sueldo ¡de una patada en tu fofo y sedentario culo!
    —Escúchame bien, Wendy Darling…
    —¡No, escúchame bien tú a mí Peter Bread! ¡No tengo tiempo para demostrarte constantemente lo que valgo! ¡Me habéis llamado para que os ayude, así que deja de tocarme los ovarios y colabora! —Intenté relajarme, respiré hondo y traté de ignorar la cara de niño malcriado, a punto del berrinche, que puso el capitán—. ¿Qué hay de la tarjeta que encontraron? ¿Han conseguido averiguar algo?
    En la casa de uno de los niños secuestrados encontraron un trozo de cartulina del tamaño de una tarjeta de visita, solo que estaba completamente en blanco.
    —Ahora que lo dices —comentó el capitán intentando tragarse su orgullo—. Los del laboratorio encontraron un mensaje oculto.
    —Un mensaje oculto. ¿Cómo?
    —Tinta de limón.
    —Estás de coña.
    —No, es una nota escrita con tinta de limón. Aplicaron calor con una llama debajo del papel y apareció una nota.
    —¿Y qué ponía en esa nota, Peter? ¿O es que pretendes darle emoción al momento? ¿Busco a alguien que te haga un redoble de tambor?
    Peter resopló. Sabía que le estaba llevando al límite, pero ahora ya no podía parar, tenía que hacerme respetar, impedirle que se me subiera a la chepa, como dicen en España.
    —La nota ponía «Find me in Neverland». Personalmente creo que estamos igual que antes.
    —No, no estamos igual.
    Con el corazón a punto de salírseme del pecho y con la respiración acelerada, cogí el móvil que guardaba en mi bolsillo e hice una búsqueda en Google.
    —Hace muchos años, —empecé a explicar—, antes de que tú y yo naciéramos, se inauguró un parque de atracciones en Southend-on-Sea llamado Neverland. El parque de atracciones fue abandonado debido a los asesinatos de cinco niños. La muerte no es un buen reclamo para un parque de atracciones, ¿sabes? Aquí está, mira, está a poco más de 44 millas. ¿Traes el coche?
    —Claro que lo traigo. ¿Quieres ir ahora? Son las diez de la noche.
    —Podemos esperar a te eches una siesta, si quieres. No me jodas, Peter. Pide refuerzos, ahora te paso la dirección. ¡Vamos, Peter! Podemos pillar a ese puto Garfio y encontremos a los niños secuestrados.
    —Ahora eres tú la que usa nombres de la prensa.
    —¡Espabila! Parece que yo tenga más ganas de resolver el caso que tú. —Suspiré, realmente Peter Bread me ponía de los nervios. ¡Dios! ¿Es que nunca iba a crecer y dejar de comportarse como un crío?
    Daba igual, teníamos una buena pista, incluso una invitación. Podía ser que estuviera a punto de caer en una trampa, pero merecía la pena correr el riesgo. Recuerdo que solo podía pensar en cerrar el caso e irme de vacaciones con mi amada Tigrilla. Lo que no sabía era que eso iba a tardar dos años más en pasar.



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